miércoles, 30 de julio de 2025

La Niñera: Capítulo 10

Gonzalo estaba en la oficina, con el pelo alborotado y un brillo especial en su rostro, normalmente alegre. Cuando entró, miró a Paula.


—¿Qué diablos te ha pasado? —le preguntó, perplejo.


—Estuve en una entrevista de trabajo —le respondió, con dulzura.


—¿Te han entrevistado para los próximos juegos en Japón?


Paula se echó a reír.


—Algo así.


—¿Y la pasaste?


—Sí. Va a ser un trabajo bastante complicado.


—¿Has aceptado entonces?


Paula asintió.


—Sí, empiezo esta tarde. ¿Me puedes llevar y así no tengo que llevar yo mi coche? Allí puedo utilizar un coche.


Gonzalo puso cara de felicidad, al ver que se podía escapar unas horas de la granja.


—Claro.


Paula le guiñó el ojo.


—No te entretendré mucho, hermanito.


—¿Qué hay de comida?


—No lo sé —le respondió, mirándolo por encima del hombro—. Pregúntale a mamá, yo voy a hacer las maletas.


Una hora más tarde, estaba con lo más esencial en una maleta, en el coche de Gonzalo. Tarareando, se fue a la cocina.


—Parece que estás muy contenta —comentó su madre con una sonrisa—. Gonzalo me ha dicho que has conseguido el trabajo.


—Mmm. Espero hacerlo bien.


—¿Cuándo te vas?


—Después de comer. Eso que estás haciendo huele bien, ¿Qué es?


— Sopa de verduras —le respondió su madre, poniendo la cacerola en el centro de la mesa—. Bueno, cuéntanos dónde vas a estar. ¿Cómo se llama?


—Pedro Alfonso. Está viudo y tiene dos hijos de ocho años, varias hectáreas de terreno y una casa preciosa. Debe tener un montón de dinero.


David levantó la cabeza y frunció el ceño.


—Tendrá algún negocio de informática...


—No se lo pregunté.


—¿Es un tipo muy grande, con el pelo rizado y de unos treinta años?


—Podría ser. ¿Por qué? ¿Qué sabes de él?


David enarcó una ceja.


—¿Es que no has oído nunca nada de él? ¿En qué mundo vives? La verdad es que no aparece mucho en público. Es un hombre al que le gusta la privacidad.


—Entonces no me extraña que no haya oído nada de él.


—No sale mucho. En los negocios es dinamita pura — comentó David—. Hizo su fortuna con los programas informáticos. Revolucionó el mundo de los programas de gestión. En estos momentos se ha introducido en el mercado de multimedia y le va bastante bien —se encogió de hombros—. Ese tipo es una leyenda.


Paula retorció los labios.


—Puede que haya logrado revolucionar el mundo de los programas, pero no puede con sus dos hijos.


—¿No? —le preguntó su madre, por curiosidad—. ¿Por qué lo dices?


Entre risas, les explicó lo de la broma con la harina, y la entrevista con el señor Alfonso.


La Niñera: Capítulo 9

 —Me encanta —comentó ella—. Muy bien —se dió  la vuelta, con una sonrisa en sus labios.


Debía haberse quedado justo detrás de ella, porque casi choca contra él. Retrocedió unos pasos y se tropezó, él la sujetó por los hombros, para que no se cayera. De alguna manera, las manos de ella terminaron en el pecho de él y el calor de su cuerpo, a través de su fina tela de seda, casi le queman las palmas de las manos.


—Tranquila —murmuró él, con voz acaramelada, que se fundió con sus terminaciones nerviosas y se pegaron al aire que metió en sus pulmones.


Paula suspiró. Había sido un error. Olía de forma muy cálida, limpia y masculina, sin ninguna fragancia artificial, un olor puro, que casi llegaba a intoxicar. El corazón le golpeó el pecho y sintió la intensa necesidad de apoyarse en él. Sus miradas se encontraron y, al cabo de un segundo interminable, en el que ella llegó a pensar que la iba a besar, la soltó y se alejó.


—Me alegro de que le guste —le dijo, con un tono neutral de voz—. No sé cuándo quiere empezar, pero como ve, estamos dispuestos a que empiece cuando crea conveniente.


—Pues si le parece bien, puedo trasladarme esta misma tarde.


—Por mí no hay ningún problema. Puede traer su coche si quiere, aunque aquí hay uno que puede utilizar, cuando lo desee. A menos que me diga que no sabe conducir otra cosa que un carrito de la compra.


Paula retorció los labios.


—Si es más pequeño que un tractor, lo puedo llevar.


Él se echó a reír y logró reducir la tensión.


—Mucho más pequeño —le dijo.


Lo siguió escaleras abajo y llegaron hasta el vestíbulo. Los restos de la harina estaban todavía en el suelo. Aquel vestíbulo tenía el mismo aspecto que un taller de artesanía en un colegio.


—No sea muy duro con ellos —comentó—. Me gustaría entrar con un buen pie. Y si se piensan que les regaña por mi culpa, va a ser peor.


—Le prometo que no les romperé ningún hueso — comentó él, retirando de su camino una fregona.


—Muy bien. Pues hasta luego.


Le estrechó la mano, y sintió sus cálidos y fuertes dedos en su mano. Se dió la vuelta y salió corriendo hacia el coche, y todavía con la mano temblándole, abrió la puerta y lo arrancó. ¿Estaba loca? Sentía el pulso acelerado, la adrenalina en su cuerpo. Según se iba alejando de la casa, se preguntó si su nerviosismo se debía a los niños, o a lo impresionada que se había quedado al ver a al padre de aquellas criaturas...

La Niñera: Capítulo 8

Paula estaba perdida. El halo de esperanza que percibió en sus ojos, la derritieron por dentro. Abrió la boca, para retractarse de lo que acababa de decir, pero no pudo.


—Una entrevista muy corta —comentó ella.


Él sonrió.


—¿Quiere que la entreviste? Muy bien. Dígame, señorita Chaves, ¿Cree que está cualificada para cuidar a mis dos hijos?


Le dió la taza de café, levantó una silla y le dió la vuelta, sentándose con el respaldo contra el pecho, cruzándose de brazos sobre el mismo. Se había quitado la chaqueta y remangado la camisa de seda. Ella se quedó fascinada al ver la potencia de sus antebrazos, cubiertos de un vello muy suave.


—¿No dice nada?


Paula parpadeó.


—¿Tiene algún título?


—Sí. Soy enfermera y he estado cuidando seis años de niños. Los últimos dos años y medio con la misma familia, con niños que iban desde los dieciocho meses, hasta adolescentes. Además, he ayudado a mi madre con mis hermanos pequeños. Creo que conozco a la perfección la mente de los niños.


—Muy bien. ¿Sabe cocinar?


—Supongo que mejor que usted. ¿Cuántas cosas tengo que hacer de la casa?


—No mucho, porque la señora Cripps se encarga de la limpieza, cinco días a la semana. Sólo sería cocinar para la familia, pero yo casi nunca vengo a comer. Y los niños se quedarán en el colegio. No será muy difícil.


Paula echó un vistazo a la cocina.


—¿Usted cree?


Él se encogió de hombros.


—¿Cuándo quiere que empiece?


—¿No quiere saber el salario, ni ver la casa?


—¿Es que está pensando engañarme? —contestó ella.


—¿Yo? —le respondió sonriendo—. No, Mary Poppins, no estoy pensando engañarla. Sólo le agradezco que se quede con nosotros. Por lo que respecta a su salario, pida lo que crea conveniente. Le daré firma en el banco, para que pueda hacer las compras de la casa.


—Es un usted muy confiado.


—Cualquier persona que tenga las agallas suficientes para enfrentarse a mí y recordarme mis obligaciones, tiene mi confianza.


Ella se sonrojó.


—No debí decirle esas cosas...


—Olvídelo. Tenía toda la razón. Lo sé. No lo he estado haciendo bien. Pero ya basta. Espero que todo se empiece a solucionar.


Se levantó y, haciéndole un gesto con la mano, le propuso:


—Vamos, le enseño la casa.


Subieron las escaleras de la parte de atrás, hasta los dormitorios situados encima de la cocina. Había también un gran salón, con un balcón que daba al jardín y una habitación a su lado, decorada con tonos florales y colores pastel. El cuarto de baño era pequeño, pero muy limpio y también había una pequeña cocina. A Paula le dió un vuelco el corazón. En cuanto llenara aquel sitio con sus cosas, se iba a sentir como en su casa. Ya se imaginaba sentada en una silla, al lado de la ventana, con un buen libro en una mano y una taza de leche con cacao en la otra, los niños dormidos, y de vez en cuando Pedro frente a ella, quizá separados por un tablero de ajedrez, en el que estarían jugando una partida. Tendría que dejarle ganar, pero no siempre. Una victoria de vez en cuando, sentaba siempre bien.

La Niñera: Capítulo 7

 —Porque soy viudo. Mi mujer murió hace cinco años, cuando ellos tenían tres. Teníamos un ama de llaves, una persona encantadora, que se quedó hasta que empezaron a ir a la escuela. Después, contraté a una serie de cuidadoras y gente que echara una mano. Hasta que la última niñera... —estuvo dudando unos segundos, con la boca apretada—. Digamos que se fue de repente en agosto.


—Oh.


—Justo en el verano. Afortunadamente, logré convencer al director del colegio al que yo iba, para que los admitiera internos a partir de septiembre, pero no encajaron muy bien. Los volví a enviar a principios de este trimestre, confiando en que les fuera un poco mejor, pero me llamaron la semana pasada y me dijeron que me los llevara.


—¿Es que no se encontraban a gusto? —le preguntó ella, con rostro de preocupación.


—¡Es que no los soportaban! —exclamó él—. ¡Habían pintado de blanco los bancos de madera del campo de cricket.


Paula reprimió una carcajada. Pedro empezó a secar otra taza.


—Parece gracioso ahora, pero en aquel momento no — continuó él—. Mi ama de llaves, que ya tenía sesenta años, había decidido en navidades que se iba a jubilar, con carácter inmediato. Lo cual suponía que no me quedaba más que con la señora Cripps, por lo que me tuve que ir a Kent, recoger a los niños y traérmelos aquí, para buscarles otra escuela, lo antes posible. Pero la señora Cripps se hartó pronto —se encogió de hombros—. ¿Entiende ahora por qué necesito una niñera?


Paula movió en sentido negativo la cabeza.


—Usted no necesita una niñera, señor Alfonso —le respondió ella—. Usted necesita un milagro.


—¿Un milagro? Lo encargaría, pero no sé dónde llamar —se dió la vuelta para mirarla y Paula se quedó sorprendida al ver la tristeza en su comentario—. Siento mucho lo que le han hecho. Yo tenía esperanzas de que... Todavía...


Dejó la taza y dió un suspiro. Sacó el café instantáneo.


—Supongo que no conoce a nadie con la paciencia suficiente como para encargarse de ellos.


Paula había cometido muchas estupideces en su vida, pero de poca monta, comparada con la que estaba a punto de cometer.


—Yo la tengo.


Giró la cabeza.


—¿Usted?


Ella sonrió. Él se quedó mirándola en silencio. Al cabo de unos segundos sonrió y le preguntó:


—¿Cuándo puede empezar?

La Niñera: Capítulo 6

Los chicos estaban entre fregonas y escobas, con los ojos como platos.


—Lo sentimos, papá —dijeron.


—¡Ya me encargaré de ustedes más tarde! ¡Idos a la habitación! —les regañó.


Salieron corriendo, deteniéndose a mitad de escalera, para sacarle la lengua. Lanzando un juramento, el padre empezó a subir las escaleras, pero Paula se lo impidió.


—Espere, lo único que quieren es llamar la atención. Con regañarles no se arregla nada. Lo que tiene que hacer es calmarse y después ir a hablar con ellos.


Paula sintió la lucha que mantuvo en su interior durante unos segundos, al cabo de los cuales, bajó los hombros y se dejó convencer.


