Se hizo el silencio hasta que Yanina volvió a hablar.
—¿No es suficiente para tentarlos? ¿Y si Pedro Alfonso es el acompañante?
Paula contuvo el aliento.
—Doscientos dólares —dijo una mujer.
—Doscientos cincuenta.
—Trescientos.
Paula tuvo una sensación muy rara. ¿Se había prestado Pedro a eso? Miró hacia la barra, pero él no estaba mirándola a ella, estaba bromeando con unos hombres. Cuando terminó la subasta, una velada con el hombre del que se había enamorado se había cotizado en trescientos cincuenta dólares. ¿Eso valía un corazón partido?
El festejo terminó hacia la medianoche. Aunque Pedro estaba agotado, tenía que recoger. Quería hablar con Paula, pero ella siempre estaba hablando con alguien. Quería explicarle lo de la subasta. Por fin, la cocina se cerró, todos los empleados se pusieron a recoger y él pudo ir a buscarla. Los padres de ella también se habían marchado y quizá ella los hubiese acompañadofuera. Se despidió de su familia y como C. J. iba a pasar la noche con su amigo Mateo Cooper, no tenía que preocuparse de él hasta la mañana siguiente. Eso le permitiría estar con Paula, si la encontraba. Fue a ver a Kevin y a las camareras, que habían recogido las mesas del comedor y estaban repartiéndose las propinas y les dijo que se marcharan a sus casas. Yanina se acercó a él.
—Me marcho. ¿Necesitas algo más?
—Sí. ¿Dónde está Paula?
Ella parpadeó.
—Se marchó hace una hora o así. Creía que se había despedido de tí.
Se sintió dolido.
—No. Supongo que no nos hemos visto. ¿Ha vuelto al rancho?
—No. Va a quedarse en el piso del pueblo.
—¿Cuál es la dirección?
Ella dudó.
—Vamos, Yanina. Creía que la idea de la subasta era por Paula.
—Algo así, pero ¿Cómo iba a saber que le molestaría? Me dijo que no eran pareja.
A Pedro no le hizo gracia eso.
—Entonces, tengo que aclarar algunas cosas.
Ella le dió la dirección.
—Si vas, hazlo por el motivo acertado. No vuelvas a hacerle daño, Pedro.
—Me parece que eso ya está hecho. Ahora tengo que intentar arreglarlo.
Veinte minutos más tarde, Pedro estaba preguntándose lo mismo. Quizá debería marcharse a su casa. Deseaba a Paula como no había deseado a ninguna mujer, pero eso podía acabar siendo un desastre para los dos. Aun así, depositó la recaudación en el banco, fue hasta el piso de Paula y llamó antes de que cambiara de idea. Notó que ella lo miraba por la mirilla.
—Es tarde, Pedro. ¿No podemos hablar en otro momento?
—Vamos, Paula. Tengo que hablar contigo ahora. No voy a marcharme, de modo que si no quieres que despierte a los vecinos, ábreme.
La puerta se abrió y ella lo dejó pasar al pequeño recibidor. Él, sin embargo, fue a la sala. Estaba en penumbra, solo llegaba la luz de la cocina. Ella lo siguió vestida con una camiseta sin mangas y unos pantalones cortos y vaporosos.
—¿Por qué has venido, Pedro? Es casi la una de la madrugada.
—Creía que íbamos a vernos cuando hubiera terminado el festejo. ¿Por qué te marchaste?
Ella encogió sus pequeños hombros.
—Parecías muy ocupado con tu guapa acompañante de la cena.
Estaba celosa.
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