lunes, 7 de julio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 44

 —No me dirás que no has vuelto la cabeza un poco para mirar a Pedro.


Paula miró a su cuñada de reojo.


—No diré nada de lo que me cuentas —la tranquilizó Tamara—. Si no hubiese estado tan enamorada de tu hermano, el encanto y la belleza de Pedro me habrían subyugado.


—Tamara Hamilton Chaves, me dejas boquiabierta.


Paula sabía cuánto se amaban Gonzalo y Tamara.


—¿Por qué no hablamos de cómo se miran? Él lleva una hora mirando hacia aquí y no creo que sea por la comida.


Florencia abrió los ojos como platos, pero solo esperó a oír algo más.


—La primera noche en tu casa pude notar que había algo entre ustedes —siguió Tamara—. ¿Por qué crees que Gonzalo está tan molesto? Él también ha visto las chispas.


—No hay chispas, no hay nada entre nosotros.


Las dos mujeres se rieron y Florencia miró a Tamara.


—Debe de ser la fase de negar la evidencia.


Paula tenía que acabar con aquello.


—Miren, aunque sintiéramos alguna atracción el uno por el otro, no tenemos tiempo. Tenemos trabajos que nos ocupan todo el tiempo. Yo tengo unas elecciones a la vuelta de la esquina y, Pedro, el restaurante. Además, buscamos cosas distintas en la vida.


Tamara y Florencia sonrieron y se miraron.


—Efectivamente, la negación de la evidencia.



A media tarde terminaron de marcar el ganado y Pedro y los hombres se dirigieron hacia la casa para comer algo. Estaba hambriento, sí, pero, sobre todo, de Paula. Norma, su madrastra, lo distrajo un poco mientras organizaba la fila para ir a las mesas. Entonces, vió a Paula que servía algo de comida a C. J. y le buscaba un sitio en la mesa de los niños. Camila, su sobrina, se encargó de darle el recibimiento. A C. J. no pareció importarle. Cuando los hombres estuvieron servidos, Pedro tomó un plato y se dirigió hacia su familia, que estaba sentada con Alejandra y Miguel Chaves. Paula también se unió al grupo.


—Aquí, hijo —le llamó su padre—. Te hemos guardado un sitio.


Él se acercó y se sentó enfrente de Paula. Le gustaba cómo encajaba con todo el mundo y se lanzaba a hacer las cosas. Efectivamente, algunas veces se enfurecía con él, pero quizá se lo mereciera. Miguel dió un mordisco a su sándwich antes de hablar.


—Pedro, espero que seas lo suficientemente listo como para poner la barbacoa de tu padre en el menú de tu restaurante.


—Eso será lo único que no cambiará —contestó él sin poder apartar la mirada de Paula—. La única diferencia será que mi padre seguirá haciéndola, pero no estará allí para servirla —miró a Norma con una sonrisa—. Ya no trabajará por las noches.


—Bueno, se ha merecido la jubilación —el senador sonrió—. ¿Verdad, Norma?


La esposa de Horacio asintió con la cabeza.

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