lunes, 12 de agosto de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 44

 —¿Qué pasó, Pedro?


—Paula…


—Tengo que saberlo —lo interrumpió ella. —Recuerdo la lluvia el día que nos conocimos. Recuerdo que me fui contigo y… Que me cambiaste. Me hiciste sentir preciosa y feliz, pero luego ocurrió algo. Llovía de nuevo y me hiciste sentir como si no fuera nada, me destruiste. Nos destruiste a los dos, ¿Verdad?


—Paula…


—Nunca me has querido. No me quieres.


Pedro nunca había pronunciado esas palabras, pero ella había deseado creer que la quería porque tenía que ser así. ¿Por qué si no había cuidado de ella y de su hija?


—Nunca me has querido y me apartaste de tu vida.


No podía recordarlo, pero lo sentía. Y sentía como si estuviesen arrancándole el corazón. Pedro se había portado con ella peor que nadie en toda su vida porque le había hecho creer que la quería. Y ella, ingenua, había desoído lo que le decía el instinto.  Había elegido la parte más bonita, ignorando la oscuridad. Había decidido creer que, porque la hacía sentir bien consigo misma, al final no iba a destruirla. Había confundido la belleza del predador con una promesa de ternura. Pero seguía siendo un predador y destruiría cualquiera cosa que se pusiera en su camino. Pedro era un hombre que consumía cosas hermosas, se saciaba de ellas hasta que ya no le servían. Lo sabía, en ese momento lo sabía. No era un hombre apuesto con una faceta de predador, era el tigre. Todo lo demás era una fachada para distraer, para dejar aturdida a su presa, inmovilizada mientras esperaba el golpe. Y el golpe había llegado. Paula había querido recordar el momento en el que se habían enamorado, pero ese momento no existía. Ella se había enamorado y él había saciado su deseo. La había utilizado, sencillamente. Ella se lo había contado todo sobre sí misma y él no le había contado nada. Solo sabía que su madre había muerto. Después hablaron de cosas sin importancia, pero en sus palabras no había una emoción real, ella la había puesto ahí. Porque eso era lo que quería ver. Estaba viviendo una aventura maravillosa y él era el andamio que la sujetaba. Pero le había mentido. Él sabía que no recordaba y le había mentido.


—Dime la verdad —dijo, con voz estrangulada.


—Debemos estar juntos —respondió él.


—¿Por qué debemos estar juntos?


—Por Olivia. La niña te necesita.


—Puedo cuidar de ella yo sola.


Esa afirmación despertó otro recuerdo. Se había ido de su casa una noche, bajo la lluvia. Iba corriendo y había caído al suelo…

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