—Lo siento. Tiene razón —le respondió—. Perdone. ¿Podemos empezar otra vez?


Su sonrisa fue muy tentadora y Paula no tuvo más remedio que ceder.


—Es lo mejor —le respondió, con una sonrisa.


—Pedro Alfonso.


—Paula Chaves—tenía una mano fuerte y cálida. 


Paula se quedó sorprendida al comprobar que el calor le iba irradiando a lo largo del brazo y que llegaba hasta sus mejillas. Apartó la mano y se la metió en el bolsillo.


—¿Me quiere usted salvar la vida, Paula Chaves? —le preguntó, con un cierto tono de desesperación.


Paula casi se echa a reír. Era increíble, un hombre casi diez veces su tamaño, seguramente un hombre de  negocios, al que habían logrado reducir dos niños.


—¿Tan mal está?


—¿Quiere que se lo cuente, mientras tomamos café?


—Encantada.


Lo siguió hasta la cocina, que estaba en la parte de atrás de la casa y, cuando entró, cerró los ojos. Allí parecía que había habido una guerra.


—Lo siento, pero es que la chica que se encarga de la limpieza está enferma y no he tenido tiempo —le explicó.


Paula no se podía creer lo que estaba viendo. ¿Cómo podía ser que un hombre que parecía ser capaz de hacer muchas cosas, no podía dedicarse a las sencillas labores domésticas? Retiró una pila de ropa de una de las sillas y se la ofreció.


—Siéntese. Voy a hacer café.


—¿Quiere que friegue unas tazas? —se ofreció, y él respondió con tal celeridad que a casi le da la risa.


Puso la tetera en el fuego y se fue a por un paño, colocándose a su lado, para limpiar las tazas que ella estaba fregando. Algo tan simple como las tareas domésticas, lograba romper muchas barreras.


—Siento mucho lo que le han hecho los niños —le dijo, al cabo de unos segundos, con un tono muy sincero—. La verdad, se ha comportado de forma muy razonable.


—Es que tengo tres hermanos más pequeños —le respondió ella.


—Ah —dijo él. Eso fue todo. 


Sólo se intercambiaron unas miradas y sonrisas de entendimiento.


—¿Cómo es que necesita alguien que le cuide los niños?

lunes, 28 de julio de 2025

La Niñera: Capítulo 5

 —¡Dios mío! ¿Qué le ha pasado?


—He estado haciendo pan —comentó, con cierto sarcasmo—. Había quedado con usted para una entrevista. Yo soy...


—Mary Poppins. Lo sé. Reconozco su voz. Llega tarde.


—Llegué temprano, pero es que me han entretenido...


El hombre dejó el bolígrafo en la mesa, con gesto pensativo.


—¿Qué es lo que ha pasado? —le preguntó—. ¿O es mejor no saberlo?


—¿No se lo imagina?


—Ha conocido a los gemelos —se pasó una mano por la cara—. Lo siento..


—Y yo. Sólo quiero que sepa que están limpiando lo que han ensuciado. Y yo me voy. Adiós.


Se dió la vuelta, pero él llegó primero a la puerta y le impidió salir.


—Espere, por favor. Siento de verdad que haya tenido un inicio tan accidentado...


—¿Accidentado? — Paula casi se echa a reír a carcajadas—. ¡Mire cómo me han puesto! —dejó salir su respiración y se dio la vuelta para mirarlo. Tragó saliva. Estaba acostumbrada a los hombres altos, sus hermanos eran unos hombretones, pero tenían todavía un aspecto juvenil. Aquel hombre, era inmenso—. ¿Señor...?


—Alfonso...


—Señor Alfonso, mientras usted estaba sentado aquí, en su torre de marfil, esos niños estaban haciendo de las suyas. Podrían haberse hecho daño con cualquier cosa.


—Yo no estaba tan lejos.


—No, pero no les estaba prestando atención. Están en una edad que no puede quitar los ojos de ellos en ningún momento...


—¿Cómo se atreve a venir aquí, sin saber nada de la situación y decirme cuáles son mis obligaciones? —le preguntó, levantando la voz.


Ella permaneció en su sitio.


—No me grite sólo porque se sienta culpable —le respondió ella, muy acalorada—. Me atrevo, porque nada más cruzar por su puerta, me ha caído encima una bolsa de harina, que sus hijos habían colocado allí. ¡Y usted sin enterarse! ¡Sólo Dios sabe qué otras travesuras habrán hecho...


—¡A mí no tiene que darme nadie lecciones de cómo cuidar a mis hijos, y menos una chiquilla que no levanta dos palmos del suelo! —le respondió, muy enfadado—. ¡No puse el anuncio para una cuidadora de niños, porque me las puedo arreglar sin una!


Paula alzó la cabeza y se encontró con sus ojos. Los de ella echaban chispas. Tomó aliento y bajó la voz, intentando recuperar el control de la situación.


—Ojalá encuentre lo que busque, señor Alfonso —le respondió, con toda la dignidad que pudo reunir—. Tendrá que ser una persona muy especial la que se pueda ocupar de su familia. Disculpe.


Abrió la puerta y salió al vestíbulo.

La Niñera: Capítulo 4

 —Soy Mary Poppins —dijo—. Al parecer, anda en apuros. Hubo un sonido al otro extremo de la línea, que bien podría ser el de una risa reprimida. Pero bien podría ser otra cosa.


—Tiene razón —contestó él—. Mire, en estos momentos no puedo hablar. ¿Cuándo cree que puede empezar?


Paula parpadeó. ¿Tan fácil iba a ser?


—Ahora mismo —le respondió ella, al instante.


—Muy bien. ¿Podría venir para una entrevista mañana? ¿A las nueve, por ejemplo?


Y allí estaba ella, preguntándose cómo se le había ocurrido pensar que aquel hombre tenía sentido del humor. Probablemente fue su secretaria la que había redactado el anuncio. Los niños que había visto en el vestíbulo, necesitaban algo más que cariño. Necesitaban alguien con autoridad, y el hombre que le estaba dando la espalda requería una lobotomía. Se tomó unos segundos en admirar el color gris de su traje, que tan bien le sentaba sobre sus anchos hombros. Al fin y al cabo, no podía hacer otra cosa que esperar. Era un buen traje. Tenía un aspecto suave, como el de que da la pura lana, con un toque de seda, y le sentaba realmente bien. Era un poco desproporcionado, para ser un domingo por la mañana, con los dos gemelos en casa. No obstante, siguió admirándolo, al tiempo que pensaba en la sensación que sería acariciar tela tan suave. Apartó los ojos de sus hombros y echó un vistazo alrededor de la habitación. Se podían saber muchas cosas de una persona, por la casa donde vivía. Ella, por ejemplo, tenía su casa decorada con cosas que compraba en las tiendas de muebles de segunda mano. Al ver aquella habitación tan elegante, dudaba que aquel hombre hubiese estado en una de esas tiendas. Las paredes estaban cubiertas de librerías, a excepción del tramo donde estaba la chimenea, la cual, mucho dudaba que hubieran encendido un fuego. Al lado de la chimenea, había un sofá muy grande y muy cómodo, con una pila de papeles en una esquina. No había más en la habitación, a excepción de la mesa y los libros. Las estanterías estaban a rebosar de libros de todas clases. Sacó uno, que trababa de las casas de Suffolk y empezó a hojearlo. Estaba terminando la conversación, así que esperó hasta que colgara.


—Ahora no, chicos —murmuró, pulsando algunos números en el teléfono—. Salgo enseguida.


—¿Chicos? —comentó ella, y cerró el libro.


El hombre se dió la vuelta y la miró a los ojos. Los tenía castaños, no azules. Unos ojos castaños, con un cerco verde oliva y enmarcados por unas pestañas marrón oscuro, por las que habría vendido su alma. Al cabo de un par de segundos, durante los que aquellos ojos color castaño la miraron con gesto de sorpresa, la volvió a mirar a la cara.

La Niñera: Capítulo 3

Aunque la verdad, era algo que una se podía imaginar después de leer el anuncio, según lo había comentado con uno de sus hermanos la noche anterior.


—«¿Estás ahí, Mary Poppins?» —había leído Gonzalo—. «Somos dos niños muy buenos, que sólo necesitamos un poco de mano dura».


—¿Ah sí? —había comentado David—. Al menos, reconocen lo que necesitan.


—Pues yo creo que se consiguen más cosas con cariño — comentó Iván.


—Yo prefiero mano dura —comentó su padre, mientras leía el Farmer's Weekly.


—Callense todos. Esto suena interesante. Además, no pueden ser peores que ustedes. Dice que hay que tener coche y que pagan muy bien. Además, dice que si cocino mejor que su padre, pues que sería maravilloso —dejó el periódico en la mesa y miró a su familia, que estaba con actitud expectante—. Me gustaría saber dónde es.


—Quién es, es lo más importante —respondió su padre—. Parece que es un viudo o separado...


—¡Eso es magnífico! Puede que hasta te enamores...


—¡Gonzalo! ¡Basta de bromas! Y quita los pies de la mesa — Alejandra Chaves se levantó y le dio un manotazo a los pies de su hijo—. ¿Qué más dice el anuncio?


—Nada —respondió Paula—. Hay un número de teléfono, que tiene el prefijo de Norwich. Me puede servir hasta septiembre.


Su último trabajo de cuidar niños se había acabado hacía unas semanas, al irse la familia fuera. Ella había pasado las navidades en casa, pero había llegado el momento de encontrar algún trabajo, algo hasta que se fuera al colegio después del verano, si es que al final se iba. Vió el anuncio, le picó la curiosidad y se preguntó quién lo habría puesto. Quien quiera que lo hubiera puesto, tenía sentido del humor.


—No pierdo nada con llamar —dijo para sí misma, encogiéndose de hombros. Levantando el periódico, salió de la cocina y se fue al despacho.


Un gato, de proporciones considerables, estaba hecho un ovillo en una silla. Lo hizo saltar al suelo. Ofendido, se marchó, conla cola estirada, moviendo la punta en gesto de reprobación, mientras ella marcaba el número de teléfono. No contestó nadie. A las ocho y media de la tarde de un viernes, lo más probable era que hubieran salido. Sintiéndose un tanto decepcionada, estaba a punto de colgar, cuando oyó un chillido al otro extremo de la línea.


—¡Lo tengo!


Cerró los ojos y se apartó un poco el auricular.


—Hola, quería hablar con...


—Ya viene mi padre. Es una señora.


—Está bien, a la cama, venga. ¿Hola?


Tenía una voz profunda, sensual, como si estuviera muy cansado. Paula retorció los labios.


La Niñera: Capítulo 2

Les puso una mano en el cuello de cada uno y se los llevó escaleras abajo, los ayudó a buscar los utensilios de limpieza, les quitó los zapatos y se metió en el cuarto de baño a limpiarse un poco. Era casi imposible. Estaba cubierta de harina, como si fuera un pastel de manzana. Se sacudió la que tenía en los hombros, se soltó el pelo, que lo tenía completamente blanco, se lo sacudió y se lo volvió a recoger. Se miró al espejo y vió que parecía una pantomima. Era imposible causar una buena impresión. Era una tontería intentarlo. Abrió la puerta y salió al vestíbulo, sus tacones resonando en el mármol de color negro y blanco.


—Sigan restregando —les reprendió—. ¿Dónde está su padre?


Los dos pusieron cara de terror y su enfado disminuyó por momentos.


Uno de los dos, Felipe posiblemente, señaló:


—En la biblioteca. ¿Le va a contar lo que ha ocurrido?


—No creo que sea necesario —le respondió, dirigiéndose hacia la puerta que le había indicado. 


Llamó y entró. El padre no pareció oír los golpes. O no los oyó, o no prestó atención a ellos. Cuando la vió, levantó una mano, indicándola que esperara, y la bajó de nuevo.


—Eso no sirve, Diego. Tiene que ser algo mejor.


