Con paciencia, Pedro esperó a que ella pusiera la mano en la suya y entonces la agarró y se la llevó al pecho, por el hombro y debajo de la chaqueta a la vez que intentaba ignorar las sensaciones que el roce le estaba provocando.
—Solo soy un hombre…
Le soltó la mano, pero ella le acarició la mejilla.
—Llevas mi anillo. Puedes tocarme sin tener que pedir disculpas — dijo, porque le gustaba. Le gustaba muchísimo que ella quisiera seguir tocándolo—. Lo único que tenemos que hacer es recordar nuestro objetivo.
Paula asintió y apartó la mano. Pedro la acompañó a la puerta de casa. Al ver el coche de Gonzalo en la entrada, se preguntó si los estaría mirando por la ventana en un intento de captar algún gesto que indicara que todo era una treta. Quería que Paula lo tocara, pero no tuvo que pedírselo. Como si ella pudiera leerle la mente, lo rodeó por el cuello y lo abrazó con fuerza. Él respondió de forma automática, rodeándola por su diminuta cintura.
—Recuerda que ahora estamos prometidos. Si necesitas a alguien, llámame a mí primero —le indicó Pedro.
La besó en la mejilla y después en los labios.
—Buenas noches —dijo ella con una amplia sonrisa antes de entrar en casa.
Él volvió al coche intentando obviar todo lo que Paula le estaba haciendo sentir. Estaba claro que todo era un efecto secundario del celibato que había vivido últimamente. No había otra explicación. Durante el trayecto de vuelta se negó a pensar en lo preciosa que era, en cómo lo había hecho sentir su sonrisa. Y una vez en casa, en la moderna residencia situada en el acantilado y con vistas a la bahía, lo invadió la familiar sensación de paz que le producía estar ahí… Solo. Al dejar el móvil en la mesita de la entrada vió un mensaje de Esteban. ¿Pero qué estás haciendo? ¿Paula Chaves? Pedro llamó a su mentor.
—¿Estás loco? —le dijo Esteban con tono de preocupación—. Tiene que casarse con Javier, todo el mundo lo sabe.
—¿Todo el mundo lo sabe o lo da por hecho? Porque lo que yo sé es que soy el único que tiene una relación y que está prometido con ella — respondió mientras salía a la terraza y sentía el fresco aire de la noche alborotándole el pelo.
—¿En serio quieres enfadar a Javier Harrison? Por Dios, Pedro, quieres el contrato con Arum. ¿Crees que cabrearlo va a ayudarte?
Pedro recordó cómo se había tensado Paula cuando Javier la había tocado y distintos recuerdos que creía enterrados volvieron para atormentarlo, como si vivirlos una vez no hubiera bastado. Lo invadió la ira.
—No te preocupes, Esteban. Sé lo que hago.
—¿Ah, sí? Aunque tuvieras a Chaves de tu parte, Harrison es el que podría vetar que IRES entre en el acuerdo.
—Lo sé.
—¿Entonces qué pasa? ¿Has encontrado a alguien a quien podrías amar más que a tu empresa?
Era una pregunta ridícula. Él nunca tendría en cuenta el amor. Todo lo que estaba haciendo era por IRES. Pero eso no significaba que tuviera que ser el único beneficiado. Desde el instante en que había visto a Paula, había querido protegerla. Pedro le había fallado a su madre, pero ahora tenía poder y todo sería distinto.
—No tiene nada que ver.
—Espero que sepas lo que haces.
Esteban colgó.
Paula estaba bajo su protección y él no permitiría que tuviera que relacionarse con gente como Javier Harrison. Ese tipo le recordaba a su padrastro, y precisamente por eso no podía dejar que hubiese emociones de por medio. Las emociones no entraban en el trato. Lo único por lo que tenía que preocuparse era por lo que haría con IRES una vez toda esa gente lo aceptara en su círculo.
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