Entonces, su padre entró repentinamente. Horacio Alfonso siempre había sido un hombre sonriente y simpático, pero nunca había parecido tan feliz como desde que se casó con Norma. Federico, su hermano, estaba igual después de casarse con Florencia. A Pedro le gustaban las mujeres que habían elegido. Se alegraba por ellos. Él seguía disfrutando su vida de soltero… O, al menos, la había disfrutado hasta que empezó a trabajar en dos cosas.
—Hola, papá. ¿Qué te trae por aquí?
—He pensado que podrías necesitar algo de ayuda —Horacio miró alrededor—. Está muy adelantado. Siento no haber venido desde hace tiempo.
—Estás ocupado. Además, es mi negocio.
—He oído decir que tienes otra responsabilidad más. ¿Dónde está ese jovencito?
—C. J. está en la cocina. Perdona, pero todo pasó tan deprisa que no tuve tiempo de contártelo. El niño dijo que Juan y tú lo dejaban trabajar aquí.
Horacio negó con la cabeza.
—El asunto es que el niño acabó en la cocina porque su padre se sentaba en el bar y, algunas veces, no le había dado de comer. No fue un acto de caridad. Juan lo puso a barrer y de vez en cuando sacaba la bolsa de la basura.
—Entonces, ¿Conociste a Cristian Jackson?
Su padre se encogió de hombros.
—Llegué a saber la marca de cerveza que bebía y que le gustaba hablar con cualquiera que lo escuchara. También ví su mal genio. Si su padre lo ha abandonado, es posible que sea lo mejor para el niño.
—¿Comentó alguna vez algo sobre algún familiar?
Horacio se frotó la nuca.
—Cristian solo estuvo unos meses y solo habló de sí mismo y de que iba a trabajar en una plataforma petrolífera del Golfo.
—¿Crees que se ha ido allí? —preguntó Pedro con las cejas arqueadas.
—No lo sé, pero sí sé que el niño está mejor sin él —Pedro asintió con la cabeza y su padre siguió—. También he oído decir que Paula te ha ayudado con el niño.
—Sí. Solo hasta que encontremos a algún familiar. Entonces, ella seguirá su camino y yo, el mío.
La puerta de la cocina se abrió súbitamente y Paula entró. Pedro no pudo evitar mirarla fijamente. Llevaba una falda vaporosa que le llegaba justo por encima de las rodillas y unas sandalias con tacones que le resaltaban las preciosas piernas. Su camiseta sin mangas de punto era de color marfil y llevaba un cinturón que le realzaban la delicada cintura y los pechos. El pelo estaba recogido detrás de la cabeza y sus rasgos hispanos eran inconfundibles. No iba vestida así cuando salió esa mañana.
—Paula, ¿Qué haces aquí? —consiguió preguntar él.
Ella parpadeó.
—Estaba ayudándole a C. J. con las Matemáticas. Estabas ocupado cuando vine y no quise molestare —se acercó a Horacio y le dió un abrazo—. Hola, guapo.
—Hola, preciosidad —Horacio le dió un beso y también la abrazó—. ¿Qué tal está mi futura concejala favorita?
La sonrisa de ella iluminó sus ya preciosos rasgos.
—Me encanta tu optimismo. Estaba por ahí intentando captar algunos votos.
—Tienes el mío y también vamos a ayudarte a reunir muchos más. Aquí está tu recaudador de fondos, ¿Te acuerdas? —Horacio se dirigió a Pedro—. ¿Qué dices, hijo? ¿Todavía estás dispuesto a apoyar la causa?
—Claro. ¿Por qué no lo hacemos la noche de la inauguración?
No hay comentarios:
Publicar un comentario