viernes, 30 de agosto de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 10

 –Aquí tienes mi número de teléfono. Envíame un mensaje con tu dirección y te recogeré en tu casa a las nueve y cuarto –dijo. Entonces, frunció el ceño–. ¿Y tu hija? ¿Cuida alguien de ella mientras estás en el trabajo por las noches?


–Por supuesto. No la dejaría sola bajo ningún concepto –replicó ella indignada y dolida por la implicación de que podría ser una madre irresponsable.


Aquella era precisamente la acusación que el abogado de Bruno había lanzado en su contra. Al recordar la batalla sobre la custodia a la que se enfrentaba por su hija, sintió una profunda sensación de miedo. Mientras se bajaba del coche y corría a su furgoneta, pensó que, con cinco millones de libras, podría contratar al mejor abogado para enfrentarse a Bruno. Sin embargo, estaría loca al considerar siquiera la idea.



Pedro estacionó su Lamborghini a la puerta de un bloque de pisos de aspecto muy sombrío. La convicción de que había sido un error pedirle a una mujer que había conocido aquel mismo día que se casara con él se hizo cada vez más fuerte. Recordó a Paula Chaves, que parecía una rata mojada cuando la metió en su coche para refugiarla de la lluvia. El voluminoso delantal le cubría el cuerpo, pero, por lo que él había podido ver, era una mujer muy delgada, sin curvas. Su rostro había quedado parcialmente oculto por la visera de una gorra de béisbol, que le parecía la prenda menos femenina y halagadora que una mujer podía ponerse. En su opinión, las mujeres deberían ser elegantes, decorativas y sexis, pero la escuálida vendedora de bocadillos fallaba en todos los frentes. La ira porque hubiera dañado su adorado Lamborghini se había convertido en impaciencia cuando ella se echó a llorar. Era consciente de cómo las mujeres podían usar esa artimaña cuando les convenía. Sin embargo, al ver cómo Paula se desmoronaba literalmente delante de él, no había podido evitar sentir compasión por ella. Cuando le habló de sus problemas económicos y del miedo que tenía a perder la custodia de su hija, se le ocurrió que ella podría convertirse en la esposa ideal. El dinero que estaba él dispuesto a pagar le cambiaría la vida. Mientras se bajaba del coche y miraba a su alrededor para contemplar aquel peligroso barrio, una jungla de hormigón con las paredes cubiertas de grafitis, pensó que tal vez estaba loco. Vió que una banda de jóvenes de aspecto dudoso miraba fijamente su coche y que lo observaban con sospecha cuando pasó junto a ellos de camino al portal. Estaba seguro de que el de más edad, que llevaba una cadena de oro alrededor del cuello, era un traficante de drogas. Había crecido en un lugar similar en las afueras de Madrid, donde la absoluta pobreza era terreno abonado para la delincuencia y las bandas que mandaban en las calles. Su padre había estado implicado en los bajos fondos y, de niño, había visto cosas que nadie con esa edad debería ver. Apretó la mandíbula mientras tomó el ascensor que lo llevó hasta la undécima planta y avanzó por un estrecho pasillo lleno de basura. Aquel bloque de pisos no era una chabola, pero la sensación de pobreza y privaciones flotaba en el aire junto con el aroma acre de la orina. Aquel no era un buen lugar para criar a una niña. Paula y su pequeña no eran su responsabilidad, pero resultaba difícil no imaginar cómo ella podía rechazar cinco millones de libras y la oportunidad de alejarse para siempre de aquel basurero.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 9

 –Bueno, para eso, me tendría que tocar la lotería.


–Pues considérame tu número ganador.


La repentina sonrisa que iluminó sus masculinos rasgos dejó a Paula sin aliento. Cuando sonreía, Pedro pasaba de ser guapo a totalmente irresistible. Le recordaba los modelos que aparecían en los anuncios de televisión, pero él era mucho más apuesto y masculino. Entonces, apartó los ojos de él, consciente de que su corazón latía al doble de la velocidad normal.


–Estás loco –le dijo ella.


¡Cinco millones de libras! No podía estar hablando en serio. O, si era cierto, tendría que haber alguna contrapartida. Se sonrojó de nuevo al recordar cómo había reaccionado él cuando ella le sugirió que estaba ofreciéndole sexo a cambio de dinero. ¿Qué le había empujado a decir algo así? Muchos de los periódicos de aquel día tenían en la primera página una foto de Pedro con una rubia de exuberante escote. Se miró su cuerpo sin formas. Parecía un insecto palo comparado con la última mujer que ocupaba el corazón de Pedro.


–Si necesitas una esposa, ¿Por qué no te casas con tu novia, esa con la que apareces en las portadas de todos los periódicos?


–En primer lugar, Mariana ya está casada, pero, aunque estuviera libre para poder casarme con ella, no sería adecuada. Todas mis amantes, pasadas y presentes, esperarían que me enamorara de ellas –dijo secamente.


¡Era tan arrogante! Paula quiso encontrar alguna respuesta adecuada, pero se sentía hechizada por la perfecta simetría de sus rasgos, que se suavizaban en cierto modo por la sensual boca.


–¿Y no te preocupa que yo me pueda enamorar de tí? –le preguntó. Quiso parecer sarcástica, pero no lo consiguió.


–No te lo recomiendo –afirmó él con dureza–. No creo en el amor. Ni en el matrimonio. Sin embargo, no estoy loco. Tengo una buena razón para necesitar estar casado.


Pedro lanzó una maldición cuando su teléfono empezó a sonar. Se sacó el móvil del bolsillo y rechazó la llamada.


–Ahora no podemos hablar. Me reuniré contigo esta tarde y así podremos hablar sobre mi proposición.


Paula negó con la cabeza.


–No me interesa.


–¿No te interesa ganar cinco millones de libras por ser mi esposa durante un par de meses? –le preguntó. Extendió la mano y la colocó encima de la de ella para evitar que Paula abriera la puerta del coche–. Al menos, dame la oportunidad de explicarme. Después, podrás decidir si estoy loco o no. Sinceramente, creo que serías idiota al rechazar la oportunidad de ganar una cantidad de dinero que puede cambiarte la vida. Piensa en lo que podrías hacer con cinco millones de libras. No tendrías que volver a preocuparte por lo que cuesta comprarle a tu hija un par de zapatos.


–Está bien –respondió ella. Pedro era tremendamente persuasivo y ella no podía pensar con el rostro de él tan cerca del suyo–. Me reuniré contigo para que podamos hablarlo, pero eso no significa que vaya a aceptar el trato. Sin embargo, tendrá que ser después de las nueve –añadió–. Trabajo en el turno de tarde como limpiadora en un centro comercial cerca de donde vivo.


Paula sintió una mezcla de alivio y desilusión cuando Pedro se apartó de ella y le entregó una tarjeta de visita.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 8

Al ser madre soltera, no había tenido mucho tiempo para conocer a otros hombres, por lo que la sorprendió mucho descubrir que aún podía sentir atracción y deseo sexual. Tal vez se sentía atraída por Pedro porque él estaba tan lejos de su alcance que no había posibilidad alguna de que pudiera surgir algo entre ellos. Era algo parecido a una adolescente que se sentía atraída por una estrella del pop y que sabía que nunca podría conocerlo en la vida real.


–Tal vez yo pueda ayudarte –dijo Pedro de repente, sacándola de su ensoñación.


Ella sintió que le daba un vuelco el corazón. Si Pedro le permitía seguir vendiendo bocadillos a los empleados de su empresa, tal vez su negocio podría sobrevivir.


–¿Ayudarme cómo?


–Tengo una idea que podría solucionar tus preocupaciones económicas y que también me resultaría a mí ventajosa.


Paula se tensó.


–¿A qué te refieres con eso de «Ventajosa»?


¿Estaba él sugiriéndole lo que ella creía? Sabía que algunas de las mujeres de la zona en la que ella vivía trabajaban como prostitutas. Muchas eran madres solteras como ella, mujeres a las que les costaba sacar adelante a sus hijos con el salario mínimo. Juliet no las juzgaba, pero no se imaginaba a sí misma haciendo algo así. Puso la mano en la manilla de la puerta, dispuesta a bajarse inmediatamente del coche.


–No pienso tener sexo contigo por dinero –le espetó.


Durante unos segundos, él pareció quedarse totalmente atónito. Entonces, soltó una carcajada.


–No quiero tener sexo contigo.


El ligero énfasis que puso en la última palabra hizo que Juliet se sintiera muy avergonzada, sensación que se intensificó cuando él la miró de arriba abajo. La expresión de su rostro dejó bien claro que no la encontraba atractiva.


–Nunca he tenido que pagar para tener sexo con una mujer –afirmó él–. Lo que estaba pensando es una proposición de negocios, aunque tengo que admitir que se trata de algo bastante inusual.


–Yo preparo bocadillos para ganarme la vida –dijo ella, atónita–. No se me ocurre qué clase de negocios podríamos hacer juntos.


–Quiero que seas mi esposa. Si accedes a casarte conmigo, te pagaré cinco millones de libras.


-Muy gracioso –musitó Paula con gran desilusión–. No estoy de humor para bromas, señor Alfonso Zolezzi.


–Pedro –la corrigió él–. Y no es ninguna broma. Necesito una esposa. Una esposa temporal. Y solo en apariencia –añadió, leyéndole evidentemente el pensamiento a Paula–. Has admitido que ser madre soltera es muy difícil. ¿Y si, en vez de pasar dificultades, pudieras tener una vida llena de comodidades con tu hija sin tener que trabajar?

Un Trato Arriesgado: Capítulo 7

 –Mi prima, que vive en Sídney, me ha contado que Bruno está saliendo con la hija de un multimillonario y quiere casarse con ella. Aparentemente, su novia no puede tener hijos por un problema médico, pero quiere desesperadamente ser madre. Supongo que espera que podrá convencerla para que se case con él si tiene a Sofía a su lado. Hace ocho meses –añadió tras morderse el labio–, Sofía tuvo que estar unas cuantas semanas en una casa de acogida porque yo tuve que ir al hospital. Estaba muy contenta con la familia que la acogió, pero, de algún modo, Bruno se ha enterado y está utilizando ese hecho como prueba de que yo no puedo darle una infancia segura y para afirmar que la niña estaría mucho mejor viviendo con él.


–¿Y no podría haberla cuidado alguien de tu familia?


La ira había desaparecido de la voz de Pedro. Aquel acento tan sensual hizo que Paula temblara.


–Mis padres están muertos y mis únicos otros parientes viven en Australia. Mis tíos fueron muy amables conmigo cuando mis padres murieron y me dejaron que me alojara con ellos, pero tienen unas vidas muy ajetreadas. Yo trato de arreglármelas sola.


–¿Por qué andas corta de dinero? –le preguntó Pedro mientras se volvía para mirarla–. Por lo que veo tienes trabajo. ¿Qué significan las iniciales LTG?


–Lunch to Go. Es mi negocio de bocadillos, del que soy dueña junto a mi socia. Solo llevamos un año funcionando y nuestros márgenes de beneficios han sido muy bajos de momento –dijo. Sorbió por la nariz y apretó con fuerza el pañuelo empapado que tenía en la mano–. Parecía que las cosas iban mejorando, pero hoy me ha llamado tu jefe de Recursos Humanos y me ha dicho que el contrato que tenemos con el Grupo Zolezzi va a terminar a finales de semana porque se va a abrir un café para los empleados.


Pedro asintió.


–Cuando establecí las oficinas de Londres, siempre fue mi plan abrir un restaurante y un gimnasio en el sótano para que los empleados pudieran utilizarlo durante su hora del almuerzo. Las obras tardaron más de lo que yo había anticipado, por lo que pedí a Recursos Humanos que buscara algo alternativo.


–Yo no sabía nada de eso… –admitió Paula apesadumbrada.


–¿Tendrá un impacto en tu negocio la pérdida del contrato?


–Nos quedaremos con la mitad de beneficios –admitió ella–. Además, hoy he hablado con mi socia y me ha dicho que va a vender la panadería en la que trabajamos. Su marido y ella quieren marcharse de Londres. Melina es la dueña de la tienda y yo no me puedo permitir ni comprar ni alquilar otro local.


–Si tienes que cerrar el negocio, ¿Qué vas a hacer?


Paula se encogió de hombros.


–Tendré que buscar otro trabajo, pero no tengo titulación alguna ni ningún tipo de especialización. Me será casi imposible ganar lo suficiente para poder mantener a Sofía.


