Era finales de verano y se había levantado un escenario de madera en el parque. Los globos blancos, azules y rojos y las banderolas de papel colgaban de la estructura provisional. La banda del instituto estaba afinando. Pedro estaba debajo de un árbol y observaba a su futura esposa dar instrucciones. Se apoyó en el tronco y recordó los seis meses anteriores desde el día en que Paula había vuelto a aparecer en su vida. Era afortunado por haberla encontrado otra vez. Le había costado algo de tiempo, pero también estaba aprendiendo a tener confianza. Habían asistido a un cursillo matrimonial con el sacerdote ante la casi inminente boda, que se celebraría por todo lo alto en la iglesia a mediados de septiembre. Los dos querían esperar a que se hubiera inaugurado el nuevo club infantil. Era la prioridad de la concejala Chaves y había convencido a los demás concejales para que apoyaran la idea. Tenía la sensación de que solo era la primera de muchas ideas para el pueblo. Durante los meses pasados, había tenido la suerte de ver su obra, de ver su ilusión convertirse en realidad.
—Pareces muy feliz últimamente —le dijo una voz conocida.
Él se dió la vuelta y vió a su padre.
—Tengo muchos motivos para estarlo.
Pedro había dedicado mucho tiempo a hablar con su familia sobre los sentimientos reprimidos que tenían hacia Ana Alfonso. Eso estaba ayudándolos a ir zanjando ese asunto. Además, el amor y la comprensión de Paula también le ayudaba.
—Te lo dije. Todo se resume en encontrar a la mujer ideal — replicó Horacio con una sonrisa.
—Nunca pensé que pudiera sentirme así. Soy afortunado — reconoció él.
—Creo que ella también ha tenido suerte contigo. Por si no te lo había dicho últimamente, estoy orgulloso de tí, hijo, como lo estoy de Federico. Un padre no puede pedir nada mejor que tener unos hijos como ustedes.
Muchas cosas habían cambiado para mejor en la familia Alfonso. La salsa barbacoa de Horacio estaba a la venta y añadía algunos ingresos a la jubilación para su padre y Norma. Los viñedos y la bodega de Federico también iban muy bien y estaba pudiendo comprar la participación de su socio Antonio Casali. Además, Florencia celebraba bodas en los viñedos. En cuanto a él, Alfonso’s Place iba de maravilla. Lorena era la camarera principal durante los ajetreados almuerzos y había aportado tantas ideas para mejorar el restaurante que él no había podido aplicarlas todas. Lo mejor de todo era que podía dejarla al mando si quería pasar algún tiempo con Paula. Kevin Ross también se habían convertido en algo más que el encargado de la barra. Había aprendido deprisa y lo había convertido en el encargado del turno de tarde. También se habían hecho amigos. Fue Kevin quien lo convenció para que se apuntara al grupo de apoyo del TEPT en San Antonio. El grupo se reunía con otros soldados que habían servido a su país y que necesitaban ayuda para volver a integrarse en la sociedad y en sus familias. Ésa era la siguiente idea de Paula. Quería aprovechar una de las salas de reuniones del club infantil para poner en marcha un grupo local. Ella tenía varios proyectos en la cabeza, pero el proyecto principal para él era casarse con esa mujer maravillosa. Su futura esposa se acercó a él, quien, con una sonrisa, abrió los brazos y la abrazó con fuerza. Lo besó.
—Hola, vaquero.
—Hola, Doña Concejala. Dentro de poco, tendré que llamarte alcaldesa.
—Ya sabes que eso le encantaría a mi padre. La familia siempre ha pensado que los Kerry se llevaron demasiados méritos. El pueblo habría podido llamarse Chavesville.
Pedro se rió.
—¿Es una de esas historias disparatadas que te ha contado tu padre?
—Es posible —contestó ella con una sonrisa.
—Te amo —él la besó en la punta de la nariz—. ¿Necesitas ayuda con la ceremonia?
—No. Está controlada. Solo quería estar un rato con mi futuro marido.
Le encantaba estar entre los brazos de Pedro. Aún tenía que pellizcarse para creer que pronto estarían casados. Nunca había estado tan feliz.
—Allí están Federico y Florencia…
Ellos saludaron con la mano. La cuñada de Pedro estaba a punto de dar a luz una niña. Estaban hablando con Gonzalo y Tamara y haciendo carantoñas a Joaquín Miguel Chaves, el niño que acababan de tener. Ella miró a Pedro.
—¿Has visto cuánto ha crecido John C.?
—Sí. Como diría papá, es un mozo fornido —Pedro la besó en la oreja—. Estoy seguro de que nuestros hijos serán más guapos. Además, no me importa que Miguel eduque al pequeño Joaquín para que sea el próximo senador de los Chaves.
Paula sonrió. No iban a esperar mucho para empezar a formar su familia y estaba emocionada por la idea.
—Estoy deseando casarme.
—Y a empezar a tener hijos.
—Seremos unos padres fantásticos. Mira qué bien ha salido C. J.
Él asintió con la cabeza. Se alegraba de que Lorena y su hijo hubiesen decidido vivir en Kerry Springs.
—Espero que no te importe si paso algo de tiempo con él.
—Claro que no. Yo también lo quiero. Cuesta creer que hace unos meses lo encontramos en ese edificio.
Paula miró hacia el rehabilitado club infantil y notó los brazos de Pedro alrededor de su cintura. Los dos estaban recordando los malos momentos y, sobre todo, los buenos que los unieron. Ella sabía que tenía que volver al trabajo. Se dió la vuelta entre los brazos de él mientras la gente empezaba a reunirse alrededor del estrado con la banda.
—Cuando haya terminado la ceremonia, ¿Nos escaparemos a mi casa?
—¿Conseguirás que merezca la pena? —bromeó él.
—¿Tú qué crees?
Ella le rodeó el cuello con los brazos y se dieron un beso que fue haciéndose más ardiente. Ella se apartó.
—Calma, vaquero. Creo que ahora eres tú el que va a toda velocidad.
—Es por tu culpa —Pedro la besó en la punta de la nariz—. Siempre consigues que piense en otra cosa.
—No podemos pensar en otra cosa hasta que termine el acto.
Pedro se rió.
—¿A quién quieres engañar, cariño? —Pedro señaló con la cabeza hacia el pueblo—. Esto no se acabará nunca.
—Es que me preocupo por mi comunidad.
—Y a mí me gusta que te preocupes tanto.
Paula miró a ambos lados de la calle principal.
—Mira, Pedro, está reviviendo.
Ella miró a Puntada con Hilo, que era un sitio donde las mujeres se reunían para hablar de sus vidas y sus familias. La heladería de Shaffer había renovado su aspecto y era un punto de encuentro para los chicos. Igual que el salón de videojuegos. Ya no era como el sitio que cerraron porque se vendían drogas, sino que lo había comprado Antonio Casali y pronto abriría una pizzería para toda la familia. Los dos eran partes importantes para revitalizar el pueblo.
—Hemos hecho un buen trabajo —él la estrechó contra sí—. Formamos un buen equipo, Paula.
Ella había soñado con él durante mucho tiempo y pronto se casarían.
—No dejes de decirlo para que me lo crea.
—¿Y si te lo demuestro?
Él bajó la cabeza y la besó con voracidad. El resto del mundo desapareció al instante. Solo estaban los dos juntos… Para siempre. Entonces, se oyeron vítores y Paula se separó. Ella sonrió con su futuro marido a su lado. Juntos estaban echando raíces profundas en Kerry Springs para todas las generaciones futuras.
FIN
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