Ella se sintió un poco celosa por no estar incluida en el plan conjunto.
—¿No estorbará mientras trabajas?
—No, puede ayudarme. Además, te dejará tiempo para que hagas lo que quieras.
¿Qué podía decir?
—Muy bien.
Salió con él y se quedó en el porche. Pedro se detuvo y la miró.
—Debiste pararme los pies hace tres años. Así, quizá, no me odiarías tanto.
Pedro se dió la vuelta y fue hasta la camioneta. Ella se agarró del pilar del porche mientras él se alejaba por el camino.
—Ojalá pudiera odiarte, Pedro Alfonso. Mi vida sería mucho más fácil.
Eran sobre las once de la mañana del día siguiente cuando Paula se dirigió hacia el rancho de los Alfonso con la ropa de C. J. que Pedro se había olvidado la noche anterior. Sintió cierto reparo al pasar por debajo del arco con la triple erre. Había estado allí hacía menos de veinticuatro horas y quizá Pedro interpretara mal su visita imprevista. Suspiró para calmarse y pasó junto a los viñedos perfectamente alienados que crecían en la ladera de la colina. Llegó al conjunto de viviendas y a la casa de dos pisos de Florencia y Federico. Podía limitarse a dejarles la ropa a ellos… O marcharse. ¿Podía saberse qué hacía allí? ¿Era solo porque había pasado casi toda la noche en vela pensando en unos besos ardientes? Naturalmente, le había parado los pies y lo más probable era que no quisiera verla ni en pintura. Iba a dar la vuelta al coche cuando vio a Pedro que salía de los establos. Le encantaba ver esos pasos largos e indolentes mientras caminaba como si tuviera todo el tiempo del mundo. Suspiró. Estaba comportándose como una colegiala. C. J. apareció justo después y tuvo que correr para alcanzarlo. Pedro se dió la vuelta cuando la vió estacionar al lado de su camioneta y bajar la ventanilla.
—Hola.
Se acercó a ella.
—Hola, ¿Qué haces por aquí?
Ella se encogió de hombros para intentar disimular su nerviosismo.
—Bueno, anoche te olvidaste la ropa limpia de C. J. —Paula miró al niño—. Hola, C. J.
—Hola. ¿Vas a llevarme otra vez a tu casa?
—No, solo he traído tu ropa limpia.
El niño sonrió y ella le dió la ropa. Luego, volvió a mirar a Pedro.
—¿Vas a ir al bar?
Después de lo que pasó la noche anterior, Pedro no se había imaginado que Paula fuese a pasar por allí.
—No, tengo que hacer algunas cosas en el rancho.
Ella señaló con la cabeza a C. J.
—Bueno, tienes ayuda.
—No. Me abandona para ir al pueblo a ver una película con el abuelo Horacio y Camila —Pedro se dirigió al niño—. Como ya tienes ropa limpia, ¿Por qué no vas a ducharte y a cambiarte antes de que vengan a recogerte?
C. J. fue a quejarse, pero cerró la boca.
—De acuerdo. Adiós, Paula.
C. J. salió corriendo y Matt volvió a dirigirse a ella.
—Está mejorando, está haciendo amigos.
—Eso está muy bien. ¿Te ha contado algo de su familia?
—Nada que no sepamos. Su padre se marchó para buscar trabajo y lo dejó dormido en el sofá de una vecina.
—Elisa Craig —Paula le dijo el nombre de la vecina y sintió la tirantez entre ellos—. ¿Cómo es posible arrojar a un niño a la calle?
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