lunes, 29 de septiembre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 50

Pedro estaba llenando el dispensador de agua que había cerca del fregadero, lo cual no era difícil.


—¿Quieres un vaso? —preguntó él.


—No, gracias —se acercó y se apoyó en la encimera—. Si me hubieras dicho que venías, te habría hecho un bizcocho.


—¿Te alegras de verme?


—Me alegro muchísimo, pero tengo que confesarte algo.


—Tú dirás.


—Esta mañana me he hecho daño en el hombro al intentar sacar una… Mejor que no te diga el nombre de la planta. El caso es que había que tirar con mucha fuerza y ahora me duele.


—¿Quieres que te dé un masaje?


—No. Me he dado una ducha caliente y me ha sentado muy bien, pero ahora quiero tumbarme y mover el brazo hasta hallar una postura cómoda para el hombro. De niña me lo dislocaba a menudo.


—¿Ahora se te ha dislocado?


—No, pero noto que está a punto de hacerlo. ¿Te tumbas a mi lado y nos agarramos de la mano como en los viejos tiempos? Y si es necesario, me agarras del brazo por el encima del codo y tiras de él.


—Lo que necesites.


Se tumbaron en la cama, con las contraventanas cerradas para que el calor no entrara. Y, por fin, él pudo dejar de fingir que se movía normalmente. Notó que ella movía el brazo, pero sin invadir su espacio. Él no intentó agarrarla de la mano. No tenía tanta necesidad como antes ni quería que Paula creyera que era débil. Fue ella la que lo tomó de la mano. Y su cuerpo se alegró. Nunca se sentía tan en paz consigo mismo como cuando estaban agarrados de la mano.


—¿Qué tal el hombro? —murmuró—. ¿Tengo que tirar de él?


—Creo que bien. ¿Y tu dolor de cabeza?


Pedro intentó activar sus defensas, pero estaba tan contento que desistió.


—¿Cómo sabes que me duele?



—Se te ve en el rostro.


—Pues Brenda no lo ha notado.


—Eso es lo que crees. Es un encanto y se preocupa por tí. Te aseguro que lo ha notado. Me ha pedido que intente convencerte de que te quedes una semana.


—¿Y qué le has dicho?


—Que no creía que pudiera obligarte a hacer nada que no quisieras. No me opongo a la idea de que te quedes unos días. Tengo que trabajar y probablemente también te daré algo que hacer, pero acabo a última hora de la tarde; a veces antes, si me levanto muy temprano. Claro que aquí no hay piscina ni spa, pero estoy pensando en convertir un antiguo abrevadero en una bañera. Una ducha exterior también sería útil. Aquí hay mucho polvo.


—¿Y cuándo esperas tener ambas cosas listas?


—Pues mi cliente debe aceptar la idea y luego depende de cuánto dinero ponga.


—¿Y de dónde vas a sacar el agua?


—El último paisajista que trabajó aquí instaló un maravilloso sistema de filtración del agua, que ahora no funciona, pero conseguiré que lo haga. ¿Te estás durmiendo?


—Casi.


—Duérmete. Estaré cuando te despiertes.


—La última vez que me dijiste eso, me desperté en un hospital a dos mil kilómetros y sin tí. ¿Cómo tienes el hombro?


—Vas a tener que sentarte, ponerme un pie en la axila y tirarme del brazo.


—Vamos allá —se colocó en la posición adecuada. 


No era la primera vez que iba a hacer algo así. Tiró y Paula ni siquiera gimió. Suspiró cuando él volvió a tumbarse y a agarrarla de la mano.


Eres Para Mí: Capítulo 49

 —¿Cuánto tiempo va a quedarse? Has mencionado que querían pasar la noche.


—Ese era el plan: Un viaje rápido para ver cómo estabas, traerte un poco de comida, flirtear un poco contigo, conociendo a Pedro, aunque Rosa le ha dicho muy seria que debe portarse bien. Sería estupendo que consiguieras que se quedara una semana. Una semana de descanso le haría mucho bien.


—¿Quieres que consiga ocupar a un multimillonario malhumorado durante una semana aquí, cuando tenía la intención de quedarse un día?


—Todos necesitamos un reto —Brenda sonrió beatíficamente—. Me muero de ganas de ver los jardines. Serán preciosos.


—Eso no lo sabes. Es la primera vez que voy a diseñar un paisaje.


—Sí, pero creo que lo harás estupendamente.


Pedro observó con envidia el helicóptero mientras despegaba llevándose a Brenda y Federico. Él ya no podía gozar de la libertad de pilotar una aeronave; ni siquiera podía conducir un camión, según Brenda, a pesar de que aquel en el que habían llegado lo había equipado con la tecnología más avanzada de conducción automática. Iba a probarlo esa mañana visitando a Paula, pero cuando Brenda se dió cuenta de sus intenciones decidió acompañarlo. Y menos mal, porque, en los primeros cinco kilómetros, el vehículo se había atascado dos veces en la arena. Tras el segundo incidente, Brenda se ofreció a conducir. Y él tuvo que fingir que le parecía bien. Había sido muy paciente con respecto al ritmo de su recuperación, pero, a medida que este disminuía, lo hacía también su seguridad en que se pondría bien. En presencia de Paula, especialmente, quería parecer un hombre físicamente fuerte y perceptivo. Pero ¿Cómo iba a adivinar sus emociones, si, a veinte pasos de distancia, no sabía si estaba sonriendo? Si quería contemplar la expresión de sus ojos, tenía que acercarse tanto como si fuera a besarla. ¿Y si ella no quería que invadiera su espacio personal? Pero, si no se acercaba lo suficiente para observar la expresión de su rostro, ¿Cómo iba a saber si se alegraba de verlo? Había mantenido un contacto mínimo con él desde que se había mudado a la cabaña, y no sabía si se debía a que ella era una persona independiente o a que intentaba evitarlo. Lo trataba como al cliente que era, pero él quería ser mucho más. Saber que estaba allí lo hacía querer estar él también. Eso nunca le había pasado antes. No estaba dispuesto a reconocer que estaba perdidamente enamorado, pero no podía dejar de pensar en ella. Cuando Brenda se marchó, Paula le dijo que tenía que recoger unas muestras de plantas que había visto cerca de allí. Una hora después no había vuelto y a él le dolía la cabeza y también la pierna, hasta el punto de reconsiderar su tajante negativa a usar bastón. ¿Por qué era tan débil? Llamaron a la puerta de la cocina.


—¿Puedo entrar? —preguntó Paula.


—Claro.


Se había quitado la ropa de trabajo y llevaba una camiseta amarilla y una falda color ciruela. Se había recogido el cabello en una cola de caballo y lucía una colorida pulsera en la muñeca. ¿Eso indicaba que se alegraba de verlo? Pedro estaba llenando el dispensador de agua que había cerca del fregadero, lo cual no era difícil.


Eres Para Mí: Capítulo 48

 —Oye, Pedro —dijo Paula— ¿Te parece un buen trato que te lleve donde quieras ir mientras estés aquí, a cambio de que no pare de hablar, porque llevo una semana sin hacerlo con nadie?


—Es justo —dijo Brenda, ante el silencio de Pedro.


—Paula, ¿Me llevas a dar una vuelta para hacer unas fotografías previas del terreno, para tu página web?


—¿Mi qué?


—Y así me cuentas lo que has planeado para este lugar. Me encantaría saberlo. Soy socia comanditaria de las cabañas.


—El proyecto está en su fase inicial. De momento, me he centrado en las plantas. Pero me alegro de saber que no solo debo impresionar a Pedro. ¿Hay algún otro socio?


—No —dijo él agarrándose con fuerza a la barandilla del porche—. Y, desde luego, hazle una presentación del proyecto a Brenda.


—¿No vienes con nosotras?


—Después.


Era evidente que le pasaba algo, pero Paula no sabía qué podía ser. ¿Acaso no quería estar allí? Entonces, ¿Por qué había ido? Brenda bajó los escalones, cámara en mano, y echó a andar. Paula se despidió con la mano de Pedro y la siguió. Comenzó a explicarle sus planes, mientras Brenda hacía fotos. Le sacó un par a Paula.


—No me hagas fotos —protestó ella—. Estoy acalorada y sudada.


—No, estás preciosa. Muy auténtica. Serán perfectas para tu biografía en la web. Se me da muy bien crear páginas web, en el caso de que necesites ayuda,


—Primero tengo que hacer un buen trabajo porque, si no, aunque sea la mejor web de paisajismo del mundo, no me ayudará a montar mi empresa.


—Crearé una a modo de prueba. Lo haré con mucho gusto y con fotos.


—Sé lo que valen tus fotos. No voy a poder pagártelas. 


Brenda la enfocó y disparó una docena de fotos.


—Lo haré gratis.


—¿Por qué? Ni siquiera me conoces.


—No, pero conozco a Pedro y lo aprecio mucho. Por cierto, me alegro de que hablemos en privado porque quiero que lo vigiles. Le han dicho que tiene que descansar y tomarse las cosas con calma. Y no puede darle el sol en los ojos.


—¿Y lo has traído aquí?


—Lleva gafas de sol. Incluso tiene gafas protectoras, aunque es difícil que se las ponga en público. Tampoco puede hacer mucho ejercicio. Y tal vez alguna de las zonas que rodean las cabañas podría protegerse del sol y llenarla de olores y texturas.


—¿Te refieres a un jardín para ciegos? —de eso, Pedro no le había dicho nada.


—¿Cómo tiene la vista?


—Lo mantiene en secreto. Se adapta tan bien que es difícil pillarlo, pero creo que está peor de lo que da a entender. Quería advertirte, sobre todo, de que está malhumorado, frustrado por la lentitud de la recuperación, así que no te sorprendas si de vez en cuando se retira a una habitación oscura porque la cabeza o la pierna lo está matando. No va a decirlo por supuesto. Es fuerte.


—Ya.


—Federico es igual. Creen que no se debe mostrar debilidad.


—Entiendo.


—Y aquí llega mi esposo —Brenda alzó la vista hacia el cielo—. Llega pronto.

Eres Para Mí: Capítulo 47

Dejó de dar vueltas y rogó que Pedro se recuperara del todo. Rosa le había dicho que en el último reconocimiento que le habían hecho no habían salido los buenos resultados que él se esperaba. Aunque Paula solo había pasado unas horas con él en Brisbane, se había dado cuenta de que se esforzaba por aparentar que andaba y veía con normalidad y que se había recuperado por completo. Comenzó a colocar las cosas, abrió las ventanas y encendió el sistema de agua caliente. Se duchó con el agua aún fría y se puso unos pantalones, una camiseta y unas sandalias. Después salió y se hizo una foto con la puesta de sol al fondo y una sonrisa de oreja a oreja. Dejándose guiar por el instinto mandó la foto a Pedro, que le envió un mensaje minutos después:


Pedro: ¿Ya te has instalado? 


Paula: Bonita casa.


Pedro: ¿No te parece demasiado aislada? 


Paula: No.


La soledad era su amiga, y tenía muchas cosas que hacer. 


Paula: Gracias por la oportunidad y por creer en mí.


Pedro: De nada.


Paula: Gracias de nuevo.



Al final de la primera quincena en la cabaña, Paula se había hecho miles de kilómetros siguiendo cursos de agua, caminos de ganado y senderos agrestes y llevando un diario de lugares y plantas. Y si había comenzado a soñar despierta con Reid era porque esperaba que un día apareciera, caído del cielo. Como aún no lo había hecho, se estaba poniendo nerviosa. Estacionó delante de la cabaña y vió que la otra estaba ocupada, pues había un camión frente a ella que le resultó conocido. Brenda Starr, ahora lady Alfonso, estaba en el porche y la saludó con la mano. Era una premiada fotógrafa y esposa de Federico Alfonso. Había sido modelo y dueña de la granja Devil Kiss. Entre esta, Jeddah Creek y Cooper Crossing, los Alfonso poseían miles de hectáreas en el suroeste de Queensland, dedicadas al ecoturismo y con pasto restringido para el ganado. La idea era conservarlas desde un punto de vista ecológico. Brenda se volvió hacia la persona que salía en ese momento. No era Federico, su esposo, como esperaba Paula, sino Pedro. Paula se acercó a ellos.


