miércoles, 9 de julio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 46

La fiesta terminó al anochecer. Gonzalo, el hermano de Paula, llamó a un empleado de River’s End para que llevara un remolque y recogiera los caballos y los otros cuatro Chaves volvieron en el coche de Alejandra. Pedro se ofreció para llevar a Paula y a C. J. a casa de ella, pero el niño estaba dormido con los otros niños en el cuarto de estar y Florencia se ofreció a quedárselo esa noche. Paula no estaba segura de que fuese una buena idea que Pedro la llevara a casa. Cuando estacionó la camioneta delante de su casa, estuvo a punto de bajarse de un salto y meterse corriendo. Estaba tan nerviosa que le costó abrir la puerta. Cuando consiguió entrar, la sala estaba iluminada por una pequeña lámpara al lado de la chimenea. Él la siguió.


—Recogeré una muda de ropa para C. J. y dejaré de molestarte —comentó él mientras iba al dormitorio.


Paula no supo por qué estaba tan callado. ¿Había hecho o dicho algo que lo había molestado?


—Anoche hice la colada —replicó ella—. La ropa limpia de C. J. está en el cuarto de la lavadora.


Ella se dirigió hacia la cocina y hacia el pequeño porche que había cerrado para poner una lavadora y una secadora. Encendió la luz y vió los dos montones de ropa de niño en la mesa.


—Te dije que yo me ocuparía de lavar la ropa —le dijo Pedro mientras recogía unos vaqueros, una camisa y algo de ropa interior.


—No me importó, Pedro. Iba a hacer mi colada y metí su ropa también.


—Él es mi responsabilidad, Paula. Si está aquí, es por tu padre.


Ella se sintió más enfadada que dolida.


—Estás de broma, ¿Verdad? Quiero ayudar a C. J. tanto como tú.


Los ojos azules de Pedro se ensombrecieron.


—Es un trabajo más para tí y, con tu empleo y las elecciones…


—Si no quisiera que C. J. estuviera aquí, te lo habría dicho. Creía que nos habíamos organizado bastante bien. Supongo que estaba equivocada. Cierra la puerta cuando te marches, vaquero.


Ella fue a marcharse, pero Pedro la agarró del brazo.


—No, Pedro. Márchate antes de que digamos algo más.


—Entonces, es posible que no debamos hablar.


Ella lo miró en el momento que bajaba la cabeza. Se quedó petrificada cuando la besó en la boca y le mordisqueó levemente los labios. Dejó escapar un gemido y lo agarró con fuerza de la camisa como si le diera miedo moverse, como si le diera miedo romper el hechizo. Pedro fue el primero en moverse. La agarró de la nuca, cambió la posición de la boca y profundizó el beso. Ella separó los labios y él entró para paladear su sabor.


—¿Sabes cuánto tiempo llevaba deseando hacer esto? He pasado todo el día pensando en ti.


Ella se estremeció de arriba abajo.


—Pedro…


Paula intentó aguantar, pero empezaba a ceder muy deprisa. Pedro la agarró de la cintura, la sentó en la encimera y se puso entresus piernas.


—Sigue llamándome así.


—Pedro.


Ella quiso protestar por lo que había hecho él, pero se dejó arrastrar cuando la besó una y otra vez. Le soltó los cierres de la camisa e introdujo las manos por debajo de la camiseta para sentir su piel. Volvió a estremecerse cuando las yemas de los dedos encontraron sus pezones planos. Él se apartó y la miró a los ojos.

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