Paula se quedó en silencio. Vió que Pedro estaba tamborileando los dedos sobre el volante y parecía estar sumido en sus pensamientos. Tenía unas manos muy bonitas. Se imaginó aquellas bronceadas manos deslizándose por su cuerpo desnudo, los largos dedos curvándose sobre sus senos y acariciándole los pezones. Una fuerte oleada de calor se apoderó de ella. Se sintió totalmente atónita por aquellos pensamientos. Bruno le había roto el corazón cuando la abandonó la mañana después de que ella le entregara su virginidad. Un mes más tarde, cuando ella, con los ojos llenos de lágrimas, le dijo que se había quedado embarazada, el cruel rechazo al que él la sometió la obligó a crecer muy deprisa. Se sintió una estúpida por caer en sus redes y se juró que nunca más volvería a ser tan confiada.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 6

 –Ciertamente no me puedo permitir pagar las reparaciones de su elegante coche. ¿Qué ocurrirá si mi compañía de seguros se niega a correr con los gastos? No puedo pedir un crédito porque ya tengo muchas deudas…


Se encontraba cerca de la histeria.


–¿Me podrían enviar a la cárcel? ¿Y quién cuidaría de mi hija? Si demuestran que soy una mala madre, dejarán que Bruno se lleve a Sofía a  Australia y seguramente no volveré a verla.


Aquel era el mayor de los miedos de Paula. Se cubrió el rostro con las manos.


–Tranquilícese –le ordenó Pedro Alfonso Zolezzi–. Por supuesto que no irá a la cárcel –añadió con impaciencia–. Estoy seguro de que su compañía de seguros correrá con los gastos. Si no fuera así, yo no le pediré dinero.


El alivio que Paula sintió ante aquella aseveración fue temporal. El resto de sus problemas parecían no tener solución y eso hizo que no pudiera parar de llorar. Pedro lanzó una maldición.


–Tenemos que resguardarnos de esta maldita lluvia –musitó mientras le agarraba el brazo y la llevaba hasta su coche. Abrió la puerta del copiloto–. Entre y tómese unos minutos para tranquilizarse.


Instantes después, él se sentó tras el volante y se mesó el cabello con la mano. Entonces, abrió la guantera y le dejó unos cuantos pañuelos de papel en el regazo.


–Ahí tiene. Séquese las lágrimas.


–Gracias.


Paula se secó los ojos y respiró profundamente. Dentro del coche, era muy consciente de la cercanía de Pedro Alfonso Zolezzi.


–Voy a mojarle la tapicería –musitó–. Siento mucho haberle dañado el coche, señor Alfonso Zolezzi.


–Puede llamarme Pedro. Mi apellido es algo complicado, ¿No le parece? –añadió con una cierta nota de amargura en la voz–. ¿Cuál es su nombre?


–Paula Chaves.


Observó el perfil de Pedro y sintió que una oleada de calor le recorría todo el cuerpo, contrarrestando el frío que le estaban produciendo las ropas mojadas. Cuando él la miró, apartó rápidamente los ojos. Estaba tan húmeda y desharrapada, con el rostro empapado y los ojos rojos de tanto llorar, que debía de tener un aspecto horrible.


–Siento haberme enfadado tanto. No quería asustarte ni disgustarte. ¿Y has dicho que tienes una hija?


–Sí. Tiene tres años.


–Dios mío, pero si tú solo debes de tener unos diecinueve años… – susurró escandalizado–. Y deduzco que, dado que no llevas alianza, no estás casada.


–Tengo veinticinco años –le corrigió ella rápidamente–. Y no, no estoy casada. El padre de Sofía no quiso tener nada que ver con nosotras cuando ella nació.


–¿Quién es ese Bruno al que mencionaste antes?


–Es el padre de Sofía. Ahora ha decidido que quiere tener su custodia. Según las leyes australianas, los dos progenitores son responsables de sus hijos, aunque nunca se casaran ni siquiera fueran pareja. Bruno se puede permitir los mejores abogados y, si gana el caso, tiene la intención de llevarse a Sofía a Australia.


Los ojos de Paula volvieron a llenarse de lágrimas.


–Es muy injusto –murmuró–. Bruno solo ha visto a Sofía en una ocasión, cuando ella solo era un bebé. Sin embargo, es mi palabra contra la suya. Sus abogados los están tergiversando todo y están haciendo parecer que yo me negué a que la viera. Yo me traje a Sofía de vuelta a Inglaterra porque Bruno insistió que no quería tener nada que ver con ella.


Paula no entendía por qué le estaba contando a Pedro todo aquello cuando no lo conocía. Estaba segura de que a él no le interesarían sus problemas. Sin embargo, había algo tranquilizador en su tamaño, en su fuerza y en el aire de poder que lo rodeaba. Las palabras le salían de los labios sin que pudiera contenerse.

miércoles, 28 de agosto de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 5

Paula medía un metro sesenta y dos, casi la altura mínima para las bailarinas de ballet, y tuvo que levantar la cabeza para poder mirarlo. Él tenía los ojos de un color verde oliva poco frecuente, que brillaban con fuerza sobre su bronceado rostro. Y qué rostro. Ella lo había visto de vez en cuando en las oficinas del Grupo Zolezzi cuando entregaba los bocadillos, pero él ni siquiera la había mirado.


–No soy ninguna idiota –musitó ella, herida por el tono de superioridad con el que él había hablado y también abatida por la reacción de su cuerpo ante aquella demostración de potente masculinidad.


La lluvia estaba aplastándole el negro cabello contra la cabeza, pero nada podía borrar su físico de estrella de cine. Rasgos esculpidos, mejillas afiladas y una fuerte mandíbula hacían que fuera muy guapo. Paula sintió que los pezones se le erguían por debajo del delantal que formaba parte de su uniforme. Él levantó las oscuras cejas, como si se hubiera sorprendido de que ella le hubiera contestado.


–Pues las pruebas sugieren todo lo contrario –le espetó–. Espero que el seguro de su vehículo tenga cobertura para un accidente que se ha producido en un aparcamiento privado. Hay un cartel que afirma sin lugar a dudas que este aparcamiento es para uso exclusivo de los ejecutivos del Grupo Zolezzi. Usted no debería estar aquí y, si su seguro no es válido, puede estar segura de que le enviaré una jugosa factura por el pago de las reparaciones de los daños que le ha causado a mi coche.


Aquellas palabras hicieron que Paula dudara. ¿Y si no le cubría el seguro?


–Lo siento. Como usted ha dicho, ha sido un accidente. No tenía intención de chocarme con su coche –dijo mientras el pánico se apoderaba de ella–. No tengo dinero para pagar los daños.


La lluvia le había empapado totalmente la camisa y el agua le caía por la visera de la gorra. Las dos malas noticias que había recibido aquel día habían sido un mazazo terrible, pero, para empeorar aún más las cosas, el hombre más guapo que había visto en toda su vida la estaba observando como si ella fuera algo desagradable que se le hubiera pegado en la suela del zapato. Una profunda tristeza se apoderó de ella. Las lágrimas que había logrado contener hasta entonces comenzaron a caerle por las mejillas, mezclándose con la lluvia.


–La verdad es que ni siquiera tengo suficiente dinero para comprarle a mi hija un par de zapatos nuevos –susurró entre sollozos.


El día anterior se había sentido muy mal cuando Sofía le había dicho que los zapatos le hacían daño en los dedos. Al recordarlo, sintió un fuerte dolor en el pecho. No podía respirar. Sintió como si la presa que había estado conteniendo sus sentimientos hasta aquel momento hubiera estallado y los hubiera dejado escapar después de tanto tiempo.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 4

Ciertamente, el día no podía empeorar. Paula arrojó su teléfono sobre el asiento del copiloto de su furgoneta y metió la llave en el contacto. Se dijo que no iba a llorar. Después de perder a sus padres en un accidente de automóvil, que también había terminado con su carrera como bailarina, había decidido que nada podía ser tan terrible como para merecer sus lágrimas. Sin embargo, aquel día había empezado desastrosamente, cuando recibió una carta de un bufete australiano que le informaba que Bruno tenía la intención de pedir la custodia de Sofía. Se le había hecho un nudo de miedo en el estómago. No podía perder a su hija. Sofía era la razón de su vida y, aunque ser madre soltera era una lucha constante, pelearía hasta la extenuación para que su hija siguiera a su lado en vez de marcharse con su padre, un padre que, por cierto, nunca había mostrado interés alguno por ella. Por si esto fuera poco, una conversación telefónica con Melina, su socia, había sido la gota que le había colmado el vaso en aquel día infernal. Su vida parecía estar desmoronándose. 


Observó cómo la lluvia caía por el parabrisas y parpadeó para contener las lágrimas. No había razón para seguir sentada allí, en el estacionamiento de las elegantes oficinas del Grupo Alfonso en Canary Wharf. Aún tenía que entregar bocadillos en otras oficinas de la zona. Su negocio, Lunch to go, podría estar enfrentándose a la ruina, pero los clientes habían pagado sus bocadillos y estaban esperando que ella apareciera. Sorbió por la nariz y arrancó el motor. Se puso el cinturón de seguridad y pisó el acelerador de la furgoneta. Sin embargo, en vez de moverse hacia delante lo hizo hacia atrás. Se escuchó un fuerte golpe, seguido por el delicado tintineo del cristal roto cayendo al suelo. Durante un segundo, Paula no pudo comprender lo que había pasado. Sin embargo, cuando miró por el retrovisor, se dio cuenta de que se había equivocado de marcha y se había chocado contra el coche que se encontraba estacionado detrás de ella. No se trataba de un coche cualquiera. Horrorizada, observó el elegante Lamborghini color gris metalizado, uno de los coches más caros. Eso le había dicho Juan, el encargado del estacionamiento, cuando le permitió estacionar su furgoneta en aquel estacionamiento, que estaba reservado exclusivamente para los ejecutivos del Grupo Zolezzi. Su día acababa de empeorar. Vió cómo el conductor del Lamborghini descendía del vehículo y se inclinaba sobre el coche para inspeccionar los daños. Pedro Alfonso, director gerente del Grupo Zolezzi en el Reino Unido, playboy internacional y dios del sexo… Al menos si una se creía las historias sobre su vida amorosa que aparecían con regularidad en la prensa amarilla. Paula sintió que el corazón le golpeaba con fuerza contra las costillas cuando él se irguió y se dirigió hacia ella. Tenía una expresión de furia en su hermoso rostro que hizo que Paula se pusiera en acción. Se desabrochó el cinturón y abrió la puerta.


–¡Idiota! ¿Por qué ha tenido que dar marcha atrás para salir de la plaza de estacionamiento? Si hubiera tenido el sentido común suficiente para mirar por el retrovisor, habría visto que yo estaba estacionado detrás.


La voz de él tenía un marcado acento mediterráneo y un tono enfadado. Sin embargo, a Paula le pareció la voz más sexy que había escuchado nunca. La piel pareció hacerse mucho más receptiva al acercarse al hombre, que era mucho más alto que ella.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 3

Alfredo Zolezzi solo había tenido una hija, por lo que Pedro, que era el nieto mayor, era el siguiente. Sin embargo, sabía que muchos de los miembros de la junta e incluso muchos de sus parientes no estaban a favor de que un intruso, que era tal y como lo consideraban, llevara las riendas del poder. Las palabras de Alfredo seguían resonándole en el pensamiento. «Si deseas tanto ser mi heredero…». Pedro esbozó una fría sonrisa. No había nada que deseara más que convertirse en el presidente de la empresa familiar. Ser nombrado sucesor de su abuelo era su sueño, su obsesión desde que era un delgaducho niño de doce años que acababa de abandonar la calle para vivir en medio de la inimaginable riqueza que constituía el estilo de vida de su aristocrática familia. Estaba decidido a demostrar que era merecedor de aquel nombramiento. Sus detractores eran muchos y entre ellos se encontraban su propia madre y su segundo esposo. Eduardo Zolezzi era primo segundo de Ana, lo que significaba que su hijo Diego era un Zolezzi  por los cuatro costados. Como ocurría en muchas familias aristocráticas, la sangre de los Zolezzi era muy pura y la mayoría de los parientes de Pedro querían que siguiera siendo así. 