—¡Tengo visita!


—Ya le dije que no andarías lejos —dijo Brenda sonriendo—. Traemos pescado fresco, hortalizas para hacer ensalada y tus galletas preferidas, que te ha hecho Rosa. Iba a quedarme a pasar la noche, pero llevo toda la semana espiando a una familia de martín pescadores y Federico acaba de ver una de las crías. Va a venir a recogerme.


—Lo que pasa es que no soporta pasar la noche sin tí —intervino Pedro. 


Llevaba gafas de sol y caminaba con rigidez. No intentó bajar los tres escalones del porche que lo separaban de Paula.


—Sea como sea, Federico va a venir a recogerme en el helicóptero dentro de media hora —afirmó Brfenda alegremente—. Paula, prométeme que no dejarás conducir el camión a Pedro.


—Tiene conducción automática —protestó éste.


—Sí y ya sabemos lo bien que funciona eso por estas tierras.


—Solo necesita un poco de ajuste —contestó Pedro.

Eres Para Mí: Capítulo 46

 —Prefiero que comamos aquí. Podríamos hablar del proyecto que me has propuesto hace un rato. Yo tomaré notas y haré dibujos, mientras me explicas lo que quieres. Y tal vez, cuando me vaya, nos despediremos con un beso y la promesa de volver a vernos pronto.


—¿Eso es lo que quieres hacer esta noche?


—Sí, ¿Te parece aburrido?


—En absoluto.


La noche se desarrolló de forma mágica debido al hermoso entorno, la creatividad y la imaginación, por no hablar del flirteo y las caricias. Cuando Pedro la acompañó al coche, después de insistir en que se fuera a casa en él, ya habían hecho planes para la empresa de ella y para que viviera en una de las cabañas de Cooper Creek, a partir de la semana siguiente. Paula se había rendido a lo que había entre ellos, fuera lo que fuese. Había dejado de lado las defensas para ver dónde la llevaría, lo cual tal vez era el mejor regalo de aquella noche: su disposición a creer en que podría hacer realidad aquello con lo que soñaba… Con la ayuda de un amigo.



Una semana después, tras haber vendido parte de lo que había en su piso y dejado los objetos más valiosos en casa de Rosa, Paula se dirigió a su nueva residencia. Volvía a tener la camioneta, que funcionaba mejor que nunca, debido a que le habían cambiado el motor y los neumáticos, además de haberle instalado Internet, GPS y radio. Era increíble. Al intentar pagar, Pedro se había negado mirándola con dureza. Al plantearle pagar el alquiler, él le dijo: «Como te rompí la tienda de campaña, ahora te dejo una de mis cabañas. Me parece un intercambio justo. Además hay varias plantas en ella que espero que mantengas con vida». Y allí estaba, aparcando delante de una cabaña construida con paredes de adobe y un tejado de chapa con placas solares. Parecía que haría fresco en el interior, incluso sin encender el aire acondicionado. Había tanques de hormigón con agua enterrados y protegidos por muros de rocas. Era un espacio funcional, pero no bonito. Se lo veía muy abandonado, aunque tenía posibilidades. Había que plantar árboles y arbustos alrededor de la cabaña y de la que había al lado. Pedro le había dicho que había un sistema para reciclar aguas residuales. Cada cabaña disponía de dos o tres dormitorios, cuarto de baño, salón, cuarto de estar y cocina. Los muebles eran de calidad y los colores relajantes. Había hermosas fotos de paisajes que había hecho Brenda, la cuñada de Pedro. Metió las cajas que había llevado, salió al porche y miró hacia el horizonte. Se estiró y comenzó a dar vueltas sobre sí misma, entusiasmada por su buena suerte, aunque se debiera a la desgracia de Pedro.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 45

 —Sobre todo, para que te calles —murmuró él posando los labios en los de ella y tentándola hasta que abrió la boca.


No fue como el beso anterior. Él no pareció necesitar hacer más preguntas sin palabras cuyas respuestas ya conocía. El juego se transformó en apasionado deseo tan deprisa que ella estuvo a punto de ahogarse. Se aferró a él, que la acarició y le introdujo los dedos en el cabello para atraerla más hacia sí. Llevaba semanas pensando en él, pero estar en su compañía era mucho mejor de lo que se había imaginado. El agua era una de sus cosas preferidas y Pedro se estaba convirtiendo en una de sus personas preferidas. Ambas cosas unidas la dejaron sin defensas. Fue Pedro el que cesó de besarla.


—Creo que necesito calmarme —dijo al tiempo que salía de la piscina caliente y se metía en la piscina de entrenamiento.


¡Qué atractivo era, a pesar de las cicatrices y la pierna herida! Y quería que ella, que no era nada especial, formara parte de su vida e iba a esforzarse mucho en conseguirlo, lo que, en su opinión, lo hacía aún más deseable. Lo observó mientras se hacía un par de largos con brazadas lentas y precisas.


—Tener una cita contigo está muy bien —dijo ella, cuando él llegó a su lado y no siguió nadando—. Aunque más bien pareces mi hada madrina que mi príncipe azul.


—Lo tendré en cuenta.


Pedro salió de la piscina y agarró una toalla del montón que había en una mesita. Se secó y se la enrolló a la cintura. Ella también salió del agua y él le tendió otra toalla.


—Nunca me he preocupado de casi nada, salvo de cuidar de mí misma. Nunca ha habido un príncipe azul en el horizonte, antes de que aparecieras caído del cielo.


—¿No me has dicho que era tu hada madrina?


—Sí, bueno, tal vez seas las dos cosas. Nunca he tenido una relación con un hombre. Ni siquiera he intentado confiar en alguno y preocuparme de su bienestar en la misma medida que del mío. No he tenido precisamente buenos modelos. He tenido sexo sin compromiso; aventuras de una noche que me han ayudado a conservar la autoestima.


—Deberías trabajarla.


—Lo hago. Y me estás ayudando al ofrecerme posibilidades con las que no soñaba. Me cuesta asimilar tantas cosas. Tu mundo no es el mío, aunque hagas lo posible para que me parezca normal. Para mí, todo esto es demasiado, así que te agradezco la paciencia.


—De nada, aunque todo esto forma parte de mi plan de dominación —se acabó de secar el cabello—. ¿Nos tomamos una cerveza y cenamos? ¿Tienes hambre? Hay un restaurante a la orilla del río, si te apetece cenar fuera. O podemos pedir comida para llevar.


Ella tenía el cabello mojado, iba sin maquillar e iba a vestirse con ropa informal y bonita. No deseaba incorporar a nadie más a la noche.

Eres Para Mí: Capítulo 44

¿Podía rechazar la cautivadora confianza de Pedro? No.


—Me mataré a trabajar hasta que te satisfaga mi trabajo. No voy a decepcionarte.


—Lo sé.


—Y creo que no debemos estropear mi oportunidad de oro teniendo sexo ahora. Como has dicho, es demasiado pronto —pero cómo deseaba ella estropearla—. Es muy caballeroso por tu parte.


—Recuerda que apuesto a largo plazo —la miró con un brillo desafiante en los ojos—. Lo primero, clases de natación. Empújate con los pies desde el asiento, extiende los brazos y el agua te traerá hacia mí.


—Pero hay burbujas en el centro.


—Pues te harán cosquillas. Hazme caso, el cuerpo te responderá. No lo pienses demasiado.


Unos segundos después, las manos de ella chocaron contra el torso masculino y tuvo que esforzarse para no aferrarse a él. Hizo pie y se sonrojó al tiempo que apartaba las manos.


—Lo único que querías era que te tocara tu hermoso cuerpo.


—Mi antiguo hermoso cuerpo —dijo él en tono seco—. Pero tienes razón en lo de que deseo que me toques. Ahora date la vuelta y vuelve a deslizarte hacia el otro lado empujándote con los pies. No bajes las piernas hasta que toques la pared.


Pronto se estaba deslizando por toda la piscina, dirigida por Pedro.


—Ganar control es adictivo —dijo él, al final, cuando ella se sentó de nuevo en el spa, con mayor sensación de seguridad que al principio—. Ya sea controlar lo que haces o dirigir a otros, es emocionante. Al cabo de un tiempo se convierte en una segunda naturaleza y empiezas a pensar que sabes más y tomas mejores decisiones que los demás, lo cual, naturalmente, es una tontería, pero nadie te lo dice a la cara porque eres el jefe. Al final, esa forma de pensar acaba por invadir todos los aspectos de tu vida, incluidas las relaciones sentimentales.


—¿Así que eres dominante en la cama?


—¿Te gustaría que lo fuera? —preguntó él con una sonrisa pícara.


Ella se sumergió hasta la barbilla, para disimular el rubor de las mejillas.


—Me gusta tomarte el pelo. Picas fácilmente.


Ella lo salpicó y al cabo de unos segundos ambos se dedicaron a salpicarse mutuamente como si fueran dos adolescentes. Pedro la acorraló contra la pared de la piscina sosteniéndola con los brazos bajo los hombros de ella, que chocaba contra su cuerpo de distintas e interesantes maneras.


—Esto no lo hacen las mujeres con las que salgo —murmuro él.


—¿El qué? ¿Regañarte?


—Ni me regañan, ni me retan, ni me reprenden. Pero me encanta que lo hagas, Cenicienta.


—Es que a Cenicienta no la educaron para ser una dama.


—Tengo que besarte.


Se le daba bien ponerse dramático, ¿O era pura estupidez? En cualquier caso, a ella le encantaba.


—¿Porque estás perdidamente enamorado?


Él se le acercó hasta que sus labios casi se rozaron, y ella no se apartó.

Eres Para Mí: Capítulo 43

 —¿Hablas en serio?


—Por supuesto. Y puedes considerarlo un acto caritativo o una recompensa por haberme salvado la vida. No voy a negar que lo primero que me llamó la atención fue tu valentía.


—¿Me consideras valiente?


—Sí. Cuando me hice cargo de Jeddah Creek, a los diecisiete años, tenía aguante, determinación y capacidad de superación. Y en ti veo lo mismo. Por aquel entonces, Enrique, Brenda, Federico y otros me ayudaron, lo cual me encarriló hacia un futuro con el que no había soñado. Aún no había terminado de hablar.


—No quiero quitarte nada. No quiero privarte de la oportunidad de trabajar, crecer y viajar, pero quiero que, como yo, tengas ayuda. Y te la ofrezco por adelantado. Quiero verte triunfar.


¿Podía confiar en él? ¿Podía confiar en su propio instinto, cuando lo que le ofrecía era demasiado bonito para ser verdad? Él se recostó y cerró los ojos, probablemente para no verla con la boca abierta ante su generosidad.


—Dí que sí.


—¿Quieres verme triunfar?


—Por supuesto.


—¿Sin condiciones? ¿Aunque no acabe en tu cama esta noche? Él alzó la cabeza y la miró con los ojos entrecerrados.


—Eso lo excluyo, de momento. Yo apuesto a largo plazo. Pero, aunque acabemos teniendo una relación romántica, mi oferta seguirá en pie. Quiero que consigas el futuro laboral que te apasiona.


Se desplazó al otro extremo de la piscina y se volvió a mirarla.


—Acepta el contrato.


Rosa ponía las manos en el fuego por él. Era una oportunidad única.


—¿Qué pasará si tenemos una aventura muy corta e intensa y nos damos cuenta de que no somos compatibles?


—Seguirás teniendo una empresa que no tendrá nada que ver conmigo y un lucrativo proyecto de jardinería acabado o a punto de hacerlo. Tu trabajo hablará por sí mismo y tendrás otros proyectos que no se relacionarán conmigo. Intento ponerte en una situación, Paula, en que, con independencia de lo que suceda, salgas ganando.


—¿Aunque tú salgas perdiendo?


—Habré tenido una oportunidad contigo. 


¿Eso es salir perdiendo? ¿Acaso él no tenía miedo? ¿Y si le entregaba el corazón y ella se lo destrozaba? ¿Qué veía en ella al mirarla tan fijamente?


—¿No te da miedo entregarle el corazón a la persona equivocada?


