—No hace falta —dijo ella girándose. Colocó una Torre Eiffel en miniatura en la mesilla de noche—. Tengo todo lo que necesito. Tengo Crème y estoy a punto de conseguir mi libertad. No necesito nada más.
¿No sentía él lo mismo? IRES le había dado riqueza y poder, y eso le había dado libertad. Libertad para dejar atrás su pasado; libertad para construir su santuario; libertad para vivir su vida como le diera la gana.
—Nos vemos abajo cuando estés lista.
Prefirió irse antes de cometer una estupidez, porque ahora mismo solo podía pensar en cuánto preferiría que Paula durmiera en su cama, con él. Y eso era algo que no había querido con ninguna mujer. Por un lado lo incomodaba tener a otra persona en su espacio y, por el otro, quería pasar cada momento con ella, protegerla. Le parecía imposible querer eso porque en su vida no quería caos. En su casa encontraba paz y Paula la alteraba demasiado. No podía permitir que su afecto por ella creciera; había visto lo que el amor podía hacerles a las personas. Había visto a su madre sufrir día tras día. En un intento de despejarse, salió a la terraza, respiró hondo y se centró en su plan. Sacó el móvil e hizo una llamada.
—Chaves —dijo cuando Gonzalo respondió.
—¿Qué haces llevándote a mi hermana a vivir contigo? —preguntó Gonzalo furioso—. Estás utilizándola.
—¿Y qué estás haciendo tú con ese matrimonio concertado? Mira, si entro en un sitio y me encuentro a Javier tratando mal a mi prometida, pierdo la razón.
—¿Javier le ha hecho daño a Paula?
Y así, como si nada, la furia de Gonzalo se esfumó y quedó reemplazada por auténtica preocupación.
—Puedo enseñarte las marcas si quieres —dijo, pero entonces decidió aplacar el tono—. Paula está segura conmigo, Gonzalo. Puedo protegerla. Siempre lo haré.
Y era verdad. Incluso cuando todo hubiera acabado y ya no fueran nada el uno para el otro, seguiría protegiéndola.
—Solo he pensado que deberías saberlo.
—Gracias por decírmelo. Estaré pendiente.
—No sé qué clase de hermano serías si no lo hicieras.
Pedro colgó y se guardó el teléfono. Gonzalo debería haber visto las marcas en la muñeca de Paula incluso aunque no fueran graves. Estar con ella sacaba a la superficie recuerdos que no lograba olvidar. Sangre y golpes. ¿Quién podía olvidar algo así? Quería protegerla, pero sabía que lo que sentía por ella iba más allá de eso. Apenas podía contenerse, y lo de la noche anterior era prueba de ello. Lo único que podía hacer era fingir en público con su "Prometida" y mantener las distancias en casa.
Lo primero que sorprendió a Paula de la casa fue lo tranquila que era. Entendía que Pedro hubiera querido esa vivienda, pero la había dejado impactada que hubiera sido tan implacable a la hora de derribar otras casas para conseguirla. Era implacable. Así era Pedro, por mucho que eso chocara con la persona que estaba descubriendo en él. Pedro nunca se desviaba de sus objetivos, y ella tendría que hacer lo mismo.
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