Cristian, después de mirar por la ventana, abrió la puerta y sacó primero a Lorena como escudo. Él se puso entre las dos. Paula tragó saliva y se recordó que Pedro estaba por allí.
—Muy bien, vamos juntos y caminad despacio —les ordenó Cristian.
Obedecieron y Paula estuvo atenta a oír la voz de Pedro, pero el ruido del rotor del helicóptero y las palpitaciones del pulso en los oídos le impedían casi oír otra cosa. Con Cristian entre ellas ni siquiera podía hablar con Lorena y avanzaron entre la hierba, que les llegaba hasta los tobillos. La única luz llegaba del helicóptero que estaba a unos veinte metros. Sabía que el tiempo se consumía y entonces, súbitamente, oyó el grito de Pedro.
—¡Paula!
Paula se tiró al suelo y empujó a Lorena. Luego, solo oyó la orden para que Cristian tirara el arma y unos disparos antes de que todo se oscureciera.
—¡Paula! ¡Paula! Despierta, cariño.
Paula gruñó, parpadeó y abrió los ojos.
—Pedro… —susurró ella intentando sentarse—. ¿Qué ha pasado?
Miró alrededor y comprobó que estaba en el sofá de su casa. Pedro estaba sentado delante de ella.
—Ya ha terminado todo —le dijo Pedro—. Cristian no puede hacerte nada.
—¿Está muerto?
Él asintió lentamente con la cabeza.
—No se pudo hacer otra cosa ni había tiempo. Cristian apuntaba a Lorena con la pistola.
—Dios mío… —Alisa contuvo la respiración y se sentó—. ¿Lorena…?
—Está bien. Uno de los policías la llevó a ver a C. J. en casa de tus padres.
Paula respiró con alivio, pero no dejó de temblar.
—Creo que nunca había tenido tanto miedo.
Pedro asintió con la cabeza.
—No sabemos por qué alguien quiere morir así pero, por lo que parece, Cristian quería acabar de esa manera.
Ella sintió el escozor en los ojos, pero se negó a llorar. No iba a desmoronarse en ese momento. Aturdida, intentó sentarse. Aunque inestable, se acercó a la chimenea y vio los destellos del coche patrulla por la ventana.
—No puedo creerme que haya pasado todo esto.
—Ya estás a salvo —la tranquilizó Pedro.
Él fue a abrazarla, pero ella se apartó. Lo que más quería en el mundo era sumergirse en su calidez protectora, pero no podía. Sería muy fácil apoyarse en él, dejar que la llevara a casa y volver a su cama. ¿Cuánto duraría? ¿Otro fin de semana?
—Te agradezco mucho lo que has hecho esta noche, pero ya estoy bien.
—Paula, quiero estar a tu lado. Cuando ví a ese hombre que te agarraba… —Pedro se calló—. Por favor, déjame que te ayude.
—Pedro, es mejor que vaya con mi familia.
—Te quiero.
Ella se dió la vuelta y se encontró con sus hipnóticos ojos azules. Vió preocupación, pero ¿Había amor? Tuvo que hacer un esfuerzo para no arrojarse en sus brazos.
—¿Cuánto tiempo esta vez? ¿Una noche más en tu cama antes de que te marches otra vez?
Él fue a hablar, pero ella lo detuvo.
—No, no intento culparte de nada. Solo constato un hecho. No puedo ser tu mujer cuando te conviene, me merezco algo mejor.
Él se quedó mirándola fijamente hasta que se oyó un alboroto y se abrió la puerta principal. Los padres de ella entraron y Pedro retrocedió. Su madre fue la primera en hablar.
—Paula… Hemos pasado un miedo espantoso.
Paula derramó unas lágrimas.
—No voy a mentir, yo estaba aterrada. ¿Qué tal está Lorena?
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