Un año después
El sol se colaba en la pagoda de Strawberry Hill y el lago Stow resplandecía mientras Paula apenas podía recordar dónde estaba ni prestar atención al pequeño grupo de familiares y amigos sentados a escasos metros de ella. Se miró las manos, rodeadas por las de Pedro, intentando que las lágrimas no le nublaran la vista. Poco a poco subió la mirada hacia él y se quedó sin aliento. Con esmoquin, el pendiente destelleando y el sol bañándolo de una luz dorada, estaba espléndido. Y era suyo. En todos los sentidos. El oficiante dijo algo que ella no alcanzó a captar porque seguía hechizada por Pedro, que en unos minutos sería su marido. Él le había dicho en una ocasión que no podría hacerla feliz, pero se había equivocado por completo. Cada día era más feliz que el anterior, y eso que su cuento de hadas no había hecho más que empezar. En solo un año habían pasado muchas cosas. Había abierto un bar de postres que los críticos ponían por las nubes, Gonzalo y ella habían arreglado su relación, y su madre se había mudado a San Francisco. Las cosas no eran perfectas, pero iban funcionando. Incluso había retomado las amistades que creía haber perdido. Sus amigas la habían recibido entre lágrimas y ahora se encontraban entre el pequeño grupo que estaba compartiendo ese día con ellos. Y Pedro… Cada día le había demostrado cuánto la quería. Por fin había dejado de culparse por la muerte de su madre y había aceptado que no se parecía en nada a su padrastro. Y aunque seguía siendo tremendamente disciplinado, había empezado a relajarse un poco. Aún le quedaba mucho camino por delante, pero ella no lo soltaría de la mano en ningún momento del recorrido.
—Pedro y Paula han escrito sus votos —dijo el oficiante, que le dió paso a Pedro.
—Paula, prometo protegerte siempre y apoyarte en todo lo que hagas. Prometo escucharte.
Él esbozó una amplia sonrisa y a ella se le aceleró el corazón al ver esos hoyuelos.
—Prometo ser tu mejor amigo y más fiel aliado, igual que tú conmigo, y entregarme a tí por completo en todos los sentidos.
Ya lo había hecho. Pedro no le ocultaba nada. Le permitía ver sus días malos y sus pesadillas, y ella lo amaba todavía más por eso. Pensó en la sorpresa que los esperaba en casa. La prueba de embarazo que se había hecho la noche anterior y que estaba deseando enseñarle.
—Pedro —empezó a decir ella con la voz cargada de lágrimas—, prometo elegirte siempre y apoyarte en todo lo que hagas. Prometo escucharte. Ser tu mejor amiga y tu más fiel aliada, igual que tú conmigo, y entregarme a tí por completo en todos los sentidos.
Pedro no podía dejar de mirar a Paula, con su pelo ondulado salpicado de unas preciosas flores, el vestido blanco tipo toga que destacaba contra su piel dorada, y sus ojos negros brillando por las lágrimas. Era una diosa y era suya. Pero no solo suya. Sabía lo de la prueba de embarazo, pero esperaría a que ella se lo dijese. Iban a tener un bebé que sería perfecto porque sería parte de ella. Estaba deseando que naciera, aunque, a juzgar por el vientre tan plano de Paula, para eso aún faltaba tiempo.
—Te quiero, sol. Siempre te querré —le dijo sellando su promesa con un anillo de diamante que hacía juego con el de compromiso que había dado comienzo a todo.
—Te quiero, Pedro. Para siempre e incondicionalmente.
Pedro le secó una lágrima que le cayó por la mejilla y extendió la mano. Ella le puso un sencillo anillo de titanio. Sentirlo en la piel le resultó gratificante, calmante.
—Titanio —dijo ella— porque no se rompe con facilidad. Es fuerte, como tú.
Pedro se quedó sin palabras y se preguntó si cada día se despertaría tan gratamente sorprendido por poder pasar la vida con Paula, con su esposa. Le rodeó la cara con las manos y la besó. Con suavidad, con dulzura, con ternura. Con todo el amor que llevaba en el corazón. Sabía que su vida juntos sería perfecta. Acababa de prometer que se aseguraría de que así fuera.
FIN
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