Paula se preguntó qué era lo que no servía, mientras estudiaba al progenitor de aquellos dos pillos que había dejado en el vestíbulo. Supuso que era su progenitor, aunque en realidad la palabra que se le había ocurrido era «Perpetrador», que era la que se le aplicaba a una persona que cometía un crimen. El hombre estaba sentado, dándole la espalda, con los pies apoyados en la mesa, el teléfono en la mano. Era evidente que estaba hablando de negocios, por lo que ella dejó que continuara. Tenía mucho tiempo para decirle lo que le tenía que decir. Trató de imaginarse su aspecto, lo cual era muy difícil desde donde estaba. Era un hombre grande, saltaba a la vista, aunque sólo se le viera medio cuerpo. Casi seguro que era el padre de las dos criaturas. Su pelo rizado lo delataba. ¿Qué edad tendría? ¿Treinta? ¿Treinta y cinco? No, algo mayor. Tenía la voz profunda, confiada, la voz de un hombre que sabía lo que quería y lo conseguía. Tenía el pelo fuerte, todavía sin señales de calvicie. ¿Color de ojos? Azules, seguro. Con aquel tono de voz, no podían ir otros ojos. Seguro que tendría alguna cicatriz en la nariz, de alguna pelea que tuviera en el colegio. Labios gruesos. O a lo mejor no, a lo mejor eran labios que no estaban acostumbrados a reír, a pesar de que no le faltaba sentido del humor. Se preguntó cómo se podía estar imaginando todo eso de tan sólo una conversación.


La Niñera: Capítulo 1

Tendría que haberlo supuesto. Si no hubiera estado tan absorta mirando la fachada, enmarcada por un impresionante cedro, habría prestado más atención a sus instintos. Pero estaba totalmente absorta mirando la gloriosa simetría de los innumerables ventanales, admirando la gracia arquitectónica de la luz reflejada sobre la puerta y en el camino de gravilla Un espectáculo impresionante. Era precioso. No era ni ostentoso, ni pretencioso, sino suficientemente bello como para quitarle a uno la respiración, con el sol de la mañana bañando con sus rayos dorados los ladrillos de color crema. Respiró hondo, salió del coche y se dirigió hacia la puerta de entrada. Estaba un poco abierta. Oyó un ruido metálico al fondo, cuando llamó a la puerta. En el silencio que lo precedió, oyó unas risas.


—¿Hola? ¿Hay alguien? —llamó.


Las risas se intensificaron y alguien chistó. Tendría que haberlo supuesto. Después de todos aquellos años conviviendo con Gonzalo, David e Iván, sus hermanos, debería habérselo imaginado. Abrió la puerta con mucho sigilo y entró. Justo en ese momento una bolsa de harina le cayó en la cabeza. Las risas se convirtieron en carcajadas, seguidas de un ruido de pasos bajando por las escaleras. Paula no lo dudó un momento. Se quitó los zapatos y salió corriendo detrás de los bribones. Una puerta se cerró a su derecha, la abrió de golpe y los pilló junto cuando iban a meterse en el armario.


—Buenos días —les saludó, y los sacó de su escondrijo.


Eran dos hermanos gemelos. Tenían los brazos y las piernas de chicos de más edad, pero sus rostros, con el pelo rizado, parecían los de los querubines. Sin embargo, durante los primeros segundos de haberlos pillado en su travesura, todavía conservaban en su mirada un tono malicioso. Paula los soltó, se cruzó de brazos y aguardó. La evidencia de la travesura que acababan de hacer estaba frente a ellos. Se quedaron inmóviles, mirando con asombro la figura cubierta de harina.


—¿Y bien? —comentó ella.


—Lo sentimos —dijeron los dos al mismo tiempo.


—Claro que lo vais a sentir. ¿Quiénes son?


—Yo soy Felipe...


—Él es Felipe.


Paula miró al que no era Felipe.


—¿Y tú?


—Benjamín.


—¿Hay alguien más?


Los dos movieron en sentido negativo las cabezas.


—Muy bien, Felipe y Benjamín, creo que tienen un trabajo que hacer.


Los dos se quedaron mirándola.


—Tienen que limpiar lo que han ensuciado.


Sus rostros se entristecieron.


—Vamos abajo, porque van a tener que barrer y fregar el suelo. Por suerte no hay alfombra. De haberla habido, se habrían pasado cepillando una semana.

La Niñera: Sinopsis

La súplica de Pedro Alfonso, que necesitaba urgentemente una niñera, llamó la atención de Paula, que estaba hojeando el periódico en busca de un nuevo trabajo. No podía dejar de intentarlo, y menos después de oír su maravillosa voz por teléfono.



Sin embargo, cuando fue a la casa para tener su primera entrevista, estuvo a punto de cambiar de parecer, porque los hijos gemelos de Pedro la recibieron con una de sus travesuras. Pero cuando vió que ese hombre y sus dos hijos pequeños habían olvidado qué era una familia, Paula supo que ella era el milagro que Pedro necesitaba...

viernes, 25 de julio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Epílogo

Era finales de verano y se había levantado un escenario de madera en el parque. Los globos blancos, azules y rojos y las banderolas de papel colgaban de la estructura provisional. La banda del instituto estaba afinando. Pedro estaba debajo de un árbol y observaba a su futura esposa dar instrucciones. Se apoyó en el tronco y recordó los seis meses anteriores desde el día en que Paula había vuelto a aparecer en su vida. Era afortunado por haberla encontrado otra vez. Le había costado algo de tiempo, pero también estaba aprendiendo a tener confianza. Habían asistido a un cursillo matrimonial con el sacerdote ante la casi inminente boda, que se celebraría por todo lo alto en la iglesia a mediados de septiembre. Los dos querían esperar a que se hubiera inaugurado el nuevo club infantil. Era la prioridad de la concejala Chaves y había convencido a los demás concejales para que apoyaran la idea. Tenía la sensación de que solo era la primera de muchas ideas para el pueblo. Durante los meses pasados, había tenido la suerte de ver su obra, de ver su ilusión convertirse en realidad.


—Pareces muy feliz últimamente —le dijo una voz conocida.


Él se dió la vuelta y vió a su padre.


—Tengo muchos motivos para estarlo.


Pedro había dedicado mucho tiempo a hablar con su familia sobre los sentimientos reprimidos que tenían hacia Ana Alfonso. Eso estaba ayudándolos a ir zanjando ese asunto. Además, el amor y la comprensión de Paula también le ayudaba.


—Te lo dije. Todo se resume en encontrar a la mujer ideal — replicó Horacio con una sonrisa.


—Nunca pensé que pudiera sentirme así. Soy afortunado — reconoció él.


—Creo que ella también ha tenido suerte contigo. Por si no te lo había dicho últimamente, estoy orgulloso de tí, hijo, como lo estoy de Federico. Un padre no puede pedir nada mejor que tener unos hijos como ustedes.


Muchas cosas habían cambiado para mejor en la familia Alfonso. La salsa barbacoa de Horacio estaba a la venta y añadía algunos ingresos a la jubilación para su padre y Norma. Los viñedos y la bodega de Federico también iban muy bien y estaba pudiendo comprar la participación de su socio Antonio Casali. Además, Florencia celebraba bodas en los viñedos. En cuanto a él, Alfonso’s Place iba de maravilla. Lorena era la camarera principal durante los ajetreados almuerzos y había aportado tantas ideas para mejorar el restaurante que él no había podido aplicarlas todas. Lo mejor de todo era que podía dejarla al mando si quería pasar algún tiempo con Paula. Kevin Ross también se habían convertido en algo más que el encargado de la barra. Había aprendido deprisa y lo había convertido en el encargado del turno de tarde. También se habían hecho amigos. Fue Kevin quien lo convenció para que se apuntara al grupo de apoyo del TEPT en San Antonio. El grupo se reunía con otros soldados que habían servido a su país y que necesitaban ayuda para volver a integrarse en la sociedad y en sus familias. Ésa era la siguiente idea de Paula. Quería aprovechar una de las salas de reuniones del club infantil para poner en marcha un grupo local. Ella tenía varios proyectos en la cabeza, pero el proyecto principal para él era casarse con esa mujer maravillosa. Su futura esposa se acercó a él, quien, con una sonrisa, abrió los brazos y la abrazó con fuerza. Lo besó.


—Hola, vaquero.


—Hola, Doña Concejala. Dentro de poco, tendré que llamarte alcaldesa.


—Ya sabes que eso le encantaría a mi padre. La familia siempre ha pensado que los Kerry se llevaron demasiados méritos. El pueblo habría podido llamarse Chavesville.


Pedro se rió.


—¿Es una de esas historias disparatadas que te ha contado tu padre?


—Es posible —contestó ella con una sonrisa.


—Te amo —él la besó en la punta de la nariz—. ¿Necesitas ayuda con la ceremonia?


—No. Está controlada. Solo quería estar un rato con mi futuro marido.


Le encantaba estar entre los brazos de Pedro. Aún tenía que pellizcarse para creer que pronto estarían casados. Nunca había estado tan feliz.


—Allí están Federico y Florencia…


Ellos saludaron con la mano. La cuñada de Pedro estaba a punto de dar a luz una niña. Estaban hablando con Gonzalo y Tamara y haciendo carantoñas a Joaquín Miguel Chaves, el niño que acababan de tener. Ella miró a Pedro.


—¿Has visto cuánto ha crecido John C.?


—Sí. Como diría papá, es un mozo fornido —Pedro la besó en la oreja—. Estoy seguro de que nuestros hijos serán más guapos. Además, no me importa que Miguel eduque al pequeño Joaquín para que sea el próximo senador de los Chaves.


Paula sonrió. No iban a esperar mucho para empezar a formar su familia y estaba emocionada por la idea.


—Estoy deseando casarme.


—Y a empezar a tener hijos.


—Seremos unos padres fantásticos. Mira qué bien ha salido C. J.


Él asintió con la cabeza. Se alegraba de que Lorena y su hijo hubiesen decidido vivir en Kerry Springs.


—Espero que no te importe si paso algo de tiempo con él.


—Claro que no. Yo también lo quiero. Cuesta creer que hace unos meses lo encontramos en ese edificio.


Paula miró hacia el rehabilitado club infantil y notó los brazos de Pedro alrededor de su cintura. Los dos estaban recordando los malos momentos y, sobre todo, los buenos que los unieron. Ella sabía que tenía que volver al trabajo. Se dió la vuelta entre los brazos de él mientras la gente empezaba a reunirse alrededor del estrado con la banda.


—Cuando haya terminado la ceremonia, ¿Nos escaparemos a mi casa?


—¿Conseguirás que merezca la pena? —bromeó él.


—¿Tú qué crees?


Ella le rodeó el cuello con los brazos y se dieron un beso que fue haciéndose más ardiente. Ella se apartó.


—Calma, vaquero. Creo que ahora eres tú el que va a toda velocidad.


—Es por tu culpa —Pedro la besó en la punta de la nariz—. Siempre consigues que piense en otra cosa.


—No podemos pensar en otra cosa hasta que termine el acto.


Pedro se rió.


—¿A quién quieres engañar, cariño? —Pedro señaló con la cabeza hacia el pueblo—. Esto no se acabará nunca.


—Es que me preocupo por mi comunidad.


—Y a mí me gusta que te preocupes tanto.


Paula miró a ambos lados de la calle principal.


—Mira, Pedro, está reviviendo.


Ella miró a Puntada con Hilo, que era un sitio donde las mujeres se reunían para hablar de sus vidas y sus familias. La heladería de Shaffer había renovado su aspecto y era un punto de encuentro para los chicos. Igual que el salón de videojuegos. Ya no era como el sitio que cerraron porque se vendían drogas, sino que lo había comprado Antonio Casali y pronto abriría una pizzería para toda la familia. Los dos eran partes importantes para revitalizar el pueblo.


—Hemos hecho un buen trabajo —él la estrechó contra sí—. Formamos un buen equipo, Paula.


