¿Cómo podía decirle él que eso no era verdad? ¿Qué clase de hijo no hacía todo lo que estuviera en su poder para ayudar a su madre? Echando la vista atrás, sabía que había tenido opciones, podría haber pensado en algo para que los dos hubieran podido salir de allí.
—Dime algo, por favor —le suplicó ella acariciándole la mejilla.
—Sé que no somos iguales, pero eso no me hace bueno.
—Sí que lo eres. Por favor, no lo dudes. Sé que lo de hoy ha sido duro, pero tienes que ver que no eres como él y que nunca lo serás.
—Paula, solo soy oscuridad.
—Si no fuera por la oscuridad, nunca veríamos las estrellas. A pesar de todo lo que has sufrido, tu corazón es puro. Me siento a salvo contigo y no me sentía así desde hacía mucho tiempo.
Esas palabras le provocaron un nudo en la garganta. La besó con dulzura. Le lamió el borde de los labios, que ella separó con un gemido que lo excitó. Entonces deslizó las manos por sus muslos, la levantó en brazos y la subió al dormitorio. La dejó en el suelo a los pies de la cama. Después de todo lo que había pasado ese día, solo quería recorrerla con la boca, hacerle gritar su nombre, venerarla. Paula, de puntillas, le besó el lóbulo de la oreja y él gimió.
—Una vez me dijiste que no eres delicado. Demuéstramelo. Suéltate, Pedro. Libérate conmigo.
Le mordisqueó la oreja mientras deslizaba las manos sobre su torso e iba descendiendo, más y más, hasta el abultamiento de sus pantalones. Y entonces Pedro se liberó. Con la respiración entrecortada, la besó con desesperación y fervor. Los sonidos descontrolados que emitía ella lo volvieron loco. Atrapó entre los dientes ese labio que ella se mordisqueaba tanto y luego, con la lengua, fue recorriéndole la mandíbula y ese sensible punto detrás de la oreja. Bajó hacia la base del cuello, lamiendo y saboreando su dulce piel mientras ella, temblando, echaba la cabeza atrás ofreciéndose a él. Pedro se apartó.
—¿Le tienes apego a este vestido?
—No…
—Bien.
El sonido de tela rasgada llenó el aire y al instante el vestido y el sujetador cayeron al suelo. Ella arqueó el cuerpo y él le tomó un pezón, que succionó con fuerza haciéndola gemir. Y entonces se puso de rodillas, le apartó la ropa interior y acercó la boca a su sexo. Gimió ante la clara muestra de su excitación, de su sabor a miel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario