viernes, 9 de agosto de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 39

Pedro se colocó tras el volante y atravesaron París, con las farolas iluminando la ciudad. Y ella agradeció entonces no recordar el accidente porque aquello era maravilloso y no quería que el miedo le robase un solo segundo. Después de recorrer París en un precioso deportivo, con el hombre más guapo del mundo a su lado, llegaron a un discreto restaurante que parecía una residencia privada. El interior era pequeño, elegante, con muy pocas mesas.


—No es la clase de sitio donde ofrecen un menú —dijo él.


Paula no sabía qué quería decir con eso, pero estaba deseando descubrirlo. El chef se acercó para saludar a Pedro y les ofreció una selección de platos, con los productos más frescos del mercado convertidos en culinarias obras maestras. No había bebido mucho, pero se sentía embriagada cuando salieron del restaurante para ir a otro edificio que resultó ser un club privado. Y, por primera vez desde que abrió los ojos, él la tocó. La tomó por la cintura para llevarla a la pista de baile y cuando apoyó la cabeza en su torso entendió por qué se había ido con él unos minutos después de conocerlo. La única razón por la que no la tocaba era por su amnesia. Pedro estaba preocupado por ella, porque de no ser así ya se habrían acostado juntos. Eso era innegable, pero de repente tenía miedo. Había tenido una hija desde la última vez que estuvieron juntos y tenía una cicatriz en el vientre. Tal vez Pedro ya no la encontraría atractiva, pensó. Tal vez no se habían acostado juntos porque ya no le gustaba.


—Eres preciosa —dijo él entonces, como si pudiera leer sus pensamientos.


—Gracias —susurró Paula.


—Eres la mujer más bella que he visto en mi vida. Era cierto el día que nos conocimos en las ruinas y es cierto ahora. Después de todo lo que has pasado, sigues siendo tan bella, tan fuerte. Has tenido que soportar un cruel giro del destino, pero prometo protegerte para siempre.


Pedro la llevó a la terraza del club y, después de clavar una rodilla en el suelo, le ofreció una cajita con un precioso anillo de diamantes. Una cascada de fuegos artificiales estallaba sobre sus cabezas, iluminando la torre Eiffel. No sabía si era una coincidencia o Pedro lo había dispuesto así porque si un multimillonario quería proponer matrimonio a lo grande seguramente el cielo era el límite.


—Sí —dijo Paula, sin pensarlo dos veces—. Me casaría contigo esta misma noche.


Pedro tiró de ella y, dejando escapar un rugido, se apoderó de sus labios. Y Paula sintió que su corazón estallaba de felicidad.


Paula había dicho que sí. Se casarían lo antes posible y sería suya, pero antes la besaría con toda la pasión que corría por sus venas, con todo el deseo que había rugido en su interior como una bestia salvaje durante esos días, esos meses. Desde el día que la conoció. Hombre o monstruo, no veía la diferencia entre los dos y en ese momento le daba igual. Ella había dicho que sí y sería su esposa. Tomó su cara entre las manos y la besó, deslizando la lengua entre sus labios. Su deseo era tan intenso que no sabía si podría contenerse para no quitarle el vestido allí mismo. Contaba con una ventaja injusta, desde luego, pero él sabía lo que le gustaba, lo que anhelaba. Sabía cómo hacerla gritar de gozo, cómo hacer que suplicase más. Lo había hecho muchas veces. Y, sin embargo, para ella sería la primera vez.

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