—Tú y yo tenemos mucho en común. No confiamos en los demás fácilmente. La gente nos ha decepcionado, lo que quiere decir que uno de los dos tiene que ser el primero en decir que confía en el otro y que está dispuesto a enfrentarse a lo que eso conlleva. No creo que vayas a fallarme y tengo la certeza absoluta de que yo no voy a fallarte. ¿No te parece un buen comienzo para la relación que vayamos a tener, sea cual sea?

Eres Para Mí: Capítulo 42

El biquini que había elegido ahora le parecía mucho más pequeño que en la tienda. Le realzaba las curvas y las piernas. Tenía músculos de trabajar en los jardines, y el ondulado cabello le llegaba hasta más abajo de la cintura. No se maquillaba ni se hacía tratamientos de belleza, pero estaba sana, era joven y tenía buena dentadura. Y cuando se puso la bata de seda que hacía juego con el biquini, casi se sintió hermosa. Era difícil no sentirse especial en aquel entorno. Su momento «Cenicienta» se produjo con los pies descalzos, una inmensa piscina y Pedro casi desnudo. Las bermudas no le ocultaban las cicatrices que le cubrían el cuerpo y él ni siquiera lo intentó al sentarse en el borde del spa esperando que ella hiciera lo mismo. La miró con admiración al acercarse.


—Suelo empezar por la piscina caliente —dijo él—. En el centro es más profunda, pero, de cualquier modo, harás pie. ¿Todo bien? ¿Te sientes segura?


—Sí.


Él se metió en el agua y ella se quitó la bata y se sumergió en el agua caliente.


—Es la primera vez que estoy en un spa.


—Busca un asiento, apoya la cabeza en el reposacabezas y déjate llevar —ella lo hizo, pero, al no haber nada a lo que agarrarse, no se relajó.


Él se acomodó a su lado y la tomó de la mano para sujetarla.


—Relájate —murmuró él—. Si los brazos y piernas quieren flotar, déjalos.


—Creo que tomarnos de la mano es lo nuestro —ella no se la soltó, pero tampoco se la apretó. Cerró los ojos, apoyó la cabeza y suspiró de placer—. Qué agradable. En mi piso no hay de esto. Ni siquiera tiene bañera.


—¿Cómo te sientes ahora que vas a empezar a trabajar? El dueño del vivero la había llamado el día anterior.


—Ya sabes que Rosa alardeaba de mi nuevo trabajo, pero ha habido un cambio de planes.


—Cuéntame.


—El hijo del dueño ha vuelto del extranjero y está «Valorando las opciones», en palabras de su padre. De momento, no quieren que vaya. Puede que ni ahora ni nunca. Dentro de un par de meses me dirán algo — suspiró—. Creo que puedo irme despidiendo de Cairns —soltó la mano de Pedro para apartarse un mechón de cabello del rostro y ponérselo detrás de la oreja—. Qué decepción.


—Trabaja para mí. Mejor aún, te ayudaré con el papeleo para que fundes tu propia empresa y puedes trabajar para mí como empresaria.


—Odias mi proyecto para los jardines de las cabañas ecológicas.


—Odiar es un término demasiado fuerte.


—No me lo niegues.


—Esta vez quiero ofrecerte instrucciones adecuadas para el proyecto. Quiero que te instales en una de las cabañas durante un par de meses. Hay otra cerca, a la que irá gente. Hazte una idea de la reacción de los visitantes y de cómo interactúan con el entorno y vuelve a presentarme los planos para los jardines. Te haré un contrato de tres meses para que los desarrolles y termines.

Eres Para Mí: Capítulo 41

 —¿Esto es una cita? —necesitaba saberlo—. ¿O solo es una muestra de agradecimiento por lo increíble que soy?


—Es una cita. Aunque también interviene que seas increíble y que yo te esté agradecido. ¿Tenemos que darle tantas vueltas? Porque si es así, has de saber que el agua ayuda. ¿Tienes un problema? Date una ducha. ¿El día ha sido largo y pesado? La piscina y el spa te ayudan a relajarte.


—Me alegra que valores tanto el agua.


—Ya sabes dónde me crié. Las duchas eran de tres minutos y no podías esperar a que el agua se calentara. El agua es vida, y por eso la has incluido en los planos para las cabañas ecológicas. Para tí, el lujo consiste en que haya agua disponible para todos —se metió las manos en los bolsillos del pantalón—. Te he comprado unos diarios sobre cuidados del jardín escritos por un granjero de esta zona. Los tienes encima de la cama.


«¡Qué regalo!», pensó ella.


—Pedro, no sé qué decir.


—Pues dime que los leerás y que retomarás el proyecto para los jardines de las cabañas. Mi lema es que nunca hay que dejar de aprender y de esforzarse para respetar el equilibrio natural.


Paula comenzaba a respetar mucho a Reid, además de sentir una atracción irresistible hacia él.


—Los leeré, gracias. Nos vemos en la piscina. Pero me quedaré agarrada al borde o a la escalerilla —debía confesarlo—. No sé nadar.


Él no se inmutó. Se encogió de hombros y esbozó una cálida sonrisa.


—¿Quieres aprender?


Pedro sabía para qué lo querían las mujeres; en primer lugar, para acceder a su dinero y a su elevada posición social; su apellido y su vaga relación con la aristocracia inglesa eran secundarios; y no les importaban ni su personalidad ni sus creencias y valores. No veían a la persona. Por eso, Paula era especial. Porque lo veía. Veía al chico que iba a buscarla cuando se alejaba demasiado de la casa, al que se sentaba a la mesa de la cocina a su lado, mientras Rosa la regañaba y le daba agua y galletas. Esos recuerdos competirían con los de la tienda. Y ahora que él le estaba mostrando su mundo esperaba que los uniera todos y el resultado fuera alguien que le cayera bien, porque, a él, ella le encantaba. Paula sabía de dónde procedía y conocía el mismo paisaje, los mismos caminos, idénticos amaneceres y atardeceres. Podía enseñarla a nadar, si estaba dispuesta; si bajaba la guardia y se abría a él.

lunes, 22 de septiembre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 40

El sol se estaba poniendo y la ciudad estaba envuelta en luces de distintos colores. Paula se sentía feliz. Le gustaba la ciudad y la compañía de Pedro, no solo porque se hubiera tomado dos copas de champán y llevara dos mil dólares en ropa en dos bolsas. Aparte de su empeño en proporcionarle una experiencia como la de Cenicienta, su vida y amistades parecían tremendamente normales.


—Me gusta el barrio y tus amigos. Eres muy sociable.


Pedro abrió la puerta de su piso y la introdujo en un espacio de paredes de ladrillo caravista y enormes puertas de cristal, con lujosos muebles y decenas de cuadros. Al otro lado de las puertas de cristal había una terraza con piscina y spa. Paula se lo imaginó relajándose allí, y también a sí misma, gracias a la ropa de baño que le había regalado.


—¿Te gusta?


Quiso decirle algo sarcástico, como que no necesitaba su aprobación, y reprocharle que empleara el dinero en convertir su residencia en Brisbane en un espectáculo, pero no dijo nada. ¿Por qué no podía tener una casa tan bonita en la que uno se sentía acogido y a gusto? ¿Quién era ella para criticarlo por envidia?


—Me encanta. Es preciosa.


—La habitación de invitados es esa puerta, a la izquierda. Mi dormitorio y otras habitaciones están a la derecha; el estudio ocupa la planta superior. Pensaba llevarte esta noche a una isla, para impresionarte —apretó un botón y las puertas de cristal se abrieron deslizándose silenciosamente—. Pero aquí también hay agua. Podemos quedarnos y pedir comida. Y si quieres cerveza, el señor Tanner nos la traerá.


—Lo dices como si estuviéramos en un tugurio. La idea que yo tenía de esta noche no era ni de lejos esta clase de lujo. ¿No era eso lo que querías enseñarme?


—No exactamente.


—Quiero que sepas que yo también compro comida para llevar y cerveza y me relajo en casa, igual que tú.


Tal vez su piso de alquiler, en el fondo, fuera igual que aquel; un lugar para cocinar y dormir. Echó una mirada a su alrededor. ¿Quién era ella para privarlo de sus fantasías?


—¿Así que me cambio y nos vemos en la piscina?


—Me parece bien —contestó él con ojos risueños—. Hay una puerta en la habitación que da a un patio desde el que se puede acceder a la piscina. Teniendo en cuenta que montaste una tienda de campaña en el desierto para proteger a un piloto herido, durante una tormenta de arena, seguro que encuentras la puerta.


—¿Aún sigues insistiendo en eso? —no entendía por qué—. Tú habrías hecho lo mismo.


—Quisiera creerlo, pero eso no quita valor a tu acción. Soy una persona increíble, y tú también.


Su seguridad en sí mismo era contagiosa, y Paula se echó a reír.

Eres Para Mí: Capítulo 39

 —Ya ves a la insubordinación a que me enfrento, Adriana. Ayúdame.


—Pero Paula —dijo Adriana acercándose a ella— hoy han entrado pocos clientes, por lo que, de cara a mi comisión, te ruego que dejes que pague él. Nunca viene por aquí, va a la tienda de bicicletas y al restaurante tailandés que hay al lado, pero aquí nunca.


Paula no se creyó ni una palabra. Lo más probable era que Pedro fuera a la tienda todas las semanas.


—Ni una sola vez, Paula —insistió Adriana—. Pedro, ve a comprar unos rollos de primavera, mientras abro una botella de champán. Estamos ocupadas.


—Adriana es la vecina de al lado —Pedro sacó una tarjeta de crédito y la dejó en el mostrador—. Esta noche, Paula es Cenicienta, y tú, su hada madrina. Nos vamos a bañar más tarde. Si le cobras algo de lo que compre, te duplicaré el alquiler, ¿Entendido?


—Perfectamente. Vete de una vez.


Pedro se marchó y Adriana soltó un bufido, mientras Ari sonreía.


—¡Qué hombre! —exclamó Adriana mientras colgaba el cartel de «Cerrado»—. Intenta hacerse el duro, pero es un chico de campo con mucho dinero y el ferviente deseo de mejorar la vida de los que lo rodean. Y es verdad que nunca había estado aquí. Debes de ser especial.


—No, soy… De la casa en que se crió.


—Pues eso ya es bastante especial. ¿Quieres bañador o biquini?


—¿Biquini? No lo sé. No suelo nadar. Me meto hasta la cintura en el mar y me quedó agarrada al borde en la piscina.


—No va a dejar que te ahogues. ¿Qué te parece un biquini con un pareo y una falda a juego? En rojo coral y azul. Soy tu hada madrina y él me ha dejado la tarjeta de crédito en el mostrador, con la que puede permitirse comprar seda de diseño.


—Pero no quiero que pague.


Adriana desapareció tras una cortina y volvió con prendas de seda colgadas del brazo. Se las enseñó.


—Creo que esta es tu talla. Te sentarán de maravilla. Pruébatelas.


—No.


Adriana los interpretó como un sí.


—No parece que ninguna de ellas vaya a cubrirme mucho.


—Voy a abrir el champán y nos pondremos manos a la obra. Podemos taparte más, si es lo que quieres.


Y en una boutique, un viernes por la tarde, tomaron champán y queso brie, mermelada de higos y galletas saladas. Cuando Pedro volvió, Adriana había añadido a las prendas anteriores unos pantalones, una blusa de seda sin mangas y unas sandalias de cuero. Pedro volvió con comida para diez personas, y Adriana sacó platos y tenedores. Poco después llegó un hombre con una gran jarra de cerveza. Fue una forma extraña de pasar la tarde, que no parecía propia de un multimillonario. Paula se divirtió con las historias que Adriana y el señor Tanner, que era el dueño del bar de al lado, les contaron sobre los clientes, mientras comían y bebían. Cuando salieron de la tienda, lo sabía todo del esposo de Adriana y de su nieta de un año, y de la cerveza experimental de fruta de la pasión del señor Tanner, que necesitaba refinarse, porque él mismo reconocía que sabía muy mal.

Eres Para Mí: Capítulo 38

Pero el coche pitaba cada vez que se acercaba demasiado a otros y, básicamente, le indicó que estaba conduciendo mal durante todo el trayecto hasta la residencia de Pedro, cuya dirección él había introducido en el ordenador del vehículo.