Ella había soñado con él durante mucho tiempo y pronto se casarían.


—No dejes de decirlo para que me lo crea.


—¿Y si te lo demuestro?


Él bajó la cabeza y la besó con voracidad. El resto del mundo desapareció al instante. Solo estaban los dos juntos… Para siempre. Entonces, se oyeron vítores y Paula se separó. Ella sonrió con su futuro marido a su lado. Juntos estaban echando raíces profundas en Kerry Springs para todas las generaciones futuras.








FIN


Mi destino Eres Tú: Capítulo 82

 —Eres la única mujer que me ha importado, Paula. Te amo y no quiero vivir sin tí.


Paula se apartó con miedo de creerse lo que estaba pasando.


—Repítelo, Pedro Alfonso. Quiero estar segura de que te he oído bien.


Él le tomó la cara entre las manos.


—Te amo, Paula Chaves, y no quiero vivir sin tí.


—Yo también te amo, Pedro —ella parpadeó para contener las lágrimas—. Espera un segundo. ¿Qué significa exactamente todo esto?


—Quiero que formes parte de mi vida —él se puso serio—. Sé cuánto deseas hacer carrera en la política y no quiero ser un estorbo para tí.


Paula se sintió conmovida.


—Eso no pasará nunca. Además, eres un héroe de guerra condecorado, Pedro Alfonso. Estoy muy orgullosa de tí, pero eso ya no es motivo de preocupación. He decidido que no voy a ejercer ningún cargo en ningún sitio que no sea Kerry Springs.


—Pero… ¿Y tus sueños de ir a Washington? —preguntó él con el ceño fruncido.


Ella se encogió de hombros.


—Me he dado cuenta de que, más bien, eran los sueños de mi padre.


—¿Estás segura?


—Sí. Hay muchas cosas que hacer aquí. Después de haber encontrado a C. J., me he dado cuenta de que también quiero ayudar a otros niños. No te olvides de que hay locales y edificios vacíos que podrían convertirse en albergues o en comedores.


Él la miró fijamente.


—¿Te vendría bien un colaborador?


—¿Qué tipo de colaborador?


—Uno para toda la vida.


Pedro la dejó boquiabierta cuando fue hasta su caballo, rebuscó en la alforja y volvió con un estuche de terciopelo.


—No había dado nada por supuesto, pero quería estar preparado por si tenía suerte. Quería demostrarte que hablo en serio, demostrarte cuánto significas para mí —Pedro resopló—. Ya tengo la bendición de tu hermano, pero es importante que también tengamos la de tus padres. Hablaremos juntos con ellos. Si aceptas, claro.


Ella no podía creerse lo que estaba pasando.


—Pedro…


Él clavó una rodilla en el suelo y la brisa le revolvió el pelo oscuro. Era el escenario perfecto, en medio de la naturaleza y en la tierra que tanto amaban. Sin embargo, Paula solo podía ver lo guapo que era el hombre que quería.


—Paula, he cometido muchos errores a lo largo de los años, pero en cuanto me enamoré de ti supe que quería ser el mejor hombre posible. Sigo intentándolo. Quiero un porvenir contigo, quiero ser tu colaborador, tu amante y tu marido. Te amo, Paula Chaves, ¿Te casarías conmigo?


—Sí, Pedro. ¡Sí!


Le temblaba la mano cuando él le puso el anillo. Luego, Paula lo besó en la boca. Cuando él separó la cabeza, los dos estaban sonriendo y mirando el atardecer más perfecto del mundo. Ella miró el precioso anillo con un diamante en forma de pera. Tenía un gusto maravilloso.


—¿Sabes que esta noticia va a partir el corazón de muchas mujeres?


—¿No te he convencido de que eres la única mujer que me importa?


Ella seguía sonriendo de oreja a oreja.


—En compensación, seguramente tengamos una casa llena de hijas y tendrás que protegerlas de todos los chicos del pueblo.


Ella lo miró y lo vió tragar saliva.


—¿Cuántas son «Una casa llena»?


—Depende del tamaño de la casa.


Él esbozó una de esas sonrisas tan sexys de los Alfonso que le derritió el corazón y le hizo un cosquilleo en las entrañas, como, estaba segura, le haría toda la vida.


—Entonces, creo que deberíamos empezar con la familia lo antes posible —propuso él.


—Te echo una carrera hasta casa —le retó ella.


Fue a correr hacia el caballo, pero él la agarró.


—Otra vez a toda velocidad, cariño. ¿No has aprendido que puedes meterte en un lío?


—Eso es exactamente lo que quiero, cowboy, meterme en un lío, pero solo contigo.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 81

 —He infringido todas mis reglas por tí —continuó él mirando hacia otro lado antes de mirarla otra vez—. Hace años, cuando nuestra madre nos abandonó, juré que nunca dejaría que nadie volviera a ser importante para mí —Pedro hizo una pausa—. Sin embargo, dejé que otra mujer entrara en mi vida.


—Nadia.


—Sí. Hicimos muchos planes, al menos, eso creí yo. Cuando le fallé, se marchó sin mirar atrás. Después de eso, decidí que yo sería siempre el que se marchase y me alisté en el ejército.


Ella notó su dolor y se tragó el nudo que se le había formado en la garganta.


—Hace tres años, cuando te encontré aquella noche en el Roadhouse, supe que debería dejarte en paz, pero no pude. Me atrajiste como no había hecho ninguna mujer. No sabes lo cerca que estuve de incumplir mi regla aquella noche. Hiciste que quisiera hacer promesas que sabía que no podría mantener. Tenía que luchar en una guerra. Ni siquiera sabía si volvería alguna vez.


Paula se acercó a él.


—Te habría escrito, te habría esperado, Pedro.


—Por todos los santos, eso habría sido una complicación. No habría podido pensar en tí y cumplir con mi cometido. Tenía que estar centrado. Entonces volví, te llamé y cuando no contestaste mis llamadas… —él cerró los ojos un instante—. No querías oír mis explicaciones.


Ella lo miró a los ojos con la esperanza de que viera el amor y la compasión que sentía por él.


—Creía que me debías una disculpa en persona.


Él miró hacia otro lado.


—La guerra cambió las cosas, y me cambió a mí. Tenía que luchar contra mis propios demonios.


Ella le acarició la mejilla.


—Eso no me habría importado, Pedro. No te habría juzgado jamás.


Él resopló.


—Ya lo sé, pero no estaba preparado para compartir esa parte de mí con nadie.


—El trastorno de estrés postraumático, el TEPT. Muchos soldados lo padecen cuando vuelven. Esa noche, cuando hablamos, creí que te había ayudado.


Él asintió lentamente con la cabeza.


—Me ayudó. No me gusta compartirlo —Pedro se encogió de hombros—. Mis pesadillas pertenecen a una época que quiero olvidar, no arrastrarte a ella.


—Al menos, sé por qué no estabas en la cama conmigo. No quería decir que no me desearas.


—¡No! Hacer el amor contigo fue increíble.


Estaba tan cerca de él que le costó no abrazarla.


—No quería dejarte.


—Entonces, ¿Por qué me dejaste?


—Confianza.


Ella se sintió dolida.


—¿No confiabas en mí?


—No confiaba en mí mismo. Para tapar mis inseguridades, me pareció que lo más seguro era la cantidad.


—Sí, tu reputación con las mujeres es legendaria.


—No tanto como crees. He salido con muchas, pero no he estado con tantas. Y después de tí, te sorprendería la cantidad.


—Pedro, no puedo ser la mujer que acude a tu cama cuando te viene bien —replicó ella con seriedad.


¿Realmente creía que era eso para él?


—Nunca ha pasado eso contigo, Paula.


Eso le dió valor suficiente para abrazarla.


—Te he tenido presente durante años, pero eres una Chaves. Tu padre era senador. Era imposible que pudiera acercarme a tí.


—Entonces, ¿No debería decirte que estaba locamente enamorada de tí desde el instituto?


Él la abrazó con más fuerza y miró sus aterciopelados ojos marrones.


—¿Y ahora? He recorrido más camino y tengo más defectos. ¿Podrías amar a este hombre?


Contuvo la respiración y ella asintió con la cabeza.


—¿Sí? ¿Estás segura?


No esperó la respuesta. Se quitó el sombrero, bajó la cabeza y la besó con suavidad en los labios. Notó que se estremecía, se apartó un poco y vió el deseo reflejado en sus ojos. Volvió a besarla y estrecharla contra sí. Ella le rodeó el cuello con los brazos y él profundizó el beso. Cuando introdujo la lengua, ella gimió, le acarició la espalda y el beso se hizo más apasionado todavía. Cuando por fin se separaron, no podían respirar.

miércoles, 23 de julio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 80

Paula se apartó sabiendo que Gonzalo solo quería quitar hierro al asunto.


—Es porque soy la favorita de papá.


Gonzalo intentó fingir que la miraba con fastidio.


—Espera que llegue el nieto, entonces, nos desheredará a los dos.


Miguel Chaves se rió y pasó los brazos por los hombros de sus hijos.


—Adoro a esta familia —la yegua de Paula resopló con impaciencia y él miró a su hija—. Gitana está poniéndose nerviosa, deberían ir a cabalgar. Yo tengo que volver con su madre. Esta noche salimos a cenar.


Se despidieron de Miguel con la mano mientras él volvía a los establos. Paula se volvió hacia su hermano.


—¿Dónde está tu caballo?


—No voy a ir contigo —contestó él mientras la acompañaba hacia su yegua—. En realidad, nunca había pensado ir.


Ella se quedó esperando una explicación. Él sacó un trozo de papel de un bolsillo.


—Pedro fue quien propuso el paseo. Yo debería llevarte para que te encontraras con él, pero no puedo hacerlo.


A ella se le aceleró el corazón.


—Quiere hablar contigo, Paula.


—No puedo —replicó ella sacudiendo la cabeza.


—Sé que te ha hecho daño y me gustaría echarle el lazo y arrastrarlo detrás de un caballo por eso, pero creo que está sinceramente arrepentido.


—¿Por qué estás de repente de parte de Pedro?


—Porque la fastidié muchas veces con Tamara. Algunas veces, un hombre necesita una segunda oportunidad.


Gonzalo le dio la nota y se marchó. A Paula le temblaban las manos cuando la desdobló: "No puede acabar así. Por favor, reúnete conmigo en la cumbre de los atardeceres".




Pedro llevaba una hora a caballo yendo de un lado a otro de la cumbre. Casi había perdido toda esperanza de que Gonzalo la hubiese convencido de que fuese a hablar con él. ¿Por qué iba a querer hablar con él? Él era una apuesta equivocada se mirara como se mirara. Entonces, la vió aparecer cabalgando y con el pelo negro al viento. Llevaba el sombrero texano gris detrás de la cabeza. Aminoró el paso de Gitana y él se puso más nervioso. No quería perderla pero, a lo mejor, tampoco conseguía que se quedara. Quizá ya no lo quisiera. Ella se detuvo como a unos tres metros.


—Hola, me alegro de que hayas venido.


—Sí, he venido, pero no sé si es una pérdida de tiempo.


—Dame diez minutos.


Él esperó un instante y ella se bajó del caballo.


—¿Qué quieres decirme?


—Muchas cosas.


Él también se bajó del caballo, tomó aliento varias veces mientras miraba la preciosa tierra llena de pasto y se alegró cuando Paula se acercó a él. Pedro solo pudo admirar su belleza y sintió una descarga de adrenalina. No soportó estar tan nervioso. Miró a otro lado para intentar encontrar las palabras adecuadas. Entonces, Paula se dió la vuelta para dirigirse hacia su caballo y él supo que tenía que decir algo para que supiera cuánto la quería. Ella siguió andando sin saber qué hacer. No podía quedarse allí para hablar de trivialidades. Él tenía que alentarla un poco. Rezó para que la llamara antes de que llegara hasta Gitana.


—No te marches, Paula.


Ella se detuvo, pero no se dió la vuelta. Él se puso detrás de ella.


—Eres la primera mujer desde hace mucho tiempo por la que he querido arriesgarlo todo. Quiero estar contigo, Paula.


Paula captó el dolor en su voz y se dió la vuelta para mirarlo. Tenía los ojos azules desbordantes de angustia.


Mi destino Eres Tú: Capítulo79

Por fin había llegado el domingo por la tarde y Paula salía de los establos de River’s End con Gitana, su yegua favorita. Estaba deseando dar una buena galopada después de trabajar toda la semana y de pasar el sábado por la mañana haciendo campaña con su padre puerta a puerta. Había estado todo el tiempo oyéndolo hablar que cuando ella se presentara a las elecciones del Estado y del Senado. Aunque bastante le costaba presentarse a las locales. Necesitaba ese paseo y tenía que agradecerle a Gonzalo que se ofreciera a acompañarla. Fue al corral, pero en vez de a su hermano, se encontró a su padre hablando con Daniel, el capataz.


—¿Vas a cabalgar? —le preguntó su padre acercándose a ella.


—Sí, con Gonzalo. Tengo que despejarme la cabeza.


Él la miró como la miraba todo el mundo desde lo que había pasado con Cristian Jackson.


—¿Estás bien? Pareces cansada.


—Papá, de verdad, estoy bien —ella ató las riendas del caballo a la cerca y se preguntó dónde estaría su hermano—. Además, efectivamente, estoy cansada. Hoy es mi primer día libre desde hace una semana.


—Bueno, es una temporada ajetreada —él sonrió—. Podrás descansar la semana que viene, después de las elecciones.


—Sí. Estaba pensando que quizá vaya a visitar a algunas amigas para salir del pueblo.


También tenía que alejarse de Pedro.


—Pero no puedes tomarte mucho tiempo libre —le avisó él—. Tenemos que empezar a promocionar el club infantil. No estaría mal que los legisladores de Austin sepan lo que te propones.


—Papá, mi prioridad en estos momentos es que el Ayuntamiento dé el visto bueno para rehabilitar el club. Antonio puede conseguir una cuadrilla que empiece a trabajar inmediatamente. Eso es lo que más me importa, los niños.


Miguel Chaves la miró fijamente.


—Es no basta, sobre todo, si aspiras a cosas mayores y mejores. Las quieres, ¿Verdad, Paula?


—¿Tengo que decidirlo ahora? ¿No puedo limitarme a servir en el Ayuntamiento?


—¿Desde cuándo piensas eso? —preguntó él con el ceño fruncido—. ¿Desde cuándo has cambiado de opinión?


Desde que se dió cuenta de lo mucho que le importaba ese pueblo y de que quería vivir allí.


—No es un cambio de opinión exactamente.


Su hermano apareció en ese momento y estuvo a punto de arrojarse en sus brazos.


—Gonzalo, por fin has llegado.


Ella, sin embargo, no vió su caballo.


—Hola, hijo —le saludó el senador—. Necesito tu ayuda. Dile a tu hermana que, si quiere hacer carrera en la Administración, no puede relajarse ahora que ha tomado cierto impulso.


—No puedo hacerlo, papá. Paula tiene que tomar sus propias decisiones —Gonzalo la miró—. ¿Qué pasa, hermana?


Ella sintió que se le caía el alma a los pies, pero consiguió mirar a su padre.


—Lo siento, papá. Lo he intentado, pero lo que quiero de verdad es quedarme en Kerry Springs.


El senador la miró con detenimiento.


—Últimamente han pasado muchas cosas. Como has dicho, estás cansada. Podrías cambiar de opinión.


Paula ya no podía echarse atrás.


—A lo mejor, pero lo dudo. Es verdad que lo pasé bien acompañándote en la campaña cuando era una niña, pero ahora, cuando he visto la posibilidad de dedicar mi vida al servicio público, me he dado cuenta de que no estoy hecha para eso —los ojos se le llenaron de lágrimas—. Lo siento, papá, sé que estás defraudado.


—No, Paula, nunca me defraudarás —su padre la abrazó con fuerza—. Estoy muy orgulloso de todo lo que has hecho. Mentiría si dijera que no me encantaría que siguieras mis pasos, pero es tu decisión, es tu vida.


—Papá… Te quiero.


—Vaya, has dejado que se te escapara muy fácilmente — bromeó Gonzalo—. A mí me perseguiste durante meses, años, para que siguiera la tradición de los Chaves en política.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 78

 Unos días más tarde, Paula entró en Puntada con Hilo con Lorena. Ese sitio le encantaba, pero nunca había tenido el gusanillo de hacer colchas de retazos.


—¿Qué te parece? —le preguntó a su nueva amiga.


—Es maravilloso.


Lorena, que había pedido que la llamaran Lore, parecía diez años más joven desde que volvió al pueblo. La guapa rubia solo era un año mayor que ella, pero el maltrato psicológico de su ex marido había conseguido que no se preocupara por su aspecto. Al parecer,


 —Alicia, la propietaria, tuvo una gran idea cuando vino al pueblo hace unos años. Ahora está casada con mi jefe, Antonio Casali, y como tiene dos hijos, ya no trabaja. Hoy conocerás a Florencia, la encargada.


—¿Puedo echar un vistazo? —preguntó Lorena con cierto nerviosismo.


—Todo lo que quieras.


Paula la dejó y fue a la habitación contigua, donde las mujeres del rincón de las costureras ocupaban la mesa habitual junto al escaparate. Allí encontró a su madre y a Norma. Sonrió al ver a su madre y Alejandra se levantó para abrazarla.


—¿Qué tal estás, querida? Hace días que no pasas por casa.


—He estado ocupada con el trabajo —acababa de mentir a su madre—. Iré este fin de semana.


Alejandra la miró a los ojos.


—No duermes. Sabía que habías vuelto demasiado pronto a tu casa.


—Mamá, cuando el sheriff terminó con la investigación, tenía que volver. No puedo dejar que ese hombre me expulse de mi casa —otra mentira. No era Cristian Jackson sino Pedro quien la desvelaba—. Estoy mejor.


Alejandra le acarició la mejilla.


—Es que siempre serás mi hijita y me preocupo.


Ella abrazó a su madre al saber lo afortunada que era por tener a su familia.


-Y yo te quiero por eso.


—Yo también te quiero, como tu padre. Él quiere ayudarte con las elecciones porque solo queda una semana.


—Sinceramente, mamá, ni siquiera lo había pensado.


Su madre la miró de una forma rara.


—De acuerdo. Ya sabes que, si quieres hablar de algo, estoy aquí.


Paula consiguió asentir con la cabeza porque tenía un nudo en la garganta y no pudo hablar. Se oyó cierto revuelo y se dió la vuelta para ver a Horacio Alfonso con una caja de comida. Sonrió, se acercó a Norma y la besó en la boca.


—Creo que debería traer comida más a menudo… —Horacio guiñó un ojo a Norma y se dirigió a las demás—. Hola, Alejandra —dejó la caja en la mesa y dió un abrazo a Alisa—. Qué maravillosa sorpresa. Además, ya que estás aquí, puedes ayudarnos a catar el nuevo menú para el almuerzo de Pedro.


¡No! No podía verlo.


—Gracias por la oferta, Horacio, pero no puedo quedarme.


—Horacio, está ocupada con la campaña. Aunque no tenga motivos para preocuparse.


—No he ganado todavía.


Además, tampoco estaba segura de querer seguir.


—Muérdete la lengua, hija —le ordenó Alejandra—. Claro que ganarás, eres una Chaves.


Ella vió a alguien por el rabillo del ojo, se dió la vuelta y se encontró con Pedro. Se le entrecortó la respiración al verlo hablar con Lorena. Él se rió de repente y ella sintió una opresión en el pecho. Pedro se volvió hacia ella y su sonrisa se esfumó mientras se acercaba. A ella le entró pánico y agarró su bolso.


—Mamá, de verdad, tengo que marcharme.


Pasó apresuradamente entre el grupo y cuando Pedro la llamó, ella siguió andando. Él vió que ella le decía algo a Lorena. Luego, fue hasta la puerta y desapareció sin mirar atrás. Pedro salió a la calle y miró a ambos lados de la calle. La vió al volante de su coche. Le hizo señas con la mano y la llamó, pero ella se alejó a toda velocidad. Soltó una maldición, le dolía que no soportara estar cerca de él. Se abrió la puerta de la tienda y su padre salió con gesto de preocupación.


—Hijo, ¿Te pasa algo?


—Algunas veces crees que estás haciendo lo correcto y te das cuenta de que has desperdiciado una ocasión.


Horacio miró hacia la calle principal.


—Hijo, yo he pasado por eso. La cuestión está en encontrar la manera de cambiarlo.


—Lo he intentado, pero ella no quiere hablar conmigo.


—¿Un Alfonso que se da por vencido? —Horacio señaló con la cabeza hacia la calle vacía—. Se te han dado muy bien las mujeres, pero una mujer que te importa es un asunto distinto. Depende de tí que el final cambie. Ve tras ella, hijo. Dile lo que sientes. Dile lo que sientes de verdad, prométele que la amarás toda la vida —Horacio hizo una pausa—. Es para toda la vida, ¿Verdad?


Pedro dudó, pero se dió cuenta de que nunca había querido estar sin ella.


—Sí, lo quiero todo con Paula.


Su padre volvió a sonreír.


—Ahora solo te falta convencerla de que eres el hombre perfecto para ella.


-Tienes alguna idea?


—Hijo, recibiste el encanto de los Alfonso, empléalo.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 77

 —Bien, como C. J. —contestó su padre—. No sabíamos si lo conseguirían. Según el sheriff, empujaste a Lorena para que Cooper pudiera disparar.


—Sí, Pedro me dijo que lo hiciera.


—¿Cuándo hablaste con él? —preguntó su padre con el ceño fruncido.


Ella se dirigió hacia el pasillo.


—Estaba escondido en mi dormitorio cuando fui a recoger mi móvil. Creo que C. J. lo llamó cuando su padre se presentó aquí.


El senador asintió con la cabeza.


—Ese niño lo hizo muy bien. También tengo que agradecérselo a Pedro —su padre miró alrededor—. ¿Dónde está?


Paula tampoco lo vió, pero no le extrañó. Debería estar acostumbrada a que desapareciera. Aun así, le dolió.





Las noches anteriores habían sido espantosas para Pedro pero, seguramente, no tanto como para Paula. Cada vez que cerraba los ojos la veía tirándose al suelo y a Jackson con la pistola. Rezó para que estuviera bien, para que hubiera podido hablar con alguien que la hubiese ayudado a superarlo. Su solución fue el trabajo físico en el rancho. Quizá le hubiese ayudado a aclarar la cabeza, pero no a sacarla de su corazón. Lo había estropeado todo. Afortunadamente, tenía muchas cosas que hacer y que le ocupaban los pensamientos. Era mediodía cuando terminó las tareas en el rancho y fue al pueblo. Hasta la fecha, solo habían abierto por las tardes como bar y para servir cenas. Quizá más tarde también sirviera almuerzos. Entró por la puerta trasera y se encontró a Kevin charlando con Lorena. El encargado de la barra fue el primero en verlo.


—Pedro, me alegro de que hayas llegado pronto.


—Ya he terminado las tareas del rancho —Pedro se dirigió a la mujer—. Hola, Lorena, ¿Qué tal todo?


—Hola, Pedro. Estoy bien. No quiero molestarte, pero me gustaría hablar contigo si tienes un momento.


—Claro —él se volvió hacia Kevin—. Estaré en el bar si me necesitas.


Acompañó a Lorena por las puertas batientes.


—No esperaba haberte visto hoy. ¿Dónde está C. J.?


—Ha vuelto al colegio y he pensado que sería una buena ocasión para pasar por aquí.


—Claro —la llevó al bar del restaurante—. ¿Quieres un refresco o algo?


—Un poco de agua.


Él pasó detrás de la barra y le sirvió un vaso. Ella dió un sorbo y lo miró.


