—Puede pasar. Un divorció complicado, una pelea por la custodia. Podría haber muchos motivos para que su madre no aparezca en su vida.
—De acuerdo pero, a lo mejor, el padre tenía un buen motivo para llevárselo.
—Pero si C. J. era tan importante para Cristian, ¿Por qué se ha marchado sin él?
Pedro no pudo contestar.
—Estoy segura de que el sheriff está haciendo todo lo que puede para encontrar a su familia, pero tenemos que ayudarlo más.
Pedro la miró con el ceño fruncido.
—¿Vas a tirar de algunos hilos?
—Oye, esos hilos evitaron que C. J. fuese a un hospicio.
Pedro no quería que Paula ayudara más. Sus vidas ya estaban bastante enredadas. Aun así, tenía que pensar en el niño. Ya había estado demasiado ocupado intentando hacer dos trabajos. Cuando abriera el restaurante, tendría que trabajar durante algún tiempo por la noche. C. J. se merecía más. La miró. Era increíblemente hermosa y tenía que encontrar la manera de sacarla de su vida antes de que llegara a ser algo más profundo. Quizá, si encontrara algún familiar responsable para C. J., eso serviría de algo.
—De acuerdo, utiliza toda la artillería de los Chaves.
A la mañana siguiente, Paula había arreglado a C. J. para ir al colegio. Lo había hecho sola porque Pedro tenía que cargar el ganado en su rancho para que lo transportaran. Los dos lo habían echado de menos durante el desayuno, pero ella le dijo al niño que podían pasar por la obra antes de ir al colegio; era la manera de estimularlo para que se pusiera en movimiento. A mediodía, almorzó con su padre y un detective privado. El senador ya había contratado a alguien para que fuese trabajando en el caso de C. J. A última hora de la tarde, cuando terminó la jornada en la obra, fue al restaurante preguntándose qué le parecería a Pedro la sorpresa que le tenía preparada. Al entrar, oyó unas risas. P. J. Rafael Lawton y ella cruzaron la zona del bar para ir al comedor. Allí estaban Horacio, Federico, Pedro y C. J. pintando las paredes con rodillos y brochas. Sintió una punzada de envidia por no haber compartido esa situación. Dejó ese sentimiento a un lado y se recordó que unos besos no significaban nada para Pedro Alfonso. Había llegado el momento de que los dos siguieran adelante. Cuanto antes se resolviera eso, mejor.
—¿Ese es el niño? —preguntó Rafael.
—Sí. Es feliz cuando está con Pedro. En realidad, lo es con todos los Alfonso.
—Es afortunado por acabar en una situación tan favorable.
Paula miró al hombre de cuarenta y pocos años. Rafael Lawton era grande y fuerte y bastante atractivo. Era un oficial de policía de Dallas, retirado, que había pasado a la investigación privada. Ya había hablado con el sheriff y tenía el historial de C. J.
—No dejes que C. J. te engañe. Es un niño de la calle, astuto. No confía en mucha gente y menos en las mujeres.
—Estoy seguro de que te lo has ganado —comentó Rafael con una sonrisa.
—Ojalá fuese tan sencillo. Es duro de roer.
—Si su madre lo abandonó, no puedo reprochárselo —Rafael suspiró—. Veamos de qué más puedo enterarme.
Paula accedió y los dos entraron en el comedor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario