El sonido del teléfono lo sacó de esos pensamientos. Miró la pantalla y dejó que saltara el buzón de voz. Solo atendía llamadas de trabajo. Aunque la gente sospechaba que ya no estaban juntos, Paula no había dicho nada, así que siempre le preguntaban dónde estaba ella y qué había pasado, y él siempre respondía con un grito diciendo que no era asunto de nadie. Se pasó una mano por la cara. Apenas podía mantener los ojos abiertos. Agarró el portátil y se marchó a casa mientras planificaba la siguiente jornada. Aunque a IRES le habían concedido el acuerdo con Arum y Javier, a pesar de sus reticencias, estaba impresionado con su trabajo, Pedro lo sentía como una victoria vacía. Al llegar a casa fue directo a la nevera mientras se preguntaba qué pensaría Paula si se enterara de lo que había hecho para conseguir el contrato. Cerró la puerta de golpe. Había perdido el apetito en un instante. Casi a rastras, subió al dormitorio y entró soltando un fuerte suspiro. Podría haberlo evitado, tenía otras habitaciones, pero ahí estaba, anhelando los recuerdos de ella y la libertad que ese dormitorio le había dado a él. Sin embargo, todo ello se había convertido en una prisión a la que él mismo se había sentenciado.
Una semana después, y por primera vez desde que Paula se había marchado, Pedro volvió a casa antes del anochecer. Apenas había soltado las cosas cuando sonó el timbre. Supo quién era antes de abrir. Ahí estaba su mentor, con gesto de preocupación.
—Esteban.
—Han pasado semanas, Pedro.
Cierto. Parecía que su amigo se había hartado de que llevara tanto tiempo evitándolo.
—He estado ocupado —respondió Pedro dejándolo pasar.
Se dirigieron a la zona de la piscina y allí se sentaron, el uno frente al otro.
—Has estado ocupado desde que eras un adolescente. Es por Paula, ¿No?
Pedro miró hacia los árboles que le ofrecían completa intimidad y hacia el mar.
—Esta vez dime la verdad.
Estaba claro que Esteban se había percatado de la farsa aunque no hubiera dicho nada.
—Se suponía que sería un acuerdo beneficioso para los dos.
—Pero fue más que eso.
—Sí.
Pedro se acercó al borde de la piscina y se lo contó todo a Esteban.
—Pedro, sé que la quieres. No hay más que ver lo que has hecho. Te enemistaste con el cliente al que querías atraer, involucraste a Paula y la sacaste de su casa para que te ayudara a acercarte a Gonzalo y que su grupo y él te aceptaran. Pero nunca fue una cuestión de negocios. Admite que la querías desde el momento en que la viste. Siempre has sido sincero, así que sigue siéndolo ahora también.
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