—Ya sé que no te caigo muy bien —él fue a rebatirlo, pero ella lo detuvo—. No importa porque yo tampoco estaba muy contenta conmigo misma —ella dió otro sorbo—. Quiero que sepas que como C. J. y yo hemos recibido una segunda oportunidad, pienso empezar una vida nueva aquí.


Pedro frunció el ceño.


—¿No vas a volver a Amarillo?


—Solo al entierro de Cristian y porque no tiene familia. Sobre todo, lo hago por C. J. Tiene que dejar el asunto zanjado.


—¿Cómo está llevándolo?


—Transmite fuerza pero, naturalmente, está pasándolo mal.


—¿Quieres que hable con él?


—¿No te importaría? —preguntó ella con esperanza. 


Pedro negó con la cabeza al acordarse de cómo se había sentido cuando lo abandonó su madre. No quería que C. J. tuviera ese sentimiento de culpa.


—Ya sabes que quiero al niño.


—Gracias —ella vaciló antes de seguir—. Paula ha estado hablándome de las ventajas de vivir en un pueblo pequeño.


Pedro sonrió al saber que Paula, seguramente, la tomaría bajo su manto protector.


—Está bien y a C. J. la va bien aquí.


—Ahora, solo necesito un empleo. Según Paula, en Puntada con Hilo pueden darme trabajo, pero solo a media jornada.


—Es posible que necesite una camarera para los almuerzos — soltó él—. Quiero decir, todavía tardaré unas semanas en poder abrir durante el día, pero necesitaré a alguien.


—¿Te plantearías contratarme?


—Creo que tienes experiencia. Ven a verme cuando vuelvas de Amarillo.


Vaya, ya tenía una camarera para el turno de día. Quizá su padre lo ayudara por las tardes y le diría a Francisco que contratara a alguien para el rancho. Pensó en Paula. Ojalá los problemas con ella pudieran solucionarse tan fácilmente.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 76

Cristian, después de mirar por la ventana, abrió la puerta y sacó primero a Lorena como escudo. Él se puso entre las dos. Paula tragó saliva y se recordó que Pedro estaba por allí.


—Muy bien, vamos juntos y caminad despacio —les ordenó Cristian.


Obedecieron y Paula estuvo atenta a oír la voz de Pedro, pero el ruido del rotor del helicóptero y las palpitaciones del pulso en los oídos le impedían casi oír otra cosa. Con Cristian entre ellas ni siquiera podía hablar con Lorena y avanzaron entre la hierba, que les llegaba hasta los tobillos. La única luz llegaba del helicóptero que estaba a unos veinte metros. Sabía que el tiempo se consumía y entonces, súbitamente, oyó el grito de Pedro.


—¡Paula!


Paula se tiró al suelo y empujó a Lorena. Luego, solo oyó la orden para que Cristian tirara el arma y unos disparos antes de que todo se oscureciera.


—¡Paula! ¡Paula! Despierta, cariño.


Paula gruñó, parpadeó y abrió los ojos.


—Pedro… —susurró ella intentando sentarse—. ¿Qué ha pasado?


Miró alrededor y comprobó que estaba en el sofá de su casa. Pedro estaba sentado delante de ella.


—Ya ha terminado todo —le dijo Pedro—. Cristian no puede hacerte nada.


—¿Está muerto?


Él asintió lentamente con la cabeza.


—No se pudo hacer otra cosa ni había tiempo. Cristian apuntaba a Lorena con la pistola.


—Dios mío… —Alisa contuvo la respiración y se sentó—. ¿Lorena…?


—Está bien. Uno de los policías la llevó a ver a C. J. en casa de tus padres.


Paula respiró con alivio, pero no dejó de temblar.


—Creo que nunca había tenido tanto miedo.


Pedro asintió con la cabeza.


—No sabemos por qué alguien quiere morir así pero, por lo que parece, Cristian quería acabar de esa manera.


Ella sintió el escozor en los ojos, pero se negó a llorar. No iba a desmoronarse en ese momento. Aturdida, intentó sentarse. Aunque inestable, se acercó a la chimenea y vio los destellos del coche patrulla por la ventana.


—No puedo creerme que haya pasado todo esto.


—Ya estás a salvo —la tranquilizó Pedro.


Él fue a abrazarla, pero ella se apartó. Lo que más quería en el mundo era sumergirse en su calidez protectora, pero no podía. Sería muy fácil apoyarse en él, dejar que la llevara a casa y volver a su cama. ¿Cuánto duraría? ¿Otro fin de semana?


—Te agradezco mucho lo que has hecho esta noche, pero ya estoy bien.


—Paula, quiero estar a tu lado. Cuando ví a ese hombre que te agarraba… —Pedro se calló—. Por favor, déjame que te ayude.


—Pedro, es mejor que vaya con mi familia.


—Te quiero.


Ella se dió la vuelta y se encontró con sus hipnóticos ojos azules. Vió preocupación, pero ¿Había amor? Tuvo que hacer un esfuerzo para no arrojarse en sus brazos.


—¿Cuánto tiempo esta vez? ¿Una noche más en tu cama antes de que te marches otra vez?


Él fue a hablar, pero ella lo detuvo.


—No, no intento culparte de nada. Solo constato un hecho. No puedo ser tu mujer cuando te conviene, me merezco algo mejor.


Él se quedó mirándola fijamente hasta que se oyó un alboroto y se abrió la puerta principal. Los padres de ella entraron y Pedro retrocedió. Su madre fue la primera en hablar.


—Paula… Hemos pasado un miedo espantoso.


Paula derramó unas lágrimas.


—No voy a mentir, yo estaba aterrada. ¿Qué tal está Lorena?

lunes, 21 de julio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 75

 —Limítese a darme ese maldito helicóptero —exigió Cristian antes de cortar la comunicación y tirar el teléfono al sofá—. Te quedan cincuenta minutos.


Paula quiso volver a su dormitorio y a los brazos de Pedro.


Pedro repasó todo lo que había aprendido en el ejército, pero la situación era distinta. Había dos mujeres indefensas. A una, nunca le había dicho lo que sentía por ella y la otra era una madre que tenía que criar a su hijo. Si a eso se añadía un perturbado con una pistola, el desastre estaba preparado. Tenía que parar a Cristian Jackson y no había margen de error. Si cometía un error, podía perderlos a todos. Vió a Bradshaw por la ventana y el sheriff le hizo una señal para que saliera. Él no quería marcharse, pero sabía que si lo descubrían, todo se complicaría. Pegó la oreja a la puerta del dormitorio un instante. Aquello no le gustaba nada, podía ponerse muy feo en cualquier momento. Cruzó la habitación y salió por la ventana. Se reunió con el sheriff y su hermano detrás de la casa.


—¿No has podido sacarla?


—No, es muy testaruda. Tenía miedo de que Cristian le hiciese algo a Lorena.


—Lo que nos faltaba era que todo el mundo quisiera hacerse el héroe —se quejó el sheriff—. El helicóptero llegará dentro de diez minutos. Es más que probable que Cristian intente llevarse un rehén. ¿Saben las mujeres lo que tienen que hacer?


Pedro asintió con la cabeza.


—El aparato no puede despegar con una de ellas dentro. Eso nos da unos treinta segundos para disparar a nuestro blanco mientras recorre el prado.


—Alto, alto. Federico y tú ni siquiera deberían estar aquí —replicó Bradshaw.


—Yo no voy a marcharme, te lo aseguro. Paula cree que está drogado. Además, soy lo más parecido que tienes a un tirador de élite.


—Y un civil —Bradshaw sacudió la cabeza—. Hemos llamado a Ariel Cooper. Está destinado en San Antonio y, en estos momentos, la Policía Montada de Texas está al mando de la operación. Cooper ya está preparado para hacer el disparo. Por eso, ustedes, los Alfonso, tienen que mantenerse al margen.


—Ni hablar. Le dije a Paula que yo le daría la orden de tirarse al suelo. Voy a hacer lo planeado.


Bradshaw suspiró.


—Entonces, vete donde está Cooper y sigue sus instrucciones. Hay vidas en juego.


Pedro lo sabía mejor que nadie. Paula lo significaba todo para él. ¿Habría llegado demasiado tarde para decírselo por fin?



Paula miró a Cristian Jackson, que iba de un lado a otro de la habitación. Estaba impacientándose y eso la preocupaba más. También se preguntó si Pedro seguiría en su dormitorio. ¿Iba a arriesgar su vida para salvarlas? No quería eso, pero la única alternativa era que Lorena y ella consiguieran salir de esa situación. Afortunadamente, había conseguido transmitirle las instrucciones de Pedro. Alguien iba a disparar a Cristian y, aunque no le gustaba la idea, parecía la única posibilidad de que sobrevivieran. Contuvo las lágrimas al acordarse de su familia y del sobrino nuevo que quizá no llegase a conocer… Y de Pedro. El ruido del helicóptero interrumpió sus pensamientos. El teléfono sonó y lo contestó Cristian.


—Cuando aterrice, no quiero ver a nadie cerca o su hija pasará a mejor vida —cerró el teléfono—. Vámonos.


Paula miró a Lorena y se levantó. Cristian agarró a su ex esposa.


—No intentes nada, porque me encantaría librarme de tí.


Luego, agarró a Paula y ella se movió sin resistirse.


—Eres mi póliza de seguro, querida hijita del senador Chaves. Creo que vamos a conocernos muy bien.


Paula tuvo que hacer un esfuerzo para mantener la calma. No estaba dispuesta a que Cristian viera su miedo. Peor aún, él tendría ventaja y ella iba a hacer lo que fuese para salir viva.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 74

Paula miró a Lorena y vió que sangraba por la boca. Tenían que conseguir ayuda. River’s End estaba cercado, pero Cristian había alardeado de que se había escondido en la caja de la camioneta de un empleado que llegaba del pueblo para entrar en el rancho. Tenía que sacarlo de allí, pero sabía que se llevaría rehenes. Al menos, a su hijo y, probablemente, a su exesposa. Miró la pistola y pensó que podía morir, como C. J. si dejaba que se marchara con su padre. ¡No! No moriría. Ninguno moriría si podía evitarlo.


—Cristian, sabes que mi padre es un senador retirado.


—Fantástico, pero no va a ayudarte.


—Podría ayudarte a tí. Tiene un helicóptero y un piloto a su disposición. Podría llevarte a México. Incluso darte algo de dinero para que empezaras de cero.


El hombre pareció interesado.


—Déjame que llame a mi padre —Paula hizo un esfuerzo para que no le temblara la voz—. Dame una hora para organizarlo todo.


—Llama por teléfono —le ordenó él.


—Antes tienes que prometerme algo.


Pareció enfadado, pero ella siguió apresuradamente.


—Deja aquí a C. J. Es un niño y solo te demoraría.


Cristian se quedó perplejo, como si estuviera drogado.


—Muy bien —concedió con un gruñido—, pero será mejor que hables con tu padre. Toma el teléfono.


—Está en mi dormitorio —Paula señaló hacia el pasillo—. Mi bolso está justo detrás de la puerta.


—Date prisa. Si no, iré por tí y no te gustará.


Paula fue a su dormitorio. La luz de la mesilla estaba encendida y, el bolso, encima de la cama. Fue a recogerlo, pero alguien la agarró por detrás y le tapó la boca.


—Soy Pedro —le susurró él al oído—. C. J. está a salvo y fuera de aquí.


La soltó y ella se dió la vuelta. Contuvo las lágrimas de agradecimiento por verlo.


—Ya estás a salvo, Paula. Vamos, te ayudaré a salir por la ventana.


—No, no puedo dejar a Lorena. Cristian la matará.


—También podría matarte a tí. No puedo dejar que vuelvas ahí.


Ella quería con todas sus fuerzas irse con Pedro.


—Lo siento, pero tengo que volver.