—Me desbordan tantas útiles sugerencias de conducción y admiro lo bien que funciona el aire acondicionado —dijo ella al introducir el vehículo en el estacionamiento subterráneo—. Puedes quedarte con él. Me gustaría que me devolvierais mi vieja camioneta esta noche, por favor. ¿Dónde estamos?


—En Hamilton. Vivo aquí cuando estoy en Brisbane. Muchos de los ingenieros de mi equipo también residen aquí. Hay una serie de comercios cruzando la calle, dos boutiques, restaurantes y un bar.


—¿Me estás diciendo que posees el edificio entero de pisos y también los comercios?


Su silencio la sobresaltó.


—O sea, que sí. Yo ni siquiera… Somos muy distintos.


—No tanto. Voy a demostrártelo. Estaciona al lado del ascensor.


Paula se bajó del vehículo con dificultad, pero no se quejó. Seguro que Cenicienta lo pasó muy mal para subirse y bajarse de la carroza, con aquel vestido. Pedro no la condujo al ascensor, sino a la entrada del estacionamiento.


—Vamos a ir a mi casa, pero primero compraremos comida para llevar y cerveza. Y antes de cenar nos bañaremos, lo que creo que te gustará. Una de las tiendas vende trajes de baño. Todo forma parte del trato de ser Cenicienta. O, si lo prefieres, es el pago por haberme tomado de la mano y haberme atormentado con la lectura de la clasificación de plantas.


—Estaba estudiando.


—¡Apenas estaba consciente, por lo que no podía protestar!


—Lo siento, pero intentaba que ambos dejáramos de pensar en la situación en que nos hallábamos. Horrible, por cierto.


—Justamente —dijo él riendo—. Y te enfrentaste a ella de forma magnífica, así que te regalo lo que compres. También puedes bañarte desnuda: No tengo nada que objetar.


O no bañarse, la opción más probable, pensó ella. Pero entraron juntos en la boutique y Paula se dió cuenta inmediatamente de que los precios no estaban a su alcance. ¿Cómo iba a permitirse pagar cientos de dólares por dos trocitos de tela, por no hablar de otros cientos más por el pareo y la falda que los acompañaban? Pedro se dirigió al mostrador y a la sonriente mujer que había tras él.


—Pedro, que placer verte por aquí —dijo la mujer con voz cálida.


—Adriana, te presento a Paula. La he secuestrado esta tarde y necesita un traje de baño.


—Que pagaré yo, diga lo que diga él. Voy a buscar entre las prendas rebajadas.

Eres Para Mí: Capítulo 37

Diez minutos después, tras las indicaciones de Pedro, llegaron a una especie de taller en el centro de Brisbane. Las puertas estaban abiertas y Paula vió varios vehículos en el interior.


—Entra. Creo que el aparcamiento número tres estará vacío.


—¿Qué es esto?


—El lugar donde mi equipo convierte los coches en vehículos eléctricos. No te preocupes. Probablemente el tuyo sea imposible de reconvertir. Pero aquí trabajan mecánicos e ingenieros que pueden echarle un vistazo y dejártelo en buenas condiciones.


Paula estacionó en la plaza indicada. Pedro se bajó inmediatamente para hablar con un hombre de cabello castaño y barba canosa. Ambos se volvieron cuando ella se acercó.


—Ari, te presento a Sergio. Es quien examina mis diseños de motores y me dice que estoy soñando.


—Hola —dijo Sergio—. Echaremos un vistazo a la camioneta y te llamaremos cuando esté lista. Mientras tanto, vamos a darte un vehículo de repuesto, a petición de Pedro.


Sergio los condujo hasta un todoterreno que parecía nuevo y les hizo una descripción técnica del vehículo de la que Paula no entendió prácticamente nada, aunque no dejó de asentir. Ambos la miraron con expresión divertida.


—¿Qué pasa? Estoy admirando un coche que puede circular por esta zona. Espero que me lleve donde quiero ir.


—Muy bien, porque he pedido que te lo preparen especialmente para tí —dijo Pedro abriéndole la puerta del conductor—. Incluso sin haber hallado el modo de convencerte para que lo aceptes. Aún.


Paula echó la cartera al asiento, se agarró a un asidero y se montó. ¿Cómo iba a rechazar un regalo que le permitiría desplazarse por aquella zona? Pedro se quedó donde estaba, con los brazos cruzados.


—¿Quieres que le pongan un estribo?


—Solo lo voy a conducir hoy, con independencia de lo que te imagines. 


Ella aspiró el olor a nuevo y observó todos los accesorios.


—Supongo que no será de conducción automática.


—No, a menos que quieras, aunque creo que el equipo lo ha programado para serlo. Pero hay que probarlo en el desierto.


—¿Es otro prototipo?


—Todo lo que sale de este taller es un prototipo.


El vehículo era muy fácil de conducir, además de muy cómodo. Las ventanas quedaban perfectamente cerradas y no se oía silbar el viento, el salpicadero no crujía y el aire acondicionado funcionaba de verdad. Solo por ese detalle, los principios de Paula comenzaron a flaquear.


—¿Es fácil de conducir? —preguntó él.


—Me parece que soy una princesa en su carroza dorada. Buen trabajo.


La suave risa de él la alegró. ¿Qué tenía aquel hombre que la hacía desear mucho más?

Eres Para Mí: Capítulo 36

Además, se había molestado en ir a esperarla. Ella le había dicho que le había gustado el tiempo que pasaron en la tienda porque se sintió útil. Y allí estaba él pidiéndole que lo llevara a casa y cediéndole el control. Nunca había visto una dinámica de relación como la que le ofrecía. ¿Se daba cuenta de la debilidad de sus defensas contra él?


—Lo haré, pero con una condición. No me vistas de gala ni me lleves a la ópera ni a bailar ni a un restaurante caro.


—Como quieras.


—¿Cómo has venido?


—En taxi.


—¿Y cómo sabías que esta era mi camioneta?


—Rosa me dijo que conducías una Toyota Hilux de treinta años. Y ésta tiene polvo rojo en los neumáticos. No ha sido difícil dar con ella.


—La puerta del copiloto esta abierta. Súbete.


—¿No la cierras con llave? —preguntó él agarrando el picaporte.


—¿Quién la querría? Además, las cerraduras llevan años sin funcionar. Tenemos que ir al taller más cercano. Casi he llegado tarde al examen porque no arrancaba. Creo que es la batería.


Había estacionado cuesta abajo y no había ningún coche delante. Tras dos intentos de arrancarla, la puso en punto muerto, soltó el freno de mano y dejó que se deslizara por la cuesta hasta poder ponerla en marcha. Metió segunda y se pusieron de camino.


—Buena chica —dijo ella dando palmaditas en el salpicadero.


—Qué interesante —murmuró él—. ¿También sabes conducir ganado o arreglar una alambrada?


—¿Eso te excita?


—Nunca me había excitado. Me resultaba interesante, pero no necesariamente un motivo para ir detrás de una mujer. Debes de ser tú.


Paula le agradeció su sinceridad, pero tenía la seguridad de que su interés por ella no duraría mucho. 


-¿Sabes lo que voy a hacer? Para ahorrarnos muchos problemas, voy a enseñarte cómo soy en realidad.


—Me muero de ganas. ¿Cómo, si no, vamos a conocernos? ¿Qué planes tenías para esta tarde, antes de mi llegada?


—Ir al taller. Si solo se trataba de comprar una batería nueva, pensaba irme a casa, comprar comida tailandesa para llevar en el restaurante de mi calle, poner música y abrirme una cerveza. Así soy yo — como miraba la carretera, no pudo ver la reacción de él ante su gran noche de celebración—. Puede que hubiera cantado y hubiera brindado por haber llevado a cabo mi plan de estudios. Si quieres, puedes formar parte de la celebración. No me aferro al plan de ser Cenicienta.


—Se me ocurre una idea mejor.

viernes, 19 de septiembre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 35

 —Es lo que dice Rosa. Me ha contado que, hace muchos años, tu madre y ella estaban atendiendo a los jugadores de una partida de cartas y que mi padre estaba perdiendo mucho dinero. Iba a apostar la granja, cuando tu madre se cayó mientras servía a los jugadores algo de beber. Les dijo que acababa de romper aguas. No era así, ya que tardaste otras dos semanas en nacer, pero, según Rosa, mi padre se apartó de la mesa de juego el tiempo suficiente para recuperar la cordura. Mi madre le dijo que había oído a los invitados discutir estrategias para ganarle. Estaban conchabados contra él.


—Qué desagradable.


—Él le preguntó cómo podía agradecérselo y ella le pidió seguridad económica para su futura hija, por lo que le dio dinero para comprarse una casa. Esa es una de las historias. Tengo otras y ninguna de ellas indica que seamos parientes.


—Es un alivio.


—¿No quieres ser la heredera desconocida de los Alfonso?


—De ningún modo.


—No somos tan malos.


—Nos hemos besado.


—Sí —murmuró él—. Tener que experimentar sentimientos fraternales sería difícil, dada nuestra ardiente conexión.


—No es ardiente.


—¿Incendiaria? ¿Explosiva?


—Pedro…


—¿No quieres que te cuente las otras historias sobre el motivo de que, hace veintitrés años, mi padre diera a tu madre doscientos cincuenta mil dólares?


—Espero que no quieras recuperar el dinero. No lo tengo.


—Lo sé.


A ella no le hizo gracia que supiera tanto de su vida. ¿Se había informado? ¿Le había contado Rosa cuál era la situación con su padrastro y su hermanastro? Porque, sinceramente, a ella ya le daba igual que le hubieran dado la espalda en cuanto murió su madre. Incluso, al final, esta se había apartado de ella para contentarlos. Se había sentido muy sola y, si Rosa no le hubiera proporcionado un hogar, no sabría qué habría hecho. Hacía años que había dejado de considerarlos su familia. Sola, estaba bien.


—Así que esa es tu expresión de enfado. Ojalá pudiera verla mejor.


—¿Ah, sí?


—Y me encanta el tono desafiante de tu voz. Te prometo que me portaré bien.


—¿Siempre eres tan gracioso?


—Estás de mal humor. Intento animarte. Lo único que tienes que hacer es arrancar la camioneta, acompañarme durante el resto de la tarde y llevarme a casa.


Paula cedió con un suspiro. Él ya había conseguido que se olvidara del examen. Su capacidad para animar a otra persona era tan buena como decía.

Eres Para Mí: Capítulo 34

 —Más bien pensaba en revisarlos —Pedro se había dado cuenta de que ella estaba de mal humor y no sabía si se debía a que hubiera aparecido sin invitación. Pero se le daba muy bien animar a los demás.


—¿Qué tal el examen? —tal vez fuera ese el problema. Si ella necesitaba desahogarse, la escucharía.


—Fatal. No quiero hablar de ello.


—¿Qué quieres hacer esta tarde? Porque estoy aquí para hacerlo realidad. 


Era evidente que Pedro, multimillonario, de elevado cociente intelectual y diseñador de motores revolucionarios, no sabía lo que era el fracaso. Y aunque lo supiera, Paula no quería hablar del examen.


—Has venido.


—Te dije que lo haría. Y soy hombre de palabra —le sonrió—.Vamos a celebrar que has acabado el curso. Es importante.


—No en tu mundo.


Él se echó hacia atrás el sombrero que llevaba y ella le vió los ojos con más claridad. Eran verdes. Una cicatriz le partía la ceja.


—Parte del año vivo aquí, en Brisbane. Me gustaría mostrarte mi mundo, si quieres conocerlo. Pero hay un problema: Me tendrás que llevar a casa en la furgoneta. No puedo conducir. Sigo sin ver bien.


—¿Volverás a hacerlo?


—No se sabe —contestó el encogiéndose de hombros—. La vista me fluctúa, lo cual parece esperanzador. Pero dejemos de hablar de eso. ¿Nunca has querido cenar con un multimillonario herido? Podríamos ser como los protagonistas de Pretty Woman.


—¿Vas a sacar la tarjeta de crédito en todas partes para comprarme ropa y joyas y llevarme a sitios especiales, para que luego tus amigos digan que soy una prostituta?


—Podríamos prescindir de algunas cosas. No sé tocar el piano y no me dan miedo las alturas. El protagonista era un desastre. Y tenía problemas con su padre.


