viernes, 18 de julio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 66

 —Carlos era el peor. Intenté meterle algo de sensatez en la cabeza durante meses. No podía seguir protegiéndolo. Esa noche, cuando caímos en la emboscada, volvió a intentar hacerse el héroe. Le ordené que se quedara quieto —Pedro notó el escozor de las lágrimas—. Él siguió con el fusil en ristre.


—No fue culpa tuya, Pedro —él pudo captar las lágrimas en su voz—. No podías ocuparte de todos.


—Eso no me facilitó las cosas cuando tuve que visitar a sus padres. Pensé que estarían furiosos conmigo porque era su sargento y debería haber mantenido a salvo a su hijo —Pedro la miró—. ¿Sabes lo que me dijeron?


Ella negó con la cabeza.


—Me dijeron que les alegraba conocer al hombre del que escribía su hijo. Que yo era el héroe de Carlos.


—¿Por qué te cuesta tanto creerlo? —preguntó ella con una sonrisa.


—Los hombres y mujeres que dieron sus vidas son los héroes. Yo solo soy uno de los afortunados que consiguieron volver a casa.


—Y yo me alegro.


Apoyó la cabeza en su pecho y Pedro miró la luz de la luna por la ventana. Debería sentirse bien con Paula a su lado, pero no lo conseguía cuando el miedo se adueñaba de él. Le había contado lo más íntimo. ¿Podría estar a la altura de lo que esperaba ella? Su madre y Nadia lo habían abandonado, ¿Cuánto tardaría ella en abandonarlo también?



La luz de la mañana inundó la habitación demasiado pronto. Paula se dió la vuelta y encontró vacío el otro lado de la cama. Se incorporó de un salto, pero se sintió aliviada al ver a Pedro vestido en el fondo de la habitación.


—Buenos días —le saludó ella con una sonrisa.


—Buenos días.


Paula se sentó y se echó el pelo hacia atrás.


—Te has levantado temprano.


—Tengo que volver al rancho.


—Ah… —Paula miró el reloj y comprobó que ya eran más de las siete—. Supongo que alguien tiene que dar de comer al ganado. ¿Quieres que te ayude?


—No, puedes dormirte otra vez. No quería marcharme sin decírtelo.


Algo iba mal. Ella se levantó, se cubrió el cuerpo desnudo con una sábana y se acercó a él.


—Supongo que no podré convencerte para que te tomes la mañana libre… —se puso de puntillas y lo besó en la mejilla—. A no ser que ya te hayas cansado de mí.


—No creo.


Pedro sabía que eso no pasaría jamás. Sintió una conocida opresión en el pecho al recordar todas las veces que lo había intentado y que la felicidad lo había sorteado. ¿Podía dejar que Paula entrara en su vida y arriesgarse a que le pasara otra vez? Ella sonrió y una sensación curiosa se adueñó de él. Podía acostumbrarse a ella.


—Demuéstramelo, Pedro —le desafío ella—. Como hiciste anoche.


Se sintió tentado, pero justo en ese momento sonó su móvil y lo sacó del bolsillo.


—Dígame.


—Pedro, soy Rafael Lawton. Alisa no contesta su teléfono.


Pedro se quedó helado. ¿Por qué llamaba tan pronto?


—Ella está aquí.


Iba a darle el teléfono a Paula cuando el detective privado se dirigió a él.


—Puedo decírtelo a tí, Pedro. Quería que supieran que he encontrado a Lorena Pruett y que voy a llevarla a Kerry Springs. Llegaremos dentro de un par horas.


—¿Qué quieres decir? No puedes…


—Pedro, no va a pasar nada. Es lo que creíamos. Cristian se llevó a su hijo sin permiso. Ella ha estado intentando recuperar a Ciro; ese es el nombre de C. J. Reunanse con nosotros en el despacho del sheriff dentro de dos horas.


—¿Y C. J.? Él no querrá verla.


—Todos estamos de acuerdo en que no es buena idea que lo vea todavía. Tenemos que vernos en el despacho del sheriff para decidir qué hacer.


Pedro no estuvo seguro. Iba a tener que saber algunas cosas antes de entregar el niño a alguien.

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