Sin embargo, la industria textil estaba sufriendo cambios muy importantes. Las ventas se realizaban cada vez más por Internet y Pedro comprendía mucho mejor que la mayoría de los miembros de la junta que el grupo Zolezzi debía innovar y utilizar las nuevas tecnologías para seguir siendo líder del mercado. Su abuelo había sido un estupendo presidente, pero se necesitaba sangre nueva para realizar el cambio. «Pero no la sangre de un gitano», le susurró una voz. En el pasado, él había suplicado comida como si fuera un perro abandonado en las calles de su barrio y, como un perro también, había aprendido muy pronto a evitar los puños de su padre. Decidió apartar los oscuros recuerdos de su infancia y centró su pensamiento en las posibles candidatas que su abuelo le había mencionado. Un psicólogo probablemente sugeriría que los problemas que tenía para confiar en las personas tenían su origen en el hecho de que él hubiera sido abandonado por su madre cuando solo tenía siete años. La verdad era que podría perdonarla por haberlo abandonado, pero no por haber dejado atrás a su hermana Luciana, que ni siquiera había cumplido los dos años por aquel entonces. El dolor de Luciana había sido más difícil de soportar para él que la indiferencia de su padre o los golpes que él le propinaba con el cinturón. Su determinación para que la familia Alfonso lo aceptara tenía que ver tanto con él como con su hermana. Por ello, decidió que él sería el presidente del Grupo Zolezzi y, para ello, ofrecería algún incentivo económico a cualquier mujer que estuviera de acuerdo en convertirse en su esposa durante un breve periodo de tiempo. Cuando hubiera conseguido su objetivo no habría razón para seguir con un matrimonio que no deseaba Recogió su maletín y las llaves de su coche y salió del despacho. Su asistente personal levantó la mirada cuando Pedro se detuvo junto a su escritorio.


–Voy a la reunión que tengo a las diez. Volveré sobre mediodía –le dijo–. Si mi abuelo me vuelve a llamar, dile que no estaré disponible en todo el día –añadió mientras se dirigía hacia la puerta–. Ah, Leticia, y deshazte de esos malditos periódicos que hay en mi despacho.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 2

 –Una vez más, has traído la vergüenza a la familia y, peor aún, a la empresa –le dijo Alfredo fríamente–. Tu madre me advirtió que habías heredado muchos de los defectos de tu padre. Cuando te saqué de aquella chabola y te traje a la familia, tenía la intención de que me sucedieras como presidente del Grupo Zolezzi. Tú eres mi nieto, después de todo. Sin embargo, hay en tí demasiado de la sangre de tu padre y unir el apellido Zolezzi  al tuyo no cambia quien eres.


Pedro apretó la mandíbula y se dijo que tenía que haberse esperado aquellas palabras. Su padre había sido un traficante de drogas y la relación de su madre con él había sido un acto de rebeldía contra el linaje aristocrático de la familia Zolezzi, que terminó cuando ella huyó de Horacio Alfonso, dejando a Pedro y a su hermana pequeña en un infame barrio de chabolas en las afueras de Madrid.


–Esta situación no puede continuar. He decidido que debes casarte. Y pronto.


Durante un instante, Pedro asumió que había entendido mal a Alfredo.


–Abuelo –dijo en un tono tranquilizador.


–La junta quiere que nombre a Diego como mi sucesor.


Pedro sintió un peso en la boca del estómago.


–¿Serías capaz de poner al frente a un niño? El Grupo Zolezzi es una empresa internacional, con unos ingresos anuales multimillonarios. Diego no sabría ni por dónde empezar.


–Tu hermanastro tiene veinte años y el próximo curso habrá terminado sus estudios en la universidad. Y, lo más importante, es que siempre tiene los pantalones en su sitio.


Pedro sintió cómo el amargor de la bilis le ardía en la garganta.


–¿Es esto idea de mi madre? Ella nunca ha ocultado que cree que su segundo hijo es un verdadero Zolezzi y que debería ser el heredero de la empresa.


–Esto no es idea de nadie. Yo tomo mis propias decisiones –le espetó Alfredo–. Sin embargo, estoy compartiendo contigo las preocupaciones de los miembros de la junta y de los inversores. Tu notoriedad y tus frecuentes apariciones en la prensa amarilla no dan buena imagen de nuestra empresa. Nuestro presidente debe ser un hombre de principios y un defensor de los valores familiares. Estoy dispuesto a darte una oportunidad más, Pedro. Si llevas a tu esposa a la fiesta que celebraré a principios de mayo para celebrar que cumplo ochenta años, yo abandonaré mi puesto de presidente y director ejecutivo de la empresa para nombrarte mi sucesor.


–No tengo deseo alguno de casarme –replicó Pedro. Casi no podía contener su ira.


–En ese caso, nombraré heredero a tu hermanastro ese mismo día.


–¡Dios! Faltan seis semanas para tu cumpleaños. Me será imposible encontrar novia y casarme en tan breve espacio de tiempo.


–Nada es imposible –replicó Alfredo–. A lo largo de los últimos dieciocho meses, se te han presentado varias mujeres de alta cuna y cualquiera de ellas sería adecuada para tí. Si deseas tanto ser mi heredero, me presentarás a tu prometida ese día y tendremos una celebración doble: mi cumpleaños y tu matrimonio.


Alfredo dió por terminada la llamada. Pedro lanzó una maldición y arrojó el teléfono sobre el escritorio. Resultaba tentador pensar que su abuelo había perdido la cabeza, pero Pedro sabía que Alfredo Zolezzi era un astuto hombre de negocios. La presidencia de la empresa se había pasado de una generación a otra, al primogénito, desde que el tatarabuelo de Pedro la creó la hacía ya ciento cincuenta años.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 1

"¡Macho español se lía con la esposa del ministro!" Pedro Alfonso miró con desaprobación el montón de periódicos que tenía sobre su escritorio. Todos los tabloides llevaban titulares muy similares e incluso los periódicos más serios habían considerado que su aventura con Mariana Urquhart era de interés público. La noticia no se había publicado solo en el Reino Unido. A lo largo y ancho de toda Europa, la gente estaba desayunando mientras miraban la fotografía que ocupaba las portadas de toda la prensa. En dicha fotografía aparecía el heredero de la mayor empresa textil de España entrando en un lujoso hotel de Londres a altas horas de la madrugada acompañado por la voluptuosa señora Urquhart. Una segunda foto los mostraba a ambos abandonando el hotel a la mañana siguiente por una puerta trasera. No hace falta especular mucho para saber cómo pasaron aquellas horas el playboy más prolífico de toda Europa y la esposa del ministro. Así había descrito el encuentro un periodista de un periódico especialmente sensacionalista.


–Esto ya es demasiado, Pedro.


La estridente voz de Alfredo Zolezzi temblaba de ira. Pedro tuvo que apartarse el teléfono de la oreja.


–Precisamente el mismo día que Rozita, la línea de moda líder en ventas de la empresa, lanza su colección nupcial, tú tienes una aventura con una mujer casada que aparece en los titulares de todos los periódicos. Has convertido al grupo Zolezzi en el hazmerreír del mundo empresarial.


En realidad, a Pedro no le importaba el estado civil de la mujer con la que había estado. No era responsable de la moralidad de otras personas, sobre todo porque la suya propia era cuestionable. Sin embargo, si hubiera sabido que el esposo de Mariana era una figura pública, no se habría acostado con ella por mucho que se le hubiera insinuado. Él nunca había tenido problemas para encontrar mujeres que ocuparan su cama y, francamente, Mariana no había merecido la pena por aquel escándalo. Se reclinó sobre su butaca y observó cómo la lluvia azotaba las ventanas de su despacho en las oficinas centrales del Grupo Zolezzi en el Reino Unido, sitas en el Canary Wharf de Londres. El Grupo Alfonso era una de las mayores empresas del mundo dedicadas a la venta de ropa y, aparte de Rozita, la compañía poseía muchas otras marcas muy importantes. Pedro se imaginó a su abuelo sentado a su escritorio en el despacho de la mansión que la familia Zolezzi tenía en Valencia. En el pasado, había habido muchas ocasiones en las que él había tenido que acudir a aquel despacho para que Alfredo pudiera sermonearle sobre sus meteduras de pata y recordarle, como si él lo necesitara, que era en parte gitano. Un intruso.

Un Trato Arriesgado: Sinopsis

¿Podría seguir siendo su relación solo de conveniencia?


Desgraciadamente, el único modo por el que Pedro Alfonso Zolezzi podía convertirse en presidente del grupo Zolezzi era casándose. 


El famoso playboy español no era de los que se comprometían… Hasta que Paula Chaves, madre soltera y totalmente arruinada, le confesó que estaba a punto de perderlo todo. Pedro se ofreció a rescatarla económicamente si se casaba con él. Pero la intensidad de la atracción que surgió entre ambos fue profundizándose irremediablemente…

lunes, 26 de agosto de 2024

Otra Oportunidad: Epílogo

No había nada que le gustase más a Pedro que ver a sus hijos corriendo de un lado a otro. Estaban en la casa del árbol, pasando las vacaciones de verano. Hacía calor, pero todos eran felices. Debían estar cansados después de un largo día explorando las ruinas, pero los niños seguían corriendo sin parar, con una energía envidiable. Olivia estaba apoyada en el tronco del árbol, leyendo un libro. Su hija tenía once años y ya nada la impresionaba. Aunque le gustaban las historias de amor.


—¿Sabes que conocí a tu madre aquí? —le preguntó Pedro.


Olivia levantó la cabeza.


—¿Ah, sí?


—Sí.


—¿Qué pasó?


Pedro intercambió una mirada con Paula. Tendrían que contarle una versión censurada del encuentro, por supuesto.


—Ví a tu padre y supe que era mi destino —respondió ella.


—¿Y cómo supiste eso?


De nuevo, Paula y Pedro intercambiaron una mirada, ardiente en esa ocasión, y él supo que pasarían una larga y deliciosa noche abrazados, como habían hecho desde que se libró del miedo de amar y ser amado.


—Porque tuvimos la bendición de la lluvia —respondió Pedro.


Y, como por arte de magia, las nubes se abrieron en ese momento y empezó a llover. Una lluvia torrencial, sanadora y perfecta. Pedro, Paula y sus cuatro hijos subieron corriendo a la casa y, mientras ella secaba a los niños, él preparó un té, como había hecho esa primera noche.


—¿Esto también ha sido el destino? —preguntó Olivia, sacudiendo las gotas de lluvia de su libro.


Pedro tomó a Paula por la cintura y la apretó contra su costado.


—Sí, yo creo que sí. En lo que se refiere a nosotros, creo que siempre es el destino.






FIN

Otra Oportunidad: Capítulo 72

 —Antes no podía verlo —siguió. —Pero ahora lo veo.


Era como si le hubieran quitado una venda de los ojos, como si todas las barreras que había levantado hubieran caído de repente. Por ella. Era algo que había empezado el día que la conoció, allí mismo. Y ahora estaba claro. Ahora todo estaba claro.


—Paula…


—¿Qué?


Era como si viese por primera vez.


—He vivido siempre intentando entender por qué seguía respirando, pero solo era media vida. No vivía de verdad.


—Pedro…


—De no ser por tí, no habría abrazado a mi hija. De no ser por tí, nunca habría tenido una hija.


La había conocido en un momento de debilidad, cuando se sentía más vulnerable que nunca. Cuando sentía algo.


—Esa noche, tras el entierro de mi madre, me sentía bombardeado por unos recuerdos que había pasado años intentando suprimir. Estaba desolado por todo lo que nunca podría tener ya, por los años que me habían robado. Sentía más en ese momento que nunca y fue entonces cuando te conocí. Cometí errores intentando protegerme porque sabía cuánto dolía querer y perder a alguien, pero he tardado todo este tiempo en darme cuenta de que tienes razón. Sentir, amar, a veces duele, pero no pasa nada. Así es como tiene que ser.


—¿Lo dices de verdad?


—Puede ser terrible, pero el amor hace que la vida merezca la pena. Los sentimientos hacen que la vida merezca la pena.


—Pedro…


Él dió un paso adelante.


—Te quiero, Paula.


Y ella pudo respirar. Por primera vez desde que salieron de Amalfi, pudo respirar. Habían intentado vivir separados y eso solo había provocado accidentes, barreras, obstáculos. Pero ahora estaban allí. Porque habían luchado y habían salido de esa lucha con el corazón magullado, pero entero. Pedro la quería.


—Te he querido desde siempre, pero no me atrevía a reconocerlo.


—¿Y ahora?


—Ahora es inevitable. Tu amor es como esta lluvia, me limpia.


—Te quiero.


—Yo también te quiero.


—Vamos a la casa del árbol —dijo Paula.


Hicieron el amor durante toda la noche. Y hablaron del futuro, de llevar a Olivia allí.


