viernes, 25 de julio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 81

 —He infringido todas mis reglas por tí —continuó él mirando hacia otro lado antes de mirarla otra vez—. Hace años, cuando nuestra madre nos abandonó, juré que nunca dejaría que nadie volviera a ser importante para mí —Pedro hizo una pausa—. Sin embargo, dejé que otra mujer entrara en mi vida.


—Nadia.


—Sí. Hicimos muchos planes, al menos, eso creí yo. Cuando le fallé, se marchó sin mirar atrás. Después de eso, decidí que yo sería siempre el que se marchase y me alisté en el ejército.


Ella notó su dolor y se tragó el nudo que se le había formado en la garganta.


—Hace tres años, cuando te encontré aquella noche en el Roadhouse, supe que debería dejarte en paz, pero no pude. Me atrajiste como no había hecho ninguna mujer. No sabes lo cerca que estuve de incumplir mi regla aquella noche. Hiciste que quisiera hacer promesas que sabía que no podría mantener. Tenía que luchar en una guerra. Ni siquiera sabía si volvería alguna vez.


Paula se acercó a él.


—Te habría escrito, te habría esperado, Pedro.


—Por todos los santos, eso habría sido una complicación. No habría podido pensar en tí y cumplir con mi cometido. Tenía que estar centrado. Entonces volví, te llamé y cuando no contestaste mis llamadas… —él cerró los ojos un instante—. No querías oír mis explicaciones.


Ella lo miró a los ojos con la esperanza de que viera el amor y la compasión que sentía por él.


—Creía que me debías una disculpa en persona.


Él miró hacia otro lado.


—La guerra cambió las cosas, y me cambió a mí. Tenía que luchar contra mis propios demonios.


Ella le acarició la mejilla.


—Eso no me habría importado, Pedro. No te habría juzgado jamás.


Él resopló.


—Ya lo sé, pero no estaba preparado para compartir esa parte de mí con nadie.


—El trastorno de estrés postraumático, el TEPT. Muchos soldados lo padecen cuando vuelven. Esa noche, cuando hablamos, creí que te había ayudado.


Él asintió lentamente con la cabeza.


—Me ayudó. No me gusta compartirlo —Pedro se encogió de hombros—. Mis pesadillas pertenecen a una época que quiero olvidar, no arrastrarte a ella.


—Al menos, sé por qué no estabas en la cama conmigo. No quería decir que no me desearas.


—¡No! Hacer el amor contigo fue increíble.


Estaba tan cerca de él que le costó no abrazarla.


—No quería dejarte.


—Entonces, ¿Por qué me dejaste?


—Confianza.


Ella se sintió dolida.


—¿No confiabas en mí?


—No confiaba en mí mismo. Para tapar mis inseguridades, me pareció que lo más seguro era la cantidad.


—Sí, tu reputación con las mujeres es legendaria.


—No tanto como crees. He salido con muchas, pero no he estado con tantas. Y después de tí, te sorprendería la cantidad.


—Pedro, no puedo ser la mujer que acude a tu cama cuando te viene bien —replicó ella con seriedad.


¿Realmente creía que era eso para él?


—Nunca ha pasado eso contigo, Paula.


Eso le dió valor suficiente para abrazarla.


—Te he tenido presente durante años, pero eres una Chaves. Tu padre era senador. Era imposible que pudiera acercarme a tí.


—Entonces, ¿No debería decirte que estaba locamente enamorada de tí desde el instituto?


Él la abrazó con más fuerza y miró sus aterciopelados ojos marrones.


—¿Y ahora? He recorrido más camino y tengo más defectos. ¿Podrías amar a este hombre?


Contuvo la respiración y ella asintió con la cabeza.


—¿Sí? ¿Estás segura?


No esperó la respuesta. Se quitó el sombrero, bajó la cabeza y la besó con suavidad en los labios. Notó que se estremecía, se apartó un poco y vió el deseo reflejado en sus ojos. Volvió a besarla y estrecharla contra sí. Ella le rodeó el cuello con los brazos y él profundizó el beso. Cuando introdujo la lengua, ella gimió, le acarició la espalda y el beso se hizo más apasionado todavía. Cuando por fin se separaron, no podían respirar.

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