—¿Tú no?


—No. Mi padre era jugador y parece que un mujeriego, pero yo no me enteré hasta la muerte de mi madre, cuando él se desmandó, aunque lo atribuí a la pena. Mientras vivió,  mi padre la trató como a una reina. Sin embargo, ahora que lo pienso, no había demostraciones de cariño entre ellos, pero creía que se debía a lo reservados que son los aristócratas.


—Pues tú no pareces serlo mucho. No te lo tomes como un insulto.


—Gracias por la aclaración —dijo él sonriendo—. No me lo voy a tomar así.


—¿Has tenido suerte en la búsqueda de su hermanastra?


—No. Se han presentado muchas mentirosas. Y hemos hallado algo interesante: Mi padre dió a tu madre una importante cantidad en metálico cuando naciste.


Paula fue a decir algo, pero no lo hizo. Tenía escalofríos. No quería ser la heredera de los Alfonso. La ponía enferma pensar que pudiera ser la hermanastra de Pedro. Lo había besado. Y lo que había sentido no era propio de una hermana.


—Mi padre era un ganadero del norte.

Eres Para Mí: Capítulo 33

Pedro se apoyó en el parachoques de la camioneta de Paula y esperó a que ella se le acercara. Ella lo vió desde lejos y él observó que se detenía durante unos segundos y que agarraba con más fuerza la cartera, pero agachó la cabeza y siguió andando. La había dejado en paz para que estudiara sin distraerse y había averiguado todo lo posible sobre ella. Era hija de padre desconocido y su madre había muerto. Tenía padrastro, un hermanastro más joven y vivía en una casa que su madre había comprado hacía veinticinco años. Rosa le había dicho que no era bien recibida en su casa, por lo que siempre que volvía a Barcoo, la ciudad en la que había crecido, se alojaba en la de su tía. Paula se aferraba a la idea de que, si estudiaba y se esforzaba, conseguiría abrirse camino. Era obstinada, decidida e independiente. Había rechazado su gratitud y su dinero y no concedía mucha importancia al beso que se habían dado. No quería que la ayudara, a pesar de que le serviría para hacer realidad sus sueños y le proporcionaría seguridad económica. Al pedirle a Rosa más información sobre ella, su tía le dijo que la madre se había casado con un mal hombre que le había destruido la autoestima hasta convertirla en un fantasma de lo que había sido. A Paula la azotaba con el cinturón; tenía cicatrices internas y externas que lo demostraban. Pasó una infancia casi privada de afecto. Rosa le había pedido que no le hiciera daño y él prometió que no se lo haría. Quería facilitarle la vida. 


En los medios de comunicación él aparecía como un playboy, el hermano menor del peligroso ex convicto y multimillonario Federico Alfonso y segundo hijo de un aristócrata. Y durante un tiempo, Pedro había hecho honor a su fama, gastando dinero en bellas mujeres, a las que luego presentaba a multimillonarios y barones solteros que se hallaban por encima de él en la escala social. Al conocer a Candela, creyó que sería distinto. Ella no quería su dinero, sino su reputación, su poder y que sus objetivos fueran los mismos que los de ella. Al no conseguirlo, se propuso destruirlo. Después de aquello, se había hartado aún más de las relaciones sociales y rara vez confiaba en otra persona. Pero Paula…


—He recibido los planos de los alrededores de las cabañas ecológicas —dijo, cuando ella se detuvo ante él—. Quieres introducir agua, lo cual aumentará la fauna, que asustará a los turistas de ciudad.



—Me dijiste que las cabañas serían para científicos y ecologistas — contestó ella sonriendo levemente—. Seguro que no tienen problemas.



—Debería ser así, pero la experiencia indica lo contrario.



—Entonces, no uses los planos.


Eres Para Mí: Capítulo 32

 —El diecinueve.


—¿A qué hora?


—A las cuatro. ¿Quieres saber dónde?


—¿Quieres que te dé un beso para desearte suerte?


—Mejor no. Podríamos pasarnos aquí toda la noche —estaba nerviosa porque había creído que un beso bastaría para que él abandonara su objetivo. Ella no tenía nada que pudiera desear un hombre como él. Sentía curiosidad por la mujer que lo había mantenido con vida, eso era todo. Y ahora que la había encontrado, su interés desaparecería rápidamente—. Me alegro de que te hayas recuperado.


—Hasta pronto, Paula —dijo él sonriendo.


—Ya veremos —no formaba parte de su mundo. Si quería volver a verla, tendría que bajar al suyo—. Tengo que trabajar.


Paula escribió una respuesta que sabía que no era la correcta y dejó el bolígrafo al sonar el timbre. El examen había consistido en clasificar plantas vivas, y aunque algunas le resultaban familiares, otras solo las había visto fotografiadas o dibujadas. Recogió las hojas del examen, comprobó que había escrito el nombre en todas ellas y se las entregó al supervisor. Tal vez aprobara por los pelos. Si no lo hacía, tampoco se acabaría el mundo. Repetiría el curso. Salió del aula con la esperanza de que el aire fresco y el sol de la tarde la ayudaran a disipar los malos pensamientos. Mariana, su compañera en la clasificación de plantas, se le acercó.


—¿Cómo te ha ido?


—No lo sé.


—Unos cuantos vamos al bar del campus. ¿Quieres venir?


A diferencia de Paula, Mariana vivía en el campus. Tenía compañeros de estudio, tutores y amigos a los que recurrir. La habían emparejado con Paula en las prácticas de dos asignaturas porque se apellidaba Chamorro. Se esforzaba en que Paula se sintiera parte de su grupo de estudio y de amigos, pero no tenía la culpa de que esta careciera de habilidades sociales.


—Gracias por la invitación, pero voy a lamerme las heridas en privado.


—¿Estás segura? —bajaron las escaleras juntas y se separaron al dividirse el sendero que iba hacia el aparcamiento, por un lado, y hacia la facultad, por el otro—. Si has aprobado las demás asignaturas con buenas notas, pero te suspenden en esta, puedes pedir una revisión de examen. ¿De verdad que no quieres venir?


—Sí, además soy mayor para tí y tus amigos.


—¡Solo eres dos años mayor que yo!


—Pero no voy a ir a beber con vosotros. Nos llamamos, ¿De acuerdo?


—Sí —Mariana le sonrió y la abrazó—. Tengo tu número. No desaparezcas.


—Te prometo que te llamaré. Que lo pases bien.


Paula no quiso decirle que se reservaba para después. Era una posibilidad remota. La promesa de un beso y un «Hasta pronto». Un cuento de hadas.

Eres Para Mí: Capítulo 31

 —Estás jugando conmigo —era lo que hacían los playboys.


—No.


—Eres un playboy y eres rico. Puedes tener a quien quieras. ¿Por qué a mí?


—No soy un playboy, por mucho que insista la prensa sensacionalista. Soy lo bastante inteligente para saber cuándo he descubierto algo que merece la pena. Y nosotros sentimos algo en aquella tienda. Y es algo que quiero explorar.


—¿Y si ha desaparecido?


—No lo ha hecho. Besarnos lo demostrará. Es una prueba. Soy ingeniero y a los ingenieros nos encanta hacer pruebas.


Ella no entendía nada. Le miró los tentadores labios y se preguntó qué se sentiría al recorrerlos con los dedos y probarlos con la lengua. Era innegable que se sentía tentada.


—Solo un beso y, si no nos parece bien, se acabó.


—De acuerdo.


Él le puso un dedo en la barbilla y se la apretó suavemente para levantarle la cabeza. Paula cerró los puños para no tocarlo, por si el beso estaba a la altura de sus imposibles expectativas.


—No sé qué crees que va a suce… —no pudo acabar la frase, porque los labios de él se posaron en los suyos provocándole una oleada de sensaciones. 


La conexión que se había imaginado en la tienda se hallaba en ese beso. Él le puso las manos en los hombros y se las deslizó por los brazos hasta llegar a las manos, que abrió para ponérselas en el pecho, donde el corazón le latía con fuerza. Y el beso continuó, invitándola a un viaje tan lleno de promesas que la hizo temblar. Las lenguas se entrelazaron y él la atrajo hacia sí, sin que ella hiciera nada para evitarlo. Le encantó estar en sus brazos, apretada contra su cuerpo, y el modo en que la saboreaba, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Acabó de besarla en silencio, le tomó el rostro entre las manos y apoyó la frente en la de ella, mientras respiraban agitadamente y el corazón les latía desbocado. Y aunque ella no creía en el amor al primer beso, se dió cuenta de que aquel tenía la intensidad de un rayo.


—Entonces… —se separó de su cálido y musculoso cuerpo.


—Entonces… —dijo él, que parecía muy satisfecho.


—Si inicio una relación contigo, lo más probable es que acabe sin nada. Tengo exámenes y un futuro por el que me estoy esforzando. No puedo abandonarlo simplemente porque tus besos me encanten. Tengo que volver al trabajo.


—En realidad, no hace falta que trabajes esta noche, pero haremos las cosas a tu manera —se apartó de la puerta y la abrió—. ¿Cuándo acabas los exámenes?

miércoles, 17 de septiembre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 30

 —Eso no tiene sentido.


—Lo tiene. Me estoy protegiendo. ¿Por qué voy a desear lo inalcanzable cuando simplemente puedo evitarte? Es un argumento sólido.


—No soy inalcanzable. Estoy aquí, a tu alcance. Y busco a una mujer valiente e ingeniosa que conozca esta tierra tan bien como yo y que no vaya a volverme loco. Ha ganado muchos puntos porque no me quiere ni por mi dinero ni por mi posición social. ¿La conoces?


—No seas testarudo. 


—¿Yo? ¡Mira quién habla!


Pedro se quitó las gafas, probablemente para que ella temblase al fulminarla con la mirada.


—He soñado con volver a verte. Y en mi sueño, las cosas no iban así. Nos acariciábamos y nos demostrábamos afecto, en vez de discutir.


—Yo también tengo sueños maravillosos, pero luego me despierto.


Él suspiró y se levantó apoyándose más en una pierna que en la otra.


—Ya sé cuál es el problema —se acercó al interruptor y apagó la luz—. Así está mejor.


—¿Por qué? —preguntó ella con los nervios de punta—. Nuestras diferencias no van a desaparecer porque des al interruptor. Las cosas no son así.


—Hay mucha gente que cree lo contrario —se quedó con la espalda apoyada en la puerta—. Vamos a hacer un experimento. Te aseguro que no será largo ni difícil. Solo quiero saber claramente lo que sucedió durante la tormenta de arena.


—¿Más allá de hacer una prueba con el helicóptero?


—Me gusta hacer pruebas. 


Ella se levantó y lo miró con recelo.


—Si te pido que te apartes y que dejes que me vaya, ¿Lo harás?


—Desde luego.


Pero no se lo pidió y él no se movió. A ella le picaba la curiosidad y se maldijo por ello.


—¿Qué clase de experimento? —Un beso en la oscuridad.


La experiencia indicaba a Paula que los besos no se debían prodigar. Ella era el resultado de una noche de pasión y había sido educada por una madre que confiaba y se enamoraba fácilmente, por lo que había tenido que pagar un precio. Había aprendido a recelar desde niña. No se oponía al amor ni a la confianza, pero había que ganárselos.

Eres Para Mí: Capítulo 29

 —Me alegro de que te hayan curado. Me gustaría saber los detalles. Era una de las razones para darme a conocer de mi lista.


—¿Has hecho una lista con los pros y los contras? Me gustaría verla.


—No la llevo conmigo —ni pensaba enseñársela—. ¿Cómo está tu brazo?


—Me han puesto clavos en dos sitios.


—¿Y la pierna?


—Han utilizado nuevas técnicas quirúrgicas para regenerar el músculo.


—¿Y la cabeza?


Él se pasó la mano por el rebelde cabello y se lo echó hacia atrás para mostrarle las cicatrices, aún rosadas, que contrastaban con su piel morena.


—Me han quitado un puñado de fragmentos metálicos. De momento, no me han afectado al funcionamiento del cerebro. El nervio óptico del ojo izquierdo se ha dañado de forma permanente, pero podía haber sido peor. Lo hubiera sido de haber permanecido más tiempo en la tienda.