—Quiero una vida tan diferente a partir de ahora —dijo Pedro.


—Eso será fácil —murmuró ella, pasado los dedos por su torso. — Porque nos queremos.


Y Pedro se dió cuenta de que esa era la verdad, que el amor era la única verdad. Era lo que cambiaba los corazones, lo que curaba todas las heridas. Era lo que hacía que la vida mereciese la pena. Paula hacía que todo mereciese la pena y su amor le había dado un nuevo significado a su vida. También ella lo sabía, sin la menor duda. Sabía que allí, en Angkor Wat, se había encontrado a sí misma. Con él. Paula Chaves por fin había hecho algo espontáneo y, aunque el camino había sido complicado, al final sus sueños se habían hecho realidad.

Otra Oportunidad: Capítulo 71

Pedro solo se había sentido así tras el entierro de su madre, pero en ese caso no podía hacer nada. No podía cambiar nada. Ahora no sabía qué quería. Si deseaba tener razón sobre su corazón marchito o que la tuviese ella. Ninguno de los dos durmió durante el viaje, pero no intercambiaron una sola palabra y cuando llegaron a las ruinas del templo, el sol empezaba a ponerse. Era como una noche eterna. Paseó entre las antiguas columnas de piedra cubiertas de enredaderas y recordó haberle preguntado si estaba allí en una búsqueda espiritual. Como si fuese algo ridículo.


—¿Qué esperabas encontrar aquí? —le preguntó.


—A mí misma.


—Y, en cambio, me encontraste a mí.


—Sí, pero en el camino me encontré a mí misma. Pensaba que era una víctima, pero no es verdad. Soy más fuerte de lo que creía. La cuestión es si lo eres tú.


Pedro no lo sabía, como no sabía qué estaba buscando, pero los restos de una diosa de piedra despertaron un recuerdo. Habían tenido esa figura en casa cuando era niño, una reproducción a tamaño reducido. Apenas lo recordaba, como apenas recordaba a su madre, pero experimentó algo, un sentimiento, una emoción. Recordaba estar en casa, feliz. No había nada que lo preocupase. Era un niño, su madre cuidaba de él y había creído que siempre sería así. Y entonces… Entonces recordó. Se vió a sí mismo agarrándose al vestido de su madre, llorando mientras unos hombres intentaban llevárselo. Y ella lloraba también, gritaba; sus gritos tan desesperados como los suyos. Y se lo habían llevado. Él no entendía una sola palabra porque hablaban en un idioma que no conocía. No entendía nada. Y entonces un hombre, su padre, le había dicho algo cruel, hiriente. Y, aun así, él anhelaba su aprobación, su afecto. Algo, cualquier cosa porque estaba solo. Todos esos recuerdos parecían escapar de su interior, de un sitio donde habían estado encerrados. No estaba examinándolos a distancia, salían de él como un torrente, como un borbotón de sangre. Y no podía controlarlo. Tanto dolor. Había tenido que bloquear esos recuerdos durante años, pero ya no podía hacerlo. No podía hacerlo y amar a Paula. Ése era el problema.


—Estuve a punto de perderte —le dijo. —¿Y tú sabes lo que eso me habría hecho?


—No, no lo sé —respondió ella.


—No estaba bien cuando te fuiste. No llevé a ninguna otra mujer a mi cama, no quería a nadie más. Te quería a tí. Entonces descubrí que habías tenido un accidente…


—Y fuiste a buscarme.


—Si no lo hubiera hecho, nunca habría sabido lo que sentía y…


Había empezado a llover. El sol estaba poniéndose, resplandeciendo entre las ruinas y creando un halo alrededor del rostro de Paula. Nunca había visto colores tan brillantes.

viernes, 23 de agosto de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 70

 —Yo…


—¿Cómo puedo ayudarte? Dímelo, Pedro.


—Deberíamos… Yo debería dejarte sola durante un tiempo…


—No —lo interrumpió ella.


—No puedo darte lo que quieres.


—No importa —dijo Paula, con los ojos empañados. —No pasa nada si no puedes hacerlo ahora mismo. Lo que más deseo en el mundo es que tú me quieras. Nadie me ha querido nunca, nadie. Olivia me querrá porque es mi hija, yo quise a mi madre y tú querías a tu padre a pesar de todo, pero he tenido que armarme de valor para amarte y necesito que tú me quieras del mismo modo. Necesito que me quieras, pero seré paciente.


—No merezco tu paciencia, Paula. No la necesito, no la quiero.


Pedro paseaba de un lado a otro como un animal enjaulado. Una jaula que él mismo había construido.


—Porque no sabes cuánto necesitas esto. Porque no entiendes qué es el amor, ¿Verdad?


—Tengo que irme.


—¿Dónde?


—A Camboya, tengo que volver allí. Es el único sitio en el que encuentro retazos de mí mismo.


—Iré contigo.


—No, debo ir solo.


Ella negó con la cabeza.


—Ya hemos hecho esto antes. Nos hemos separado y mira lo que pasó. ¿Me quieres fuera de tu vida?


—No.


—Pero no me amas.


—No creo que pueda amarte.


—Entonces, déjame ir contigo.


—¡Maldita sea, Paula! ¿No puedes dejarme ir?


—¿Para qué? ¿Para que intentes solucionarlo tú solo? ¿Para que puedas llegar a la conclusión de que no tienes nada que arreglar porque no eres capaz de enfrentarte con tu propia alma? No, Pedro, no voy a hacer eso. Me has tenido sin hacer ningún esfuerzo para cambiar, ese fue el regalo de la amnesia, ¿No? Te convenciste a tí mismo de que no habías cometido ningún error, pero yo recuerdo tus errores y si sigo aquí, dispuesta a amarte, tú también tienes que hacer un esfuerzo. Yo estaré contigo, no tienes que hacerlo solo.


—No es tan sencillo.


—Puede serlo si estás dispuesto a ello.


—No te quiero.


—Vamos a las ruinas de Angkor Wat y dime que no me quieres.


Pedro se quedó mirándola, furioso con aquella mujer que lo excitaba, que lo desafiaba. Quería decirle que lo dejase en paz, pero le daba pánico pensar cómo sería la vida sin tenerla a su lado. «Cobarde». Paula lo había llamado cobarde cuando él solo quería… Quería otra cosa. Algo diferente a lo que sentía cuando estaban juntos.


—¿Y la niña?


—Olivia estuvo bien sin mí durante un mes y estará bien con las niñeras durante unos días.


—¿Y si no sirviese de nada?


—Estoy luchando por tí, por nosotros, y da igual cuál sea el resultado de este viaje.


Al día siguiente subieron al avión privado, pero apenas hablaron durante el viaje. La tensión entre ellos era palpable, dolorosa. Era como estar muriendo.

Otra Oportunidad: Capítulo 69

 —No lo entiendes… No puedo.


—Eres un cobarde —dijo Paula entonces.


Él lanzó un rugido mientras se liberaba del pantalón para enterrarse en ella. Agarró sus caderas con una mano, su pelo con la otra, y los castigó a los dos. Por necesitarse tanto, por el torbellino de sentimientos que aquello provocaba… Si pudiese abrir su pecho y arrancarse el corazón, lo haría. Pero no podía hacerlo y estaban perdidos en una tormenta de deseo. Cuando el deseo lo abrumó por completo se dejó ir y sintió que ella se derrumbaba, temblando, sus músculos internos latiendo alrededor de su miembro.


—Puede que ya no me quieras —murmuró—, pero me necesitas.


—No he dicho que no te quiera.


Pedro se apartó.


—Pero no me quieres.


—Sí te quiero —dijo ella, dando media vuelta. —Y estaba dispuesta a decírtelo, pero te he abierto mi corazón una y otra vez solo para que tú me rechaces. Para que digas que tú no sientes lo mismo que yo. Pero ahora veo que tengo que hacerlo, Pedro. Tengo que hacerlo, ¿No?


—Yo…


—Nadie me quiso a mí tampoco. Tú no tienes el monopolio del dolor o de los padres distantes y egoístas. La diferencia entre nosotros es que yo quiero amar y ser amada. Cuando desperté del coma y pensé que estábamos enamorados era como si todos mis sueños se hubiesen hecho realidad. Eso era lo único que importaba. No recordaba los pasos que habíamos dado para llegar allí y me daba igual. Lo único que me importaba era que nos queríamos. Todo lo demás, las desilusiones, el dolor de mi infancia, todo se podía ir al infierno. Te perdonaré por esto, perdonaré a mi madre, perdonaré al padre al que no conocí nunca. Me libraré de todo ese dolor porque no lo necesito, no sirve de nada. Me libraré de todo ese dolor para que no me impida amarte.


—Y a Olivia.


—Y a Olivia. Es mucho más fácil querer a un bebé que a un hombre adulto con cicatrices y traumas más profundos que los míos, pero si tengo que hacerlo, si tengo que abrir mi corazón y desangrarme por tí, lo haré. Porque te quiero, Pedro. Y quiero que tú me quieras.


—No puedo —dijo él.


—¿Por qué no?


—Porque es peligroso. ¿Tú sabes lo que es querer aprobación desesperadamente? ¿Sabes lo que es anhelar el cariño de la persona que te pega y no ser capaz de cambiar nada? ¿Tú sabes lo que es eso? Me gustaría que mis sentimientos hubiesen muerto el día que me separaron de mi madre. Eso habría sido mejor que soñar con el cariño de la persona cuyos puños me dejaban magullado.


—Pedro…


—Él era todo lo que tenía, y le quería. Quería ser como él. Hasta que por fin me robó ese cariño a golpes. Solo entonces dejé de quererle, dejé de sentir y no es fácil despertar un corazón al que has enseñado a permanecer muerto.


—Siento mucho que tu padre te hiciese tanto daño. Y es peor de lo que me pasó a mí, lo sé. Por eso estoy dispuesta a hacer esto otra vez, pero tienes que encontrarte conmigo en la mitad del camino, Pedro.


—No —dijo él.


Paula tomó su cara entre las manos.


—Tú quieres esto, pero sientes que estás al borde de un precipicio y te da miedo saltar. Te da miedo arriesgarte y lo entiendo. Pero solo tú y yo podemos arreglar esto, nadie va hacerlo por nosotros. A nadie le importa lo suficiente. Tú, con todo tu dinero y tu poder, podrías haber seguido roto para siempre y yo… Olivia me ha hecho abrir los ojos. Ella ha hecho que quiera ser mejor, pero eres tú quien hace que desee arriesgarme. Nuestra hija me da un propósito en la vida, pero yo quiero compartir esa vida contigo.

Otra Oportunidad: Capítulo 68

Él no era un hombre acostumbrado a lidiar con incertidumbres o con miedos, pero ella lo empujaba. Exigía cosas que él no podía darle. La había llevado allí, a aquella casa, y ella le había dicho que iba a ser padre cuando él no podía pensar en la palabra «Padre» sin que su corazón se volviese de piedra. Ahora tenía una hija y le importaba. Y Paula también le importaba, ¿Por qué tenía que exigir algo más? «¿Por qué esta tortura no termina nunca?». El deseo tampoco cesaba. No se saciaba. No había forma de contener el torrente de deseo que sentía por ella. Y eso era inaceptable, insoportable. Sintió que Paula tiraba de los botones de su camisa, frenética, furiosa. Estaba furiosa por desearlo, porque él no respondía a su pregunta y, sin embargo, no era capaz de apartarse. Cuando cometió el error de mirarla a los ojos pudo verlo ahí, su desesperación, su angustia. Un ruego que le encogía el corazón. Y en ese momento no podía encontrar la distancia, el desapego que lo había salvado durante toda su vida. Incluso ese momento en la habitación de Olivia palidecía en comparación con lo que le hacían las lágrimas en los ojos de Paula. Sentía como si le arrancasen las entrañas, como si estuviese aplastando su corazón en la delicada palma de su mano. Y solo ella tenía el poder de hacer eso. Solo ella podía destruirlo de ese modo. Y era una destrucción total. No podía mirarla. No podía. La tomó por la cintura y la colocó contra la mesa, de espaldas a él, sin dejar de besarla, de morderla. Y esperó para ver si ella decía que la dejase, para ver si se apartaba, pero no lo hizo. Sin decir una palabra, levantó la falda del vestido, apartó a un lado el encaje de las bragas e introdujo dos dedos en sus húmedos pliegues. Estaba húmeda para él. Incluso enfadada. Como él estaba encendido por ella, aunque el mundo estallase en llamas. No, no había llamas alrededor. Todas estaban dentro de él. Una luz torturada por su propia desolación. La había visto como un regalo ese día, en las ruinas, una mujer con la que satisfacer su deseo, algo en lo que enterrar su dolor. Y, sin embargo, ella no lo había ayudado a enterrar sus sentimientos. Desde que conoció a Paula lo único que había hecho era sacarlos a la superficie. No había sido un regalo sino una maldición. Su infancia, la muerte de su madre… Esas cosas no podían seguir doliendo. La vida no podía seguir siendo un dolor sin fin. ¿Cuál era el propósito? Furioso consigo mismo, y con la vida, movió los dedos dentro de ella mientras tiraba de su pelo con la otra mano. Paula arqueó la espalda, empujando su trasero contra él, pidiéndole más.


