lunes, 13 de enero de 2025

Busco Prometida: Capítulo 49

Entró en el vestidor de Pedro y vió hileras de trajes y camisas, corbatas, relojes, zapatos… Todo perfectamente colocado. Perfectamente ordenado. «Necesito control», le había dicho él. «¡Haces que quiera perder el control!». Ella suponía el caos para él, y el caos y el orden no podían coexistir. Jamás podrían tener nada más allá de ese compromiso falso. De pronto sintió que el corazón se le partía en dos y le costaba respirar. Quería más con él, pero ahora veía que era imposible. Agarró una camiseta blanca perfectamente doblada y se la puso. Le quedaba demasiado larga, pero mejor así. Decidida a volver a su dormitorio, vestirse corriendo y marcharse, salió al pasillo y oyó un sonido metálico seguido de otros ruidos extraños. Los siguió hasta llegar a la puerta de un gimnasio justo cuando Pedro salía. Sin camiseta y sudando. Se le secó la boca al verlo. Pedro llevaba unos pantalones de chándal de cadera baja y unos auriculares, y tenía el pelo húmedo. Paula le quitó uno de los auriculares y se lo acercó al oído. Arrugó la nariz ante el agresivo ritmo y la letra cantada a gritos y volvió a ponérselo a él, que apretó los labios con gesto de diversión. Ella acababa de girarse para marcharse cuando él la agarró de la muñeca.


—Esperaba que durmieras hasta más tarde —le dijo después de haberse quitado los auriculares.


—Voy tarde. Ya debería estar en Crème.


—Seguro que no eres la única que abre todos los días, así que ¿Por qué no me dices por qué te has levantado tan temprano?


—No estabas en la cama y he pensado… Da igual.


—¿Has pensado…?


Al ver que él no dejaría pasar el asunto, dijo:


—Sé que lo de anoche no fue igual para los dos. Imagino que tú no lo disfrutarías tanto, pero yo…


—¿Es eso lo que te preocupa? —preguntó Pedro conteniendo una sonrisa.


La metió en el gimnasio, la sentó en un banco, se arrodilló delante de ella y apoyó las manos en sus muslos. Paula se bajó la camiseta para taparse más.


—Lo de anoche fue indescriptible. Podría tenerte cada día y, aun así, no me bastaría. Esta mañana he tenido que reunir todas mis fuerzas para dejarte durmiendo en la cama sin despertarte con la lengua y los dedos.


Paula abrió la boca, pero no pudo decir nada.


—Que haya salido de esa cama no tiene nada que ver con cuánto te deseo, sino con quién soy.


—¿Qué quieres decir?


—Me levanto todas las mañanas antes del amanecer para hacer ejercicio y poder estar al cien por cien en el trabajo el resto del día. Al cien por cien para IRES.


—¿Por qué trabajas tanto?


—IRES es lo único que tengo y necesito que sea un éxito. Me hace ser valioso en algo.


—Ya lo eres —dijo ella acariciándole la mejilla—. No puedes trabajar sin parar, necesitas relajarte. Hacer algo con lo que disfrutes.


—Ya lo hago.

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