—Me fui al amanecer. La arena… —no podía haberse marchado antes.


—Te estoy muy agradecido, Paula. ¿Por qué crees que llevo tanto tiempo buscándote? Quiero recompensarte. Te debo la vida. Soy muy rico y tengo muchos contactos, así que, si deseas o necesitas algo, pídemelo.


—No hace falta que me recompenses. Me alegro de que te hayas recuperado tan bien y de no haber hecho nada que empeorase tu situación. Se me ha quitado un peso de encima —seguía teniendo pesadillas con su rostro—. Si no te importa, me gustaría recoger semillas en esta zona y puede que alguna planta. No voy a hacer ningún daño y me dijiste que no me denunciarías.


—No lo haré.


—Es lo único que necesito, gracias.


—No me lo creo. ¿Dónde está la camioneta?


—La están reparando. El radiador no funciona, pero me van a poner uno de segunda mano.


—¿Vas a echar mano de tus ahorros para pagarlo?


—No, gracias a este fin de semana trabajando para tu hermano. El sueldo es generoso.


Odiaba las gafas porque le impedían verle los ojos, así que le miró las manos, grandes y delgadas, como el resto de su cuerpo. Llevaba las uñas cortas y el reloj en la muñeca parecía discreto, lo que probablemente implicaba que valía una fortuna.


—Deja que te compre una nueva. Necesitarás un vehículo fiable para ir y volver de Cairns.


—No, es demasiado.


—Para mí, es calderilla.


—Basta, Pedro. Deja de restregarme tu dinero por el rostro. No quiero que seas caritativo conmigo porque nobleza obliga —era el dicho que había utilizado Rosa—. Me encantaría que me consideraras tu igual, pero no lo soy. No tengo ni tu riqueza ni tu posición social. Me gustó que en la tienda ambas cosas dejaran de importar, que necesitaras mi ayuda y que yo tuviera valor por mí misma. Supongo que soy una persona horrible al pensar que te tienes que estar muriendo para que me consideres valiosa, pero así son las cosas. Me gustó cómo conectamos y me sigues cayendo bien, dos razones por las que no quise ponerme en contacto contigo.


Él se inclinó hacia delante apoyando los codos en el escritorio.

Eres Para Mí: Capítulo 28

 —La esposa de un invitado se siente mal —Paula le explicó dónde estaban—. Ha estado a punto de desmayarse cuando han dado la noticia. El hombre está en actitud agresiva y ella está asustada. Él quiere hablar con tu hermano y una cama en la casa para su esposa.


Pedro se pasó la mano por los ojos y se frotó la cabeza. Ella vió la cicatríz, todavía hinchada.


—Sabía que esto sucedería —sacó el móvil y Paula hizo amago de marcharse, pero él la agarró del brazo—. Quédate.


No dejó de mirarla mientras hablaba por teléfono.


—Ya tenemos la primera candidata —dijo a su hermano. Le indicó dónde se hallaba y colgó—. Ven conmigo —sin esperar respuesta, la tomó de la mano y comenzaron a abrirse paso entre la multitud. El calor de su mano despertó en ella recuerdos de cuando estaban en la tienda, con las defensas bajas, y de la conexión que había habido entre ambos—. Lo sabía.


—¿Te has vuelto loco?


—Sabes perfectamente a qué me refiero. No eres tan buena actriz y, a diferencia de la vez anterior, ahora te veo. Creo que tienes los ojos de tu madre. Son muy expresivos.


La condujo por un largo pasillo y pasaron por delante de la biblioteca, varios dormitorios y salones hasta llegar al final, donde había un despacho con estanterías, un enorme escritorio de madera de nogal, una cara alfombra y otros lujosos elementos de decoración.


—Espero que esto no sea tu idea de lo que es una habitación acogedora e informal —¿Creía él que necesitaba que le recordara cuál era su sitio?


—Era el despacho de mi abuelo. Federico tiene que cambiar la decoración —la soltó de la mano y le indicó una silla—. Siéntate.


Ella lo hizo. Él se sentó al escritorio, frente a ella, pero antes cerró la puerta. La estancia estaba iluminada únicamente por las bombillas exteriores colgadas de los árboles, cuya luz entraba a través de una estrecha ventana al otro lado de la habitación.


—Háblame.


—No sé qué decirte.


—Empieza por contarme por qué no te has dado a conocer. Te marchaste sin despedirte. Me prometiste que me despertarías.


—Y lo hice. Pero la fiebre te hacía delirar. Debes saber que hice todo lo que pude por tí. Intenté ayudarte y te ayudé. ¿Qué más quieres de mí?


—Me abandonaste.


—Para buscar ayuda. No te abandoné, quería que te encontraran. Me alegré mucho cuando ví que llegaban a por tí.


Él la miró a los ojos. Ella notó un cosquilleo de excitación. Anhelaba estar cerca de él, deseaba que la acariciara de nuevo, y no para consolarla. Tal vez por eso no se había dado a conocer. No quería intentar revivir la intimidad que experimentaron en la tienda y no hallarla.


—¿Encendemos la luz?


Él le indicó el interruptor al lado de la puerta.


—Como quieras.


Al encenderse los fluorescentes del techo, Paula parpadeó y Pedro se sacó unas gafas de sol del bolsillo y ocultó los ojos tras ellas.


—La luz intensa me hace daño.

Eres Para Mí: Capítulo 27

 —Estoy listo —contestó Pedro, con una sonrisa forzada. 


Cuanto antes acabaran, antes podría hablar con Paula.


Una vez listas las habitaciones de invitados, Rosa dijo a Paula que fuera a echar un vistazo a los preparativos de la comida y la bebida. Ella fue al encuentro de la coordinadora del acontecimiento. Rosa le había indicado que estaba en el bar.


—Hola. Me llamo Paula y formo parte del personal. Me mandan para ver si puedo ayudar en algo.


La mujer le sonrió y le tendió la mano.


—Verónica Connor. Gracias por ofrecerte, pero todo lo que está a mi cargo lo tengo cubierto. Pero han montado una fiesta en el estacionamiento de coches y en el de aviones, y las cosas se están descontrolando. No hemos servido alcohol a los de ahí fuera. Los aviones han venido cargados de botellas.


—Hablaré con los jefes —quería decir que se lo diría a Rosa, que transmitiría la información a quien correspondiera.


—Perfecto. Por lo demás, todo está controlado. El entorno es fantástico para una fiesta. El crepúsculo, la tierra roja, las luces, la música y los modelos que llevan los invitados, que parecen sacados de la portada de Vogue. No había visto nada igual en mi vida, y eso que he trabajado en fiestas en lugares preciosos.


—¡Señorita! —un hombre hizo señas con la mano y Verónica se le acercó—. Mi esposa no se siente bien. Tiene que tumbarse.


—Hay un espacio de primeros auxilios en el salón que hay al final de la galería. Lo acompaño.


—Necesita una cama, no una tirita —le espetó el hombre—. Ha estado a punto de desmayarse cuando se ha anunciado la noticia.


Paula no estaba en la sala cuando se había hecho. Miró a Verónica.


—¿Se refiere a la hermana que están buscando los hermanos? — preguntó ésta.


—¡Sí, sí! Mírela. ¿No nota el parecido?


Pedro y Federico eran altos, delgados y de cabello castaño. Aquella mujer era bajita, regordeta y rubia.


—Necesita una habitación. Tenemos que hablar con lord Alfonso.


—Voy a buscarlo —murmuró Paula.


—Yo me quedo con ellos —dijo Verónica—. Señora, vamos a buscar un sitio para sentarla y le daremos un vaso de agua, mientras esperamos. — Paula y ella se miraron. Estaban haciendo todo lo posible por ayudar, pero aquella situación no entraba dentro de su cometido.


Paula se introdujo entre la multitud en busca de Federico y Brenda. Pedro la encontró primero.


—Paula.


—Ah, hola —dijo ella, como si los multimillonarios la llamaran por su nombre todos los días. 


Se tensó al mirarlo a los ojos y algo hizo clic en su interior, una pieza que faltaba en el rompecabezas que podía darle lecciones sobre la pasión, la obsesión y la fascinación irresistible por otro ser humano. Estaba segura de que podía aprender tales cosas de Pedro, pero no sabía si quería hacerlo. Era Pedro Alfonso y ella no era nadie.

Eres Para Mí: Capítulo 26

Cuando un equipo fue a limpiar la zona del accidente, la tienda y cualquier otro rastro habían desaparecido. Era como si ella nunca hubiera estado allí. Y seis meses después del accidente, su salvadora no había aparecido.


—La he encontrado —dijo Pedro a Federico.


—¿A nuestra hermana?


—No, a la mujer de la tienda de campaña.


Federico lo miró con recelo. Sentado al lado de su cama, en el hospital, había oído a su hermano delirar sobre «La voz». Y cuando por fin se despertó, se quedó perplejo porque, al pedirle Pedro que le diera la mano, le dijo que no quería esa mano, sino la otra. Ante la insistencia de Pedro, había concedido una entrevista al periódico local para, en nombre de la familia, dar las gracias a la persona desconocida que había cuidado de él.


—He encontrado a la mujer que me salvó la vida. Es Paula, la sobrina de Rosa.


—¿Te lo ha dicho ella?


—No, pero todo encaja. Si pudiera meterla en una habitación a oscuras, tocarla y conseguir que hablara conmigo, estaría completamente seguro.


—Es un plan perfecto para que te acusen de agresión —Federico rió, pero dejó de hacerlo al mirarlo a los ojos—. Así que lo dices en serio.


—Es el único modo de saberlo.


—Podrías preguntarle, sencillamente, si es la mujer de la tienda.


—Le he dado la oportunidad de confesarlo. Le he ofrecido trabajo, una beca, alojamiento. Me he inventado un puesto para ella, que no ha aceptado —¿Se notaba su enfado? Desde el accidente tenía mucha menos paciencia. Cuando se te presentaba una oportunidad, había que aprovecharla—. ¿Por qué no ha querido aprovecharlo?


—Cálmate, Pedro. No sabes si es ella.


—Lo sé.


—Estabas inconsciente cuando te encontramos y tenías mucha fiebre. Fue uno de los momentos más terribles de mi vida.


—Es ella.


—Entonces, habla con ella, pero no inmediatamente —dijo Federico en el momento en que apareció Brenda, con un vestido de baile cuyos colores imitaban los de una puesta de sol—. Tenemos que dar un discurso. Yo saludo a la gente y tú le dices que tenemos una hermana a la que estamos buscando.


—Sí, que vengan las impostoras —aparecerían muchas—. Hola, Brenda.


—¿Estás listo? —preguntó su cuñada sonriendo.


No había sido fácil tomar la decisión de revelar la infidelidad de su padre y buscar a su hermanastra. Las pruebas de la infidelidad paterna consistían en la retirada de una importante cantidad de dinero y en dos cartas que Brenda había encontrado el año anterior al renovar la bodega. Habían hablado de buscar a su hermana de forma privada, pero carecían de pistas.

lunes, 15 de septiembre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 25

¿Era la mujer de la tienda de campaña? Él había revelado que alguien lo había cuidado antes de que llegara el helicóptero. Y había publicado un comunicado para que la persona se diera a conocer y tuviera su recompensa. ¿Por qué no lo había hecho?


—Eres muy generoso, Pedro —dijo Rosa. 


Paula asintió sin decir nada. Él se dirigió a la puerta. Por suerte, ya no tenía que usar bastón para caminar ni se chocaba con las paredes por no ver bien. Un hombre tenía su orgullo, incluso cuando lo rechazaban; sobre todo cuando lo rechazaban. ¿Por qué ella no le había dicho nada?


—¿A qué ha venido eso? ¿Siempre es tan servicial? —preguntó Paula con los ojos muy abiertos y una expresión inocente, que no engañó a Rosa, pues no era estúpida.


—Reid siempre ayuda, si puede. Nobleza obliga —Rosa llenó de agua una vasija y le dijo a Paula que la llevara al cuarto de estar del piso de abajo.