—Me deseas incluso ahora —dijo Pedro con voz ronca. —No puedo darte lo que quieres y, sin embargo, deseas esto.


—Tú no quieres darme lo que quiero —replicó ella, mirándolo por encima del hombro con los ojos brillantes.

Otra Oportunidad: Capítulo 67

 —No me opongo a ello. Tú y yo somos hijos únicos, así que tal vez Olivia debería tener hermanos.


—A mí me gustaría mucho —dijo Paula.


Planear el futuro la hacía sentir alegre, esperanzada, pero mientras cenaban, charlando sobre unas cosas y otras, sintió que faltaba algo. No sabía por qué sentía esa inquietud o por qué no dejaba de darle vueltas, pero intuía que sería como siempre, que ella diría que le quería y él guardaría silencio. Cuando terminaron el postre, Pedro la tomó por la cintura para sentarla en sus rodillas y buscó sus labios.


—Pedro —susurró ella.


Tenía la intención de decir que lo amaba. No le daba miedo, pero se quedó en silencio, pensando que dar los mismos pasos llevaría siempre al mismo resultado. Algo tenía que cambiar. Algo debía cambiar.


—¿Me quieres, Pedro?


Pedro no había esperado esa pregunta. Se sentía victorioso. La había recuperado. Había quedado claro durante esas semanas. Paula ya no se apartaba de él y era tan feliz como lo había sido al principio. Era suya, la tenía como nunca había tenido a otra persona. A ella le importaba y eso le parecía una victoria. Estaba convencido de que Paula ya no lo odiaba como lo había odiado esa horrible noche. Cuando él había mostrado su peor cara. Pero no había esperado esa pregunta y, como no era capaz de responder, tomó su cara entre las manos y la besó de modo apasionado y fiero porque eso era lo único que tenía sentido. Porque eso le permitía alejarse de tal pregunta. ¿Porque cuántas veces iban a hacer eso? ¿Cuántas veces iba a apartarse de él? ¿Cuántas veces podía él salir huyendo? «No estás huyendo y las palabras no importan». La besó con ferocidad, con toda la pasión que había contenido. Y no era un beso dulce o tierno sino temible porque él era temible. Un tigre amenazando con devorarlos a los dos, pero sobre todo a sí mismo. Sentía un dolor insoportable en el pecho. No quería sentir así, no quería desear así.


—Pedro…


—No digas nada —la interrumpió él, mordiendo sus labios.


Podía ver lágrimas en sus ojos, pero siguió besándola y ella no se apartó. Dejando escapar un gruñido, Pedro mordió su cuello mientras apartaba los tirantes del vestido para desnudar sus pechos.Siempre era así. Inevitable. Oscuro. «¿Es culpa tuya?». Había pensado que el sol había entrado en su alma y así había sido durante unos días, pero siempre estaban esas barreras, esas preguntas a las que no podía responder. Porque no podía. Era imposible. Imposible. De modo que la besó porque eso era lo único que podía hacer, lo único que sabía hacer. Bajó la cabeza y metió un pezón en su boca porque el deseo era un viejo conocido. Sabía cómo saciar el deseo que había entre ellos, pero no sabía cómo responder a su pregunta.

Otra Oportunidad: Capítulo 66

«Estás atascada recordando tu infancia, no tu vida con él. Hay muchas razones para creer que la esperanza sirve de algo». ¿No habían sufrido ya más que suficiente? Y no estaban separados; a pesar de todo lo que había pasado estaban juntos, casados. Pedro era su marido y eso tenía que contar. Le había hablado de su infancia, de sus traumas, de todo lo que había soportado. Eso importaba. Habían tenido la oportunidad de alejarse, pero seguían juntos. Había esperanza en eso. Era allí donde le había dicho que lo amaba por primera vez y había vuelto a hacerlo en París. Se preguntó si tendría valor para volver a decírselo. Porque lo amaba. Lo había amado desde el principio, aunque ese amor hubiese dejado cicatrices. No había sido fácil llegar hasta allí, pero estaban casados, tenían una hija y él ya no se apartaba de Olivia. Eso tenía que importar, de modo que encargó una cena especial. Como esa noche, cuando todo se derrumbó. Paula estaba decidida a escribir un final diferente para su historia porque él era su destino. Lo había sabido en Camboya y lo sabía ahora. Tal vez lo único que necesitaba era confiar en los dos. Las niñeras se habían encargado de Olivia. Esa noche era solo para Pedro y para ella porque se trataba de ellos dos. Había creído que la conexión que había entre ellos era una simple atracción física, pero era algo mucho más profundo y se reafirmaba cada día. Él bajó al comedor con una camisa blanca con dos botones desabrochados en el cuello y las mangas subidas hasta el codo, revelando sus fuertes antebrazos. Era tan hermoso que nunca se cansaría de mirarlo. Nunca se cansaría de esa piel bronceada, de sus facciones esculpidas, de esas manos grandes tan masculinas.


—He pensado hacer algo especial esta noche.


—¿Por qué? —preguntó él, mirando la mesa.


—He pensado hacer algo especial porque estamos juntos.


—Siempre estamos juntos —dijo él.


—Sí, lo sé. Por eso es especial.


Pedro se apartó, mirándola con gesto desconfiado.


—Supongo que tienes razón.


—No voy a decirte que estoy embarazada.


Pedro rió.


—Es un alivio.


—¿No quieres tener más hijos?


Él se quedó pensativo un momento.

miércoles, 21 de agosto de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 65

Él asintió con la cabeza.


—Una vez me pegó tanto que pensé que iba a matarme, y mi niñera también. Ella me llevó al hospital, pero por supuesto mi padre logró que los médicos no le denunciasen —Pedro apartó la mirada. —Yo recuerdo cada golpe, cada patada. Cuando no puedes escapar físicamente, tienes que ir a un sitio dentro de tí, tienes que esconderte. No sé si alguna vez he vuelto a salir de ese sitio.


Había tenido que hacer eso para sobrevivir, pensó Paula. Le rompía el corazón que aquel hombre hubiera sufrido tanto, que hubiese sido tan maltratado.


—Sobreviví a pesar de él —siguió Pedro. —Y cuando su salud empezó a fallar, lo envié a una residencia y no volví a verlo nunca. No hubo declaraciones de afecto en su lecho de muerte, dejé que muriese solo. Esperaba que en ese momento, cuando el infierno se abriese para recibirlo, tuviese tanto miedo como yo había tenido de niño. Que se sintiese tan solo, tan indefenso como me había sentido yo. El dinero ya no le servía de nada. Lo llevé a una residencia para que supiese lo que era vivir en una simple habitación, a merced de unos empleados que no tenían que obedecerle — Pedro la miró entonces. —¿Crees que fue una crueldad?


—Sí, lo fue —respondió ella. —Pero no te culpo por ello.


—Intenté no dejar que él decidiese quién era yo, pero lo único que teníamos en común era la ira, la crueldad. Y a veces me preocupa.


—A mí no.


—¿Nunca has querido vengarte de tu madre?


—No, mi madre es una persona triste. Nunca tuvo ningún poder, así que se rebelaba contra el mundo, contra sus propias decisiones. Vengarme no serviría de nada porque es una eterna víctima y eso solo le daría más razones para quejarse, para justificarse.


—Eres mejor persona que yo.


—No, no lo creo. La verdad, no sé qué habría hecho de haber tenido la oportunidad.


Se miraron y ella sintió la pesada carga que llevaban; una carga que lo complicaba todo. Él seguía viviendo en la casa donde su padre había estado a punto de matarlo, pero había logrado superarlo. Creía ser cruel, pero solo intentaba sobrevivir. En su intento de sobrevivir había sido cruel con ella, pero no iban a cambiar nada si seguían dándole vueltas y pensar eso la tranquilizó. Se le encogió el corazón cuando llegaron a la villa. Sí, Pedro le había hecho mucho daño en aquel sitio, pero ahora había una habitación para Olivia. Y era una habitación preciosa. Le recordaba a su dormitorio en Roma, la habitación que ya apenas utilizaba porque dormía con él todas las noches.


—Es muy bonita.


—Era importante para mí que Olivia tuviese una habitación bonita.


—Has cambiado —dijo ella, tocando su cara.


—¿Tú crees? —murmuró Pedro.


Y había cierta desesperación en esa pregunta.


—Sí, lo creo.


Era extraño volver a la casa en la que se había sentido tan esperanzada sobre su relación. Entonces no se conocían, no había logrado que Pedro compartiese nada con ella. Ahora era diferente, ellos eran diferentes, pero las barreras seguían levantadas. Y se preguntó si tendría fuerzas suficientes para atravesarlas. «No pierdas la esperanza». Aunque nada en su vida sugería que la esperanza sirviese para algo. «Mentirosa».

Otra Oportunidad: Capítulo 64

 —No te conté nada porque tú dijiste que no querías tener hijos. Lo dejaste bien claro.


Pedro asintió con la cabeza.


—Sí, es verdad. No estoy enfadado contigo por eso.


Paula se preguntó si en realidad estaba enfadado consigo mismo.


—Era yo la que estaba enfadada y la que debería haberte dado un puñetazo en la nariz después de lo que pasó. No puedes enfadarte conmigo por lo que hice para sobrevivir, para seguir adelante.


—No, tienes razón.


Paula lo miró, preguntándose si había querido cambiar de tema porque se sentía incómodo. Daba igual, no iba a dejar que lo hiciese.


—Sabía que necesitaba estabilidad, amor, apoyo —siguió Paula. —Mi madre me llevaba de un sitio a otro, siempre resentida porque yo complicaba su vida. Y la razón por la que era virgen cuando nos conocimos es que yo no quería ser como ella. Pensé que era más lista que mi madre, pero entonces te conocí y lo tiré todo por la borda. Pero después de lo que pasó en Amalfi… Bueno, entonces supe que tenía que espabilar. Conseguí un trabajo en Inglaterra y decidí quedarme allí. No quería volver a Georgia para vivir como lo había hecho mi madre. Y tal vez solo era una sensación, pero pensé que todo iba a salir bien. Había alquilado una habitación muy bonita y tenía un trabajo que me gustaba. Me dedicaba a repartir productos de panadería cuando tuve el accidente.


—¿Recuerdas el accidente?


—No, por suerte no lo recuerdo. No sé si algún día lo recordaré y me asusta un poco, la verdad.


—Lo entiendo.


—En fin, tenía un plan cuando llegué a Inglaterra, pero creo que lo más importante no era el plan sino reconocer dónde había fallado mi madre y no dejar que sus errores influyesen en mi vida.


—Eres fuerte —dijo él. —Me alegro de que mi hija tenga una madre tan fuerte.


—¿Cómo fue tu infancia, Pedro?


—Una pesadilla —respondió él. —Mi padre me dejó a cargo de tutores y niñeras, pero no podían abrazarme o darme mimos. Él era un hombre violento y a veces descargaba en mí su furia, pero encontré formas de superarlo. Lo peor era saber que había tenido algo diferente durante los primeros años de mi vida y él me había arrebatado eso. El cariño de mi madre ya no era un recuerdo siquiera, solo una imagen en mi mente, una impresión más que un sentimiento. Así es como sobreviví, distanciándome de mis sentimientos.


—Pedro…


—No es una historia bonita, pero la tuya tampoco.


—No, la vida no es siempre bonita y yo quiero conocerte. Puedes contármelo, Pedro. No tienes que ahorrarte los detalles. Podré soportarlo, te lo aseguro.

