No se habían tocado desde la noche de bodas, cuando hicieron el amor de modo frenético y salvaje. Pero la besaba con suavidad, casi con ternura… Pedro se apartó para salir a la terraza y miró el jardín donde Paula solía jugar con la niña. Él solía observarlas desde allí, pero nunca se reunía con ellas. Y estaba lloviendo. Paula se colocó a su lado, en silencio.
—¿Por qué siempre está lloviendo? —murmuró Pedro.
Cuando la conoció. Cuando ella lo dejó. Cuando lo recordó todo.
—Tal vez la naturaleza intenta decirnos algo.
El cielo se abrió y la lluvia se convirtió en un torrente. Pero ella no volvió a la habitación. En lugar de eso, puso una mano en su cara.
—Tal vez está intentando hacer que crezca algo nuevo. Eso es lo que hace la lluvia, crear nueva vida.
Pedro la tomó entre sus brazos para besarla sin descanso mientras la lluvia los empapaba, los limpiaba. Sin saber por qué, la tomó en brazos y se dirigió hacia la escalera de piedra que llevaba al jardín, al sitio donde solía mirarla, pero donde nunca se había reunido con ella. El sitio al que nunca había querido ir. Conteniéndose, como siempre. Paula le quitó la ropa, él se la quitó a ella. Y estaban desnudos, en la manta que ella siempre dejaba allí, la lluvia empapándolos mientras la acariciaba por todas partes. Era preciosa y salvaje, delicada y fuerte a la vez. Y, con ella, él era lo que no había sido nunca con nadie. Había sido así desde el principio. Había pasado toda su vida aislado de los demás. Se había agarrado a un sueño sobre sus orígenes, sobre su madre, pero estaban desconectados. La había visitado a menudo, pero nunca habían vuelto a ser madre e hijo. Y al final, su madre estaba tan enferma que ni siquiera lo reconocía. Había ido al entierro solo y se había sentado en el primer banco, separado de los demás porque aunque fueran parientes no lo conocían. Le habían despojado de eso también, no solo de su madre, sino de su familia. Había heredado el dinero de su padre y las mujeres lo deseaban porque pensaban que podían sacarle algo. Nada de lo que poseía tenía que ver con él. Pero Paula era diferente. Ella no sabía quién era y, sin embargo, lo había querido. Y entre ellos había algo más que deseo; había una conexión especial. Tenues hilos dorados que remendaban todo lo que estaba roto dentro de ellos, tejiéndolos, uniéndolos, dejando vetas de polvo dorado donde antes solo había habido oscuridad. Vacío. Nada.
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