miércoles, 9 de julio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 47

 —Estás volviéndome loco —le sacó la blusa del pantalón e introdujo las manos debajo—. Te deseo, Paula. Eso no ha cambiado.


Volvió a besarla apasionadamente. Ella quiso más, pero no podía meterse en ese berenjenal otra vez. Tenía que acabar con ese disparate antes de que fuera demasiado tarde. Lo agarró de la muñeca con el último resquicio de voluntad que le quedaba.


—Pedro, para.


Él se apartó y la miró. Tenía los ojos azules oscuros por el deseo y ella estuvo a punto de cambiar de opinión.


—No puedo hacerlo otra vez —dijo Paula metiéndose la camisa en el pantalón.


Pedro apretó las mandíbulas y la miró. Lo único que se oía eran sus respiraciones entrecortadas, hasta que sonó un teléfono. Él dejó escapar una maldición y sacó su móvil de los vaqueros.


—Dígame. Hola, Florencia —escuchó un instante—. De acuerdo, dile que se ponga al teléfono. Hola, C. J. Sí, compañero, ahora voy. Tenía que recoger ropa para tí. Llegaré dentro de veinte minutos.


Paula hizo lo posible para recomponerse y para que el corazón se le serenara antes de que él colgara.


—¿Pasa algo? —preguntó ella.


Él se dejó la camisa abierta.


—C. J. se ha despertado y se ha asustado al no verme allí.


Perfecto. Tendría que marcharse y ella podría pasar la noche sola preguntándose cómo dejar de desear a ese hombre. Necesitaría mucha suerte.


—Entonces, tendrás que volver.


Pedro se acercó a ella.


—Quiero quedarme contigo, pero tienes razón. Lo más sensato es que me marche.


Ella contuvo el aliento hasta que Pedro retiró la mano y rezó para que no volviera a besarla por mucho que anhelara que lo hiciese. Era un hombre que solo quería pasar una noche, o un fin de semana, con ella. No tenían porvenir. Eso, por sí solo, debería disuadirla, pero no conseguía resistirse a él.


—Seguramente sea lo mejor para los dos.


Él se rió, pero fue una risa amarga.


—Si tu padre y tu hermano supieran lo que acabamos de hacer, me llevarían a patadas hasta Austin.


—Les gustaría patear a cualquier hombre que me interesara. Además, ya soy mayorcita.


Él le acarició la mejilla con la punta de los dedos, pero acabó apartando la mano.


—Sí, lo eres. Tengo que marcharme. Gracias por dejarme que me quede con C. J. esta noche.


—Claro —aunque fuera lo mejor, no quería que se marchara—. Si quieres, puedo ir a recogerlo mañana por la mañana.


Fueron hasta la puerta.


—¿No te importa que me lo quede todo el día? Lo traeré mañana por la tarde.

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