Otra Oportunidad: Capítulo 63

Esa noche con Pedro lo había cambiado todo. Daba igual lo que hubiera pasado entre ellos, él la había abrazado y había seguido haciéndolo durante los días siguientes. Compartían la cama cada noche, pero era diferente a cuando estaban juntos en la Costa Amalfitana, diferente a la temeraria aventura en Camboya. Lo que había entre ellos seguía siendo sexual, pero había algo más. Pedro dejaba que le hiciese el amor. Pero él… Él seguía conteniéndose, de eso estaba segura. Seguía luchando contra algo, luchando contra los dos. Se resistía para que las barreras que había levantado no se derrumbasen. Y, sin embargo, se mostraba más cariñoso. Seguía viéndolo como un predador, porque lo era, tan peligroso como lo había sido siempre, pero algo en él había cambiado. Aun así, no sabía dónde estaban y no sabía cómo acercarse más. Pedro le había hecho daño muchas veces y si la vida le había enseñado algo era a protegerse a sí misma. Había sido demasiado ingenua con él, le había entregado su corazón para que él lo rechazase. O peor, para que lo aplastase. Y no quería volver a hacer eso. Sería una tonta si lo hiciese. Y entonces él sugirió volver a la Costa Amalfitana. Paula no sabía si estaba preparada para volver allí después de lo que pasó, pero asintió porque habían tomado un nuevo camino y tal vez la respuesta a todas sus preguntas estaba allí. Sonrió al verlo guardar las cosas de Olivia para el viaje. Le gustaba tanto que se involucrase en la paternidad en lugar de presidir sobre ella como un hombre obligado a ser testigo de algo que no le concernía. Fue él quien guardó los pañales en la bolsa y quien le puso el abriguito antes de salir de la casa. Y en el avión, fue él quien la llevó en brazos.


—Nunca había tenido a un niño en brazos —le dijo.


—¿Nunca?


—He vivido una vida muy solitaria.


—¿Quieres contarme algo más sobre tu infancia?


—¿Vas a cobrarme por la sesión? —bromeó él.


—No, solo quiero saber.


—¿Para conocerme mejor?


—Sí, claro, pero una de las cosas que me he prometido a mí misma es que seré una buena madre pase lo que pase entre nosotros.


—Ya, entiendo.


—Mi infancia también fue muy solitaria. Nos movíamos de una ciudad a otra continuamente… Bueno, teníamos que hacerlo porque huíamos de los caseros, de los acreedores. A veces hacía algún amigo en el colegio, pero no duraba mucho. Y a veces mi madre ni siquiera me matriculaba en ningún colegio porque no estábamos en un sitio fijo.


—¿Qué pensabas hacer cuando te fuiste de Amalfi? No me dijiste que seguías embarazada, pero debías tener un plan.

Otra Oportunidad: Capítulo 62

Y cuando se enterró en su precioso cuerpo se sintió electrizado. Encendido por dentro. Esa luz iluminaba las partes más oscuras de sí mismo, pero no podía salir corriendo porque Paula estaba allí, mirándolo, y no había forma de esconderse. Querría apartarse, pero no podía hacerlo porque ella estaba allí, sujetándolo, tan suave, oliendo a sol y a lluvia. Por fin, se dejó ir y el orgasmo lo dejó vacío. Se tumbó de espaldas, con la lluvia cayendo sobre su torso, y Paula lo cubrió con su cuerpo. Y él recordó entonces ese día en Camboya, bajo la lluvia. Recordaba su corazón desbocado de sentimientos… Los sentimientos con los que él intentaba no conectar. «¿Fue así o es algo que has inventado?». Pedro se sentó sobre la hierba.


—Deberíamos entrar en casa. Te vas a enfriar.


—¿Tú crees?


—Me temo que sí.


—Nunca tengo frío cuando estoy contigo.


Algo en sus ojos le decía que estaba mintiendo.


—No creo que lo digas en serio.


—Me gustaría decirlo en serio. A partir de ahora, me gustaría que fuese verdad.


Debió sentir frío cuando la rechazó en Amalfi y nunca podría perdonarse por ello, pero ahora quería… Quería su amor. Sabía que para eso tendría que cambiar, hacer las cosas de otra manera. Pero tenía que haber alguna forma de guardar lo que no podía compartir con ella… Porque había una parte de sí mismo que nunca podría compartir.


—Pide lo que quieras y te lo daré —le dijo. —Aunque sea la mitad de mi fortuna.


—No estoy interesada en tu fortuna —respondió Paula. —Me alegra disfrutar de ella, pero solo me interesa nuestra relación.


Él la tomó en brazos para llevarla al interior de la casa y, después de darse una ducha para entrar en calor, la llevó a la cama y le hizo el amor de nuevo sobre las sábanas de seda. Y pensó que aquello era más de lo que había soñado tener nunca. Quizá su corazón no curaría nunca. Pero tal vez ella podría ser su corazón. Hacerla feliz debería ser su misión, a ella y a su hija. Durmió pensando en eso, con ese consuelo. Podría estar roto para siempre, pero ella había sido capaz de reunir algunos pedazos de su humanidad y cuando se viese incapaz de seguir adelante, Paula sería su brújula. La abrazó durante toda la noche. Y, por primera vez, soñó con el futuro. Y no despreciaba lo que veía en ese sueño.

Otra Oportunidad: Capítulo 61

No se habían tocado desde la noche de bodas, cuando hicieron el amor de modo frenético y salvaje. Pero la besaba con suavidad, casi con ternura… Pedro se apartó para salir a la terraza y miró el jardín donde Paula solía jugar con la niña. Él solía observarlas desde allí, pero nunca se reunía con ellas. Y estaba lloviendo. Paula se colocó a su lado, en silencio.


—¿Por qué siempre está lloviendo? —murmuró Pedro.


Cuando la conoció. Cuando ella lo dejó. Cuando lo recordó todo.


—Tal vez la naturaleza intenta decirnos algo.


El cielo se abrió y la lluvia se convirtió en un torrente. Pero ella no volvió a la habitación. En lugar de eso, puso una mano en su cara.


—Tal vez está intentando hacer que crezca algo nuevo. Eso es lo que hace la lluvia, crear nueva vida.


Pedro la tomó entre sus brazos para besarla sin descanso mientras la lluvia los empapaba, los limpiaba. Sin saber por qué, la tomó en brazos y se dirigió hacia la escalera de piedra que llevaba al jardín, al sitio donde solía mirarla, pero donde nunca se había reunido con ella. El sitio al que nunca había querido ir. Conteniéndose, como siempre. Paula le quitó la ropa, él se la quitó a ella. Y estaban desnudos, en la manta que ella siempre dejaba allí, la lluvia empapándolos mientras la acariciaba por todas partes. Era preciosa y salvaje, delicada y fuerte a la vez. Y, con ella, él era lo que no había sido nunca con nadie. Había sido así desde el principio. Había pasado toda su vida aislado de los demás. Se había agarrado a un sueño sobre sus orígenes, sobre su madre, pero estaban desconectados. La había visitado a menudo, pero nunca habían vuelto a ser madre e hijo. Y al final, su madre estaba tan enferma que ni siquiera lo reconocía. Había ido al entierro solo y se había sentado en el primer banco, separado de los demás porque aunque fueran parientes no lo conocían. Le habían despojado de eso también, no solo de su madre, sino de su familia. Había heredado el dinero de su padre y las mujeres lo deseaban porque pensaban que podían sacarle algo. Nada de lo que poseía tenía que ver con él. Pero Paula era diferente. Ella no sabía quién era y, sin embargo, lo había querido. Y entre ellos había algo más que deseo; había una conexión especial. Tenues hilos dorados que remendaban todo lo que estaba roto dentro de ellos, tejiéndolos, uniéndolos, dejando vetas de polvo dorado donde antes solo había habido oscuridad. Vacío. Nada.

lunes, 19 de agosto de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 60

Pedro dió un paso hacia la cuna, y otro más. Se inclinó para tocar las diminutas manos de su hija y, de repente, Olivia dejó de llorar y agarró uno de sus dedos con la manita. Se agarraba a él con todas sus fuerzas… Y entonces un recuerdo apareció en su mente. Él agarrándose a su madre. Ese recuerdo lo había convencido de que un niño necesitaba una madre porque él se había sentido desolado al perder a la suya y tenía un padre que no significaba nada, un padre que podría no haber estado allí. Los había necesitado a los dos y no los había tenido. La tragedia no era solo que lo hubiesen apartado de su madre sino que Horacio Alfonso  no había sido un padre sino un tirano, un canalla, un hombre sin sentimientos. Ese era el crimen y allí estaba él, transmitiéndole ese dolor a una niña inocente que no lo merecía. Una niña que necesitaba que él fuese un hombre mejor. Era por Paula por lo que estaba allí ahora, con su hija, por su valentía. Por cómo lo había tratado durante esos últimos días, aunque él no lo mereciese, por la conexión que intentaba crear. Sintió un peso en el pecho al pensar eso y se dió cuenta de que, a menos que hiciese algo, iba a repetir el ciclo de dolor de su infancia. Y no podía hacer eso. Copiando lo que había visto hacer a las niñeras y a Paula, sacó a Olivia de la cuna sujetando su cabecita y la colocó sobre su torso. Y se sintió abrumado de emociones. De cariño, de miedo, de inquietud. No era solo el deseo de proteger a aquella niña tan pequeña. Era todo eso, pero también algo más: la convicción de que no solo moriría por ella sino que viviría por ella. Que haría todo lo posible para que no sufriese como él había sufrido y como había sufrido Paula. Y esa era la razón por la que no la había abrazado hasta ese momento. Porque sabía que si lo hacía tendría que cambiar. Siempre había querido protegerse a sí mismo y había levantado barreras para que nada ni nadie lo afectasen. Lo había hecho desde niño para defenderse de su padre, para que no lo convirtiese en un hombre como él. Lo había hecho para recordar quién había sido cuando vivía con su madre, para salvar una pieza de sí mismo. Y, por eso, cualquier cambio había sido siempre su enemigo. Pero tenía que hacerlo ahora, tenía que cambiar. Su padre había usado mano de hierro para moldearlo, para convertirlo en una imagen de sí mismo, pero era la delicada manita de su hija apretando su dedo lo que lo convertía en otro hombre. Como había sido el beso de una mujer en las ruinas de un templo lo que dió comienzo a la jornada que lo había llevado hasta aquel momento, hasta aquel cambio. Apenas podía respirar, pero seguía acunando a la niña, meciéndose adelante y atrás. Unos segundos después giró la cabeza y vió a Paula en la puerta, mirándolo con lágrimas en los ojos.


—Se ha dormido —murmuró, dejando a Olivia en la cuna.


—No sabía que estuviese llorando —dijo ella.


—No pasa nada.


Tenía un nudo en el pecho y no quería hablar de algo que acababa de entender. No sabía por qué todo era tan difícil, pero era incapaz de encontrar palabras para definir aquello. De modo que se apartó de la cuna, tomó su cara entre las manos e inclinó la cabeza para besarla.

Otra Oportunidad: Capítulo 59

Él seguía desnudo, respirando con dificultad. Y, sin embargo, hablaba con tal frialdad que sería fácil creer que aquello no lo había afectado en absoluto. Y si no lo hubiese tenido en su interior unos minutos antes casi podría creerlo. Cuando volvió a su dormitorio, Paula se sentó sobre la cama y empezó a llorar. Porque había decidido dar el primer paso y ser fuerte, pero eso no significaba que no le rompiese el corazón. Aquello sería difícil. Sería una lucha. Pero al menos ahora lo sabía. Era su mujer y no porque Pedro lo hubiese querido sino por decisión propia. Y cómo fuese aquel matrimonio también sería su decisión.



