viernes, 3 de enero de 2025

Busco Prometida: Capítulo 30

Todas las cabezas se giraron ante el rugido que resonaba por las calles de Fisherman’s Wharf. Pedro frenó en la puerta de Crème, pero no bajó del coche. No se atrevía. Había estado enfadado consigo mismo desde el incidente del ascensor. No podía tolerar que Paula le hiciera perder el control. Tenía que reforzar sus barreras porque sabía que ella era capaz de traspasarlas. Él no dejaba que ni el amor ni el afecto entraran en su vida. Eran temporales y, cuando se iban, te dejaban roto y magullado. Y eso no se lo podía permitir. Tenía que protegerse de ella. Las caricias en la oficina habían sido para aparentar, calculadas en su mayoría; por eso lo de besarle los dedos y lo que había pasado en el ascensor no podía repetirse. Bajó del coche y entró en Crème. Había poca luz. Una vela iluminaba una mesa con una cubertería resplandeciente y unas copas altas. La mesa, aunque no estaba situada justo enfrente de la ventana, se veía perfectamente desde la calle. Era ideal para vender la idea de una cena íntima. Seguro que les sacarían fotos desde fuera. Él, al sentir a Paula antes de siquiera verla, se giró. Ella llevaba un vestido suelto rojo atado al cuello. El pelo le caía por la espalda como una capa lisa y sedosa, y unos diamantes le destelleaban en las orejas. La intensidad de su belleza lo dejó sin aliento.


—Hola, Pedro.


Cuando Paula sonrió y lo besó en la mejilla, él deseó que el beso hubiera sido menos fugaz; algo ridículo teniendo en cuenta que acababa de decidir que debía mantenerse firme y protegerse de ella.


—Siéntate. Ahora mismo vuelvo —dijo ella sin darle oportunidad de responder.


Pedro se sentó y esperó a que volviera. Ese lugar era demasiado íntimo. Debería haber organizado la cita él. Habría elegido un sitio más público. Paula volvió con dos cuencos blancos grandes que emanaban un aroma divino.


—Aquí tienes —dijo Paula al dejarlos en la mesa.


—¿Lo has hecho tú?


—Sí. Sé que el boeuf bourguignon no es el plato francés más elegante que podría haber hecho, pero está buenísimo.


Cuando ella hizo intención de levantar una jarra llena de té helado, él se le adelantó y sirvió dos copas. Pedro agarró los cubiertos y vaciló. Paula había cocinado para él, pero eso no tenía porqué significar nada. No significaba nada. Sin embargo, mientras miraba el cuenco, se vió con catorce años, vestido con ropa de segunda mano y sentado bajo una luz fluorescente junto a una mujer nerviosa y asustada que tenía sus mismos ojos. La última mujer que había cocinado para él. La persona a la que más había querido y a la que no había podido salvar.

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