viernes, 30 de agosto de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 8

Al ser madre soltera, no había tenido mucho tiempo para conocer a otros hombres, por lo que la sorprendió mucho descubrir que aún podía sentir atracción y deseo sexual. Tal vez se sentía atraída por Pedro porque él estaba tan lejos de su alcance que no había posibilidad alguna de que pudiera surgir algo entre ellos. Era algo parecido a una adolescente que se sentía atraída por una estrella del pop y que sabía que nunca podría conocerlo en la vida real.


–Tal vez yo pueda ayudarte –dijo Pedro de repente, sacándola de su ensoñación.


Ella sintió que le daba un vuelco el corazón. Si Pedro le permitía seguir vendiendo bocadillos a los empleados de su empresa, tal vez su negocio podría sobrevivir.


–¿Ayudarme cómo?


–Tengo una idea que podría solucionar tus preocupaciones económicas y que también me resultaría a mí ventajosa.


Paula se tensó.


–¿A qué te refieres con eso de «Ventajosa»?


¿Estaba él sugiriéndole lo que ella creía? Sabía que algunas de las mujeres de la zona en la que ella vivía trabajaban como prostitutas. Muchas eran madres solteras como ella, mujeres a las que les costaba sacar adelante a sus hijos con el salario mínimo. Juliet no las juzgaba, pero no se imaginaba a sí misma haciendo algo así. Puso la mano en la manilla de la puerta, dispuesta a bajarse inmediatamente del coche.


–No pienso tener sexo contigo por dinero –le espetó.


Durante unos segundos, él pareció quedarse totalmente atónito. Entonces, soltó una carcajada.


–No quiero tener sexo contigo.


El ligero énfasis que puso en la última palabra hizo que Juliet se sintiera muy avergonzada, sensación que se intensificó cuando él la miró de arriba abajo. La expresión de su rostro dejó bien claro que no la encontraba atractiva.


–Nunca he tenido que pagar para tener sexo con una mujer –afirmó él–. Lo que estaba pensando es una proposición de negocios, aunque tengo que admitir que se trata de algo bastante inusual.


–Yo preparo bocadillos para ganarme la vida –dijo ella, atónita–. No se me ocurre qué clase de negocios podríamos hacer juntos.


–Quiero que seas mi esposa. Si accedes a casarte conmigo, te pagaré cinco millones de libras.


-Muy gracioso –musitó Paula con gran desilusión–. No estoy de humor para bromas, señor Alfonso Zolezzi.


–Pedro –la corrigió él–. Y no es ninguna broma. Necesito una esposa. Una esposa temporal. Y solo en apariencia –añadió, leyéndole evidentemente el pensamiento a Paula–. Has admitido que ser madre soltera es muy difícil. ¿Y si, en vez de pasar dificultades, pudieras tener una vida llena de comodidades con tu hija sin tener que trabajar?

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