—Hola —la saludó él cuando abrió la puerta.
Ella contuvo al aliento y lo saludó con la cabeza.
—¿Tienes un minuto? —preguntó él.
Ella se apartó un poco para que pudiera entrar. Fueron a la sala y él se dió la vuelta.
—¿Está acostado todo el mundo?
—Sí. Yo también iba a acostarme —contestó ella sin mirarlo a los ojos.
—He esperado un poco para que no nos molestaran. Tengo que hablar contigo.
Ella no quería volver a oír su discurso.
—Lorena está aquí.
—Perfecto. Entonces, puede quedarse con C. J. —la tomó de la mano, la llevó fuera y cerró la puerta—. Tenemos que aclarar algunas cosas.
Ella retiró la mano.
—No tenemos que aclarar nada. No te he pedido nada ni lo espero. ¿Creías que te lo pediría?
Pedro sabía que se lo merecía.
—No sé si puedo ser lo que quieres que sea. No estoy preparado.
—¿Para qué, Pedro? —le interrumpió ella—. No recuerdo haber pedido nada. Fuiste tú quien se presentó en mi piso anoche.
Él suspiró y se pasó los dedos por el pelo.
—Veo que ya he embrollado las cosas.
Ella se cruzó de brazos.
—¿Te refieres a comportarte hoy como si yo no existiera?
—No era mi intención. Es que la madre de C. J. ha llegado para acaparar todo el protagonismo, ¿No te parece?
—Buena excusa —replicó ella—. Pronto no vas a necesitarla porque me da la sensación de que C. J. va a volver a su casa con su madre y nosotros no tendremos que pasar tiempo juntos.
Él suspiró.
—Nunca he dicho que no quiera pasar tiempo contigo. Una… Una relación no sería una buena idea en este momento.
—Es posible que no quieras hacer el esfuerzo o quedarte el tiempo suficiente para comprobar si las cosas pueden salir bien.
Pedro contuvo la respiración mientras la miraba bañada por la luz crepuscular. Solo quería abrazarla, pero no podía hacerlo todavía.
—Paula, hay cosas que tengo que superar solo en estos momentos.
—Yo podría ayudarte.
No podía hacerle eso ella.
—Es mejor así, Paula.
—¿Mejor para tí o para mí? —insistió ella.
—Para tí.
—No digas eso, Pedro. No intentes decirme lo que me conviene. No tienes ni idea —Alisa tragó saliva—. Adiós, Pedro.
Él la miró mientras entraba otra vez en la casa y cerraba la puerta, dejándolo fuera de su vida para siempre. Se dijo que lo mejor era marcharse en ese momento e hizo lo que había hecho siempre: Se dió la vuelta y se alejó de todo lo que había soñado conseguir.
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