lunes, 28 de julio de 2025

La Niñera: Capítulo 1

Tendría que haberlo supuesto. Si no hubiera estado tan absorta mirando la fachada, enmarcada por un impresionante cedro, habría prestado más atención a sus instintos. Pero estaba totalmente absorta mirando la gloriosa simetría de los innumerables ventanales, admirando la gracia arquitectónica de la luz reflejada sobre la puerta y en el camino de gravilla Un espectáculo impresionante. Era precioso. No era ni ostentoso, ni pretencioso, sino suficientemente bello como para quitarle a uno la respiración, con el sol de la mañana bañando con sus rayos dorados los ladrillos de color crema. Respiró hondo, salió del coche y se dirigió hacia la puerta de entrada. Estaba un poco abierta. Oyó un ruido metálico al fondo, cuando llamó a la puerta. En el silencio que lo precedió, oyó unas risas.


—¿Hola? ¿Hay alguien? —llamó.


Las risas se intensificaron y alguien chistó. Tendría que haberlo supuesto. Después de todos aquellos años conviviendo con Gonzalo, David e Iván, sus hermanos, debería habérselo imaginado. Abrió la puerta con mucho sigilo y entró. Justo en ese momento una bolsa de harina le cayó en la cabeza. Las risas se convirtieron en carcajadas, seguidas de un ruido de pasos bajando por las escaleras. Paula no lo dudó un momento. Se quitó los zapatos y salió corriendo detrás de los bribones. Una puerta se cerró a su derecha, la abrió de golpe y los pilló junto cuando iban a meterse en el armario.


—Buenos días —les saludó, y los sacó de su escondrijo.


Eran dos hermanos gemelos. Tenían los brazos y las piernas de chicos de más edad, pero sus rostros, con el pelo rizado, parecían los de los querubines. Sin embargo, durante los primeros segundos de haberlos pillado en su travesura, todavía conservaban en su mirada un tono malicioso. Paula los soltó, se cruzó de brazos y aguardó. La evidencia de la travesura que acababan de hacer estaba frente a ellos. Se quedaron inmóviles, mirando con asombro la figura cubierta de harina.


—¿Y bien? —comentó ella.


—Lo sentimos —dijeron los dos al mismo tiempo.


—Claro que lo vais a sentir. ¿Quiénes son?


—Yo soy Felipe...


—Él es Felipe.


Paula miró al que no era Felipe.


—¿Y tú?


—Benjamín.


—¿Hay alguien más?


Los dos movieron en sentido negativo las cabezas.


—Muy bien, Felipe y Benjamín, creo que tienen un trabajo que hacer.


Los dos se quedaron mirándola.


—Tienen que limpiar lo que han ensuciado.


Sus rostros se entristecieron.


—Vamos abajo, porque van a tener que barrer y fregar el suelo. Por suerte no hay alfombra. De haberla habido, se habrían pasado cepillando una semana.

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