—Muy bien. ¿Has visto los prados? —preguntó inmediatamente Paula, dispuesta a hablar de lo que fuera salvo de su encuentro con Pedro y a no reconocer que desearía haberle agarrado la mano y decirle una ridiculez como «Hola, soy yo»—. Hay tantas cosas, aviones, tiendas de campaña, todoterrenos, luces, guirnaldas, sin olvidar los aseos portátiles y la tienda de primeros auxilios, que parece un festival.


—Ha ido ganando importancia con los años, como todo lo que tocan los hermanos Alfonso —Rosa miró a Paula con el ceño fruncido—. ¿Por qué has rechazado la oportunidad que te ha ofrecido Pedro?


—Porque me ha parecido lo correcto.


—Dijeron que había muerto de camino al hospital.


—¿Qué?


—Me lo dijo Brenda. No se ha hecho público, pero el corazón se le paró tres veces en el helicóptero. Pedro es un hombre divertido, incluso cuando las cosas se tuercen. Tuvo que aceptar responsabilidades desde muy joven y eso lo hizo madurar. Pero era fuerte, y creo que ve la misma fuerza en tí.


—Ni siquiera me conoce —lo cual no era del todo verdad.


—Las cabañas ecológicas fueron el primer negocio en el que tuvo éxito. Le siguen importando. Faltan dos semanas para los exámenes y casi un mes para que empieces a trabajar en el vivero. Podrías hacer planos para los jardines antes de irte. Al menos, echa una ojeada al terreno y proponle algo. Si lo sorprendes, no podrías comenzar mejor tu carrera.


—No hablaba en serio -buscaba que ella confesara o tal vez le ofrecía una recompensa por los servicios prestados. «Invertir» en ella no tenía nada que ver con su potencial, sino con la gratitud que él sentía.


—Claro que hablaba en serio. Al menos deberías pensártelo.



Era ella, el ángel que con la tienda, las vendas y los analgésicos le había salvado la vida; la que lo había acariciado y hablado cuando lo necesitaba, contándole cosas de su vida; la que lo había dejado para buscar ayuda. Pero Federico lo había encontrado y, cuando ella volvió, la tienda estaba vacía.

Eres Para Mí: Capítulo 24

Era ella. Tenía que serlo. Sus ojos no se lo confirmaban, pero su cuerpo ansiaba el consuelo de su contacto. Era la mujer misteriosa, su ángel de la guarda, al que llevaba meses buscando. La veía constantemente en sueños, y allí estaba, fingiendo que nada de aquello había ocurrido. ¿Por qué no se lo había dicho? Quería saberlo.


—¿Así que te dedicas a coleccionar plantas raras? 


Ella lo miró asustada y desafiante a la vez. ¿Acaso creía que iba a hacer algo más que darle las gracias y recompensarla por su valor? Él no estaría allí si no lo hubiera encontrado y cuidado hasta que llegó la ayuda.


—Mi hermano y yo tenemos una empresa que ofrece becas de investigación y alojamiento a quienes quieren estudiar los animales y plantas de esta zona.


—Sí, para gente que tiene un título universitario o un doctorado. Yo ni siquiera tengo un título de formación profesional.


—Todavía no —apuntó él.


 Y ella asintió.


—Tienes trabajo en Cairns.


—Es un puesto de ayudante.


—¿No quieres lanzarte a la piscina? —ella vaciló y él se le acercó más—. No te veo bien desde lejos —contempló las largas pestañas de sus expresivos ojos—. Dime si estoy demasiado cerca.


—No —pero se cruzó de brazos. 


Él anhelaba tocarla. Si la tocaba, estaría seguro, pero retrocedió.


—En mi opinión, montar tu propia empresa requiere tres cosas. La primera es la convicción absoluta de que puedes hacerlo.


Ella alzó la barbilla y lo miró a los ojos. A pesar de que ella le había dicho que no era guapa, sus ojos, su generosa boca y la proporción de sus rasgos indicaban lo contario.


—La segunda es tener valor para enfrentarte a la adversidad y capacidad de improvisación. ¿Te ha sucedido algo últimamente que demuestre que posees ambas cosas?


—¿Es esto una entrevista de trabajo?


—Y la tercera es que resulta útil tener mucho dinero.


—Gracias por los consejos —dijo ella sonriendo—. Los tendré en cuenta.


—Si no tienes dinero para empezar, hay inversores que, si logras convencerlos, invertirán para hacer realidad tu sueño. Puedes pedirme que te respalde.


—No, no estoy preparada para asumir semejante responsabilidad. Tengo que formarme más, trabajar con buenos cultivadores, que es lo que voy a hacer. Después, puede que tenga esa convicción de la que hablas y que aún no poseo.


—Ya sabes dónde encontrarme. Y si hay algo de lo que quieras hablar este fin de semana, estoy a tu disposición.


—Tengo que trabajar.

Eres Para Mí: Capítulo 23

Una vez solucionado el tema de los discursos, Pedro apuró el whisky, dejó a su hermano y se dirigió a la cocina en busca de Rosa. El ama de llaves había sido un pilar durante toda su infancia y estaba seguro de que lo recibiría con los brazos abiertos, aunque lo miró con dureza y le habló en tono seco.


—Estás muy delgado.


—Te prometo que estoy intentando solucionarlo. Voy al fisioterapeuta tres veces por semana para fortalecerme la pierna y me tomo una batidos proteínicos asquerosos para desayunar, además de los tres platos habituales.


—Tres tazas de café solo no son un desayuno de tres platos —Rosa lo conocía bien.


—De todos modos, he aumentado el consumo de calorías, por orden del médico, y me siento más fuerte —había tenido la gran suerte de sobrevivir.


—¿Y la vista?


—Estupendamente —nadie quería oír que con un ojo veía borroso y que en el otro le había disminuido la visión periférica; ni que sufría constantes dolores de cabeza, su equilibrio era inestable y tenía escasas posibilidades de volver a pilotar un helicóptero.


—Me acabo de encontrar con Paula en la biblioteca. No la he reconocido hasta que me ha dicho quién era.


—¿Ha encontrado el gato?


—¿Fluffy Wuffy? Sí, y ahora va de nuevo camino de la cárcel.


—Es buena chica. Es la primera de la familia que va a sacarse un título. Y eso que no es que se le dé bien estudiar, sino que no se da por vencida.


—Una cualidad admirable. ¿Qué estudia?


—Jardinería paisajista y horticultura, lo cual le viene bien, ya que le gusta estar al aire libre.


Todo lo que Rosa le estaba contando encajaba con su misteriosa salvadora.


—De eso me acuerdo.


—Dentro de dos semanas hará los dos últimos exámenes y después se marchará a Cairns a trabajar.


—¿En qué?


—En un vivero propiedad de una empresa de paisajismo.


—¿Puede hacer carrera?


—Pregúntaselo —contestó Rosa al ver que Paula entraba en la cocina y se detenía bruscamente al ver a Pedro.


—¿Que me pregunte qué?


—Sobre tu nuevo trabajo. Rosa me ha hablado de lo que estudias. Y me he acordado de que necesito una paisajista para las zonas que rodean las cabañas ecológicas. Hay quince, en grupos de dos o tres, esparcidas por Jeddah Creek —era cierto, pero el trabajo se lo acababa de inventar.


—Aún no estoy preparada para ser empresaria —dijo ella, incómoda.


—¿Tu objetivo a largo plazo es ser tu propia jefa? 


Ella asintió.


—Quiere tener un vivero y cultivar plantas raras —comentó Rosa—. Díselo. Me has hablado de ello de camino aquí.



—Hablaba por hablar —dijo ella palideciendo.

Eres Para Mí: Capítulo 22

Federico carraspeó con fuerza. Pedro no tenía ni idea de lo que estaba pasando.


—¿Te refieres a una persona?


—A un gatito —contestó ella alegremente—. Un gatito gris, de pelo suave y ojos marrones que provoca el caos. Le gusta escaparse del cuarto de baño, cuando está encerrado, y se dedica a tirar jarrones y a esconderse detrás de las cortinas.


—¿Tienes un gato en casa? —preguntó Pedro a su hermano.


—No ha sido idea mía.


—¿Tiene mi sobrina un gato? ¿Lo has dejado salir del cuarto de baño?


—No quiero hablar de eso —Federico hizo una mueca y se pasó la mano por el rostro.


—¿Tiene nombre el gato?


—Fluffy.


—Lo siento, pero no te he oído porque te has tapado la boca con la mano. ¿Me lo repites?


—Fluffy.


—¿Tiene apellido? ¿Fluffy Alfonso? ¿Fluffy Woo?


—No —contestó Federico, que parecía muy molesto con el giro que había tomado la conversación—. Fluffy Wuffy.


Paula, que llevaba unos vaqueros y una camiseta negros y el cabello recogido en una cola de caballo, perseguía al animal. Se movía con la gracia de una bailarina, tal vez lo fuera cuando no limpiaba casas. Tenía el cuello largo y las manos delicadas. Separó las cortinas y agarró una bolita que maulló en señal de protesta.


—Deja de quejarte —murmuró.


Y su voz volvió a resultarle conocida a Pedro. Era de aquella zona. Y la mujer que lo había encontrado durante la tormenta de arena y lo había protegido en una tienda de campaña era de por allí.


—¿Qué coche tienes? —le preguntó, mientras ella apretaba al gatito contra el pecho y se dirigía a la puerta.


—No tengo coche. He venido con Rosa. Perdona. Me alegro de verte, pero debo volver a encerrar al monstruo.


—¿Estarás por aquí después? —no quería que se fuera. 


Estuvo a punto de decirle: «Quédate, no te vayas».


—No lo sé —contestó ella volviéndose hacia él. Estaba lo bastante cerca para que se diera cuenta de que tenía los ojos castaños—. Espero que encuentres a tu hermana.


Se fue y él esperó hasta que dejó de oír sus pasos.


—¿De qué color tiene el cabello? —preguntó a Federico.


—Castaño —su hermano estaba acostumbrado a describirle lo que Pedro no veía bien.


—¿Y los ojos?


—Castaños. ¿Por qué?


—Simple curiosidad.

Eres Para Mí: Capítulo 21

 —¿Quién anda ahí? 


Apareció una mano por detrás del sofá a la que siguió el resto del  cuerpo de una joven apenas salida de la adolescencia. En la otra mano tenía  una escoba y un recogedor, medio lleno de cristales rotos. 


—Hola —dijo en voz baja—. Rosa me ha mandado a barrer los  cristales de un jarrón que se ha roto. Era lo que estaba haciendo cuando  han entrado, así que he decidido no interrumpir su importante  conversación. 


—¿La ha mandado Rosa? ¿Quién es usted? —a Pedro le resultaba  conocida, sobre todo su voz. 


-Paula Chaves. 


¿Debía sonarle? 


—Soy la sobrina de Rosa. Me ha dicho que necesitarían ayuda hoy,  así que aquí estoy. A Brenda le ha parecido bien. De niña, acompañaba aquí  a mi tía, durante las vacaciones de verano. 


Era cierto, pensó Pedro, que, hacía mucho tiempo, Rosa aparecía  acompañada de algún sobrino. De repente recordó a una niña descalza  limpiando cristales con un trapo y mucha energía. Cuando acababa sus  tareas, se entretenía haciendo carreras con coches de juguete. Y si se le  olvidaban los cochecitos o los había perdido, dibujaba en la tierra  utilizando lo que tuviera a mano. Más de una vez se alejaba demasiado de  la casa buscando tierra de otro color, y Rosa lo mandaba a buscarla. Él  era un adolescente y ella debía de tener siete u ocho años. 


—Hacías jardines de rocas. 


—Así es —sonrió y a él lo asaltaron más recuerdos. 


Esa alegre  sonrisa… Se volvió hacia su hermano. 


—¿La recuerdas? Puede que viniera cuando estabas en la cárcel. 


—Tú tampoco te acordabas de mí hasta que te he recordado quién  era, listillo. Así que no te creas tan inteligente —dijo ella. 


Federico tosió para disimular la risa. 


—¿Qué has oído de nuestra conversación? 


—Toda. No estoy sorda. 


Federico volvió a reírse. Pedro no hizo caso de su hermano. 


—¿Quién crees que debería dar el discurso? 


—Oye, que solo soy una empleada. No me preguntes eso. 


Su voz… Se frotó la cicatriz de la cabeza. A veces le picaba con  desesperación. 


