viernes, 11 de julio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 51

 —Sea cual sea el motivo, me alegro. Me apetecía vagabundear con alguien.


—Bueno, los dos hemos estado trabajando bastante —Paula miró al atractivo hombre que tenía al lado—. Sobre todo, tú.


Pedro levó los caballos hasta el arroyo y quitó la alforja y la manta.


—Tú tampoco has estado de brazos cruzados.


Extendió la manta y ella se sentó sobre el estampado indio. Él se sentó enfrente, sacó los sándwiches y dos latas de refrescos y le dió uno a ella. Pedro desenvolvió su sándwich y le dió un mordisco. Dejó escapar una exclamación de placer.


—Gracias a mi padre, Alfonso’s Place tendrá algunos clientes. Éste sándwich va a estar en el menú sin duda.


—Es un buen comodín —replicó ella con una sonrisa.


Pedro no podía dejar de mirarla. Tenía unas facciones casi perfectas y unos ojos marrones en los que podía perderse. Además de un cutis inmaculado y una boca carnosa que hacían que sintiera cosas hacia ella que no debería sentir. Para no buscarse complicaciones, tuvo que mirar hacia otro lado y señalar unos pastos con varias vacas.


—Ésta es la parte que limita con las tierras de tu familia y hasta donde alcanza tu vista por el este, es mío. Naturalmente, es mucho más pequeño que River’s End.


—Aun así, tiene un buen tamaño.


—Sí. Por encima de todo, soy un ranchero. Cuando vine del ejército, Federico me propuso asociarme con él y creí que me había muerto e ido al cielo —volvió a mirarla—. Los Alfonso nunca han sido dueños de nada. Cuando era pequeño, hasta nos costaba pagar la renta. Trabajábamos mucho, pero era como si nada nos saliera bien —se encogió de hombros—. A lo mejor, no acertábamos con lo que elegíamos.


—Creo que tu familia está haciéndolo muy bien ahora.


Él sintió una descarga de adrenalina cuando ella le sonrió. Detestaba que lo pusiera tan nervioso.


—Estoy intentándolo con toda mi alma.


—¿Por qué? —preguntó ella con el ceño fruncido—. No tienes que demostrarme nada… Ni a nadie.


—Llámalo cosas de hombres. Ser pobre te hace más ávido. Puedes preguntárselo a mi padre, a Federico e, incluso, a Antonio Casali.  Trabajamos más para conseguir lo que queremos, como el Triple A. Esta tierra es mi oasis, mi refugio. Me alivia.


—¿Te ayuda con los recuerdos de la guerra?


Él se puso rígido.


—Perdona —Paula le puso una mano en el brazo—. No debería haber sacado el tema. Estoy segura de que sabes muy bien cómo sobrellevarlo.


Él nunca quería hablar de sus años en el extranjero, solo quería olvidar.


—Así es, Paula, puedo sobrellevarlo.


Se olvidó de la comida, se levantó y fue al arroyo. Paula supo que lo había agobiado; también se levantó y lo siguió.


—Pedro, perdóname. No es asunto mío. No sé qué te pasó en el extranjero, pero…

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