viernes, 2 de agosto de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 27

 —Era importante que Olivia la conociese, que se acostumbrase a su olor, a su presencia. La poníamos en sus brazos todos los días.


Eso la emocionó. Pedro había hecho todo lo posible para crear un lazo entre su hija y ella.


Esa tarde bajó al jardín y se tumbó sobre una manta con la niña. Paula sonreía mirando a su hija, preguntándose cómo podía ser tan afortunada. Todo seguía siendo como un sueño, pero despertaba cada mañana y Olivia seguía allí. Si había algo que la inquietaba era su relación con Pedro. Supuestamente, estaban enamorados y él era muy amable y paciente, pero se sentía más cómoda cuando estaba sola con la niña. Miró a su preciosa hija y, por primera vez en su vida, se sintió… Perfecta.


Pedro la miraba desde la terraza, apretando la barandilla de mármol con fuerza. Verla con su hija lo hacía sentir ridículamente posesivo. Haber estado a punto de perderlas a las dos le parecía inimaginable ahora, pero allí estaban y eran suyas. Paula había despertado del coma una semana antes y, hasta ese momento, él había mantenido las distancias. Aunque no era médico, le parecía que no tenía sentido seguir esperando para ver si recuperaba la memoria. Ella era feliz y él haría todo lo posible para hacerla suya. Y cuando lo hubiera conseguido, se quedaría con él. Y con Olivia. Era lo que ella quería después de todo. O lo que había querido. Él no era un hombre dado a la reflexión, pero sabía que había reaccionado mal, vergonzosamente mal. Tampoco era un hombre dado a los remordimientos, pero ese momento, esa noche en Amalfi, había sido un constante recuerdo desde entonces. Pero Paula había vuelto a su lado y aquella era su oportunidad de reinventar la historia. Durante meses había vivido en una oscuridad de la que no podía escapar. La ruindad de haber roto a aquella maravillosa criatura, de haber provocado que perdiese a su hija. Olivia, tan pequeña e indefensa. Pero Paula y Olivia estaban allí. No tenía por qué recordar ese momento, ese fatídico error.


Cuando se reunió con ellas en el jardín, Paula se sentó sobre la manta, con una sonrisa en los labios, el pelo rubio como un halo alrededor de la cara. Y él sintió una punzada de deseo. Daba igual las veces que hubieran hecho el amor; no había sido capaz de saciar el ansia que sentía por ella. Cómo encajaba entre sus brazos, la magia que habían creado con sus cuerpos. Era algo más que sexo y lo sabía. Estaba a punto de decirle que debían separarse cuando ella le contó que estaba embarazada. Porque lo que había entre ellos no moría. Al contrario, parecía más intenso cada día y no había sitio para eso en su vida. Él nunca había querido nada permanente, pero allí estaba, decidido a que aquel matrimonio fuese para siempre. Había jurado no repetir los errores de su padre, pero había estado a punto de hacerlo. Les había fallado a las dos. Y no volvería a hacerlo.

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