Paula no había vuelto a su cama desde la noche de bodas. Habían pasado tres días y Pedro no podía pensar en otra cosa. Había sido una revelación. Había tenido que contenerse cuando lo que quería era envolverla entre sus brazos y tenerla a su lado durante toda la noche. Pero había algo temerario en ella, como si pudiese verla haciendo equilibrios sobre la hoja de un cuchillo, dispuesta a arriesgarse a todo y… Él no era un hombre que admitiese tener miedo, pero la temeridad de ella lo asustaba. Nunca había estado en una situación similar con otra mujer. Claro que no había ninguna mujer como ella. La experiencia hizo que se sintiera inquieto, algo poco habitual en él, pero era consciente de haber hecho muchas cosas raras desde que Paula Chaves apareció en su vida. Mientras compartían almuerzos y cenas la conversación era inevitable y ahora ella sabía cosas sobre él, sobre su pasado, sobre las cosas que hacía cada día. Porque había empezado a hacer preguntas y él no podía negarle una respuesta. Sobre su vida, sobre su madre, sobre sus negocios. En Camboya no había sido así. Él no le contaba nada y ella no intentaba sonsacarle, pero ahora lo hacía. Y podía sentirla enredándose en su vida, en su ser. Y hacía todo eso mientras tenía a Olivia en brazos. Se sentía protector con la niña, pero… Aún no la había tomado en brazos. Él no recordaba haber sido abrazado. Una noche, mientras iba por el pasillo, la oyó llorar en la habitación. Normalmente, Paula o las niñeras acudían inmediatamente cuando la niña lloraba, pero en ese momento no había nadie. Empujó la puerta y entró en la habitación, a oscuras. La vió llorar en su cuna y se quedó allí, viéndola llorar y sin poder hacer nada porque… Se había convencido a sí mismo de que su apego sería más dañino que su distancia. Olivia estaba llorando y él no podía hacer nada. Él había sido un niño solitario porque le habían negado el consuelo del abrazo de sus padres. Y allí estaba, haciendo exactamente lo mismo. Era un cobarde. Quería pensar que no tenía miedo de nada, pero no era verdad. Al contrario, el miedo se había apoderado de su vida y lo ahogaba. Miedo y desprecio hacia sí mismo.

Otra Oportunidad: Capítulo 58

 —¿Por qué no dejas de hablar y te encargas de darme placer a mí? — le espetó él.


Paula tomó aire, sintiéndose poderosa. Porque quería hacer aquello, quería usar el deseo que Pedro sentía por ella. Seguía furiosa con él, pero había algo más. Estaba abrumada de emociones: Rabia, deseo, necesidad y amor. Ella no había querido algo tan complicado, estaba harta de gente complicada. Y, sin embargo, aquello era distinto porque sabía que lo afectaba profundamente. Su madre entraba y salía de su vida por capricho. Sus amigas habían hecho lo mismo, pero él no podía hacerlo. Se había casado con ella. Dijese lo que dijese, se había casado con ella. Y por eso estaba dispuesta a arriesgarse. Se puso de rodillas frente a él y tiró de su pantalón, revelando una espléndida erección. Siempre le había parecido tan hermoso, le encantaba su cuerpo desnudo. Era una constante tentación. Se inclinó hacia delante, deslizando la lengua por su miembro como él le había enseñado. Luego lo tomó en su boca y chupó hasta que lo oyó gruñir de gozo, hasta que ella tenía todo el poder. Hasta que no podía esperar más porque necesitaba tenerlo en su interior. De modo que lo empujó contra la cama y se colocó a horcajadas sobre él, empalándose contra la palpitante erección. Él tiraba de sus caderas hacia abajo cada vez que se movía, aumentando la intensidad mientras ella marcaba el ritmo. No se besaron; no, aquello era primitivo, furioso, hambriento. Pero Pedro era suyo y ella era suya. Y necesitaba aquello de un modo que no podría explicar.


—Pedro… —musitó, empujando las caderas hacia delante.


—Paula.


Se dejó ir dentro de ella con un rugido y ella lo siguió al abismo un segundo después. Le hizo el amor sabiendo que se habían conocido bajo una lluvia torrencial, sabiendo que habían mantenido una aventura por varios continentes. Sabiendo que él la había rechazado, que la había apartado de su vida cuando le dijo que estaba embarazada. Sabiendo que le había mentido y la había manipulado. Y deseándolo de todos modos.


—No sé cómo será esta relación —murmuró Paula, jadeante. —Pero no va a ser un matrimonio solo de nombre.


—Ten cuidado —dijo él, pasando la punta de la lengua por su cuello.


—Puede que, al final, eso no te guste.


—¿Y cómo vamos a descubrirlo si nos escondemos tras una barrera?


—Yo he vivido toda mi vida tras una barrera y el matrimonio no va a cambiar eso. El sexo no va a cambiar eso.


—Pero me ha cambiado a mí.


—Yo soy diferente, pero da igual. Mientras pueda tenerte, nada de eso importa.


No iba a cambiar, no iba a intentarlo siquiera. Paula se apartó para tomar su ropa del suelo.


—Entonces, imagino que no te importará que siga durmiendo en mi dormitorio.


—¿Eso es lo que quieres?


Lo que quería era protegerse a sí misma, pensó ella.


—Sí. 


—Muy bien.

Otra Oportunidad: Capítulo 57

 —No lo sé porque perdí la capacidad de sentir el día que me arrancaron de los brazos de mi madre. Y no digo eso buscando compasión. Tú me has hecho una pregunta sincera y yo intento ser sincero también. No me cuesta nada admitirlo, estoy roto.


—¿Por qué? ¿Porque tu padre dijo que lo estabas?


—No, porque lo estaba él y me rompió para hacerme a su imagen y semejanza. He aprendido a mirar mis sentimientos a cierta distancia, pero no he aprendido a experimentarlos.


—Yo creo que hay algo más.


—No sigas por ahí, Paula, yo no quiero hacerte daño.


—Pero estás dispuesto a hacerlo.


—Es inevitable.


—Cuando te conocí pensé que eras un predador y tenía miedo de ser tu presa, pero nunca me porté como si fuera una presa indefensa y no voy a portarme así ahora.


—Quiero poseerte, esa es la verdad. Lo he querido desde el día que te conocí.


—Y yo quiero poseerte a tí —dijo Paula.


—Pero no puedes hacerlo.


—¿Por qué no puedo? —lo retó ella, dando un paso adelante. Cuando se apretó contra él pudo sentir la prueba de su deseo empujando contra el pantalón. —Tú me deseas, no puedes evitarlo. ¿Ha habido otra mujer en todo este tiempo?


Aceptaría la respuesta, fuese la que fuese, pero la idea de Pedro tocando a otra mujer hacía que lo viese todo rojo.


—No —respondió él. —No he estado con otra mujer desde que te conocí.


—Y aunque decías no querer tener hijos, fuiste a buscarme. ¿Por qué cambiaste de opinión?


—Yo no quería una hija —respondió él, con voz ronca. —Pensé que tú no la querías y…


—Pero ahora sabes que la quería, que nunca pensé darla en adopción, y te has casado conmigo. Quieres que estemos los tres juntos, pero pretendes mantenernos a distancia.


—No se trata de lo que yo quiera o no, sencillamente es así. Yo soy así.


—Te mientes a tí mismo, Pedro, nos mientes a los dos.


—¿Has venido a acostarte conmigo o has venido a hablar?


—Podemos hacer las dos cosas —respondió ella. —Antes hablábamos mientras hacíamos el amor.


—Yo no sé hacer el amor.


Estaba intentando apartarla porque no sabía lo que quería. Quería tenerla cerca, pero en cuanto estaba demasiado cerca se apartaba. Pero ella no iba a permitirlo, ya no.


—Ya, claro, por eso te importa tanto darme placer.

Otra Oportunidad: Capítulo 56

Los recuerdos eran tan complicados como lo eran ellos dos. Sin molestarse en llamar, abrió la puerta del dormitorio de Pedro. Él estaba de pie frente a la cómoda, sin camisa, con el pantalón oscuro que había llevado en la ceremonia y nada más. Estaba descalzo y, como había ocurrido la primera noche, había algo extrañamente íntimo en eso. Deseó que volviesen a estar juntos, en Camboya. Recordaba el pareo de seda azul, una prenda oriental que parecía encajar mejor con él que el rígido traje de chaqueta. Se había visto forzado a llevar una vida que no era para la que estaba destinado e intentaba forzarla a ella, pero tal vez no sabía hacerlo de otro modo. O tal vez pensaba que nadie elegiría esa vida a menos que él lo impusiera como obligación. Eso era lo que le habían enseñado, ¿No? Había compartido eso con ella, pero no lo había hecho buscando compasión. No había emoción en sus palabras cuando hablaba de su infancia, pero eso no significaba que la emoción no estuviese ahí.


—¿Qué quieres? —le pregunto él, mientras dejaba el reloj sobre la cómoda.


Paula miró su ancho torso, cubierto de vello oscuro. Tenía hambre de él, pero no estaba allí solo por eso. No, estaba allí para buscar un punto de encuentro. No quería que viviesen vidas separadas, moviéndose por caminos diferentes, quería encontrar la forma de que aquel fuese un matrimonio de verdad. Estaba terriblemente dolida y aquello no iba a ser fácil, pero ni siquiera se trataba de perdonarlo sino de reclamarlo. Y necesitaba hacerlo desesperadamente.


—Quiero mi noche de bodas —anunció mientras se quitaba la camiseta.  Y no llevaba nada debajo.


Los ojos de Pedro se iluminaron de inmediato.


—¿Por qué?


—No lo sé —respondió ella mientras se quitaba el pantalón de chándal y las bragas al mismo tiempo. —Pero eso es lo que quiero.


Había estado desnuda con Pedro muchas veces. Se había mostrado desenvuelta con él y volvería a hacerlo.


—Tú no me has obligado a casarme contigo, lo he decidido yo. Como he decidido venir aquí porque lo que yo quiero importa. No quiero un matrimonio solo de nombre, no quiero estar casada contigo y recorrer los pasillos, pálida y triste, portándome como si fuera una víctima. Yo he decidido estar aquí y ahora.


—¿Pero me deseas?


—Tú sabes que te deseo. Nunca he dejado de desearte.


—Pero dijiste que me odiabas —le recordó él, con los ojos en llamas.


—Sí —respondió Riot. —Una parte de mí te odia, una parte de mí nunca entenderá por qué me trataste con tanta crueldad. Te quería tanto, Pedro. Y tú destruiste ese amor. Me miraste como si no fuese nada, como si me odiases.


—Nunca te he odiado —dijo él. —Me odio a mí mismo.


Esas palabras fueron como un golpe. Las había pronunciado como si fuese algo sin importancia y, sin embargo, ella las sintió en lo más profundo de su alma.


—¿Y qué sientes por mí?

viernes, 16 de agosto de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 55

 —Crees que estoy siendo deliberadamente cruel, pero no es así. Soy como me hicieron.


Él lo creía, estaba claro, pero Paula se daba cuenta de que intentaba simplificar todo aquello para justificarse a sí mismo. No sabía por qué necesitaba hacerlo, pero reconocía el engaño porque lo había visto en sí misma.


Pedro la dejó en la puerta de la iglesia, pero había otro coche esperando para llevarla de vuelta a la finca. No volvieron juntos. Él no parecía preocupado por las apariencias. Su relación había aparecido en los medios y habían anunciado la boda, de modo que debía haber fotógrafos por algún lado, aunque ella no los había visto. Paula se preguntó si todo habría sido diferente si no hubiese recuperado la memoria. «Tú sabes que sí. Habrías entrado en una iglesia llena de gente». Sí, él le habría dado la boda de sus sueños. Se habría mostrado solícito, encantador, y habrían tenido una inolvidable noche de bodas. Y deseó en ese momento recuperar la fantasía. Todo sería mucho más fácil. Era la maldita realidad lo que hacía que todo fuese tan difícil y se perdonaba a sí misma por anhelar la fantasía. Sabía por qué lo hacía, pero no podía hacerlo, ya no.  Cenó sola esa noche y al día siguiente salió con la niña al jardín, recordando que su hija era la razón por la que estaba allí. «Pero en algún momento tienes que hacer algo por tí misma». Ese pensamiento la sorprendió. Su madre había sido muy egoísta y había decidido que no se parecería nada a ella. Había creído que no tenía derecho a pensar en sus propios deseos, pero vió entonces con absoluta claridad que eso podría ser tan dañino como ser una madre egoísta. Tenía que saber quién era para educar a su hija. No podía verse a sí misma como un inocente corderito porque no lo era. Era una tigresa, ¿No? Había sobrevivido al abandono de su padre, al egoísmo de su madre, y le había ido bien. Tenía sus problemas, claro, pero al menos los reconocía. Había sobrevivido y le daría a Olivia lo mejor de ella, se encargaría de que supiera desde el principio que era la hija de una tigresa y que ella no iba a ser menos. Que era maravillosa y querida, que merecía el mundo entero. Pero para eso tendría que exigir las cosas que ella quería. Porque sino… Serían lecciones vacías. Si aceptaba sin protestar una farsa de matrimonio, una vida sin amor, si se veía a sí misma como una mujer encadenada, ¿Qué mensaje recibiría su hija? Además, eso solo sería esconderse. Pasar de una fantasía a un martirio. No podía convencerse de que lo odiaba cuando nada era tan claro o tan sencillo cuando se trataba de sus sentimientos por Pedro. Sus sentimientos eran complejos, como lo era él, pero también había cosas buenas. Y entonces tomó una decisión. Besó a su hija en la frente y, después de dejarla en la cuna, salió al pasillo. Habían hecho el amor en París, pero entonces ella no recordaba la verdad. Ahora lo recordaba todo. Recordaba que Pedro le había hecho daño, que la había engañado, pero también recordaba el deseo innegable, la atracción física que había entre ellos. Cómo ella siempre quería más, aunque acabasen de hacer el amor. Cómo él la había transformado, haciendo que olvidase el miedo a sus propios deseos para convertirla en una mujer que los abrazaba.