—De acuerdo —Pedro le dió el teléfono—. Llama a tu padre como estaba planeado. Él está al tanto de lo que pasa —Pedro le agarró la mano con fuerza—. No me gusta la situación, Paula. Escúchame: Cuando Cristian las saque a Lorena y a tí, necesitamos tenerlo a tiro.


—Pedro, creo que está drogado.


Él soltó una maldición.


—De acuerdo, esto es importante. Cuando te llame, tírate al suelo. Intenta decírselo a Lorena.


Ella asintió con la cabeza y lo miró.


—Entendido.


Salió del dormitorio preguntándose si volvería a verlo. Cuando entró, le dió el teléfono a Cristian. Él repasó los números que habían llamado, pulsó el de su padre y se lo devolvió a ella.


—Vete al grano. Tu hora empieza en este instante.


Paula se llevó el teléfono a la oreja y esperó distraer a Cristian mientras iba hacia la puerta principal.


—Hola, papá, soy Paula.


—Hola, cariño, ¿Qué pasa?


—Necesito ayuda.


Paula le contó el trato que había hecho con el hombre que la apuntaba con una pistola.


—Muy bien. Ahora, déjame hablar con Cristian.


Paula le dió el teléfono.


—El senador quiere hablar contigo.


Él agarró el teléfono.


—Sí…


—Señor Pruett, le daré todo lo que le ha prometido mi hija, pero si le hace algo, lo buscaré y no le gustará nada lo que le pasará. ¿Entendido?

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 73

 —No fue fácil —contestó Federico con una sonrisa triste—. La fastidié muchas veces pero, al final, quise su amor. Ella me ayudó a curar muchas heridas.


Pedro envidiaba a Federico por la familia que tenía.


—No digo que fuese fácil —siguió Federico—. El amor es un riesgo, pero es la única manera de conseguir una mujer.


Pedro sintió un arrebato de esperanza, pero se disipó inmediatamente.


—Yo la he fastidiado de verdad y no sé si podré arreglar las cosas con Paula.


—Flor me dió más oportunidades de las que merecía. Las mujeres quieren saber que las amas lo bastante para estar a su lado.


Pedro sintió esperanza por primera vez desde hacía mucho tiempo.


—Espero que sepas lo afortunado que eres —le dijo Pedro.


—Lo sé. Doy gracias todos los días —Federico sonrió—. En realidad, había salido para contarte una noticia. Flor y yo estamos esperando otro hijo.


—¡Es fantástico!


Pedro abrazó con todas sus fuerzas a su hermano. ¿Cómo sería compartir un milagro así con Paula?


—Gracias. Efectivamente, mi vida es mucho más perfecta y te deseo lo mismo a tí. Sin embargo, tienes que aprovechar la ocasión, Pedro. Habla con Paula.


Pedro asintió con la cabeza y también se sintió libre por primera vez desde hacía mucho tiempo.


—Lo haré.


Quiso volver corriendo a casa de Paula y rogarle que oyera lo que tenía que decirle cuando sonó su teléfono móvil.


—¿Quién puede ser?


Miró la pantalla y vió el nombre de Paula.


—Paula.


—Pedro —contestó C. J.


—C. J., ¿Qué pasa?


—Mi padre está aquí. Tengo miedo, Pedro. Creo que va a hacerles daño a mamá y a Paula.


El pulso se le aceleró ante la idea de que Cristian Jackson estuviese cerca de Paula.


—No pasa nada, amigo. ¿Dónde estás?


—En el dormitorio de Paula.


—Sal por la ventana y escóndete junto al roble. Llegaré enseguida —Pedro colgó el teléfono y miró a Federico—. Cristian está en casa de Paula.


—Vamos.


Federico sacó el móvil y llamó al sheriff mientras salían por la puerta. Pedro rezó para que llegaran a tiempo y que no le pasara nada a Paula. También se prometió que le diría lo que sentía por ella.




—Más te valdría marcharte ahora —le dijo Paula a Cristian—. Llévate mi coche antes de que alguien se entere de que estás aquí.


Cristian siguió yendo de un lado a otro y exigiéndoles más cosas. Parecía sucio, cansado y mayor de la edad que tenía. Afortunadamente, C. J. estaba en su cuarto.


—Todo es por tu culpa —apuntó con la pistola a Lorena y luego a Paula—. Si no te hubieras metido en mis asuntos. Había alguien que se ocupaba de mi niño.


—Su hijo estaba viviendo en la calle.


—Iba a volver. ¿Cómo iba a saber que iban a detener a mi vecino? Tú, sin embargo, mandaste a ese detective para que fuera haciendo preguntas.


—Cristian, por favor, deja a Paula al margen —le pidió Lorena—. Llévame a mí, iré contigo.


Él miró con furia a su ex esposa.


—¿Por qué iba a quererte para algo?


Se acercó y le dió una bofetada. Lorena gritó y cayó contra el respaldo del sofá. Paula miró a esa escoria humana y esperó que también la abofeteara, pero no iba a darle el placer de mostrarle miedo. Cristian, sin embargo, se limitó a insultarla antes de ir hasta la ventana.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 72

Era casi medianoche y Pedro iba de un lado a otro de su casa sin poder dormirse. No podía sacarse a Paula de la cabeza ni dejar de ver su expresión justo antes de marcharse. Fue a la cocina y sacó una cerveza de la nevera. La abrió y dió un sorbo. Era lo que menos le convenía en ese momento. Tenía que madrugar para ayudar a mover el ganado. Llamaron a la puerta y su hermano asomó la cabeza.


—Hola, he visto la luz encendida. ¿Pasa algo?


—No, bueno, es que hoy han pasado muchas cosas y sigo alterado —toda su vida era un lío—. Ha sido un día arduo y mañana me espera otro.


Federico se sentó en un taburete.


—Echarás de menos a C. J., como todos, pero tienes que alegrarte de que esté con su madre.


—Claro, si tú lo dices…


Federico se quedó un momento en silencio.


—Naturalmente, ya no tendrás una excusa para estar con Paula. Tendrás que buscarte otra cosa.


Pedro levantó bruscamente la cabeza.


—Muy gracioso.


—¿Por qué no reconoces que sientes algo por ella? —Federico levantó una mano—. No te molestes en negarlo.


—Nunca saldría bien.


—Esto es grave —Federico fue a la nevera, tomó una cerveza y volvió a sentarse—. Empieza desde el principio, quiero ver cómo muerde el polvo mi hermano y se enamora de una mujer.


Pedro no quería pensar en lo que sentía por Paula.


—No nos convenimos, nunca nos hemos convenido.


—Vaya… —Federico movió la mano con la botella—. ¿Desde cuándo ocurre esto?


Pedro le contó lo que pasó hacía tres años y su hermano dejó escapar un silbido.


—Tengo que reconocer que tienes muy buen gusto con las mujeres. ¿Paula siente lo mismo?


—Ahora, no lo sé —Matt dio un sorbo de cerveza y le supo amarga—. Seguramente sea lo mejor.


—¿Por qué? ¿Crees que un Alfonso no está a la altura de una Chaves?


—Claro que no. No sirvo para ir detrás de Paula a Austin y mucho menos a Washington.


—Creía que Paula se había presentado al Ayuntamiento.


—Es una Chaves y ellos van a Washington.


—¿Lo has hablado con ella?


Pedro se encogió de hombros y no dijo nada. Federico se inclinó hacia delante.


—¿Cuál es el verdadero motivo para que estés aquí y no con ella? ¿Son las pesadillas?


—A ella no le importan —él no podía olvidar cuando lo abrazó, pero lo dejó a un lado y miró a su hermano—. No lo he hecho bien en lo referente al largo plazo.


—Hombre, no te has quedado suficiente tiempo con una mujer para comprobarlo desde… —Federico se quedó pensativo—. ¿Desde Nadia? ¿No me dirás que se trata de esa animadora malcriada?


Pedro se acordó de aquella chica que lo volvió loco.


—No es solo ella.


Pedro se levantó y fue hasta la ventana que había encima del fregadero.


—También está mamá.


Le espantaba esa sensación de que le desgarraban las entrañas. Federico se acercó a él.


—Siempre has sido muy egocéntrico, hermanito. ¿Qué te hace pensar que eres tan especial que Ana Alfonso se marchó por tu culpa?


Pedro miró a su hermano y Federico se puso serio.


—También me abandonó a mí. ¿Crees que yo no me pregunto si se marchó por mi culpa? ¿Y papá? Ha tenido que cargar con el remordimiento de que su esposa lo abandonara a él y a sus hijos.


—Creo que nunca lo había pensado —recordaba la tristeza de su padre, pero nunca hablaban mucho de eso—. ¿Cómo lo has superado, Fede? ¿Cómo pudiste seguir adelante y amar a Florencia?

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 71

Paula consiguió entrar en su dormitorio antes de ponerse a llorar. Estaba más enfadada consigo misma que con él. Pedro había intentado dos veces decirle cómo era, pero ella no había querido escucharlo. Ella, en cambio, se había enamorado de él otra vez. Quizá no dejara de hacerlo jamás. Ya no tenía elección, ya no podía dejar que Pedro Alfonso siguiera rompiéndole el corazón. Llamaron suavemente a la puerta y se secó los ojos.


—Adelante.


Lorena asomó la cabeza.


—Siento molestarte, Paula, pero no he podido evitar oírte llorar. Espero no haberte causado ningún disgusto.


Paula fue hasta la puerta.


—No, Lorena. En estas últimas semanas han pasado muchas cosas y por fin han llegado a un punto crítico. Pero estoy bien —Paula sonrió—. De verdad.


Lorena asintió con la cabeza, pero no se movió.


—Verás, como observadora imparcial, diría que ustedes dos parecen quererse.


¿Cómo podía saber algo de ellos?


—Es más por uno de los lados.


—C. J. me contó que cuando estaban juntos se comportaban de una forma rara —la mujer sonrió—. Durante todo el día he observado que él intentaba no hacerte caso, pero te seguía con la mirada a donde fueras —se entristeció—. Lo siento mucho si mi llegada ha causado algún problema entre vosotros dos.


—No, Lorena, no es por tí. Pedro y yo tenemos nuestra historia y al encontrar a C. J. nos hemos juntado otra vez… Provisionalmente.


—Una pena. Parece un buen hombre. C. J. ha tenido suerte al encontrar un buen modelo masculino durante estas semanas — Lorena sonrió—. Además, he recuperado a mi hijo. No va a ser fácil, pero espero que con una terapia resolvamos lo que hizo su padre y lo relacionado con su abandono. Es difícil saber por dónde empezar —añadió con un suspiro.


—Todo saldrá bien, Lorena. Pueden quedarse aquí el tiempo que necesiten.


La mujer no pudo disimular su tristeza.


—No puedo instalarme en tu casa, no me conoces. Además, tengo que volver a Amarillo, a mi trabajo.


—¿Por qué? Dijiste que no tienes familia allí. C. J. ha hecho muchos amigos aquí y le va bien en el colegio, ya está casi la altura de su curso.


—Es listo —reconoció Lorena.


Entonces, Paula tuvo una idea.


—Lorena, si encontraras un empleo y un sitio para vivir en el pueblo, ¿Te plantearías quedarte?


La rubia negó con la cabeza.


—No puedo pagar el depósito de un departamento y, en cuanto al empleo, no sabría por dónde empezar.


Paula arqueó una ceja.


—¿Qué te parece mi departamento del pueblo? C. J. y tú podrían utilizarlo durante unos meses y yo podría tener algunos contactos para el empleo. No sabrás hacer colchas de retazos, ¿Verdad?


Lorena la miró con detenimiento.


—Mi abuela me enseñó hace años, pero soy una aficionada.


—¿Te apetece una taza de té? Te hablaré de Puntada con Hilo, la tienda de colchas de retazos que hay en el pueblo.


—Claro.


Fueron a la pequeña cocina, Paula llenó el hervidor de agua y lo puso al fuego.


—Florencia Alfonso es una buena amiga mía. Es la cuñada de Pedro y la encargada de la tienda —le explicó Paula—. Siempre está buscando alguna ayuda a tiempo parcial.


