miércoles, 30 de julio de 2025

La Niñera: Capítulo 9

 —Me encanta —comentó ella—. Muy bien —se dió  la vuelta, con una sonrisa en sus labios.


Debía haberse quedado justo detrás de ella, porque casi choca contra él. Retrocedió unos pasos y se tropezó, él la sujetó por los hombros, para que no se cayera. De alguna manera, las manos de ella terminaron en el pecho de él y el calor de su cuerpo, a través de su fina tela de seda, casi le queman las palmas de las manos.


—Tranquila —murmuró él, con voz acaramelada, que se fundió con sus terminaciones nerviosas y se pegaron al aire que metió en sus pulmones.


Paula suspiró. Había sido un error. Olía de forma muy cálida, limpia y masculina, sin ninguna fragancia artificial, un olor puro, que casi llegaba a intoxicar. El corazón le golpeó el pecho y sintió la intensa necesidad de apoyarse en él. Sus miradas se encontraron y, al cabo de un segundo interminable, en el que ella llegó a pensar que la iba a besar, la soltó y se alejó.


—Me alegro de que le guste —le dijo, con un tono neutral de voz—. No sé cuándo quiere empezar, pero como ve, estamos dispuestos a que empiece cuando crea conveniente.


—Pues si le parece bien, puedo trasladarme esta misma tarde.


—Por mí no hay ningún problema. Puede traer su coche si quiere, aunque aquí hay uno que puede utilizar, cuando lo desee. A menos que me diga que no sabe conducir otra cosa que un carrito de la compra.


Paula retorció los labios.


—Si es más pequeño que un tractor, lo puedo llevar.


Él se echó a reír y logró reducir la tensión.


—Mucho más pequeño —le dijo.


Lo siguió escaleras abajo y llegaron hasta el vestíbulo. Los restos de la harina estaban todavía en el suelo. Aquel vestíbulo tenía el mismo aspecto que un taller de artesanía en un colegio.


—No sea muy duro con ellos —comentó—. Me gustaría entrar con un buen pie. Y si se piensan que les regaña por mi culpa, va a ser peor.


—Le prometo que no les romperé ningún hueso — comentó él, retirando de su camino una fregona.


—Muy bien. Pues hasta luego.


Le estrechó la mano, y sintió sus cálidos y fuertes dedos en su mano. Se dió la vuelta y salió corriendo hacia el coche, y todavía con la mano temblándole, abrió la puerta y lo arrancó. ¿Estaba loca? Sentía el pulso acelerado, la adrenalina en su cuerpo. Según se iba alejando de la casa, se preguntó si su nerviosismo se debía a los niños, o a lo impresionada que se había quedado al ver a al padre de aquellas criaturas...

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