Por fin había llegado el domingo por la tarde y Paula salía de los establos de River’s End con Gitana, su yegua favorita. Estaba deseando dar una buena galopada después de trabajar toda la semana y de pasar el sábado por la mañana haciendo campaña con su padre puerta a puerta. Había estado todo el tiempo oyéndolo hablar que cuando ella se presentara a las elecciones del Estado y del Senado. Aunque bastante le costaba presentarse a las locales. Necesitaba ese paseo y tenía que agradecerle a Gonzalo que se ofreciera a acompañarla. Fue al corral, pero en vez de a su hermano, se encontró a su padre hablando con Daniel, el capataz.
—¿Vas a cabalgar? —le preguntó su padre acercándose a ella.
—Sí, con Gonzalo. Tengo que despejarme la cabeza.
Él la miró como la miraba todo el mundo desde lo que había pasado con Cristian Jackson.
—¿Estás bien? Pareces cansada.
—Papá, de verdad, estoy bien —ella ató las riendas del caballo a la cerca y se preguntó dónde estaría su hermano—. Además, efectivamente, estoy cansada. Hoy es mi primer día libre desde hace una semana.
—Bueno, es una temporada ajetreada —él sonrió—. Podrás descansar la semana que viene, después de las elecciones.
—Sí. Estaba pensando que quizá vaya a visitar a algunas amigas para salir del pueblo.
También tenía que alejarse de Pedro.
—Pero no puedes tomarte mucho tiempo libre —le avisó él—. Tenemos que empezar a promocionar el club infantil. No estaría mal que los legisladores de Austin sepan lo que te propones.
—Papá, mi prioridad en estos momentos es que el Ayuntamiento dé el visto bueno para rehabilitar el club. Antonio puede conseguir una cuadrilla que empiece a trabajar inmediatamente. Eso es lo que más me importa, los niños.
Miguel Chaves la miró fijamente.
—Es no basta, sobre todo, si aspiras a cosas mayores y mejores. Las quieres, ¿Verdad, Paula?
—¿Tengo que decidirlo ahora? ¿No puedo limitarme a servir en el Ayuntamiento?
—¿Desde cuándo piensas eso? —preguntó él con el ceño fruncido—. ¿Desde cuándo has cambiado de opinión?
Desde que se dió cuenta de lo mucho que le importaba ese pueblo y de que quería vivir allí.
—No es un cambio de opinión exactamente.
Su hermano apareció en ese momento y estuvo a punto de arrojarse en sus brazos.
—Gonzalo, por fin has llegado.
Ella, sin embargo, no vió su caballo.
—Hola, hijo —le saludó el senador—. Necesito tu ayuda. Dile a tu hermana que, si quiere hacer carrera en la Administración, no puede relajarse ahora que ha tomado cierto impulso.
—No puedo hacerlo, papá. Paula tiene que tomar sus propias decisiones —Gonzalo la miró—. ¿Qué pasa, hermana?
Ella sintió que se le caía el alma a los pies, pero consiguió mirar a su padre.
—Lo siento, papá. Lo he intentado, pero lo que quiero de verdad es quedarme en Kerry Springs.
El senador la miró con detenimiento.
—Últimamente han pasado muchas cosas. Como has dicho, estás cansada. Podrías cambiar de opinión.
Paula ya no podía echarse atrás.
—A lo mejor, pero lo dudo. Es verdad que lo pasé bien acompañándote en la campaña cuando era una niña, pero ahora, cuando he visto la posibilidad de dedicar mi vida al servicio público, me he dado cuenta de que no estoy hecha para eso —los ojos se le llenaron de lágrimas—. Lo siento, papá, sé que estás defraudado.
—No, Paula, nunca me defraudarás —su padre la abrazó con fuerza—. Estoy muy orgulloso de todo lo que has hecho. Mentiría si dijera que no me encantaría que siguieras mis pasos, pero es tu decisión, es tu vida.
—Papá… Te quiero.
—Vaya, has dejado que se te escapara muy fácilmente — bromeó Gonzalo—. A mí me perseguiste durante meses, años, para que siguiera la tradición de los Chaves en política.
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