Paula también pensó en los empleos como camarera y, naturalmente, el primer sitio que se le ocurrió fue Alfonso’s Place. Quizá pudiese ayudar.


—Sabes que Pedro tiene un restaurante. A lo mejor tiene un empleo para tí.


Los ojos de color avellana de Loretta dejaron escapar un destello.


—Tengo años de experiencia en eso…


Paula sacó dos tazas del armario y puso las bolsitas de té dentro. Iba a servir el agua caliente cuando se oyó un ruido en el porche. Se detuvo. Había alguien allí fuera. ¿Habría vuelto Pedro?, se preguntó con emoción.


—¿Quién será? —preguntó mientras se dirigía hacia la puerta.


Ni siquiera se le había ocurrido pensar en algún peligro cuando abrió la puerta y se encontró con un desconocido. El miedo se apoderó de ella cuando se encontró ante un hombre que solo podía ser Cristian Jackson. Intentó cerrar la puerta de golpe, pero él puso la mano y la abrió violentamente.


—Vaya, vaya, tú debes de ser Paula Chaves.


—¿Qué quiere?


—Solo lo que me pertenece, mi familia.

viernes, 18 de julio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 70

 —Hola —la saludó él cuando abrió la puerta.


Ella contuvo al aliento y lo saludó con la cabeza.


—¿Tienes un minuto? —preguntó él. 


Ella se apartó un poco para que pudiera entrar. Fueron a la sala y él se dió la vuelta.


—¿Está acostado todo el mundo?


—Sí. Yo también iba a acostarme —contestó ella sin mirarlo a los ojos.


—He esperado un poco para que no nos molestaran. Tengo que hablar contigo.


Ella no quería volver a oír su discurso.


—Lorena está aquí.


—Perfecto. Entonces, puede quedarse con C. J. —la tomó de la mano, la llevó fuera y cerró la puerta—. Tenemos que aclarar algunas cosas.


Ella retiró la mano.


—No tenemos que aclarar nada. No te he pedido nada ni lo espero. ¿Creías que te lo pediría?


Pedro sabía que se lo merecía.


—No sé si puedo ser lo que quieres que sea. No estoy preparado.


—¿Para qué, Pedro? —le interrumpió ella—. No recuerdo haber pedido nada. Fuiste tú quien se presentó en mi piso anoche.


Él suspiró y se pasó los dedos por el pelo.


—Veo que ya he embrollado las cosas.


Ella se cruzó de brazos.


—¿Te refieres a comportarte hoy como si yo no existiera?


—No era mi intención. Es que la madre de C. J. ha llegado para acaparar todo el protagonismo, ¿No te parece?


—Buena excusa —replicó ella—. Pronto no vas a necesitarla porque me da la sensación de que C. J. va a volver a su casa con su madre y nosotros no tendremos que pasar tiempo juntos.


Él suspiró.


—Nunca he dicho que no quiera pasar tiempo contigo. Una… Una relación no sería una buena idea en este momento.


—Es posible que no quieras hacer el esfuerzo o quedarte el tiempo suficiente para comprobar si las cosas pueden salir bien.


Pedro contuvo la respiración mientras la miraba bañada por la luz crepuscular. Solo quería abrazarla, pero no podía hacerlo todavía.


—Paula, hay cosas que tengo que superar solo en estos momentos.


—Yo podría ayudarte.


No podía hacerle eso ella.


—Es mejor así, Paula.


—¿Mejor para tí o para mí? —insistió ella.


—Para tí.


—No digas eso, Pedro. No intentes decirme lo que me conviene. No tienes ni idea —Alisa tragó saliva—. Adiós, Pedro.


Él la miró mientras entraba otra vez en la casa y cerraba la puerta, dejándolo fuera de su vida para siempre. Se dijo que lo mejor era marcharse en ese momento e hizo lo que había hecho siempre: Se dió la vuelta y se alejó de todo lo que había soñado conseguir.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 69

 —¿Seguimos pudiendo ir a montar a caballo?


—Te lo prometí, ¿No? —contestó Pedro con una sonrisa—. Yo no rompo las promesas.


Pedro no la miró. Ella creía que no hacía lo mismo con los corazones.


Era la tarde perfecta para dar un paseo a caballo y Paula esperó que también fuese el día perfecto para que una madre y su hijo volvieran a conectar. Llevó a Lorena a su casa para que dejara la bolsa mientras Pedro iba con C. J. a los establos del rancho Triple A para dar de comer a Nube Blanca. Cuando la invitada de Paula estuvo instalada, fueron a reunirse con los demás. Durante el trayecto, intentó no pensar en lo que había cambiado Pedro desde la llamada de esa mañana, pero lo tenía rondando por la cabeza. Le recordaba vagamente a lo que había pasado hacía tres años, era como si le hubieran dado una excusa para enfriar las cosas entre ellos. Cuando llegaron sonrió. Francisco había ensillado los caballos, entre ellos, a Dulcinea, la dócil yegua que ella había montado la otra vez, y a Carmela para Lorena. C. J. montaba a Frida, una pequeña yegua, y no disimuló las ganas de estar con Pedro. Sentía lo mismo, pero se ocupó de ayudar a Lorena, quien no era una amazona experta, aunque se defendía bien. Pedro y C. J. encabezaron el cuarteto. Él iba unos veinte metros por delante y casi ni la había mirado en toda la mañana. Sabía que estaba preocupado por C. J., pero ¿No podía dedicarle ni un instante? La voz de Lorena se abrió paso entre sus pensamientos.


—Se llevan muy bien, ¿No?


—Sí, desde el primer momento —confirmó Paula—. C. J. no quería saber nada de mí al principio, pero seguía a Pedro como su sombra. No te preocupes, es una buena persona y quiere a tu hijo —Paula miró a Lorena—. Ese pequeño también ha llegado a significar mucho para mí.


Lorena dejó escapar un suspiro tembloroso.


—Me alegro mucho de que lo hayan encontrado ustedes dos. No quiero ni pensar lo que habría podido pasar si no lo hubiesen encontrado.


Paula había pensado lo mismo.


—Nosotros nos alegramos de haberte encontrado. C. J. necesita a su madre.


Lorena esbozó una sonrisa triste.


—Espero poder arreglar todo lo que ha pasado.


—Dale algo de tiempo. Creo que, en el fondo, tu hijo sabe que no lo has abandonado de verdad, aunque Cristian consiguió lavarle el cerebro.


—Yo también he hecho mal muchas cosas —reconoció Lorena—. Debería haber dejado a mi marido mucho tiempo antes. Siempre se arrepentía cuando me pegaba y lo atribuía a la presión por su trabajo. Cuántas promesas me hizo y yo me las creí. No sabía que estaba contando mentiras a Ciro sobre mí.


—Es típico de un maltratador —la tranquilizó Paula.


—No es una excusa para quedarme. No tenía adónde ir si me marchaba. Era camarera y el restaurante donde trabajaba me ayudó a irme y a conseguir asesoría legal sobre el divorcio. Pedí ayuda para encontrar a Ciro, pero me daba miedo que Cristian hiciera un disparate —Lorena la miró fijamente—. ¿Es demasiado tarde para que recupere a mi hijo?


—Creo que no. Creo que C. J. sabe lo que sientes por él.


Paula se acordó de Pedro y de que su madre no quiso saber nada de él ni de su familia. Miró a Pedro y a Ciro, que se reían, y tuvo una sensación extraña en el pecho. Ese hombre sería un gran padre. Miró hacia otro lado porque sabía que tenía que dejar de soñar con un porvenir con él.


Esa tarde, a última hora, Paula llevó a Lorena y a C. J. a la casa. Mandó al niño a que se diera un baño y se alegró de que él no se resistiera como de costumbre. Diez minutos más tarde, tenía el pijama puesto y estaba acostado. Le dió un abrazo, algo que el niño no había consentido hasta hacía poco. Ella también los deseaba y, al parecer, se quedaría sin ellos cuando volviera con su madre. Iba a perder a dos hombres en su vida aunque, la verdad, nunca los había tenido. Lorena entró en el cuarto y los dejó para que la madre y su hijo estuvieran solos. Se fue a su dormitorio y ocupó la cabeza con algo de trabajo hasta que llamaron a la puerta principal. Intentó no emocionarse ante la posibilidad de que fuese Pedro. Seguramente, habría ido para ver a C. J.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 68

 —No, hijo —Pedro miró a Alisa y ella se acercó—. Paula y yo tenemos que decirte algo.


—¿Ha vuelto mi padre? —preguntó el niño con un brillo en los ojos.


—No —contestó Paula—, pero aquí hay alguien que está deseando verte. Tu mamá.


Su rostro reflejó muchas emociones distintas.


—¿Mi mamá? —C. J, sacudió la cabeza—. No, mi mamá no quiere verme. Eso dijo papá.


C. J. intentó alejarse, pero Pedro lo sujetó con fuerza.


—C. J., escúchame un momento, ¿De acuerdo?


El niño dejó de resistirse.


—¿Y si tu padre se hubiese equivocado? ¿Y si tu madre no hubiese podido encontrarte?


Paula se agachó al lado de C. J.


—C. J., sé que tu madre te ha echado de menos durante mucho tiempo y creo que tú a ella.


El niño derramó una lágrima.


—No, no la necesito.


Paula notó que los ojos se le llenaban de lágrimas.


—Pues ella te necesita mucho.


—Solo quieren librarse de mí porque soy un incordio —derramó otra lágrima—. Como mi mamá.


—No, C. J., te he querido más de lo que puedes imaginarte — reconoció ella—, pero no tanto como tu mamá. Ella ha estado muy triste porque su hijo había desaparecido desde hacía mucho tiempo.


Él sollozó y miró a Pedro.


—¿Vas a obligarme a que me vaya a casa con ella?


Pedro negó con la cabeza.


—No, pero creo que deberías hablar con ella y oír lo que tiene que decirte antes de tomar una decisión.


El niño miró a Paula.


—¿Seguirás aceptándome si no quiero ir?


Paula dudó un instante.


—C. J., tienes que darle una oportunidad.


—De acuerdo.


El sheriff abrió la puerta e hizo un gesto a Lorena para que pasara. Paula se levantó y se apartó mientras C. J. se daba la vuelta para mirarla.


—Mamá…


Ella se acercó a él.


—Ci…ro… —balbució ella—. Te he echado mucho de menos.


Las lágrimas rodaron por las mejillas de C. J. cuando su madre se agachó y lo abrazó. Él no la rechazó, al contrario, la abrazó con fuerza. Paula miró a Pedro y captó las emociones en su rostro. Se marchó y ella quiso seguirlo porque sabía lo doloroso que era para él. C. J. y él se habían encariñado mucho. El sheriff Bradshaw se la llevó aparte.


—Juliana Thomas, la asistente social, ha decidido que es mejor no entregárselo a su madre todavía. Aunque la señora Pruett tiene la custodia física, C. J. lleva meses sin estar con ella. Me preocupa que Cristian siga suelto porque tiene antecedentes de maltratos.


—¿Es peligroso?


El sheriff se encogió de hombros.


—Todavía hay que atraparlo. He hecho indagaciones entre las empresas petrolíferas de la costa.


Sonó el teléfono y Paula vió que era su padre. Le explicó lo que había pasado y luego habló con su madre, quien invitó a Lorena a que fuese a quedarse en River’s End. Ella decidió que la madre de C. J. podría estar más cómoda en la vieja casa familiar con su hijo.


—Estoy segura de que los servicios sociales se alegrarán de que quiera quedarse un poco más de tiempo con él y, entretanto, intentaremos encontrar a Cristian.


Paula estaba pensando en Pedro. Esperaba que así tuviera tiempo de adaptarse a la marcha del niño. Le dieron la noticia a C. J. y él miró alrededor.


—¿Dónde está Pedro?


—Estoy aquí —Pedro volvió a entrar en la habitación—. ¿Qué quieres?