—No pasa nada, sol. Tómate el tiempo que necesites —dijo Pedro con la voz estrangulada, tensa.
La sensación de quemazón desapareció enseguida y ella intentó mover las caderas, sorprendida por lo agradable que resultaba. Entonces Pedro empezó a moverse también, despacio, a la vez que le agarraba una pierna, que ella le puso alrededor de la cadera. Paula no podía pensar. No podía respirar. ¿Cómo podía algo resultar tan agradable?
—Respira —le susurró Julian al oído excitándola aún más—. Eres increíble.
Paula quería responder, quería decir algo, lo que fuera, pero no podía. Abrió los ojos, que ni siquiera sabía que hubiera cerrado, y vió sus cuerpos unidos, moviéndose juntos, rítmicamente. Bajo la intensa mirada de Pedro, notó el placer ir en aumento hasta que se derrumbó y gritó su nombre a la vez que él gemía con su propio placer. Lo único que rompía el silencio de la habitación eran los jadeos. Al instante sintió a Pedro acurrucado a su cuello e intentó acariciarle el pelo, pero no tenía fuerzas. El placer que había experimentado había sido tan intenso que se le saltó una lágrima. Él se la besó antes de que cayera la siguiente y luego, con delicadeza, le besó los ojos, las mejillas, la nariz, la frente y los labios. Después él se apartó, se quitó el preservativo, la rodeó con los brazos y los tapó con una colcha. Tumbada en sus brazos, saciada y feliz, Paula se preguntó si se habíahecho un flaco favor al esperar tanto.
—No —oyó decir a Pedro—. Sé lo que estás pensando, y no habría sido así con otra persona. Ha sido así por nosotros dos.
Él empezó a acariciarle el pelo y al momento ella se quedó dormida. Lo último que pensó fue que esa cita no había sido solo parte de un plan. Había sido más. Mucho más…
Lo primero que Paula notó al despertar fue la cama vacía. Un rato antes se había despertado un instante y había sentido la calidez del cuerpo desnudo de Pedro contra el suyo mientras él, profundamente dormido, la abrazaba con fuerza. Ahora, en cambio, su lado de la cama estaba frío. Se frotó los ojos y miró a su alrededor para ver la habitación donde había dormido. El techo y dos paredes eran por completo de cristal. Las vistas panorámicas le permitieron ver los rayos dorados del amanecer bañar la bahía y su inconfundible puente. Pedro se había creado ese espacio para él, ese pedacito de cielo al que no invitaba a nadie. Era su refugio y, sin embargo, a ella sí la había invitado. Con el corazón acelerado solo de pensarlo, intentó centrarse. Tenían química, pero si lo de la noche anterior hubiera supuesto un gran paso para una relación real, ¿No seguiría ahí Pedro esa mañana? ¿Estaría evitándola de nuevo porque se arrepentía de haber estado con ella? Tenía que salir de la habitación. Pero estaba desnuda.
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