—Nunca lo he visto así de feliz. Y lo has logrado tú, Paula.
—Gracias. Pedro te importa mucho —dijo ella con el corazón encogido por la ternura de la mirada del hombre.
—¿Te ha contado cómo nos conocimos?
—No mucho.
—Fui a dar una charla a su facultad y, cuando hablamos, ví a un joven con una inteligencia impresionante y ropa de segunda mano. En aquel momento supe que no podía permitir que alguien así cayera en el olvido solo porque no tenía los privilegios de sus compañeros. Así que lo acogí bajo mi ala. Era muy serio. Nunca sonreía. Ni siquiera sonrió el día de su graduación.
—¿Estabas allí? —preguntó Paula, feliz de que Julian hubiera encontrado a alguien que se preocupaba por él.
—Sí. Le enseñé todo lo que yo sabía del negocio, pero enseguida fue él el que estaba dándome consejos a mí —dijo Esteban riéndose con claro afecto—. Aun así, yo no quería que trabajara para mí.
—¿No? —preguntó Paula confusa.
—No. Tengo claro que me habría hecho ganar muchísimo dinero, pero con todo lo que había sufrido ese chico, necesitaba a alguien que apoyara sus sueños.
—¿Y cómo lo hiciste?
—Me dió el dinero para crear IRES.
Paula se sobresaltó al oír la voz de Pedro, que se sentó a su lado. Esteban soltó una risita.
—Para mí es como un hijo.
—Te estás volviendo muy sentimental.
—Puede que sí.
A Paula le encantó poder ser testigo de la relación tan especial que tenían los dos.
—He de admitir que me preocupé cuando me enteré de lo de su compromiso, pero has hecho bien, Pedro.
—Sí —dijo él agarrándole la mano a Paula—. Deberíamos irnos…
Los tres se levantaron y Esteban se acercó a Paula.
—Te estaré eternamente agradecido. Si alguna vez necesitas algo, lo que sea, no tienes más que pedirlo.
El hombre le dio un beso en la mejilla y su tarjeta. Luego le estrechó la mano a Pedro y se marchó.
-Ha ido bien —dijo Paula en el asiento trasero del coche.
Había ido mucho mejor de lo que habían imaginado, pero para Pedro haber tenido éxito entre los accionistas no era la razón por la que esa noche había resultado tan trascendental. Acercó a Paula a su regazo y le besó el cuello mientras la abrazaba.
—Tengo una sorpresa para tí —dijo ella con la respiración entrecortada.
—¿Para mí?
—Sí, pero antes de decirte qué es, necesito saber si confías en mí.
—Claro que confío en tí.
Confiaba en Paula. Le había confiado su pasado, sus planes…
—Quiero llevarte fuera.
—¿Adónde? —preguntó él contra su cuello mientras le recorría una pierna con los dedos, muy despacio.
—A París.
—¿A París?
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