Los chicos estaban entre fregonas y escobas, con los ojos como platos.
—Lo sentimos, papá —dijeron.
—¡Ya me encargaré de ustedes más tarde! ¡Idos a la habitación! —les regañó.
Salieron corriendo, deteniéndose a mitad de escalera, para sacarle la lengua. Lanzando un juramento, el padre empezó a subir las escaleras, pero Paula se lo impidió.
—Espere, lo único que quieren es llamar la atención. Con regañarles no se arregla nada. Lo que tiene que hacer es calmarse y después ir a hablar con ellos.
Paula sintió la lucha que mantuvo en su interior durante unos segundos, al cabo de los cuales, bajó los hombros y se dejó convencer.
—Lo siento. Tiene razón —le respondió—. Perdone. ¿Podemos empezar otra vez?
Su sonrisa fue muy tentadora y Paula no tuvo más remedio que ceder.
—Es lo mejor —le respondió, con una sonrisa.
—Pedro Alfonso.
—Paula Chaves—tenía una mano fuerte y cálida.
Paula se quedó sorprendida al comprobar que el calor le iba irradiando a lo largo del brazo y que llegaba hasta sus mejillas. Apartó la mano y se la metió en el bolsillo.
—¿Me quiere usted salvar la vida, Paula Chaves? —le preguntó, con un cierto tono de desesperación.
Paula casi se echa a reír. Era increíble, un hombre casi diez veces su tamaño, seguramente un hombre de negocios, al que habían logrado reducir dos niños.
—¿Tan mal está?
—¿Quiere que se lo cuente, mientras tomamos café?
—Encantada.
Lo siguió hasta la cocina, que estaba en la parte de atrás de la casa y, cuando entró, cerró los ojos. Allí parecía que había habido una guerra.
—Lo siento, pero es que la chica que se encarga de la limpieza está enferma y no he tenido tiempo —le explicó.
Paula no se podía creer lo que estaba viendo. ¿Cómo podía ser que un hombre que parecía ser capaz de hacer muchas cosas, no podía dedicarse a las sencillas labores domésticas? Retiró una pila de ropa de una de las sillas y se la ofreció.
—Siéntese. Voy a hacer café.
—¿Quiere que friegue unas tazas? —se ofreció, y él respondió con tal celeridad que a casi le da la risa.
Puso la tetera en el fuego y se fue a por un paño, colocándose a su lado, para limpiar las tazas que ella estaba fregando. Algo tan simple como las tareas domésticas, lograba romper muchas barreras.
—Siento mucho lo que le han hecho los niños —le dijo, al cabo de unos segundos, con un tono muy sincero—. La verdad, se ha comportado de forma muy razonable.
—Es que tengo tres hermanos más pequeños —le respondió ella.
—Ah —dijo él. Eso fue todo.
Sólo se intercambiaron unas miradas y sonrisas de entendimiento.
—¿Cómo es que necesita alguien que le cuide los niños?
No hay comentarios:
Publicar un comentario