Paula se incorporó e intentó agarrarlo de la mano, pero él se apartó.
—Ese hombre le hizo daño a mi madre.
Se había abrochado los pantalones y estaba poniéndose la camisa. Paula se levantó de la cama y se situó entre la puerta y él.
—Por favor, escúchame.
—No pienso ver a ese hombre y no hay más que hablar.
La esquivó y salió por la puerta dejándola sola en la habitación. Ella, corriendo, se puso una de las camisetas de Pedro y salió a buscarlo. Lo encontró sentado en una tumbona de la piscina con los codos apoyados en las rodillas.
—Solo quiero que seas feliz —le dijo sentándose en la tumbona de al lado.
Él no dijo nada. Simplemente siguió mirando al suelo.
—No lo eres, y no soporto que estés culpándote por algo que no has hecho. Creo que hablar con él podría cerrar el círculo y permitirte seguir con tu vida. Quiero que tengas mucho más que IRES. Te mereces una vida. Quiero que veas que no eres como ese hombre y que no tienes que huir de tu pasado, porque eso solo te impedirá tener lo que podrías tener. Lo que podrías querer. No voy a ser tan presuntuosa como para pensar que yo soy lo que podrías querer, pero ahí fuera hay todo un mundo esperándote. Lo miró y vió que estaba mirándola. Aún en silencio, pero al menos escuchándola.
—Por favor, piénsatelo.
Justo cuando estaba levantándose para dejarlo tranquilo, la voz de él la detuvo.
—Juré que jamás volvería allí —dijo Pedro, de nuevo mirando al suelo—. Me lo pensaré.
Pedro miraba el pequeño bungaló. La pintura azul de sus pesadillas estaba descascarillada, el jardín lleno de hierbajos y las ventanas casi opacas por la suciedad incrustada. Apretó con fuerza el volante del coche alquilado y Paula le puso una mano en el hombro. Él no tenía una sonrisa para darle; en ese momento no tenía nada. Notaba los hombros tensos bajo el traje negro. Aún podía verse entrando en esa casa por primera vez. Podía ver a su madre dar su último aliento. Jamás habría vuelto de no ser por Paula, pero ella era justo lo que quería. Y por ella intentaría dejar ese lugar y a ese hombre en el pasado. Tal vez entonces los dos podrían ser felices juntos, al menos hasta que Paula tuviera que marcharse. Intentó dejar de pensar en todo eso al bajar del coche. Ahora lo único que necesitaba era que su padrastro asumiera la responsabilidad de lo que había hecho. Bordeó el coche, pero Paula ya había bajado y estaba tendiéndole la mano. Él se la agarró y juntos recorrieron el camino de asfalto. Al subir los escalones y ver botellas de cerveza vacías por todo el porche, se le revolvió el estómago. Respiró hondo. Ya no perdía el control y no le daría a su padrastro la satisfacción de hacerlo justo ahora. Llamó tres veces con el puño y esperó, situándose delante de Paula, protegiéndola con su cuerpo. Aunque la quería a su lado, le había pedido que no entrara, pero ella se había negado.
—Vaya, vaya, vaya… Mira quién es —dijo el hombre con gesto de desprecio al abrir la puerta.
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