Pedro dió un paso hacia la cuna, y otro más. Se inclinó para tocar las diminutas manos de su hija y, de repente, Olivia dejó de llorar y agarró uno de sus dedos con la manita. Se agarraba a él con todas sus fuerzas… Y entonces un recuerdo apareció en su mente. Él agarrándose a su madre. Ese recuerdo lo había convencido de que un niño necesitaba una madre porque él se había sentido desolado al perder a la suya y tenía un padre que no significaba nada, un padre que podría no haber estado allí. Los había necesitado a los dos y no los había tenido. La tragedia no era solo que lo hubiesen apartado de su madre sino que Horacio Alfonso no había sido un padre sino un tirano, un canalla, un hombre sin sentimientos. Ese era el crimen y allí estaba él, transmitiéndole ese dolor a una niña inocente que no lo merecía. Una niña que necesitaba que él fuese un hombre mejor. Era por Paula por lo que estaba allí ahora, con su hija, por su valentía. Por cómo lo había tratado durante esos últimos días, aunque él no lo mereciese, por la conexión que intentaba crear. Sintió un peso en el pecho al pensar eso y se dió cuenta de que, a menos que hiciese algo, iba a repetir el ciclo de dolor de su infancia. Y no podía hacer eso. Copiando lo que había visto hacer a las niñeras y a Paula, sacó a Olivia de la cuna sujetando su cabecita y la colocó sobre su torso. Y se sintió abrumado de emociones. De cariño, de miedo, de inquietud. No era solo el deseo de proteger a aquella niña tan pequeña. Era todo eso, pero también algo más: la convicción de que no solo moriría por ella sino que viviría por ella. Que haría todo lo posible para que no sufriese como él había sufrido y como había sufrido Paula. Y esa era la razón por la que no la había abrazado hasta ese momento. Porque sabía que si lo hacía tendría que cambiar. Siempre había querido protegerse a sí mismo y había levantado barreras para que nada ni nadie lo afectasen. Lo había hecho desde niño para defenderse de su padre, para que no lo convirtiese en un hombre como él. Lo había hecho para recordar quién había sido cuando vivía con su madre, para salvar una pieza de sí mismo. Y, por eso, cualquier cambio había sido siempre su enemigo. Pero tenía que hacerlo ahora, tenía que cambiar. Su padre había usado mano de hierro para moldearlo, para convertirlo en una imagen de sí mismo, pero era la delicada manita de su hija apretando su dedo lo que lo convertía en otro hombre. Como había sido el beso de una mujer en las ruinas de un templo lo que dió comienzo a la jornada que lo había llevado hasta aquel momento, hasta aquel cambio. Apenas podía respirar, pero seguía acunando a la niña, meciéndose adelante y atrás. Unos segundos después giró la cabeza y vió a Paula en la puerta, mirándolo con lágrimas en los ojos.
—Se ha dormido —murmuró, dejando a Olivia en la cuna.
—No sabía que estuviese llorando —dijo ella.
—No pasa nada.
Tenía un nudo en el pecho y no quería hablar de algo que acababa de entender. No sabía por qué todo era tan difícil, pero era incapaz de encontrar palabras para definir aquello. De modo que se apartó de la cuna, tomó su cara entre las manos e inclinó la cabeza para besarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario