miércoles, 14 de agosto de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 46

Pedro se levantó de la cama, pero Paula dió un paso atrás.


—No me toques. ¿Cómo te has atrevido a hacerme el amor? Yo pensaba que te quería, pero me has engañado. Ya no te quiero, nunca podría quererte.


—Paula…


—Me voy, Pedro. Vuelvo a Inglaterra y me llevo a mi hija.


—Me temo que eso no es posible —dijo él entonces, su rostro en sombras. —Debes quedarte aquí conmigo.


—No quiero quedarme contigo.


—He cuidado de Olivia durante este tiempo y de tí también.


—Rechazaste a mi hija.


—Tú saliste corriendo y estuviste a punto de perderla. Yo no te obligué a salir corriendo en medio de una tormenta.


Ella sabía que era mentira. Sabía que ni siquiera él creía esa versión de la historia y, sin embargo, usaba esa mentira como un escudo. Ése era el Pedro al que había olvidado, el hombre que usaba la crueldad como un escudo para apartar a cualquiera que se atreviera a acercarse demasiado.


—¿Eso es lo que te has dicho a tí mismo para justificar lo que hiciste? ¿Que tu crueldad no fue lo que me hizo salir corriendo de la villa esa noche? Pero no perdí a mi hija, seguí adelante con mi vida, conseguí un trabajo y una casita en Inglaterra…


—Tienes una casa aquí, conmigo. Vamos a casarnos.


—No, Pedro, esto lo cambia todo.


—No cambia nada.


—¿No cambia nada que yo te odie? ¿No cambia nada que no vaya a estar contigo por voluntad propia sino como una prisionera?


Y, de nuevo, vió quién era en realidad porque Pedro se encogió de hombros como si eso no importase. ¿Cómo iba a enfrentarse con un hombre como él? Un hombre que no sentía nada.


—Quiero marcharme —le dijo.


Pedro dió un paso adelante, mirándola con los ojos brillantes.


—Me da igual lo que quieras.


—¿Piensas robarme a mi hija?


—No vas a irte. No vas a llevarte a Olivia.


—¿Por qué haces esto? ¿Por qué te importa ahora cuando no querías…?


Paula no terminó la frase. De repente, era como si una luz iluminase las partes más oscuras de esa maravillosa vida, de esa preciosa casa. Ya no quedaban más ilusiones.


—Nunca te he visto tomarla en brazos.


Se había encargado de que estuviese bien cuidada, pero nunca abrazaba a su hija, nunca le demostraba su cariño. Había estado tan desesperada por convertirlo en el hombre que ella quería que fuese que no había querido verlo hasta ese momento. No solo por la amnesia sino porque deseaba tanto ser amada. Por él. Había querido que aquella mentira fuese verdad, por eso había arrinconado sus dudas.

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