lunes, 28 de julio de 2025

La Niñera: Capítulo 3

Aunque la verdad, era algo que una se podía imaginar después de leer el anuncio, según lo había comentado con uno de sus hermanos la noche anterior.


—«¿Estás ahí, Mary Poppins?» —había leído Gonzalo—. «Somos dos niños muy buenos, que sólo necesitamos un poco de mano dura».


—¿Ah sí? —había comentado David—. Al menos, reconocen lo que necesitan.


—Pues yo creo que se consiguen más cosas con cariño — comentó Iván.


—Yo prefiero mano dura —comentó su padre, mientras leía el Farmer's Weekly.


—Callense todos. Esto suena interesante. Además, no pueden ser peores que ustedes. Dice que hay que tener coche y que pagan muy bien. Además, dice que si cocino mejor que su padre, pues que sería maravilloso —dejó el periódico en la mesa y miró a su familia, que estaba con actitud expectante—. Me gustaría saber dónde es.


—Quién es, es lo más importante —respondió su padre—. Parece que es un viudo o separado...


—¡Eso es magnífico! Puede que hasta te enamores...


—¡Gonzalo! ¡Basta de bromas! Y quita los pies de la mesa — Alejandra Chaves se levantó y le dio un manotazo a los pies de su hijo—. ¿Qué más dice el anuncio?


—Nada —respondió Paula—. Hay un número de teléfono, que tiene el prefijo de Norwich. Me puede servir hasta septiembre.


Su último trabajo de cuidar niños se había acabado hacía unas semanas, al irse la familia fuera. Ella había pasado las navidades en casa, pero había llegado el momento de encontrar algún trabajo, algo hasta que se fuera al colegio después del verano, si es que al final se iba. Vió el anuncio, le picó la curiosidad y se preguntó quién lo habría puesto. Quien quiera que lo hubiera puesto, tenía sentido del humor.


—No pierdo nada con llamar —dijo para sí misma, encogiéndose de hombros. Levantando el periódico, salió de la cocina y se fue al despacho.


Un gato, de proporciones considerables, estaba hecho un ovillo en una silla. Lo hizo saltar al suelo. Ofendido, se marchó, conla cola estirada, moviendo la punta en gesto de reprobación, mientras ella marcaba el número de teléfono. No contestó nadie. A las ocho y media de la tarde de un viernes, lo más probable era que hubieran salido. Sintiéndose un tanto decepcionada, estaba a punto de colgar, cuando oyó un chillido al otro extremo de la línea.


—¡Lo tengo!


Cerró los ojos y se apartó un poco el auricular.


—Hola, quería hablar con...


—Ya viene mi padre. Es una señora.


—Está bien, a la cama, venga. ¿Hola?


Tenía una voz profunda, sensual, como si estuviera muy cansado. Paula retorció los labios.


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