Otra Oportunidad: Capítulo 54

Iba a convertirse en su mujer y eso no era algo temporal. Si iba a prometer amarlo para siempre, tal vez tendría que luchar para conseguir su amor. Al menos debía intentarlo. Debía intentar ver al hombre que era en realidad y no el hombre que ella quería que fuese. Tal vez, por Olivia, ese esfuerzo merecería la pena. Y por ella también. No lo había tocado desde esa última noche, pero ahora estaba tocando su mano, mirándolo a los ojos.


—¿Prometes amarla y respetarla todos los días de tu vida? — preguntó el sacerdote.


—Lo prometo —dijo él.


Y luego el sacerdote le hizo la misma pregunta a ella. ¿Qué significaban esas promesas? ¿Se había parado Pedro a pensar en ello o solo era parte de su plan para retenerla a su lado? Paula miró sus ojos oscuros, deseando entender qué esperaba Pedro de aquella boda. Quería que Olivia tuviese una madre ¿Pero era solo eso? Lo que estaba descubriendo sobre sí misma era que su infancia, plagada de problemas, la había convertido en la mujer que era y que tal vez no entendía el impacto de esos problemas en su personalidad. Pero podía ver algo de eso en su relación con él. No era tan sencillo como a ella le gustaría. De modo que cuando respondió: «Lo prometo», lo hizo sabiendo que, en realidad, no entendía lo que esa promesa significaría para ellos. Lo hizo sabiendo que tenían un largo camino por delante y que no iba a dejar que él dijese la última palabra sobre aquel matrimonio. Y cuando llegó el momento de besarse, tomó la decisión de hacerlo, de no apartarse. Sus labios se encontraron y el corazón estuvo a punto de escapar de su pecho. Aquella cosa entre ellos siempre había sido tan maravillosa. Esa era la parte más fácil, el deseo, pero ahora experimentaba una profunda sensación de pérdida y dolor. Y de esperanza. Y era la esperanza lo que más dolía. Una esperanza que quería levantar el vuelo, pero temía que pudiera ser parte de su destrucción. El sacerdote los declaró marido y mujer y recorrieron el pasillo de la iglesia de la mano, con las niñeras tras ellos llevando a Olivia. Cuando salieron del santuario, Paula lo miró a los ojos.


—¿Y ahora qué?


—No temas —respondió Pedro. —No tengo intención de exigir una noche de bodas. Eres libre para pasar el resto del día como mejor te parezca.


—Creo que prefiero irme a casa a cuidar de nuestra hija.


—Eres libre de hacer lo que quieras —repitió él.


—¿Ser cruel te hace sentir mejor? —le espetó Paula, airada.


Pedro dejó escapar un suspiro.


—¿Estás intentando vengarte?


—No —respondió ella. —Estoy haciendo una simple pregunta. ¿Ser cruel te hace sentir mejor? ¿Hace que las cosas sean más fáciles para tí?


—No te entiendo.


—Siempre intentamos ponérnoslo fácil, ¿No? A mí, por ejemplo, me gustaba pensar que todo era culpa del destino porque, de ese modo, no tenía que responsabilizarme de mis decisiones. Así que dime, Pedro, ¿Ser cruel te libera de la necesidad de ser mejor?

Otra Oportunidad: Capítulo 53

Y entonces, mientras caminaba por el pasillo de la iglesia, recordó su primer encuentro. Había ido hacia él en las ruinas de Angkor Wat. Había ido con él a la casa del árbol. Pedro la abrazó y la besó, y ella le había devuelto cada beso con la misma pasión. ¿Correría un cordero hacia el tigre que lo perseguía? No, solo una tigresa haría eso. Solo una tigresa podría enfrentarse a algo tan aterrador. Lo había deseado y lo había tenido. No le había pedido que usase un preservativo. Le había dado igual. Lo deseaba y lo había tenido. Había querido dejar atrás su vida y había permitido que él no compartiese nada de la suya con ella porque no quería salir de esa fantasía. Y cuando él le dijo que no quería tener hijos se le rompió el corazón porque hasta ese momento había querido verlo todo de color de rosa. No por ingenuidad sino porque había sufrido más que suficiente con una madre egoísta y un padre ausente y pensó que aquella era su recompensa. No quería perderlo y, por eso, no había querido reconocer que tal vez no era tan maravilloso como pensaba. No, al principio no le había parecido maravilloso sino peligroso. Quería vivir esa fantasía y lo había convertido en el hombre perfecto.


Ella había roto su propio corazón porque Pedro no era el hombre de sus fantasías. Y nunca le había hecho promesas. Ella había esperado que las hiciera porque, a pesar de lo que la vida había puesto en su camino, seguía siendo optimista. Y se preguntó si… Se preguntó si lo que de verdad había querido durante todo ese tiempo era tener aventuras, pero culpar a otros cuando todo iba mal. Podía estar enfadada con Jimena por la falta de preparación del viaje, pero ella no había hecho nada para solucionarlo. Se había ido a Camboya con su amiga sabiendo que no se podía confiar en ella. Y luego se había ido con Pedro, sin pensar, sin contemplar cómo podía terminar aquello. No todo era culpa de él. No, en realidad no. Habían sido sus propias decisiones. Como había decidido casarse con él, aunque había dicho que lo odiaba. Sí, él la había puesto en una situación muy difícil, pero no estaba forzándola a nada. Estaba en la iglesia porque, en parte, seguía esperando. Porque, se dijese lo que se dijese a sí misma, aún no había perdido la esperanza del todo. De lo que podían tener, de lo que podían ser. Pero tenía que dejar de ser pasiva, tenía que dejar de fantasear. Y no podía verse a sí misma solo como una víctima sino como una activa participante en todo aquello. Si quería algo más de él, tendría que exigirlo. Se había enamorado locamente de él, o más bien del hombre que había inventado. Lo había convertido en lo que ella quería que fuese. Así que tal vez necesitaba saber más cosas sobre él y ver si podía enamorarse del hombre que era en realidad. Le había hecho daño, desde luego, pero cuando despertó del coma no recordaba eso. Lo que había aprendido de aquella experiencia era que se enamoraría de él en cualquier circunstancia. Porque había algo en Pedro que la atraía sin remedio. Podría llamarlo deseo, atracción física, y lo era. Pero no podía ser algo tan limitado. Asombrada, Paula se dió cuenta de su propio poder mientras caminaba por el pasillo de la iglesia, hacia él. Cuando llegó a su lado y él tomó su mano se vió enfrentada con la enormidad de lo que estaba haciendo.

Otra Oportunidad: Capítulo 52

A veces levantaba la cabeza y veía a Pedro mirándolas desde la terraza. Tenía que hacer un esfuerzo para no devolverle la mirada. Hacía lo posible para no pensar en él en absoluto. Pero no era fácil. Le había dicho que lo odiaba tanto como lo había amado y era cierto, pero a veces sentía que ese odio convivía con el amor. Especialmente después de que le hablase de su infancia, de su tiránico padre y de la madre que le habían arrebatado. Se lo había contado con tal frialdad que era difícil descifrar lo que sentía. Había estado dándole vueltas desde entonces, pero era tan complicado que decidió no seguir pensando. Sin embargo, iba a casarse con él. Era una cosa tan extraña. Había recuperado la memoria. Sabía lo que pasó cuando descubrió que estaba embarazada y se sentía como una tonta por haber fantaseado sobre su relación, pero también había recuperado el tiempo que estuvieron juntos, ese tiempo maravilloso. Pedro era feliz con ella, pero descubrir que iba a ser padre lo había aterrorizado. Quizá era comprensible que un hombre con una infancia como la suya hubiera reaccionado de ese modo. No quería perdonar a alguien que le había hecho tanto daño, pero él también estaba sufriendo, eso era evidente. Había dicho que era frío, que sus sentimientos eran como fantasmas, pero ella sabía que no era verdad. Su ira no era un fantasma sino un dragón. Y si sentía la ira con tal intensidad, tal vez también sería capaz de sentir otras cosas. Todo estaba enterrado, embrollado y mutilado bajo los escombros de su infancia y eso la hacía sentir… No quería sentir compasión por él porque sería una locura. Pedro iba a obligarla a casarse con él. «Podrías marcharte. Podrías llevarlo a los tribunales».


Paula apartó de sí tal pensamiento porque no quería someter a su hija a esa tortura. También ella era responsable de la situación en la que se encontraba. Era fácil pensar que Pedro había entrado en su vida como un ciclón o verse a sí misma como un cordero al que llevaban al matadero, pero ella era una mujer adulta y había tomado las decisiones que había tomado. Pensó en eso mientras se ponía el vestido de novia esa mañana. Estaría impecable frente al altar, al lado de un hombre que no la quería. Apretó el ramo de novia que alguien había puesto en sus manos y se preguntó para quién era aquella farsa de boda. Si las puertas se abrirían y la iglesia estaría llena de extraños. Pero la iglesia estaba vacía. No había nadie más que Pedro y las niñeras de Olivia actuando como testigos. Él estaba solo. Tan solo como ella.

Otra Oportunidad: Capítulo 51

 —¿De verdad lo lamentas?


—Sí.


—Entonces no puedes ser una persona sin sentimientos.


—Mis sentimientos son fantasmas. Sé que están ahí, pero no puedo agarrarlos. En cuanto lo intento se desvanecen.


El avión aterrizó poco después y, como de costumbre, había un coche esperando en la pista.


—Viviremos vidas separadas —dijo Paula cuando llegaron a la entrada de la finca.


Y, de repente, él recordó estar ahí de niño, lo grande e imponente que le había parecido todo. Lo grande e imponente que le había parecido su padre.


—Mientras vivas aquí, no me importa.


—¿Por qué sientes la necesidad de controlarme si no te importa?


—Es… Lo único que sé hacer.


Pedro no sabía qué significaba eso, solo que era verdad; una verdad que hacía eco dentro de él después de haber pronunciado esas palabras, una verdad que dolía. Pero a medida que pasaban los días y se acercaba el momento de la boda, ese persistente dolor no desaparecía. Y recordó… recordó cuando ella creyó que la quería. Había sido tan fácil llevarla a sitios bonitos, ser amable y considerado con ella. Solo había tenido que fingir que el pasado no existía. Y había experimentado entonces una extraña sensación de libertad, como si fuese la primera vez que se distanciaba del hombre en el que su padre lo había convertido. No veía por qué no podía seguir siendo así. De hecho, quería encontrar el camino de vuelta. Porque la echaba de menos. Por supuesto, cuando desapareció de su vida por primera vez había echado de menos el sexo. Eso era lo que se decía a sí mismo, pero desde que despertó del coma solo habían estado juntos una vez. Una sola vez en todo ese tiempo. Y no era solo el sexo lo que echaba de menos. La echaba de menos a ella, y echaba de menos estar con la niña. Había pensado que lo único importante era la boda, hacer que Paula se convirtiera en su esposa, pero empezaba a darse cuenta de que no sería suficiente. No podían vivir con esa frialdad entre ellos y el día previo a la boda tomó una decisión. Iba a recuperarla. No podía arreglar lo que él mismo había roto, pero ella parecía ser la clave de algo. Cuando Paula lo amaba era capaz de controlar la oscuridad que vivía en su interior y quería recuperar eso. Haría que fuera así, ella volvería a amarlo. De eso estaba completamente seguro. 


Paula hacía lo posible para sentirse feliz, pero ya no era la chica más afortunada del mundo. Había durado poco tiempo, pero la sensación de tenerlo todo había sido embriagadora. Tenía a Olivia, vivía en una casa maravillosa. Se sentía desesperadamente sola, pero también se había sentido así antes de conocer a Pedro. Y al menos tenía a su hija. Olivia había sido un regalo inesperado, algo en lo que no había pensado nunca. Ser madre. Pero algo curaba en su alma cada vez que miraba a su hija. Las heridas que le habían infligido su madre y su padre ausente curaban mientras colocaba a la niña sobre una manta en el jardín.