viernes, 2 de agosto de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 26

Por un momento, era como si estuviese de vuelta en la casa de Amalfi aquella noche, mientras ella le decía: «Estoy embarazada». Y en esa ocasión su respuesta fue completamente distinta.


—Pero te dije que no te preocupases, que estaríamos juntos.


Y podía ver la escena en su mente, podía imaginarse a sí mismo abrazándola, levantando su barbilla con un dedo para borrar las lágrimas con sus labios. En esa falsa escena, él era el hombre que no había sido nunca, un hombre que sabía ser tierno y cariñoso.


—¿Has estado casado antes? —le preguntó Paula.


—No, nunca.


—Pero estabas dispuesto a casarte conmigo.


—Sí, claro. No había planeado ser padre, pero cuando descubrí que estabas embarazada no tuve la menor duda.


Paula bajó la cabeza, con los ojos llenos de lágrimas.


—¿Por qué lloras?


—Porque lo dices como… Como si todos los padres quisieran a sus hijos. Como si un hombre fuese a cuidar siempre de la madre de sus hijos, pero mi vida no ha sido así. Mi padre no quiso saber nada de mí y para mi madre yo era un estorbo. Recuerdo todo eso, pero no puedo recordarte a tí, a nosotros, y eso me rompe el corazón. Porque me gustaría tanto recordar ese momento… Debió ser el más bonito de mi vida.


Pedro endureció su corazón porque no podía sentirse conmovido. Nada lo había conmovido en su vida más que aquella mujer, por eso había perdido el control.


—Volveremos a vivir esos momentos, te lo prometo. Y entonces sabrás que debes ser mi esposa.


—Gracias, Pedro. Saber que me quieres es el mejor regalo que podría recibir.


Y él sabía lo que eso significaba. Debía inventar una historia de amor tan fascinante que ella no quisiera dudar. Porque si conociese al hombre que era en realidad saldría huyendo. Si conociese sus defectos, su veneno, saldría corriendo como había hecho aquella noche. Tendría que confiar en que Paula no recordase nunca la verdad.


Esa noche, Paula había temido irse a dormir. Había pedido que la llevasen a la habitación de Olivia y se quedó allí, mirando a su hija e intentando entender cómo era posible que aquella fuera su vida. Había acunado a la niña, apretándola contra su corazón, hasta que por fin volvió a su dormitorio. Pero cuando despertó por la mañana casi temía abrir los ojos. Si lo hacía, ¿Habría desaparecido su hija? ¿Despertaría para descubrir que seguía siendo la misma Paula de siempre, sola en Georgia, sin haber vivido ninguna aventura, sin ningún cambio? Pero cuando abrió los ojos y vió el dosel de la cama dejó escapar un suspiro de alivio. Si podía despertar allí cada mañana, no le importaría no recordar nunca. Pedro no estaba por ningún lado, de modo que sacó a Olivia de la cuna para jugar con ella. Era tan maravilloso que su hija la hubiese aceptado sin el menor problema. Parecía como si siempre hubieran estado juntas. Se encontró llorando a menudo y se preguntó si algún día dejaría de sentirse abrumada por la situación. Por suerte, la niñera era una gran ayuda. Le dolía pensar que otra mujer había pasado más tiempo con su hija que ella, pero era una mujer amable, mayor y no tenía nada que criticarle. Además, su propia madre nunca sería una abuela cariñosa. Se preguntó entonces por la familia de Pedro y si Olivia tendría parientes.


—El señor Alfonso llevó a la niña a su habitación cada día —le contó la niñera.


—¿Ah, sí?

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