—Aunque tu hermano tiene razón al decir que la gente quiere  comprobar que estás bien —prosiguió ella—. ¿Por qué no se levantan  los  dos y uno da la bienvenida, mientras que el otro dice lo que tenga que  decir? A todo el mundo le gusta ver unida a una familia. 


Pedro miró a Federico. 


—Tiene lógica. 


Algo chocó contra una superficie sólida y Pedro notó movimiento a su  alrededor.  


—¿Qué ha sido eso? 


—Eso es uno de los motivos por los que estoy aquí —dijo Paula volviéndose hacia una de las ventanas—. Me han ordenado que lo encierre  en el cuarto de baño de arriba cuando lo atrape. Se ha escapado, creo que  debido a un error humano.

viernes, 12 de septiembre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 20

 -Hazlo —dijo Federico, como si su palabra fuera ley. 


Y sí, era el mayor y estaba en su casa, en tanto que Pedro era simplemente un invitado, pero, ¡Por favor!… Pedro había cumplido treinta años. A los veinticinco se había convertido en multimillonario, debido a su incansable investigación en la fabricación de aviones movidos por energía solar. No le causaba problema alguno cuestionar la autoridad de su hermano. Se acercó a la chimenea, que estaba apagada, y se apoyó en la repisa para no mostrar cuánto le dolía la pierna. Federico se preocuparía más de lo habitual. Aceptó el vaso de whisky que su hermano le tendió y se lo llevó a los labios antes de retomar la discusión.


—Tú eres el que tienes el título —afirmó con placer, porque el título suponía graves responsabilidades—. Eres el cabeza de familia. Tienes que hacerlo tú.


Era la tarde del duodécimo baile anual de la granja de Jeddah Creek y la gente ya estaba llegando y acampando en los prados cercanos a la casa. Una empresa de catering se había hecho cargo del comedor y la cocina que solían utilizar los empleados, y un extremo de salón del baile se estaba convirtiendo en un bar con un surtido de bebidas que sería la envidia de cualquier hotel de una gran ciudad. Hacía meses que todo estaba preparado hasta el último detalle, salvo el de quién daría el discurso de bienvenida y revelaría un secreto familiar que llevaba años oculto.


—Si lo anuncio yo, esa persona no se dará a conocer. Creerá que la voy a asesinar.


—No digas tonterías. Eso pasó hace años —suponiendo que su hermano fuera verdaderamente el responsable de la muerte de un hombre—. Además, fue en defensa propia.


—Lo que está claro es que eres más accesible que yo. Y la gente quiere verte en acción, después del accidente. Quiere saber que vuelves a estar activo.


—¿Acaso no estoy aquí? —Pedro comenzaba a perder terreno—. Lo único que debes decir es que nos hemos enterado de que tenemos una hermanastra y queremos conocerla. Es muy sencillo.


Algo cayó al suelo y ambos se volvieron en dirección al sonido. ¿Había alguien más en la biblioteca? Pedro no vió a nadie, aunque no veía bien con poca luz ni tampoco con un exceso de la misma. Pero a aquella parte de la casa no les estaba permitido acceder a los empleados de la empresa de catering ni a los músicos. Y los invitados especiales aún no habían llegado.

Eres Para Mí: Capítulo 19

 —Seis, y dos salones para los que pernoctan, además de la biblioteca. Así que hay un máximo de doce invitados en la casa y unos quinientos fuera.


—¿Quinientos?


—Pero no debes preocuparte por ellos. Los empleados de la granja se ocupan de ellos.


Rosa seguía sin decir nada de Pedro ni de si asistiría al baile. Lo último que Paula había oído era que le habían dado el alta en el hospital y que vivía en Sídney.


—Puedes dormir conmigo, en mi habitación —Rosa la llevaba usando treinta años, por lo que la consideraba suya—. Y puedes echarme una mano con la barbacoa del desayuno del domingo. Pedro y sus antiguos compañeros de internado suelen ocuparse de ella, pero no lo harán este año.


—¿No va a acudir?


—Sí, pero no ayudará como suele hacerlo. Pero es fácil: Filetes, salchichas, tocino, huevos, cebolla, panecillos, lechuga, tomates y distintas clases de salsas. Es un desayuno para la resaca, muy popular.


—Seguro que sí. ¿Y cómo está Pedro tras el accidente? —la familia no había dicho nada de su recuperación, lo que la sacaba de quicio.


—Mejor. Su vida estuvo pendiente de un hilo.


—No lo sabía.


—Entonces, ¿Quieres trabajar o no? Decídete de una vez.


Rosa llevaba treinta años ocupándose de las casas de las tres granjas que había en esa zona. Pasaba en cada una dos o tres días y tardaba un día en coche para ir de una a otra. Después volvía a su casa unos días, y vuelta a empezar. Rosa y su camioneta cargada de comida refrigerada, material de limpieza y correo formaban parte del paisaje de aquella remota Australia del interior, como lo hacían las granjas.


—Incluso me pararé para que puedas recoger plantas en el camino — la tentó Rosa.


—No me lo creo —Rosa conducía a toda velocidad y rara vez se detenía por nada ni por nadie.


—Sigo esperando —Rosa sonrió.


—De acuerdo, iré —observaría a Pedro desde lejos. 


E incluso aunque se cruzaran, él no le hablaría. ¿Y qué probabilidad había de que él reconociera su voz, cuando, en la tienda, había estado inconsciente buena parte del tiempo? No, no debía preocuparse. Comprobaría por sí misma que estaba recuperado, que iba acumulando nuevos recuerdos sobre los anteriores y que se había olvidado por completo de ella. Entonces, tal vez, dejaría de recordar cada detalle sobre él, de fantasear con él y de compararlo con cualquier otro hombre, que nunca estaba a su altura, porque no era ni tan sensible ni tan interesante. «Ni tan vulnerable como para buscar una relación sincera», le indicó su conciencia. «Acéptalo, Paula. Te gustó hallarte en una posición de poder con respecto a Pedro Alfonso. Te envalentonó y a él lo hizo más receptivo». Ahora, que ya estaba bien, probablemente no querría tener nada que ver con ella, aunque la reconociera. El hombre de la tienda ya no existiría. Y así dejaría de suspirar por él.


—¿Cuánto pagan?


—¿Por ayudarme? ¿Qué te parece veinticinco dólares por hora, desde el momento en que llegues, hasta que te vayas, incluyendo las horas que duermas?


—¿Lo dices en serio? Son seiscientos dólares al día —como tenía la camioneta en el taller porque necesitaba un radiador nuevo, ese dinero le vendría muy bien—. ¿Cuántos días?


—Tres —contestó Rosa sonriendo.

Eres Para Mí: Capítulo 18

Sin embargo, no la vieron y estuvieron volando en círculo, mientras ella lanzaba gritos de frustración. Se bajó de la furgoneta y comenzó a agitar las manos. Después agarró un jersey rojo para agitarlo también.


—Hacia el sur, ahora hacia el suroeste. Eso es. Hacia el oeste. ¡He dicho hacia el oeste! Eso es. ¡Sí!


Lo habían visto. Lo habían encontrado. Paula alzó el puño hacia el cielo.


—¡Sí! Deprisa. Los está esperando.


La tensión de las veinticuatro horas anteriores se le vino encima como un camión. Se sentó en el suelo, se cubrió el rostro con las manos y sollozó aliviada, liberándose del miedo de que hiciera lo que hiciera no sería suficiente. Ahora, él recibiría atención médica y ella habría hecho lo suficiente.


Horas después, cuando Paula volvió, solo quedaba la tienda, el saco de dormir y el helicóptero hecho pedazos. Pedro Alfonso, multimillonario herido y piloto de pruebas, ya no estaba.



-Creo que deberías venir. Necesitas trabajar y los Alfonso siempre necesitan personal —Rosa se hallaba empaquetando artículos de limpieza en la encimera de la cocina. Alzó la vista y enarcó una ceja, como si retara a Paula a negarse.


—Me has dicho que las empresas de catering siempre llevan su propio personal —el baile de la granja Jeddah Creek, organizado por Brenda y Federico Alfonso, se celebraba desde hacía doce años—. Y también llevan personal para atender el bar.


—Así es.


—Entonces, ¿Qué voy a hacer yo?


—Me ayudarás con las habitaciones de invitados y a conseguir que los invitados especiales se sientan cómodos. Conoces la distribución de la casa y, sobre todo, Federico y Brenda te conocen y confían en tí.


¿Lo hacían? Paula no había dicho que era ella quien había encontrado y cuidado a Pedro. De eso hacía ya seis meses. Prácticamente, ya era agua pasada. Su intención había sido ponerse en contacto con ellos al volver a la ciudad, pero los días habían ido pasando sin que dijera nada por miedo a que la culparan de no haber hecho más. Y para no tener que explicar a Federico qué hacía ella allí. Pedro no podría identificarla, incluso aunque tuviera un vago recuerdo de ella, así que tal vez pudiera acompañar a Rosa y contemplar el maravilloso espectáculo en aquel opulento entorno.


—¿Quiénes son los invitados especiales?


—No lo sé con certeza. Se guarda el secreto hasta que llegan. El año pasado vinieron unos príncipes europeos. Eran muy educados.


—¿En serio?


—Sí, y una gran dama del teatro inglés. No recuerdo el nombre. Contaba historias muy divertidas.


—¿Cuántas habitaciones se usan para invitados?

Eres Para Mí: Capítulo 17

 —Sí, claro —afirmó ella muy conmovida, sin saber por qué—. Pero no te pierdes nada. Espero que pronto recuperes la visión. Aunque, siendo sincera, es liberador comunicarme contigo mediante la palabra y el tacto, en la oscuridad. Es casi como si nos halláramos en la misma situación. Y no me siento tan cohibida por mi aspecto ni por mi ropa barata.


—No juzgo a los demás por su aspecto.


—Claro que lo haces. Me imaginabas como una preciosa chica Bond.


—Bueno, no juzgo a los demás por su cuenta bancaria.


—Claro que sí. Todos lo hacemos —tumbada a su lado, escuchó cómo respiraba—. ¿Qué instrumento te gusta más? A mí, la guitarra. No sé música ni entono a la perfección, pero me gusta tocar la guitarra.


—Describe los ojos de tu madre cuando tocabas —su voz era cada vez más débil.


—Ni idea. Se alejaba lo más posible para no oírme.


—Muy graciosa.


Ella cerró los ojos. Le gustaba mucho su voz. Siempre le había gustado, incluso de niña. No se había enamorado de él, ya que era mucho mayor. Pero el adolescente de sonrisa fácil no había perdido la amabilidad.


—¿Quién eres? —preguntó él. 


Y ella fue a decirle que era Paula Chaves, la sobrina del ama de llaves que a veces, de niña, la acompañaba a su casa y que fue entonces cuando lo había conocido. Pero él se había vuelto a desmayar.


Paula se levantó al amanecer y sacudió suavemente a Pedro, que parecía no saber dónde se hallaba. Pero ella le había prometido que no se iría sin despedirse. Aprovechó la oportunidad para darle dos analgésicos y un poco de agua y dejó la botella casi llena al lado de su mano sana.


—Pedro, voy a subir a la colina. Volveré en cuanto pueda —le frotó el hombro, pero no se despertó. Seguía teniendo fiebre. Necesitaba atención médica urgentemente.


Lo besó en la mejilla porque, si moría a causa de las heridas, quería que el último contacto humano que tuviera fuera una muestra de afecto. Se montó en la camioneta y giró la llave de contacto. El motor se encendió, a pesar de que temía que no lo hiciera, a causa de la arena en medio de la que había conducido buscando a Pedro. Arrancó en busca del sendero. La tormenta de arena había depositado, por todas partes, una capa de limo más profunda de lo que se esperaba. Calculó que tardaría tres horas en llegar y tres en volver a la tienda. Pero debía hacerlo. La vida de Pedro dependía de ello. Dos horas después, cuando había llegado al pie de la colina, vió un helicóptero a cierta distancia. Detuvo la camioneta, con el corazón desbocado y la esperanza de que vieran el helicóptero estrellado y la tienda o, al menos, que la vieran a ella para que les indicara la dirección agitando las manos.