Obtuvo la respuesta después de volver del trabajo. No habían hablado en todo el día y lo único que había recibido de él había sido un mensaje diciendo que estaba ocupado en la oficina y que no llegaría a cenar. Sí, sin duda estaba evitándola. Ahí pasaba algo y ella estaba decidida a averiguarlo.
—Bienvenido a casa —le dijo ya bien entrada la noche, cuando Pedro llegó por fin.
—¿Qué haces levantada? —preguntó él mirándola de reojo antes de sacar una taza y dejarla en la encimera de la cocina.
—Esperándote. Tenemos que hablar. Quiero saber qué he hecho para que estés evitándome —le dijo con firmeza.
—No estoy evitándote.
—Dime la verdad —dijo ella situándose a su lado.
—Paula…
—Estamos haciendo algo que requiere que seamos sinceros el uno con el otro. No pienso parar hasta que me digas qué está pasando. ¿Es porque estoy aquí? ¿Te arrepientes?
—¡Sí!
Paula retrocedió horrorizada, como si la hubieran abofeteado. Pedro se pasó las manos por el pelo y se apartó de ella.
—¿Sabes lo que me haces? ¡Haces que quiera perder el control!
Paula estaba atónita. Creía que había hecho algo malo, algo que lo había espantado, pero resultaba que Pedro también estaba sintiendo lo que fuera que estaba surgiendo entre ellos.
—Pues hazlo —contestó ella con firmeza.
—No sabes lo que estás diciendo —dijo Pedro con fuego en la mirada.
—A lo mejor sí.
Pedro se acercó y la agarró de los brazos.
—No tienes ni idea.
Paula se puso de puntillas y lo besó, con suavidad. Un roce inocente antes de lamerle el labio.
—Demuéstramelo.
—Paula…
—Pedro…
Y entonces él la besó. La subió a la encimera, se situó entre sus muslos y ella lo rodeó con las piernas. Pedro le rodeaba la cara con las manos mientras le mordisqueaba el labio. Paula había creído que los besos anteriores la habían hecho arder, pero no habían sido nada comparados con ese. Él estaba descontrolado. El beso no tuvo nada de delicado, y tampoco fue delicado el modo en que ella lo agarró por la espalda. Nada podía enmascarar los sonidos de deseo que emitía él entremezclados con los gemidos de ella. Pero con la misma rapidez con la que la besó, Pedro se apartó.
—Así no —dijo con la respiración entrecortada y posando la frente sobre la de ella—. Así no.
—Pedro, quiero…
—Mañana vamos a tener una cita.
A Paula se le cayó el alma a los pies.
—Nuestra tercera cita…
Esa noche Paula se aseguró de llegar pronto a casa. No sabía dónde la llevaría Pedro, así que iba de un lado a otro del vestidor sin saber qué ponerse. Lo cierto era que estaba algo confundida e inquieta. Después de aquel beso que había parecido tan real, había creído que estaban haciendo avances, pero entonces él había vuelto a ceñirse a su acuerdo. Pedro siempre se ceñía al acuerdo, como si fuera su protección cada vez que sentía emociones de verdad.
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