Paula se apartó sabiendo que Gonzalo solo quería quitar hierro al asunto.
—Es porque soy la favorita de papá.
Gonzalo intentó fingir que la miraba con fastidio.
—Espera que llegue el nieto, entonces, nos desheredará a los dos.
Miguel Chaves se rió y pasó los brazos por los hombros de sus hijos.
—Adoro a esta familia —la yegua de Paula resopló con impaciencia y él miró a su hija—. Gitana está poniéndose nerviosa, deberían ir a cabalgar. Yo tengo que volver con su madre. Esta noche salimos a cenar.
Se despidieron de Miguel con la mano mientras él volvía a los establos. Paula se volvió hacia su hermano.
—¿Dónde está tu caballo?
—No voy a ir contigo —contestó él mientras la acompañaba hacia su yegua—. En realidad, nunca había pensado ir.
Ella se quedó esperando una explicación. Él sacó un trozo de papel de un bolsillo.
—Pedro fue quien propuso el paseo. Yo debería llevarte para que te encontraras con él, pero no puedo hacerlo.
A ella se le aceleró el corazón.
—Quiere hablar contigo, Paula.
—No puedo —replicó ella sacudiendo la cabeza.
—Sé que te ha hecho daño y me gustaría echarle el lazo y arrastrarlo detrás de un caballo por eso, pero creo que está sinceramente arrepentido.
—¿Por qué estás de repente de parte de Pedro?
—Porque la fastidié muchas veces con Tamara. Algunas veces, un hombre necesita una segunda oportunidad.
Gonzalo le dio la nota y se marchó. A Paula le temblaban las manos cuando la desdobló: "No puede acabar así. Por favor, reúnete conmigo en la cumbre de los atardeceres".
Pedro llevaba una hora a caballo yendo de un lado a otro de la cumbre. Casi había perdido toda esperanza de que Gonzalo la hubiese convencido de que fuese a hablar con él. ¿Por qué iba a querer hablar con él? Él era una apuesta equivocada se mirara como se mirara. Entonces, la vió aparecer cabalgando y con el pelo negro al viento. Llevaba el sombrero texano gris detrás de la cabeza. Aminoró el paso de Gitana y él se puso más nervioso. No quería perderla pero, a lo mejor, tampoco conseguía que se quedara. Quizá ya no lo quisiera. Ella se detuvo como a unos tres metros.
—Hola, me alegro de que hayas venido.
—Sí, he venido, pero no sé si es una pérdida de tiempo.
—Dame diez minutos.
Él esperó un instante y ella se bajó del caballo.
—¿Qué quieres decirme?
—Muchas cosas.
Él también se bajó del caballo, tomó aliento varias veces mientras miraba la preciosa tierra llena de pasto y se alegró cuando Paula se acercó a él. Pedro solo pudo admirar su belleza y sintió una descarga de adrenalina. No soportó estar tan nervioso. Miró a otro lado para intentar encontrar las palabras adecuadas. Entonces, Paula se dió la vuelta para dirigirse hacia su caballo y él supo que tenía que decir algo para que supiera cuánto la quería. Ella siguió andando sin saber qué hacer. No podía quedarse allí para hablar de trivialidades. Él tenía que alentarla un poco. Rezó para que la llamara antes de que llegara hasta Gitana.
—No te marches, Paula.
Ella se detuvo, pero no se dió la vuelta. Él se puso detrás de ella.
—Eres la primera mujer desde hace mucho tiempo por la que he querido arriesgarlo todo. Quiero estar contigo, Paula.
Paula captó el dolor en su voz y se dió la vuelta para mirarlo. Tenía los ojos azules desbordantes de angustia.
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