viernes, 11 de julio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 52

Ella dudó. Lo quería y, seguramente, siempre lo querría. Él se dió la vuelta y se quitó el sombrero. Tenía el pelo castaño abundante y ondulado, pero sus ojos azules eran la mayor debilidad de ella.


—Pasaron muchas cosas, pero estoy superándolas. Lo que no puedo superar es que tengas miedo de estar cerca de mí.


—No estaría aquí si tuviera miedo.


Él la miró a los ojos con un destello algo burlón.


—Quizá debieras tenerlo si supieras lo que estoy pensando — fue a acariciarla, pero retiró la mano—. Te deseo tanto que me duele.


Ella tragó saliva porque tenía la garganta seca pero, aun así, no pudo hablar. La brisa le acarició la mejilla, pero anhelaba que la acariciara él. Que Dios se apiadara de ella, lo deseaba.


—¿Has oído eso? —le preguntó él con la cabeza ladeada.


—¿Qué?


Ella aguzó el oído porque no sabía qué tenía que oír.


—Otra vez —Pedro miró al otro lado del arroyo—. Viene de allí.


Pedro cruzó el arroyo y ella lo siguió. Ya había oído los mugidos de un ternero. Pasaron entre unas rocas y encontraron una vaca muerta con un ternero recién nacido a su lado.


—Pedro…


Él se arrodilló para verlos de cerca.


—Ha debido de tener complicaciones con el parto —Pedro se echó el sombrero hacia atrás—. Cuando reunimos el ganado me dí cuenta de que faltaban algunas cabezas, pero es algo habitual — miró a Paula—. Lo siento, pero me temo que nuestro almuerzo relajado ha terminado.


Ella sonrió porque, al menos, uno de los animales había sobrevivido.


—No importa —ella miró al ternerillo—. Son preciosos a esa edad.


—No te encariñes —la avisó él.


Pedro se acercó al ternero hablándole en voz baja y lo tomó en brazos.


—Vamos, pequeño, te daremos algo de comer.


Volvieron a donde estaban los caballos, Paula recogió la manta y la comida y las sujetó a su silla de montar. Pedro puso al ternero encima de su silla y se sentó detrás.


—Me parece que hemos vuelto a ser padres —comentó él mirándola.


Ella hizo un esfuerzo para dejar a un lado los sueños que tenía con él desde hacía mucho tiempo y sonrió.


—Vaya, mira quién está encariñándose.




Eran más de las seis de la tarde cuando Paula se dirigió hacia su casa. Había sido un día arduo en la obra, pero tenía que pasar por la tienda para hacer la compra. Cuando subió la elevación que llevaba a su casa, le sorprendió ver que la camioneta de Pedro ya estaba allí. Creyó que volvería mucho más tarde, sobre todo, después de haber rescatado al ternero. Camila y C. J. lo llamaron Nube Blanca por la mancha que tenía en la cara. El día anterior no pudo evitar darse cuenta de lo natural que había estado Pedro con el asustado recién nacido. Nunca había visto a un hombre tan sexy como él con el ternero sobre el caballo. Sin embargo, no podía pensar en él en esos términos. El problema era que sabía por experiencia lo atractivo y delicado que era.

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