Rafael entró en el cuarto de C. J. y Paula y Pedro se quedaron en la puerta observándolo. Cada cosa que tocaba la dejaba exactamente igual que como estaba. Miró debajo de la cama, debajo del colchón y por los rincones del armario. Allí encontró la caja de zapatos. Rafael dejó la caja encima de la cama y le quitó la tapa. No había zapatos, sino los tesoros de un niño pequeño. Algunos soldados de plástico y otras baratijas. A ella le entristeció ver lo poco que había. Ellos le habían comprado algunas cosas, pero C. J. parecía conformarse con poco. En el fondo de la caja había una foto doblada. Rafael la sacó y la desdobló. Estaba muy arrugada.
—Bingo…
Paula y Pedro se acercaron y vieron la foto de C. J. con una mujer baja y rubia vestida con un uniforme de camarera. Estaban delante de un edificio, del Cottage Restaurant.
—¿Es la madre de C. J.?
Rafael le dió la vuelta a la foto y leyó.
—Lorena Pruett el primer día de trabajo.
Era de hacía seis meses.
—Eso no significa que ella esté buscándolo —replicó Pedro.
—Parecen muy unidos —comentó Rafael—. Además, a juzgar por el estado de la foto, el niño la ha llevado muy cerca.
Rafael sacó una cámara e hizo una foto de la foto. Luego, dejó todo como estaba y metió la caja en el armario.
—¿Qué vas a hacer ahora?
—Voy a ir a Amarillo, a ese restaurante. Espero encontrar a Lorena Pruett y que me cuente por qué no ha acudido a la policía — Rafael sacudió la cabeza—. Me jugaría mi reputación a que ese bueno de Cristian le ha mentido a su hijo.
—¿Qué hacemos? —preguntó Alisa.
—Exactamente lo que han estado haciendo, ocuparse de C. J.
Acompañaron a Rafael hasta su coche.
—Los llamaré en cuanto tenga alguna información.
Subieron al porche y lo observaron mientras se alejaba. A Pedro le costaba entender todo eso. Quizá su madre no hubiera abandonado a C. J. Todo ese tiempo…
—¿Qué estás pensando? —le preguntó Paula.
—No lo sé. Solo estoy preocupado por C. J.
—Sería maravilloso que pudiera estar con su madre otra vez.
—Solo si ella quiere. Te recuerdo que no llamó a la policía cuando desapareció C. J.
—Quizá tuviese miedo. Si su marido la maltrataba y la convenció de que la única manera de volver a ver a C. J. era hacer lo que él decía.
Él se sentó en la barandilla y la miró.
—Ese Cristian se ha pasado con C. J. —la miró a los ojos—. De acuerdo, dejemos que los especialistas se ocupen de esto.
Ella le puso una mano en el brazo.
—Pedro, ya sé que es doloroso. Es posible que C. J. se marche pronto.
Era difícil no reaccionar a su contacto. Le gustaba estar cerca de Paula todo el rato y C. J. se había convertido en algo más que un hábito cotidiano.
—No hasta que todo esté claro y sea aceptable —afirmó él—. ¿Y tú, Paula? ¿Estás preparada para volver a tu casa cuando encuentren a la familia de C. J., si la encuentran?
Ella parpadeó y él vio que tenía los ojos llenos de lágrimas, pero se puso muy recta.
—Claro. ¿Quién quiere a un niño de nueve años en medio? Además, me ha arruinado mi trepidante vida social.
—Por no decir nada de tu trepidante vida política —replicó él con una sonrisa.
Ella también sonrió. Él nunca había visto nada tan hermoso.
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