Él se sacó el teléfono del bolsillo y se lo dio. En la pantalla había una foto de la noche anterior, de Pedro y ella cenando, y otra del beso. Paula le devolvió el teléfono y, con el gesto, el anillo de compromiso destelleó bajo la luz. Javier le agarró la muñeca para verlo mejor.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó furioso.
—Justo lo que quiero hacer. Casarme con Pedro. Lo quiero.
Ella apartó la mano y dio un paso atrás.
—¿Lo quieres? ¡Cómo puedes ser tan ingenua! Está utilizándote para acercarse a mí. Además, por si lo has olvidado, vas a casarte conmigo.
—No voy a casarme contigo. Ya he elegido al hombre que quiero.
—Teníamos un acuerdo.
—No. Tú tenías un acuerdo con mi padre, pero ahora está muerto y su acuerdo debería estarlo también. No soy propiedad de nadie.
De pronto Javier la agarró del brazo con fuerza.
—¡Eres mía! ¿Lo entiendes?
—Me haces daño.
—Vas a quitarte su anillo. La gente espera vernos juntos. No voy a permitir que me humilles —le dijo apretando los dientes y con la mirada cargada de furia.
—La gente espera vernos juntos porque eso es lo que les has dejado pensar. No tenías por qué haber accedido a esta locura.
—No seas tan terca. Vas a salir de aquí conmigo.
—Quítale las manos de encima ahora mismo.
Paula por poco no se desmayó de alivio al oír esa voz que rezumaba furia. No sabía qué hacía ahí, pero se alegraba de verlo.
Cuando Pedro vió a ese hombre agarrando a Paula del brazo, una rabia feroz se apoderó de él. Quería destrozar a Javier. Solo la violencia satisfaría su ira.
—Alfonso, esto no es asunto tuyo.
Pedro fue hacia ellos.
—Lo que estás tocando es mío. Claro que es asunto mío.
Se situó entre los dos y le apartó la mano a Javier con una fuerza que hizo palidecer al hombre.
—¡Lárgate mientras puedas! —le advirtió.
Porque si Javier no se iba en ese momento, saldría de ahí en ambulancia. La imagen de otro hombre ensangrentado y tendido en una camilla lo asaltó, aunque esta vez no sentiría ni un ápice de culpa. En aquella ocasión, en la universidad, se había dejado llevar tanto por la ira que ni siquiera recordaba bien lo que había pasado. Lo que sí recordaba era el satisfactorio contacto de su puño, una y otra vez, con la cara y el cuerpo de aquel tipo mientras veía la sangre cubriéndole los nudillos.
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