—No fue fácil —contestó Federico con una sonrisa triste—. La fastidié muchas veces pero, al final, quise su amor. Ella me ayudó a curar muchas heridas.
Pedro envidiaba a Federico por la familia que tenía.
—No digo que fuese fácil —siguió Federico—. El amor es un riesgo, pero es la única manera de conseguir una mujer.
Pedro sintió un arrebato de esperanza, pero se disipó inmediatamente.
—Yo la he fastidiado de verdad y no sé si podré arreglar las cosas con Paula.
—Flor me dió más oportunidades de las que merecía. Las mujeres quieren saber que las amas lo bastante para estar a su lado.
Pedro sintió esperanza por primera vez desde hacía mucho tiempo.
—Espero que sepas lo afortunado que eres —le dijo Pedro.
—Lo sé. Doy gracias todos los días —Federico sonrió—. En realidad, había salido para contarte una noticia. Flor y yo estamos esperando otro hijo.
—¡Es fantástico!
Pedro abrazó con todas sus fuerzas a su hermano. ¿Cómo sería compartir un milagro así con Paula?
—Gracias. Efectivamente, mi vida es mucho más perfecta y te deseo lo mismo a tí. Sin embargo, tienes que aprovechar la ocasión, Pedro. Habla con Paula.
Pedro asintió con la cabeza y también se sintió libre por primera vez desde hacía mucho tiempo.
—Lo haré.
Quiso volver corriendo a casa de Paula y rogarle que oyera lo que tenía que decirle cuando sonó su teléfono móvil.
—¿Quién puede ser?
Miró la pantalla y vió el nombre de Paula.
—Paula.
—Pedro —contestó C. J.
—C. J., ¿Qué pasa?
—Mi padre está aquí. Tengo miedo, Pedro. Creo que va a hacerles daño a mamá y a Paula.
El pulso se le aceleró ante la idea de que Cristian Jackson estuviese cerca de Paula.
—No pasa nada, amigo. ¿Dónde estás?
—En el dormitorio de Paula.
—Sal por la ventana y escóndete junto al roble. Llegaré enseguida —Pedro colgó el teléfono y miró a Federico—. Cristian está en casa de Paula.
—Vamos.
Federico sacó el móvil y llamó al sheriff mientras salían por la puerta. Pedro rezó para que llegaran a tiempo y que no le pasara nada a Paula. También se prometió que le diría lo que sentía por ella.
—Más te valdría marcharte ahora —le dijo Paula a Cristian—. Llévate mi coche antes de que alguien se entere de que estás aquí.
Cristian siguió yendo de un lado a otro y exigiéndoles más cosas. Parecía sucio, cansado y mayor de la edad que tenía. Afortunadamente, C. J. estaba en su cuarto.
—Todo es por tu culpa —apuntó con la pistola a Lorena y luego a Paula—. Si no te hubieras metido en mis asuntos. Había alguien que se ocupaba de mi niño.
—Su hijo estaba viviendo en la calle.
—Iba a volver. ¿Cómo iba a saber que iban a detener a mi vecino? Tú, sin embargo, mandaste a ese detective para que fuera haciendo preguntas.
—Cristian, por favor, deja a Paula al margen —le pidió Lorena—. Llévame a mí, iré contigo.
Él miró con furia a su ex esposa.
—¿Por qué iba a quererte para algo?
Se acercó y le dió una bofetada. Lorena gritó y cayó contra el respaldo del sofá. Paula miró a esa escoria humana y esperó que también la abofeteara, pero no iba a darle el placer de mostrarle miedo. Cristian, sin embargo, se limitó a insultarla antes de ir hasta la ventana.
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