viernes, 10 de enero de 2025

Busco Prometida: Capítulo 44

 —Después, aquello se volvió constante. Intenté protegerla, pero yo era débil. Al final él acabo hartándose de que siempre me estuviera entrometiendo y volcó su violencia en mí.


Aún recordaba los golpes, el dolor del brazo roto.


—No eras débil, eras un niño. ¿No los ayudó nadie? ¿Nadie lo denunció?


Pedro sonrió a Paula, le secó las lágrimas y le besó la frente.


—¿Quién iba a hacerlo?


Estaba seguro de que en el colegio habían sospechado que en su casa había maltrato, pero nadie lo había ayudado; habían optado por creerse las mentiras de su padrastro.


—Él siempre acababa justificándolo todo. Le supliqué a mi madre que lo abandonara, pero nunca lo hizo. Ella intentaba defenderme, pero acababa recibiendo golpes también. Y entonces, justo antes de que yo cumpliera quince años, murió. Fue culpa de él. Se bebió todo el dinero que teníamos y no dejó nada para su tratamiento.


Por otro lado, Pedro sentía que tampoco había hecho nada. ¿De qué le había servido ese cerebro de genio? La culpa y la vergüenza lo devoraban. 


—¿Cuándo paró el maltrato?


—Para ella, cuando enfermó. Para mí, después de que muriera. Él no se había dado cuenta de lo mucho que había crecido yo. Y yo tampoco, hasta que un día que vino a por mí, me abalancé sobre él y acabó tirado al otro extremo de la habitación.


Recordaba la satisfacción que había sentido al golpear a su padrastro. Aquella explosión de violencia lo había hecho feliz.


—¿Qué pasó con él?


—Nada. Me gradué en el instituto antes de tiempo, me fui a estudiar con una beca y nunca volví. Hace como una década que no lo veo. Por eso necesito control. Por eso no tengo relaciones ni amigos. No puedo arriesgarme a convertirme en él. No puedo arriesgarme a enamorarme.


—Pedro —dijo ella llorando—, ese hombre no es tu padre. No eres él.


—No recuerdo a mi padre. Da igual qué sangre corra por mis venas cuando ese fue el hombre que me crió. Soy vengativo por su culpa. Soy implacable y despiadado por su culpa. Vi a mi madre morir por su culpa. Llevo todo eso dentro de mí. ¿Dices que te gusta ver lo bueno de las personas? A algunas no nos queda nada bueno dentro.


—Eso no es verdad —respondió Paula acariciándole la mejilla mientras él le sacaba unas lágrimas que no cesaban—. Eres un buen hombre. Si no lo fueras, no estarías ayudándome y no me habrías protegido de Javier. No tendrías la empresa que tienes. Eres bueno.


Pedro le tomó la cara entre las manos y la besó, muy despacio. Ella cerró los ojos cuando sus labios se rozaron, pero él siguió mirándola. No soportaba dejar de mirarla.


—Paula… —susurró.

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