—Caray, jefe, parece que esta noche tiene una clientela de primera.
Pedro miró a Paula y vió que estaba saludando a su padre, a su madre, a su hermano y a su cuñada, que estaban acompañados por otros dos hombres.
—¿De quién hablas? ¿Del senador?
—Bueno, de él también —Kevin señaló con la cabeza a los hombres que estaban estrechando la mano de Paula—. Si no me equivoco, esos dos hombres son de la Cámara de los Representantes. No estoy seguro de cómo se llaman, pero puedo enterarme.
Pedro negó con la cabeza mientras miraba a los hombres.
—Estoy seguro de que Paula nos presentará.
Como si lo hubiera oído, Paula llevó al grupo hasta la barra. Pedro sonrió y los recibió en el extremo abierto del mostrador.
—Pedro Alfonso, te presento a Javier Kelley y a Ignacio McClure. Caballeros, es nuestro anfitrión de esta noche, Pedro Alfonso.
Pedro les estrechó la mano.
—Me alegro de que hayan venido.
—Nosotros nos alegramos de haber venido —replicó McClure—. El senador lleva semanas hablándonos de este sitio y queríamos dar nuestro apoyo a la causa de Paula.
Matt sonrió.
—El club infantil significa mucho para todos nosotros —añadió él convencido de que veían a Paula como una futura política—. Traeré algo de beber. Tenemos cerveza de grifo y, naturalmente, vinos de los viñedos Alfonso.
Todos quisieron vino y Pedro volvió con cuatro copas de la última cosecha de Chardonnay. Los caballeros se alejaron, pero Paula se quedó después de que él le diera una copa y ella bebiera un poco.
—No debería beber. Tengo que tener las ideas claras.
Él se acercó para disfrutar de un momento con ella antes de que tuvieran que volver a sus tareas.
—Te lo has ganado.
Ella sonrió, dió otro sorbo y le devolvió la copa.
—Guárdamelo para más tarde.
Paula se dió la vuelta y a él se le aceleró el corazón otra vez mientras la miraba alejarse para saludar a la gente.
—Puede ser un soplo de aire fresco para el pueblo, pero no te dejes engañar por su delicadeza al hablar.
Pedro miró al hombre que estaba sentado en un taburete al fondo de la barra. Luis Harper había sido cliente habitual del bar de Juan y nunca había tenido reparos en decir lo que pensaba.
—Dí lo quieras decir, Harper.
—No te ofendas, Alfonso. Solo te digo que esa joven no se quedará mucho tiempo en Kerry Springs. Es una Chaves y ella, como su padre y su abuelo, se marchará a Washington. Seguramente se casará con uno de esos congresistas afeminados. Un desperdicio, en mi opinión.
Pedro no se inmutó, pero supo que lo que decía Luis era verdad. ¿Cuánto tiempo se quedaría Paula por allí? Mientras él hacía lo posible para echar raíces, ella, seguramente, estaría soñando con volver a Austin o ir a Washington. Ella estaba destinada a salvar el mundo mientras él seguiría allí, en el bar del pueblo.
—Hola, Pedro.
Levantó la mirada y vió a Yanina, que se sentaba en un taburete.
—Una fiesta fantástica.
—Sí, no está mal.
—Tengo que pedirte un favor.
Él esperó.
—Me preguntaba si se te podría comprar.
—¿Qué estás pensando?
—¿Qué te parecería darles a las mujeres lo que quieren?
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