—No fue idea mía. Yanina me convenció para que ayudara a la causa. Solo acepté para recaudar dinero —se acercó a ella—. Solo es una cena, Paula.
Paula sacudió la cabeza porque no tenía derecho a ponerse así.
—No es asunto mío. Pedro, esto ha sido una mala idea. Ya sabemos lo que pasó la última vez.
Él asintió con la cabeza. Sin embargo, no quería que ella le cerrara la puerta en las narices.
—Entonces, Paula, ¿Por qué no puedo marcharme sin más? ¿Por qué no puedo irme a dormir sin pensar en tí… Sin desearte? ¿Por qué crees que me he mantenido alejado de ti durante estos años?
Ella se quedó petrificada. La quería.
—Porque no te interesaba.
Él sonrió y a ella le dió un vuelco el corazón.
—Todo habría sido mucho más sencillo si eso fuese verdad — Pedro la miró a los ojos—. Pero si me dices que me marche, me marcharé y no volveré a molestarte.
Ella no podía respirar y mucho menos hablar. Hasta que lo consiguió.
—No quiero que te vayas.
Él le tomó la cara entre las manos.
—Me alegro.
Se inclinó y la besó. Fue un beso tan breve que ella se lamentó cuando se apartó, pero Pedro volvió a besarla inmediatamente. La estrechó contra sí y profundizó el beso, le pasó la lengua por los labios hasta que ella los separó con avidez. Matt se apartó otra vez, pero para besarla por el cuello y una oreja.
—Te deseo, Paula Chaves.
—Pedro…
Tenía miedo, ese hombre tenía la capacidad de hacerle daño. Se lo había hecho una vez y podía hacérselo otra vez, pero el deseo disipaba cualquier duda. Volvió a besarla y su decisión se desmoronó, algo que no era complicado. Estaba en la cuerda floja cuando él introdujo la mano dentro de su camisa. Se estremeció cuando le acarició un pezón.
—Paula… —la estrechó contra sí para que notara cuánto la deseaba—. Nunca había deseado a una mujer como te deseo a tí.
—Yo también te deseo, Pedro —Paula contuvo el aliento y se le endurecieron los pezones—. Hazme el amor.
La tomó en brazos.
—Dime el camino. Deprisa.
Ella le señaló el pasillo.
—La segunda puerta a la izquierda.
La llevó al dormitorio principal, que tenía una cama enorme, y la dejó sobre el colchón.
—Es demasiado grande para dormir sola.
—En estos momentos, no estaba pensando en dormir.
—Esa es mi chica.
Ella cerró los ojos y fingió creérselo mientras Pedro la arrastraba al paraíso.
Paula se despertó repentinamente por la voz de Pedro. Levantó la cabeza y lo vió moviéndose con inquietud entre las sábanas desechas.
—¡No! ¡No! ¡Retrocede!
Ella se sentó porque sabía que no debía acercarse cuando tenía una pesadilla. Lo llamó.
—Pedro… —subió un poco la voz—. Pedro.
Él contuvo el aliento e intento sentarse. Ella, con palabras delicadas, consiguió que volviera a tumbarse, se inclinó sobre él, lo besó y lo abrazó.
—No pasa nada, estoy aquí —susurró ella.
Lo abrazó con más fuerza, lo acarició y él empezó a tranquilizarse. Pedro notó el delicado cuerpo de Paula, que le decía cosas al oído, y la abrazó con fuerza. Ella levantó la cabeza, solo iluminada por la luz de la luna que entraba por la ventana.
—¿Estás bien?
Él asintió con la cabeza aunque se sentía muy vulnerable.
—¿Quieres hablar de ello?
Él no soportaba que viese su debilidad.
—No sé si puedo.
Ella profundizó un poco.
—¿Perdiste muchos hombres en el extranjero?
—Más de los que quiero pensar —reconoció él—. Algunos eran demasiado jóvenes para estar allí. Sin embargo, eran muy bravucones, se creían invencibles, como si no pudiese pasarles nada malo. Pero les pasó.
—¿Marconi…?
Pedro tragó saliva.
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