—Limítese a darme ese maldito helicóptero —exigió Cristian antes de cortar la comunicación y tirar el teléfono al sofá—. Te quedan cincuenta minutos.
Paula quiso volver a su dormitorio y a los brazos de Pedro.
Pedro repasó todo lo que había aprendido en el ejército, pero la situación era distinta. Había dos mujeres indefensas. A una, nunca le había dicho lo que sentía por ella y la otra era una madre que tenía que criar a su hijo. Si a eso se añadía un perturbado con una pistola, el desastre estaba preparado. Tenía que parar a Cristian Jackson y no había margen de error. Si cometía un error, podía perderlos a todos. Vió a Bradshaw por la ventana y el sheriff le hizo una señal para que saliera. Él no quería marcharse, pero sabía que si lo descubrían, todo se complicaría. Pegó la oreja a la puerta del dormitorio un instante. Aquello no le gustaba nada, podía ponerse muy feo en cualquier momento. Cruzó la habitación y salió por la ventana. Se reunió con el sheriff y su hermano detrás de la casa.
—¿No has podido sacarla?
—No, es muy testaruda. Tenía miedo de que Cristian le hiciese algo a Lorena.
—Lo que nos faltaba era que todo el mundo quisiera hacerse el héroe —se quejó el sheriff—. El helicóptero llegará dentro de diez minutos. Es más que probable que Cristian intente llevarse un rehén. ¿Saben las mujeres lo que tienen que hacer?
Pedro asintió con la cabeza.
—El aparato no puede despegar con una de ellas dentro. Eso nos da unos treinta segundos para disparar a nuestro blanco mientras recorre el prado.
—Alto, alto. Federico y tú ni siquiera deberían estar aquí —replicó Bradshaw.
—Yo no voy a marcharme, te lo aseguro. Paula cree que está drogado. Además, soy lo más parecido que tienes a un tirador de élite.
—Y un civil —Bradshaw sacudió la cabeza—. Hemos llamado a Ariel Cooper. Está destinado en San Antonio y, en estos momentos, la Policía Montada de Texas está al mando de la operación. Cooper ya está preparado para hacer el disparo. Por eso, ustedes, los Alfonso, tienen que mantenerse al margen.
—Ni hablar. Le dije a Paula que yo le daría la orden de tirarse al suelo. Voy a hacer lo planeado.
Bradshaw suspiró.
—Entonces, vete donde está Cooper y sigue sus instrucciones. Hay vidas en juego.
Pedro lo sabía mejor que nadie. Paula lo significaba todo para él. ¿Habría llegado demasiado tarde para decírselo por fin?
Paula miró a Cristian Jackson, que iba de un lado a otro de la habitación. Estaba impacientándose y eso la preocupaba más. También se preguntó si Pedro seguiría en su dormitorio. ¿Iba a arriesgar su vida para salvarlas? No quería eso, pero la única alternativa era que Lorena y ella consiguieran salir de esa situación. Afortunadamente, había conseguido transmitirle las instrucciones de Pedro. Alguien iba a disparar a Cristian y, aunque no le gustaba la idea, parecía la única posibilidad de que sobrevivieran. Contuvo las lágrimas al acordarse de su familia y del sobrino nuevo que quizá no llegase a conocer… Y de Pedro. El ruido del helicóptero interrumpió sus pensamientos. El teléfono sonó y lo contestó Cristian.
—Cuando aterrice, no quiero ver a nadie cerca o su hija pasará a mejor vida —cerró el teléfono—. Vámonos.
Paula miró a Lorena y se levantó. Cristian agarró a su ex esposa.
—No intentes nada, porque me encantaría librarme de tí.
Luego, agarró a Paula y ella se movió sin resistirse.
—Eres mi póliza de seguro, querida hijita del senador Chaves. Creo que vamos a conocernos muy bien.
Paula tuvo que hacer un esfuerzo para mantener la calma. No estaba dispuesta a que Cristian viera su miedo. Peor aún, él tendría ventaja y ella iba a hacer lo que fuese para salir viva.
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