viernes, 23 de agosto de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 68

Él no era un hombre acostumbrado a lidiar con incertidumbres o con miedos, pero ella lo empujaba. Exigía cosas que él no podía darle. La había llevado allí, a aquella casa, y ella le había dicho que iba a ser padre cuando él no podía pensar en la palabra «Padre» sin que su corazón se volviese de piedra. Ahora tenía una hija y le importaba. Y Paula también le importaba, ¿Por qué tenía que exigir algo más? «¿Por qué esta tortura no termina nunca?». El deseo tampoco cesaba. No se saciaba. No había forma de contener el torrente de deseo que sentía por ella. Y eso era inaceptable, insoportable. Sintió que Paula tiraba de los botones de su camisa, frenética, furiosa. Estaba furiosa por desearlo, porque él no respondía a su pregunta y, sin embargo, no era capaz de apartarse. Cuando cometió el error de mirarla a los ojos pudo verlo ahí, su desesperación, su angustia. Un ruego que le encogía el corazón. Y en ese momento no podía encontrar la distancia, el desapego que lo había salvado durante toda su vida. Incluso ese momento en la habitación de Olivia palidecía en comparación con lo que le hacían las lágrimas en los ojos de Paula. Sentía como si le arrancasen las entrañas, como si estuviese aplastando su corazón en la delicada palma de su mano. Y solo ella tenía el poder de hacer eso. Solo ella podía destruirlo de ese modo. Y era una destrucción total. No podía mirarla. No podía. La tomó por la cintura y la colocó contra la mesa, de espaldas a él, sin dejar de besarla, de morderla. Y esperó para ver si ella decía que la dejase, para ver si se apartaba, pero no lo hizo. Sin decir una palabra, levantó la falda del vestido, apartó a un lado el encaje de las bragas e introdujo dos dedos en sus húmedos pliegues. Estaba húmeda para él. Incluso enfadada. Como él estaba encendido por ella, aunque el mundo estallase en llamas. No, no había llamas alrededor. Todas estaban dentro de él. Una luz torturada por su propia desolación. La había visto como un regalo ese día, en las ruinas, una mujer con la que satisfacer su deseo, algo en lo que enterrar su dolor. Y, sin embargo, ella no lo había ayudado a enterrar sus sentimientos. Desde que conoció a Paula lo único que había hecho era sacarlos a la superficie. No había sido un regalo sino una maldición. Su infancia, la muerte de su madre… Esas cosas no podían seguir doliendo. La vida no podía seguir siendo un dolor sin fin. ¿Cuál era el propósito? Furioso consigo mismo, y con la vida, movió los dedos dentro de ella mientras tiraba de su pelo con la otra mano. Paula arqueó la espalda, empujando su trasero contra él, pidiéndole más.


—Me deseas incluso ahora —dijo Pedro con voz ronca. —No puedo darte lo que quieres y, sin embargo, deseas esto.


—Tú no quieres darme lo que quiero —replicó ella, mirándolo por encima del hombro con los ojos brillantes.

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